Mientras se producía el peregrinaje de jóvenes catalanes a Montserrat con motivo del Milenario de la Abadía, nuestro cardenal optó por otro rumbo. Pasó el fin de semana en Marsella para recibir el barco Bel Espoir; aquella simpática iniciativa que congregó a varios jóvenes de diferentes países y religiones, embarcada en Barcelona el pasado marzo y dedicada durante ocho meses a surcar el Mediterráneo clamando por la paz. El acontecimiento se solapaba con aquella peregrinación juvenil a Montserrat a la que asistieron la inmensa mayoría de los obispos catalanes. Omella prefirió el mar a la montaña y se subió a una barca cardenalicia junto a los purpurados de Marsella y Ajaccio.
Lo curioso de las coincidentes celebraciones fue que no predicaron los obispos que las presidían (Aveline y Planellas) sino los cardenales Omella y Américo Aguiar. Este último a título de organizador de la última JMJ. Y ninguno de los dos utilizó su idioma: sermonearon en francés y español. Omella, con un francés mejorable, se extendió durante 20 largos minutos, aderezados con sus habituales chascarrillos, esta vez en la lengua de Molière. 20 minutos que debieron saber a poco, pues Omella, que frecuenta Marsella por su amistad con el cardenal Aveline, en la última fiesta de la Candelera les atizó 26 minutos de homilía con ese francés que aprendió hace más de medio siglo en sus tiempos de Lovaina.
El cardenal Aguiar, por su parte, se asemeja a nuestro prelado: también gusta de ser ocurrente y gracioso. Al inicio de su sermón pidió disculpas por su portuñol, y así discurrió con bromas e ingeniosidades varias, para finalizar leyendo unas líneas en catalán (más bien cataportuñol) que suscitaron la ovación de los jóvenes asistentes. Si con la marcha de Omella alguien extrañara tener un obispo extrovertido y jovial puede pedirse al actual obispo de Setúbal, una de esas chocantes creaciones cardenalicias de Francisco, que le concedió la púrpura cuando era un simple auxiliar de Lisboa. Cierto que pasaríamos de la socarronería maña a la melancólica ironía lusa, pero menos da una piedra si lo que se pretende es un prelado dicharachero.
Los jóvenes que subieron a Montserrat (muchos a pie, junto a los obispos Abadías y Vilanova) tampoco fueron una multitud: ochocientos, según cifras de la Abadía. Ciertamente algo se hizo mal para reunir tan parca concurrencia. Últimamente los encuentros juveniles católicos arrojan unas cifras espectaculares. Sin ir más lejos, el festival de Hakuna de este septiembre congregó a 25.000 asistentes. Que al milenario de Montserrat no acuda ni el 5% de los que asistieron a aquel concierto indica que algo falla.
No creo que lo que falle sea la juventud catalana. Según el CIS, los católicos menores de 35 años han pasado del 35 al 41% en toda España, según la última encuesta. Y la tendencia es similar en Europa: en Francia, por ejemplo, los adultos bautizados han crecido un 45 %. No puede ser Cataluña una anormalidad en ese contexto. Máxime cuando las adoraciones eucarísticas como los retiros de Effetá y Emaús están desbordando todas las previsiones. Quizá lo que falla no es la juventud, sino Montserrat y su historia reciente.
Volviendo a Omella, cada vez se le ve más cómodo en su proyección internacional, esa en la que parece haberse fijado León XIV. Es cierto que llega un poco mayor a esos fastos, pero se le nota encantado con la oportunidad. Sabe que en Barcelona está en fase de pato cojo y ya ha ejecutado los proyectos más relevantes de su pontificado. Además, como dejaba caer Giovanni Mª Vian en una interesante entrevista de Pep Martí en Nació Digital, todo indica que León XIV no visitará Barcelona en junio. Ni siquiera le quedará esa última guinda a su obispado.
Ahora ha subido otra barca. Que ya ha zarpado de Barcelona.
Oriol Trillas


Yo no percibo ese aumento de jóvenes católicos. Cuando voy a Misa veo los mismos escasísimos jóvenes de siempre.
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