LA INQUIETANTE INERCIA DEL ANTERIOR PONTIFICADO

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Es evidente: un tren necesita por lo menos un kilómetro para frenar, a causa de su descomunal inercia. Y si va a gran velocidad, son varios los kilómetros que ha de tener por delante el maquinista para detenerlo. Con lo cual, por mucho que le duela, y por más esfuerzos que haga, no puede evitar llevarse por delante al que se interponga en su camino.
Algo así le ocurre a la Iglesia. El anterior pontífice se empeñó en poner a la Iglesia en una aceleración extrema. Y al sentir de muchos, después de haberse desviado de la recta vía. Un tren gravemente desviado y temerariamente acelerado. Una máquina tan potente y con tantos y tan pesados vagones confiados a ella, no es fácil frenarla ni en un año ni probablemente en un lustro, por no decir en todo un pontificado. Estamos instalados en el misterio. No es fácil criticar objetivamente al maquinista: porque por más que quiera, no puede dominar una máquina tan potente, sobre todo si va desbocada, porque lo que actúa ahí con más fuerza, es la inercia. 
Es inevitable, por otra parte, la inquietud de los viajeros de ese tren. Obviamente, de los que están pendientes de la ruta y tienen la clara sensación de que el maquinista les lleva en dirección equivocada. En algunos, la inquietud es tan extrema, que hasta piensan en desenganchar su vagón; o incluso, si no lo consiguen, en tirarse del tren en marcha. Y es justamente la idoneidad del maquinista, lo primero que se cuestionan estos pasajeros tan dolorosamente preocupados. Y entretanto, la tripulación del tren, ocupada en mantener la tranquilidad de los pasajeros, procurando inspirar confianza en la idoneidad y pericia del maquinista. 
Creo que no es discutible la práctica imposibilidad de frenar esa máquina potentísima, en el supuesto de que ésa fuese la voluntad del maquinista, con la intención de desandar el camino errado y devolverla a la vía correcta. Toda la cuestión está en descubrir cuáles son las intenciones del maquinista, que ni siquiera tiene clara la opción del frenado (a no ser que sea sumamente lento y cauteloso); porque un frenazo potente pondría en peligro todo el tren: la tremenda fuerza de la inercia actuaría violentamente en su destrucción.
 
No hay manera de saber, por tanto, si el papa León XIV está aceptando la inercia que le imprimió a la Iglesia el anterior pontífice, por propia voluntad y por convicción de que la única manera de servir fielmente a la Iglesia es mantenerse en la ruta y la velocidad marcadas por el papa anterior; o por el contrario, tiene una visión distinta de cuál es la ruta correcta; pero, consciente de que lo único que conseguiría con un frenazo potente, sería descoyuntar el tren e incluso descarrilarlo: si no todo él, sí algunos de sus vagones. Consciente de ello, decide que lo único prudente es proceder en todo caso a un frenado muy suave, que no ponga en peligro la integridad del tren. 
Y dada la tremenda inercia que le imprimió a la Iglesia el papa anterior, el frenado no es cuestión de meses, sino de años. So riesgo de romper el tren, de quebrar la unidad de la Iglesia: una unidad tan precaria, que ya no se sostiene en la fe, sino en legalismos.
Estando así las cosas, es muy aventurado criticar al nuevo timonel de la barca de san Pedro: porque no hay manera de saber si el rumbo que lleva la Iglesia se debe a su libre y consciente elección, o si simplemente acepta con resignación la inercia que trae, y que no puede frenar de golpe; pero que está en su ánimo devolverla al camino que traía de antes de las últimas convulsiones. No, no hay manera de saber se León XIV está siendo fiel a la línea reformista de Francisco, o si está siendo prudente para no dar un frenazo brusco de los que se acaba diciendo que es peor el remedio que la enfermedad.   
Es evidente que, aunque el papa tenga la total responsabilidad de todas y cada una de las actuaciones que competen a la Santa Sede y al Estado Vaticano, tiene a su servicio una multitud de funcionarios (cerca de 5.000), a los que hay que añadir los curas y obispos, los religiosos y religiosas dispersos por el mundo, que están también bajo su custodia y responsabilidad. Algunos de ellos (por ejemplo, los obispos del Camino Sinodal con un tremendo impulso cismático; con ansias por desenganchar si vagón). Y es evidente que todos los dicasterios y departamentos funcionan con amplísima autonomía, con lo que es inevitable que ocurran cosas como el jubileo gay, el festival vaticano y los más inquietantes nombramientos en los que no hay forma humana de que participe el papa, más allá de estampar su firma donde le indique el responsable del negociado.
Es inevitable que se le critique, porque suya es la responsabilidad última de todos esos hechos. Y porque las expectativas que se han formado sobre él los que le critican por ver en esos actos un seguidismo del papa anterior, van más allá de lo prudente y de lo posible, sin forzar las costuras de la Iglesia. Lo deseable (y parece que muy probable) es que el papa León reaccione a las críticas de un modo menos visceral y atrabiliario (atra bilis es la bilis negra) que el anterior pontífice.
Y como las cosas son como son, vamos a tener muy difícil criticarle por sus actuaciones (aún estamos pendientes de la reestructuración de la curia, que va lentísima). Entretanto hemos de fiarnos especialmente de lo que dice: con enorme distancia de lo que decía el papa anterior; pero sin que falten los inevitables errores cuando la comunicación es por medios tan poco formales como las entrevistas, totalmente sujetas a la improvisación y a sus riesgos. Ahí están clavadas como espinas en las sienes de Cristo, las afirmaciones ésas sobre la inmutabilidad de la doctrina… “de momento”: reconocimiento implícito de que con el tiempo puede cambiar. Salvo algunos deslices de este género, reconforta escucharle y leerle.
Lo que inquieta en demasía, es que siendo tan extensa y tan ejemplarizante la historia de la Iglesia, las cosas se estén moviendo como si ésta hubiese empezado en el Concilio Vaticano II, o como si éste hubiese sido una especie de borrón y cuenta nueva. Es muy preocupante esa actitud, que marcó profundamente el pontificado de Francisco, y que no ve nadie claro que el papa León se haya apartado de esa línea. Nos queda el consuelo de que León XIV, como agustino, lleva el bagaje de la doctrina de san Agustín como eje de su formación doctrinal.
En cualquier caso, parece que nos toca reprimir cualquier impaciencia con este papa, al que le ha tocado cargar con la inquietante inercia que le imprimió a la Iglesia el papa Francisco. Por lo menos, tenemos el consuelo de que no está por llevarse a nadie por delante.
Virtelius Temerarius  

