Jean-Baptiste Sèbe, sacerdote francés de 38 años que se suicidó en una iglesia de Normandía |
Los tres eran buenas personas víctimas ocasionales de su debilidad o de su imprudencia, pero en absoluto depravados que se entregan al pecado en cuerpo y alma. Necesitados los tres de ayuda, de comprensión y de perdón. Perdón al que eran acreedores por su arrepentimiento, por su tremenda contrición y por su inequívoco propósito de enmienda: todo lo que exige la Iglesia para conceder el perdón. La Iglesia, que tiene una institución absolutamente genial para curar las enfermedades del alma, que es el sacramento de la penitencia, no ha sido capaz de hacer que les alcanzase su bondad y misericordia a estos pobres sacerdotes. Los pobres se encontraron con una Iglesia tan corrompida, necesitada de castigo y ejemplaridad, que a ellos, justo a ellos, no les pudo alcanzar la misericordia ni el perdón: una misericordia y un perdón que la Iglesia estaba derrochando con quien ni la necesitaba ni la agradecía, porque para poder vivir confortablemente en el pecado, lo negaba de plano. Y ahí la misericordia no es bondad, sino colaboración con el mal.
La diferencia entre el pecador y el depravado, es que el pecador reconoce la maldad de su pecado, y por tanto huye de la conducta pecaminosa; y si cae en ella, se levanta y sigue huyendo. El depravado en cambio, ha resuelto su problema de comportamiento negando que éste sea por sí mismo malo o pueda producir algún mal. Gracias a este posicionamiento moral, el depravado puede engolfarse en su mala conducta y dejarse llevar por sus pasiones con absoluta tranquilidad de conciencia; puesto que gracias a sus singulares principios, nadie tiene derecho a culparle de los males ni individuales ni colectivos que se deriven de su conducta.
No nos quepa la menor duda: el pecado es enfermedad, que siempre está presta a curar la Iglesia. El pecado enferma el alma: la de cada individuo y la de toda la comunidad. Y las enfermedades del alma, como cualesquiera otras enfermedades, son el mecanismo de defensa del cuerpo para combatir el mal que le está invadiendo. Toda enfermedad es un proceso de curación en el que podemos sucumbir. Es un bien incómodo y si no se le atiende acertadamente, muy peligroso. Porque una de dos: o la enfermedad se nos lleva por delante, o la incorporamos a nuestra vida como un estado natural, a base de ocultar sus manifestaciones y camuflarla. Al cuerpo social le ocurre lo mismo: se defiende de la degradación y finalmente de la muerte, mediante las enfermedades sociales. Por eso es tan inquietante contemplar una sociedad que no sólo niega sus enfermedades morales, sino que las incorpora a su código de valores y las promociona como si fuesen virtudes. Y cuando esa sociedad es la Iglesia, el peligro es escalofriante. Eso es, obviamente, la crónica de una muerte anunciada.
La diferencia entre el pecador y el depravado, es que el pecador lo es ocasionalmente, al dejarse arrastrar por la pasión o por la debilidad. El depravado en cambio, es el que no sólo no lucha por huir del pecado, sino que lo busca afanosamente y se instala en él.
¿Y acaso la crisis que actualmente padece la Iglesia es por los sacerdotes pecadores, que además se reconocen como tales, y cuyo arrepentimiento es tan hondo que los lleva a la muerte? En absoluto. No sólo eso, sino que esos sacerdotes de recta conciencia pero de conducta eventualmente torcida (la perfección no existe en ninguna sociedad humana), son los que mayormente están sufriendo las consecuencias de la depravación de un número demasiado crecido de sacerdotes, que se han engolfado en el pecado porque su primera providencia ha sido negar el pecado: la diferencia entre unos y otros es abismal.
Es decir que se postulan estos golfos como nuevos modelos de santidad sacerdotal, por el simple procedimiento de ajustar la Ley de Dios a su conducta, en vez de ajustar su conducta a la Ley de Dios. ¿Qué decencia puede haber así en la Iglesia y en el mundo?
Entre estos sujetos los hay tan “honorables” (en cualquier caso, tan honrados por la Iglesia) como el cardenal McCarrik. Un sujeto que ha promocionado al episcopado y más alto aún, a muchísimos de su cuerda tejiendo así una red siniestra, gracias a su excelente posición en la más alta jerarquía de la Iglesia. Otra figura destacada en esa línea es el jesuita James Martin, eximio teólogo de la homosexualidad, defensor y gran promotor de la ideología de género en la Iglesia y en la escuela cristiana, consejero del papa, muy cercano a él por tanto. Este jesuita asegura que el papa ha optado por una política de nombramiento de obispos “amigables con los gays” para dar una respuesta en positivo a esa poderosa demanda de “renovación” interna de la Iglesia.
