Cada año se suele convocar en la archidiócesis barcelonesa una semana de ejercicios espirituales a la que se hallan invitados todos sus sacerdotes. Este año el retiro contaba con la dirección de un predicador de campanillas: el cardenal emérito de Boston, el franciscano Sean Patrick O’Malley, compañero de Omella en el Consejo Cardenalicio. Pese a ello, la concurrencia no ha sido muy nutrida. Si no falta nadie en la foto que ha publicado el arzobispado en redes sociales cuento 37 asistentes, entre los cuales veo a varios curiales y cargos de confianza (Ollé, Bacardit, Turull, Bérchez, Teixidó, David Álvarez, Marc Labori), cuatro miembros del Cabildo Catedralicio (el buen Vives, Joan Rodríguez, Serra, JR), unos 7 sacerdotes retirados o el solícito Tremols. Parece como si a última hora se hubiese tocado a rebato y se hubiese tenido que echar mano de la nomenclatura para no quedar mal ante el flamante invitado. Con todo, lo que más sorprende es la ausencia de curas jóvenes. De los ordenados durante el pontificado de Omella solo cuento con cinco. De los cuales hay tres distinguidos con responsabilidades en el organigrama episcopal.
Uno de los aciertos de Omella en el inicio de su pontificado fue su confianza en las nuevas generaciones sacerdotales, a las que supo cuidar e incluso premiar con responsabilidades parroquiales. No obstante, desde hace un par o tres de años ese valimiento se ha quebrado y se han producido demasiados recelos: se les ha ido cambiando de destino con demasiada asiduidad, se les ha colocado bajo la tutela de párrocos que reportan directamente con Omella, se les ha amonestado por las más pueriles anécdotas, se les vigila sus intervenciones en redes sociales y se han taponado los ascensos naturales. El inicial afianzamiento se ha detenido bruscamente y, lo que es peor, la sensación de temor se ha apoderado de ellos. A Omella no le tiembla la mano si tiene que sancionar al discrepante.
A nadie se le escapará que el presbiterado más joven se corresponde con el más tradicional y tampoco a nadie se le escapará que el papa Francisco se ha prodigado en los últimos tiempos en sus críticas contra esos sacerdotes tradicionales. La última puya se observa en su autobiografía de reciente publicación en la que ha llegado a afirmar que tras sus vestimentas “esconden graves desequilibrios, trastornos afectivos, problemas de conducta o un malestar personal que puede ser aprovechado”. ¿A quién puede extrañar que ante estos epítetos papales no vayan a tomar precauciones los obispos? Únase a ello la prohibición de conferencias de curas argentinos en la parroquia de Sant Jordi de Vallcarca (¡ya van dos!) o la suspensión del ministerio sacerdotal a Mn. José Mª Llorca para comprender cómo se está pretendiendo perturbar el concepto de “obediencia” confundiéndolo con el de “sumisión”.
No obstante, esos curas jóvenes son el futuro presbiteral de la diócesis. Omella pasará pronto, incluso el papa Francisco pasará un día, pero lo que es indudable es que a esos curas que se hallan hoy en la treintena tendrán que conferirles responsabilidades. Con toda seguridad, más responsabilidades de las que ostentan sus mayores. Su bagaje académico con carreras civiles acabadas en su inmensa mayoría, su valentía al optar por una vida sacerdotal que no está nada bien vista, su personalidad evidenciada en “nadar contra corriente” servirán de contrapeso a su inexperiencia juvenil. No significa ello que por ser jóvenes vayan a ser mejores, ni tampoco por ser más tradicionalistas. Pero tienen el futuro en sus manos y no podemos cortarles las alas ni tenerlos siempre bajo la lupa inmisericorde del superior.
Esa preocupante tendencia episcopal de escudriñar hasta el último movimiento de las nuevas hornadas sacerdotales está consiguiendo que estos pasen de Omella y sus convocatorias, cual se ha demostrado en los ejercicios espirituales con O’Malley. (Antes era normal que los curas ordenados en los últimos años no faltasen a esos encuentros). Pero es que la preocupación no se limita a su futuro presbiteral, sino a su propia salud psíquica, no en vano más de uno ha tenido que visitar Alquerías del cura perdido. Demasiados toques de atención y demasiado pressing desde el palacio episcopal. No descuidemos a las recientes promociones. Tenemos pocos operarios y algunos se dedican, desde dentro, a hacer la vida imposible a los que se han incorporado recientemente.
Oriol Trillas
Alquerías es un lugar nefasto. Que lo cierren ya.
ResponderEliminar"¿A quién puede extrañar que ante estos epítetos papales no vayan a tomar precauciones los obispos?"
ResponderEliminarTomarán precauciones los obispos que carezcan de criterio propio o que quieran hacer méritos ante Francisco.
Por cierto, estos ejercicios espirituales no habrán sido predicados en catalán sino en español, lengua que domina el Cardenal O'Malley.