Algo pasa —y nada bueno— en Barcelona cuando lo que incomoda no es el error, sino que sacerdotes de sana doctrina impartan charlas sobre temas moralmente intachables y libres de toda sospecha, como la Historia de la Iglesia, que alguna mano negra ha decidido silenciar.
En esta ocasión, la censura ha caído sobre el P. Gabriel Calvo Zarraute, quien iba a presentar su reciente libro sobre Historia de la Iglesia, como ya he mencionado. El acto debía celebrarse en el convento de la Orden de Predicadores, los dominicos. ¡Ay, si el fray Royo Marín levantase la cabeza! ¡Qué diría!
Pero no es el único escándalo que han provocado esta semana los dominicos, que, por lo visto, están en racha, y no de la buena. Sin ir más lejos, la semana pasada saltó a la palestra un joven de la asociación Orate, que interrumpió un acto en el que los dominicos de Sevilla exhibían, orgullosos —nunca mejor dicho—, una bandera gay en pleno presbiterio.
Estos dos episodios no son anécdotas aisladas ni simples despistes de agenda: son el síntoma de una misma enfermedad. En la misma familia religiosa, bajo el mismo amparo, se reprime una charla sobre Historia de la Iglesia —doctrinalmente inocua, moralmente intachable— mientras se permite y se exhibe, sin el menor rubor, un símbolo que ha sido convertido en estandarte de una agenda frontalmente opuesta a la moral católica. "La verdad es siempre victoriosa, aunque esté rodeada de muchas mentiras," decía San Atanasio. El mismo provincial que veta una conferencia sobre la historia de la Esposa de Cristo, tolere que el presbiterio se convierta en escaparate de reivindicaciones ajenas al Evangelio. Para una charla limpia de toda sospecha, sospechas y silencios. Para una bandera que todo el mundo sabe lo que representa, alfombra roja. Ese es el “apagón doctrinal” del que hablamos: se oscurece la luz de la verdad mientras se iluminan, con focos y aplausos, los errores que confunden a los fieles más sencillos.
Al mismo tiempo, y sin despeinarnos lo más mínimo, en la ciudad condal se permiten actos como el que tuvo lugar hace unos días, avalado por el purpurado barcelonés, concretamente el 11 de noviembre, en el Santuario de la Mare de Déu de Pompeia: la conferencia “Una mirada al Yoga”, a cargo de F. Mathew, fraile capuchino de la India. Venía, nada menos, a exponernos los supuestos “beneficios” que el yoga nos aporta, ¡señores! Y en un santuario mariano, para más inri. Aunque, después de la última polémica de Tucho, ¿qué puede sorprendernos?
Podemos deducir que todas las conferencias, charlas y formaciones con doctrina clásica y sólida provocan picor y urticaria en las altas esferas jerárquicas. Y es que el P. Zarraute, desgraciadamente, no ha sido sino uno más de una larga lista.
En octubre de 2024, sin ir más lejos, el P. Javier Olivera Ravasi fue cancelado por querer impartir una charla sobre noviazgo católico. Repentinamente, sin explicación clara, quedó de manifiesto la animadversión que le produce a Omella la formación católica tradicional.
Apenas unos meses después, en enero de 2025, el P. Christian Viñas, compatriota del P. Olivera Ravasi, aterrizó en nuestra ciudad para impartir una charla sobre Cristo Rey y la encíclica Quas Primas, que también, sin motivo aparente, fue censurada.
Tres charlas doctrinales han sido vetadas sin motivo aparente, mientras que charlas de dudosa doctrina y espiritualidades ajenas son introducidas en nuestras parroquias. Este contraste hiere la sensibilidad de cualquier católico que busque formarse en la sana doctrina milenaria de siempre. Cuando entramos a la Iglesia, nos quitamos el sombrero, no la cabeza, como bien decía Chesterton. Si la Iglesia es una institución de reverencia, el respeto también debe extenderse a su doctrina y a las voces auténticas que la defienden. El obispado parece estar agotando y abandonando a sus feligreses. Los sacerdotes jóvenes, bien formados y comprometidos con una doctrina clara, se marchan, y los que vienen a reforzar la labor no sé si querrán volver…
Estamos sufriendo un apagón doctrinal y los fieles somos cómplices con nuestro silencio. Una Iglesia que desune, que escandaliza, que abandona a sus sacerdotes, que cancela la doctrina y permite la confusión. ¿Qué testimonio ofrece? "El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama." (San Mateo 12, 30) ¿Cómo podemos seguir llamándonos cristianos si callamos ante la corrupción de la enseñanza, ante la distorsión de la verdad? ¿Qué futuro le queda a la Iglesia si no defendemos, con valentía y claridad, la luz de la doctrina verdadera frente a las sombras del relativismo y el conformismo? La hora de despertar ha llegado, y el tiempo de la tibieza ha pasado.
Miles Christi