Ante este panorama de auténtica promoción de la depravación sacerdotal, que no tiene otro objetivo que procurarles tranquilidad de conciencia y alto nivel de autoestima a los sacerdotes que han optado por esa línea de conducta, me resulta desgarrador asistir al suicidio de un par de sacerdotes en Francia, este mismo año, y de uno más en Italia hace un par de años. Y tremendamente descorazonador el tratamiento de estos casos por los respectivos obispos. Meros burócratas manejando “asuntos” vidriosos, respecto a los cuales lo más importante eran ellos, los obispos y su prestigio; cuando es evidente que lo más absolutamente importante tenían que haber sido esos sacerdotes profundamente buenas personas, de recta conciencia, atormentados por su pecado, contritos y arrepentidos, lejos, infinitamente lejos de la golfería y depravación con la que conviven tan confortablemente esos señores obispos que no supieron ser padres para sus sacerdotes, que no acertaron a hacerles sentir el perdón de Dios (un burócrata es difícil que lo intente siquiera). Unos obispos a los que el diablo les servía en bandeja unos chivos expiatorios para lavar su imagen ante el consentimiento de tanta golfería. Y para colmo, más de uno piensa que ése es un final justo de la historia.
Demasiado silencio sobre el suicidio, que es un tremendo fracaso no sólo de la persona, sino también de la sociedad. Una sociedad que diciendo abominar de la pena de muerte, no siente el menor escrúpulo en empujar a muchos a que sean ellos mismos quienes se apliquen esa pena: en algunos casos, es que no les dejan otra salida. Los griegos y los romanos tenían incorporada en su sistema judicial la pena de suicidio. Y aunque entre nosotros esa pena no sea explícita, en algunos casos es inevitable. Ojalá que no haya sido ése el caso de los curas suicidas, es decir la condena al suicidio (eso sí, tácita, dejar que se suiciden) teniendo la Iglesia los santos recursos del perdón y de la misericordia.
El sacerdote chileno Audyn Araya arrestado por abusos |
Resulta que en España los muertos por suicidio superan ya a los muertos en accidente de circulación. Y los hombres que se suicidan en medio de un conflicto de pareja, casi doblan al número de mujeres asesinadas en medio de estos conflictos. ¿Y cómo se hace frente al espeluznante problema del suicidio? Silenciándolo. Hace ya años que no se publican las estadísticas de suicidios (ni menos las de “suicidios de género”, porque esas estadísticas arruinarían el discurso oficial). La sociedad que anda buscando con tanto esfuerzo fijar unos estándares de “corrección política”, luego se encuentra con esos suicidios que le descuadran todo el esquema. ¿Solución? Silenciar ese fenómeno tan políticamente incorrecto. No se diferencia en exceso la conducta de la Iglesia ante la pena de suicidio de sus sacerdotes.
Virtelius Temerarius
Los sacerdotes verdaderamente depravados no son los que haciendo el mal creen que hacen bien, esos son enfermos o malvados. Los sacerdotes depravados, que hay muchísimos en esta iglesia depravada e hipócrita, son los que cometen actos que ellos mismos proclaman son pecado y siguen cometiéndolos una y otra vez con la escusa de que después se confiesan y ya está. Y efectivamente los muy hipócritas se confiesan en vez de pararse a mirar si sus actos son realmente pecado o no y tomar una decisión al respecto. Estos son depravados, los otros son enfermos. Y los depravados depradan a los fieles y crean una iglesia depravada e hipócrita en la que estamos hoy. Que Dios nos ayude. Oremos.
ResponderEliminarPero entonces.... todos los que nos confesamos, que además solemos hacerlo siempre de los mismos pecados.... somos unos depravados.
EliminarLo que prueba demasiado, no prueba nada.
Por supuesto que los que nos confesamos siempre de los mismos pecados no somos unos depravados. Hablo de sacerdotes tan hipócritas que pretenden engañar hasta al mismo Señor. Oremos.
EliminarVirtélius: el suicidio no se puede ventilar públicamente como noticia, es altamente contagiable como un virus que se expandiría rápidamente. Estoy de acuerdo en que no se haya profundizado más en el suicidio de ciertos sacerdotes en la misma Iglesia, no conviene para la salud de las ovejas de la Iglesia y de los sacerdotes. Que haya curas que se quiten la vida, este porcentaje corresponde a la misma sociedad de personas del mundo mundial preferentemente por problemas de "depresión" que es la dolencia más frecuente provocadora de esta lacra. No veo porque a estos suicidios se los haya que relacionar forzosamente con el tema estrella de la pederastia. SG.
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ResponderEliminarAhí la clave: un delito de abusos sexuales moralmente no prescribe.
