PASCUA: LA GRAN FIESTA DE LA LIBERTAD

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Desde la Pascua judía, que es la que da nombre a la Pascua cristiana, el tiempo, los cultos y las culturas por las que ha atravesado esta celebración, han ido emborronando la imagen de sus orígenes, de manera que ya no sabemos qué es lo que celebramos, que es justamente la gran epopeya de la liberación del pueblo de Israel, sometido a dura esclavitud por el faraón de Egipto. Un pueblo de Israel en número de 600.000: Partieron los hijos de Israel de Ramesés a Sucot, como seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños. También subió con ellos grande multitud de toda clase de gentes, y ovejas, y muchísimo ganado. 
Evidentemente se trató de la liberación de una enorme multitud de esclavos que dejaría al faraón sin la mano de obra de esos extranjeros a los que había logrado esclavizar tan intensamente, que se tenían que buscar ellos mismos la paja para fabricar los adobes. Y no fueron cuatro días ni cuarenta años: El tiempo que los hijos de Israel habitaron en Egipto fue de cuatrocientos treinta años. Y pasados los cuatrocientos treinta años, en el mismo día todas las huestes de Yahvé salieron de la tierra de Egipto.
Estamos en tiempo de grandes migraciones, algunas de ellas iniciadas hace casi un siglo con los procesos de descolonización. En Europa entendemos muy bien el impacto de las grandes masas de inmigrantes. Claro que, en este caso, los esclavos más intensamente explotados (con todos los barnices paliativos de las ayudas sociales) son los venidos de fuera. Pero creo que ni aun así logramos entender qué es la libertad. Nos sentimos muy satisfechos de nuestra capacidad para procurarnos las cebollas de Egipto, los alicientes para que no nos pese tanto la esclavitud. 
En el rito de la Pascua judía (Éxodo 12) ocupa un espacio considerable el pan ácimo, sin levadura: tortas duras en lugar de panes esponjosos. Algo sumamente significativo, que adoptará la Iglesia para el Pan Eucarístico: con la levadura se inicia un proceso de fermentación de la harina que hace el pan más comestible y digerible. Ese refinamiento exige un tiempo del que no dispone aquel al que le ha llegado el momento de emprender su marcha hacia la libertad, dejando atrás su esclavitud. Por esa misma razón, el cordero será asado al fuego: que cocerlo o estofarlo, o hacerlo al horno, requeriría demasiado tiempo. Y por lo mismo, nada de comer sentados, sino a punto de marcha:  Lo comeréis ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente. La libertad no puede demorarse, no puede esperar.
Por otra parte, si el pan ha de servir de viático para un camino tan duro como el de la libertad, más vale que sea ácimo (sin levadura, que no fermente) para garantizar su mayor duración, su incorruptibilidad. Si ha iniciado un proceso de fermentación, corre un mayor riesgo de deterioro. Y si eso hace que no sea tan agradable de comer, que es el caso, la conquista de la libertad bien lo merece. 
He aquí, pues, que en la segunda gran epopeya de Dios empeñado en la liberación de la humanidad, el pan ácimo vuelve a tener un papel de primer orden. El pan que ha de transubstanciarse en el Cuerpo de Cristo, ha de ser también pan ácimo: incorruptible. 
Solemos olvidar dos hechos básicos: el pecado original y la Redención. Con el pecado original nace la distinción entre el bien y el mal, es decir la clara identificación del mal. Y aunque repugne a la antropología anticristiana (y antijudía y antiislámica), super-buenista, después de tantos milenios como llevamos conociendo al hombre occidental (al que primero llegó el Evangelio), tenemos una extensísima constatación de cómo el mal tiene envenenada a la humanidad. Nos hemos tragado el relato del Emilio de Rousseau, y nos hemos empeñado en que el hombre es bueno por naturaleza. A pesar de las evidencias incuestionables. Hasta las cárceles están llenas de buena gente.