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3 comentarios

  1. Nos habíamos acostumbrado a una sucesión de Pontífices, desde el Vaticano I, profundos conocedores de la doctrina que les estaba confiada a la que en muchos casos acompañaron con una ejemplar santidad de vida. Con sus dudas, como el hamletiano Pablo VI, y sus errores en la elección de personas, como el indómito Juan Pablo II. Pero el Señor probó a su Iglesia y fue elegido Francisco, en quien todo dislate doctrinal tenía asiento.
    Se confiaba en que León XIV, siguiera la estela de León XIII, de quien heredaba el nombre. Ya que no podía apelarse a la Aeterni Patris, no es un hombre de estudio, se le asoció a la Rerum Novarum, en concreto a los aspectos éticos y sociales de la inteligencia artificial. Y en ello se abundaba cuando se recordaba su licenciatura en matemáticas. Ideal para entender de algoritmos que están transformando la sociedad humana.
    Pero el fiel va de sorpresa en sorpresa. No sólo ha dejado en dicasterios capitales a sujetos manifiestamente heterodoxos, como el pornógrafo de la osculación profunda, sino que él mismo se ha enredado en traspiés de dicho y hecho. Sobre ambos ha sido explícito Virtellius es su siempre luminosa glosa.
    Francisco no se dejaba aconsejar por nadie. Ni consultaba al llamado teólogo del Papa. Y así pasó lo que pasó. Diríase que Prevost no discierne entre los que le acarician los oídos, tal Omella. Me refiero a la visita obscena del infame Illa al Vaticano con otro sujeto no menos traidor a su fe que el democristiano ese que le acompaña en asuntos de religión. Los obispos norteamericano se han levantado contra Cupich por intentar premiar a un demócrata estadounidense. Omella ha cometido varios actos humillantes y anticristianos de protección al PSOE de Sánchez, Illa mediante. Los obispos norteamericanos han repetido que debe excluirse de la comunión, y por tanto de la comunidad, a quien se manifieste contra la vida de un ser humano. Illa no sólo pugnó por hacer el asesinato más sangrante, literalmente, más sangre, con la extensión del aborto, sino que ahora se ha convertido en escudero de un Sánchez que quiere hacer constitucional el aborto. Es decir, matar por imperativo constitucional, lo que supone un recorte a la objeción de conciencia. Se necesita ser muy malvado para propugnar semejantes políticas. Pues bien, Omella intervino para que Illa fuera recibido por León XIV. No era necesario sonreir, no siquiera imprescindible recibirlo. León XIV haría bien en buscar asesores solventes para que los fieles no se sientan traicionados con esos hecho de escarnio para la doctrina. Cómo se echa de menos el "No tengáis miedo" de Juan Pablo II, a imitación del maestro.

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  2. No hi havia gens d'inèrcia en l'anterior pontificat. Gens.

    En aquest, sí, moltíssima. Fins ara.

    Ja ha de sortir la setmana que ve el primer encíclica; 'preparat pel papa anterior.' A veure.

    L'article és massa abstracte.

    Requetemoltíssim.

    La llista és llarga. Entre molts altres

    Rupnik
    Tucho
    Zanchetta
    Becciu....

    En addicció:
    Hollerich
    Grech
    Maradiaga...

    FEM

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  3. Mire Virtelius, es correcto lo ue dice que tiene Dicasterios que van a "su bola" pero no nos diga que lo del.restaurante ese de "Laudato Si" con chef homo y 4 hijos adoptados, más lo de la.bendición a un bloque de hielo, más lo de la "cabalgata LGTB+"..no hace difícil la digestión. ¡Quiera N.S. de Rosario derrotar a todos esos "dicasterios peores que el Turco"!

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