EliminarAgradecería a GG explicación sobre qué era incorrecto en el comentario eliminado. Yo lo encontré perfecto y acertado.
EliminarPido disculpas por eliminar el comentario. Ha sido un error técnico, no había nada recriminable en el contenido.
EliminarDIGNIDAD ÓNTICA Y DEÓNTICA
ResponderEliminarAmigo de las 2:35, lo más terrible del problema es que esas listas existen: y no son precisamente negras. Son las de la nueva moral de la Iglesia jerárquica, que promociona (incluso el papa, según el articulista) a los partidarios de esa nueva moral, es decir de la depravación sexual.
Y si existe una lista negra, realmente negra, es la de quienes se oponen frontalmente y sin complejos a esa "nueva moral" de la Iglesia. No tiene más que ver en nuestros lares cómo les ha ido y cómo les va (recuerde a mn. Jaume Rexach) a los clérigos convictos y confesos (deténgase en la barcelonesa Casa de Santiago) de ese catálogo de nuevas virtudes de la Iglesia (¡Quién soy yo!), tan bien blindadas desde lo más alto; y cómo le va a un pobre cura que se atreve a predicar sobre la homosexualidad lo que dice la Biblia (S. Pablo) y lo que ha venido diciendo hasta ahora la Iglesia. Y el obispo, entregado al servicio de la causa: es decir, de la nueva doctrina. La cosa viene impuesta desde el Vaticano.
Virtelius, hermosa glosa del buen hacer de nuestros sacerdotes, hombres a la postre, pero no hombres cualesquiera. Todos los hemos conocido y nos han guiado en la fe y en el amor de Dios. En la esperanza. Maravilloso eulogio de la confesión. Debe de ser usted un hombre de una categoría humana excepcional. Dios les bendiga, como lo haga a nuestros pastores.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con el Sr Valderas Gallardo.
ResponderEliminarAgradecería opinión del Sr Valderas sobre el ayuno de dos dias del Super Católico Torra, gracias.
ResponderEliminarA mí no me interesa en absoluto saber lo que piensa el Sr. Valderas sobre este tema. Ud. abe de sobras lo que va a escribir. Es incapaz de analizar situaciones reales, al margen de sus disertaciones filosóficas.
ResponderEliminarUd. no tiene edad para forjarse su opinión propia?
A mí lo que me interesa es saber cuantos kilos perderán de sus indecentes barrigas, ganadas con dinero robado a los mismísimos Catalanes. Luego dirán que los ladrones están en Madrid!
EliminarEs muy difícil a veces no ser asimilado por esta sociedad hedonista, porque las 24 horas vivimos en ella. La castidad presenta muchas dificultades. En este caso el sacerdote francés que al parecer agredió (no sé a qué nivel) sexualmente a una niña o adolescente o joven. Ante su Obispo confesó su mala conducta. No parece que se había hecho público porque no había sido denunciado, pero se suicidó. Quizás a pesar de su conciencia atormentada y el reconocimiento de su culpabilidad, esto pudiera no ser suficiente para impedir que volviera a reincidir.
ResponderEliminarDice Kleponis (1) que la mayoría de depredadores sexuales empiezan siendo adictos a la pornografía. La pornografía afecta al cerebro al igual que otras muchas drogas. Por tanto es incontrolable, crea una tolerancia neuroquímica, es degenerativa y progresiva, tiene consecuencias negativas y destructivas, y la más peligrosa es la pérdida de relación con Dios.
Como media, un niño se expone por primera vez a la pornografía a la edad de 11 años. A los 18 años el 60% de chicas y el 90% de chicos han accedido a ella. Se considera que en la confesión es el pecado que está más presente.
Debido a su posición de líderes morales, los sacerdotes tienen más dificultades en pedir ayuda cundo tienen estas luchas. No se considera relacionado con el celibato. Entre el 33% - 43% del clero evangélico protestante admitió ver pornografía y la mayoría esta casado. No hay estadísticas católicas fiables.
Se ve para huir de heridas profundas que se anestesiarían viéndola. Como una forma de automedicación. Muchos clérigos luchan con unas profundas heridas emocionales y esto puede llevarlos a la adición. Como en otras situaciones, de la pornografía se puede salir reconociendo así la situación y pidiendo ayuda para restaurar aquello que se destruye: la integridad de la persona.
Lo que se presenta en esa Diócesis americana u otras, aunque la información que he leído es confusa, parece que forma parte de la consagración a una ideología.
(1) El Dr Kleponis es un psicólogo católico estadounidense. En su libro “Pornografía, comprender y afrontar el problema”, plasma este mal que vive a diario en su consulta.
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ResponderEliminarParece que si fue denunciado. Tuvo lugar hace 2-3 años.
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