Y bien, la maldad intrínseca del hombre “civilizado” hemos de centrarla necesariamente en la esclavitud (tan arruinado moralmente el esclavizador como el esclavizado) y en su derivado el trabajo. Sí, claro, nos hemos instalado en la teología atea del trabajo (claro, “el trabajo os hará libres” en alemán, arbeit macht frei, de infausta memoria). Tan y tan divinizado tenemos el trabajo, que no hay actividad humana a la que no llamemos trabajo. Y eso no fue siempre así. Nos han vencido por el lenguaje. En su origen, sólo mereció el calificativo de trabajo, el que se imponía a los esclavos. Pero luego vino el apaño de la “libertad laboral”, en virtud de la cual cambió el régimen de trabajo. En vez del régimen esclavo, que le salía muy caro al amo, se instauró el régimen salarial, en el que el trabajador tenía que atender a su manutención. Y hoy lloramos porque se nos viene una reducción aterradora del trabajo. 
¡Ah!, y la principal causa de las guerras es el empeño de cada país y de cada patrón por mantener a sus trabajadores e incluso por aumentar su número. Y claro, todos sabemos cuáles son las principales fuentes de trabajo. Y eso no hay quien lo pare.
Claro que la principal esclavitud es el mal, al que la Iglesia llama pecado. Ahí empieza la pasión del hombre. En el judaísmo, fue Yahvé quien movió a Moisés para que liberara a su pueblo de la esclavitud del faraón. Y ahí empezó la historia de la liberación del hombre por Dios. Pero incluso esa gran epopeya de liberación que se inició con la Pascua judía, se torció. Fue la tremenda inclinación del hombre (en ese caso, del pueblo de Israel) a proseguir su propio diseño de libertad: copiando con el nombre de libertad, la esclavitud que practicaban los pueblos de alrededor.
Había que enfocar de un modo nuevo (un Nuevo Testamento, un Nuevo Pacto) y con una extensión universal, la liberación (¡Redención!) del hombre. Esta vez es el Hijo de Dios que se hace Hombre-Esclavo (durante muchos siglos, y en muchas lenguas, han sido sinónimos hombre y esclavo; es que existía la otra clase de hombre, el señor o el libre). Y en su condición de esclavo, acepta ser tratado como esclavo, y ser condenado a la pena de muerte que correspondía al esclavo: la crucifixión. Éste es el Dios que lleva ya 2.000 años en su empeño por redimirnos, por hacernos libres bajo la condición de hijos de Dios.
Y juntando la Pascua del Antiguo Testamento con la del Nuevo, volvemos a tener el Pan ácimo, totalmente libre de corrupción que se transubstancia en el Cuerpo de Cristo, para alimentarnos: un pan, “fruto del trabajo del hombre”, que también sacrificamos y santificamos. Es el camino elegido por el cristianismo. Es nuestra Pascua.
Virtelius Temerarius 

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6 comentarios

  1. Curioso que en el Antíguo Testamento se narran unos prodigiosos milagros y entonces nos pasamos al Nuevo y no suceden, ¿¿algún teólogo experto me podría aclarar este detalle??. De momento debemos rogar al Angel Custodio del Valle De Los Caídos que salve la sacralidad de todo el monumento y para que el padre Cantera vuelva al cenobio de donde no debía haber sido expulsado. Angel Guardián desenvaina tu espada de fuego y soluciona este problema para gloria de Dios, amén.

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    1. El Angel Custodio quizá ahora tenga más que hacer en Roma que en el Valle , siguiente estación después que se clarifique lo del Cónclave. Dios tenga misericòrdia del alma de Francisco

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  2. Totalmente de acuerdo con el Sr. Garrell.

    Roguemos también , para que limpien de 🕸️🕸️🕸️ el Santo Ángel Custodio de la Catedral de Tortosa.

    Por favor Garrell, rece por ello por favor.

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    1. Tanto hablar vaya usted y limpieza, o le da miedo

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  3. Cuando he visto por la tele,las alabanzas del masonazo
    de Bolaños al difunto obispo de Roma, APAGA Y VÁMONOS!

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