Me ocupé, en el artículo anterior, de la forma de la exhortación apostólica Dilexi te, por tratarse del primer documento oficial de nuestro nuevo papa. Y atendí básicamente a las citas bíblicas, empezando por el propio título, sacado del Apocalipsis, en las que se hace evidente el esfuerzo por hacerle decir a la Biblia todo lo que conviene a la intención del documento. Y no, no causa buena impresión ver cómo se fuerza el sentido de los textos bíblicos. Así no hay manera de estar seguro de que uno entiende algo tan sencillo como el Evangelio. Y que éste haya acabado siendo el nuevo estilo exegético del Vaticano, no nos inspira la menor confianza. Bien, eso en cuanto a la forma, de la que me ocupé en el artículo anterior.
Pero en cuanto al contenido del documento, al leerlo y releerlo, he tenido la impresión desagradable de que estaba ante una justificación intencionalmente discreta y moderada de la extinta Teología de la Liberación en la que estuvo sumergido el papa Francisco; en menor medida el actual papa, y en general todo el clero de Hispanoamérica, además de la Compañía de Jesús llevando la batuta. Con lo que no se me quita de la cabeza lo de que en realidad, el Dilexi te está dirigido al papa anterior, a Francisco.
¿Por qué he tenido esa impresión? Pues sencillamente porque ese discurso asistencial de la asistencia a los pobres, está ya totalmente quemado; y no es, evidentemente, el frente en el que ha de luchar la Iglesia para difundir el Evangelio. El mero servicio asistencial de la Iglesia desde su fundación, tuvo su plena razón de ser cuando no había nadie más que atendiese a las necesidades de los pobres. En ese contexto, la mera asistencia material tenía una función que resultaba de por sí sublime, aunque estuviese desprovista del alma de la caridad con que tenía que ser vivificada.
Incluso en tiempos más modernos, el estilo “asistencial” de la Iglesia, aún tenía algún sentido cuando era la palanca para la evangelización. Pero desde que la Iglesia católica se enfrentó a la competencia de los protestantes, los anglicanos y demás; y sobre todo desde que se enfrentó la Iglesia con la competencia del Estado Asistencial, conocido con el elegante nombre de Estado del Bienestar, la función meramente asistencial de la Iglesia, sobre todo despojada de su sentido de “caridad” entre hermanos, emanada del Amor de Dios y del Amor a Dios, perdió totalmente su razón de ser. A mayor razón, a partir de la postura tajante del papa Francisco, de que los miembros de la Iglesia tenían que huir del proselitismo, ¡es decir de la evangelización!, negándoles a los pobres el mayor don que puede ofrecerles la Iglesia, que es el Evangelio con todos sus dones. Y claro, es pertinente recordar ese detalle, teniendo en cuenta que supuestamente es el papa Francisco el autor del documento; y lo que ha hecho en él su sucesor León XIV ha sido retocarlo y ratificarlo estampándole su firma. Suena a clara opción por Francisco.
Y creo que este documento llega muy fuera de tiempo, cuando la asistencia a los pobres es administrada por los Estados, con cargo a los impuestos, y por Oenegés nada fiables, como las de los filántropos Soros, Bill Gates, Rockefeller, y algunos más de parecidas intenciones. Mi visión personal es que la Iglesia no pinta nada en esa competición (nada transparente, por decir lo menos) entre esos actores de la solidaridad. Sólo tiene sentido la concurrencia de la Iglesia si su distintivo es la caridad. Una caridad que debe atender tanto a las necesidades materiales como a las espirituales: entre ellas, ofrecerles Dios a los pobres. Nuestro Dios Redentor hecho hombre. Si no es así, es una pérdida de tiempo que sobre todo los sacerdotes se dediquen a esa función material (mucho mejor cubierta por el Estado), cuando es tanta, tantísima la labor espiritual que tienen a su cargo. En la Iglesia primitiva, la atención a los pobres se puso a cargo del diaconado. ¿Lo hemos olvidado ya? Por eso el documento suena gravemente desenfocado e inapropiado para el momento actual de la Iglesia. No son los pobres materiales lo que le falta hoy.
Pero no va por ahí la cosa. Resulta que una institución originalmente caritativa, tan de marca católica como Cáritas, se está dedicando a la mera asistencia; está ejerciendo de intermediaria de las aportaciones de la Unión Europea; tanto, que los ayuntamientos se han propuesto expulsar de ella a la Iglesia. Es que el grueso de lo que distribuye Cáritas tiene esa procedencia. Y para no molestar a los receptores de la ayuda, minoritariamente católicos, la mayoría de locales de Cáritas, por no ofender a los no católicos, han sacado las cruces y cualquier otro símbolo religioso. Y por supuesto, nada de evangelización ni proselitismo, por no contrariar la voluntad del papa que escribió la mayor parte de esta exhortación apostólica. La pregunta obvia a partir de esa realidad, es: ¿qué pinta ahí la Iglesia católica, si ya se ocupan de esa actividad laicos y laicistas? ¿Qué hacen ahí los curas, siendo ya tan pocos que no alcanzan a cubrir su función estrictamente religiosa?
Claro que la Iglesia fue la iniciadora de la asistencia social, y claro que mantuvo las más efectivas instituciones con personal católico, especialmente monjas. Pero también fue la iniciadora de los hospitales; y sin embargo, no se empeña en liderarlos (le quedan los de San Juan de Dios, cada vez menos católicos). También fue la Iglesia, la iniciadora de los Montes de Piedad, en los que tuvo un papel importantísimo hasta hace menos de un siglo. Pero nadie reivindicará el lugar de la Iglesia en esa área. Y fue también un gran puntal de la enseñanza cuando las instituciones públicas eran incapaces de atender este servicio. Y evangelizaron intensamente desde sus colegios. Religiosos y religiosas eran todos los maestros y maestras que atendían esos colegios. Pero hoy sería absurdo reivindicar el papel de la Iglesia en la enseñanza, que ha quedado como mero negocio de las órdenes religiosas que se dedicaron a él, sin el menor gesto evangelizador, ni intención ni capacidad evangelizadora. Y, por cierto, todas ellas en vía de extinción. ¿Qué sentido tendría en esas condiciones reivindicar la enseñanza para la Iglesia?
Por eso, reivindicar hoy el papel de la Iglesia como distribuidora de ayuda a los pobres, sin insistir en la condición sine qua non de la caridad cristiana, caridad evangelizadora, para dedicarse a esos quehaceres, es situarse totalmente fuera de la realidad. Pues como sería reivindicar su ya extinguido papel en la enseñanza. Puro anacronismo.
Y es a eso a lo que me suena la exhortación “Dilexi te” de los papas Francisco y León, a anacronismo. Con el agravante de que ese texto suena al formato, ya caduco por lo que respecta a la Iglesia, de justicia social como única forma de caridad de la Iglesia para con los pobres. No socorrer a los pobres en sus necesidades, sino ayudarles a darle el vuelco al sistema social. Éste fue el caballo de batalla de la Teología de la Liberación. Liderada por los jesuitas, ¡claro! Con lo que ese empeño comportó de enfrentamiento con las instituciones políticas; un enfrentamiento que llegó a las armas. Sí, imponer con las armas (empuñadas en algunos casos por fervorosísimos clérigos) la caridad cristiana de la “opción preferencial por los pobres”. ¡Menudo engendro!
Al margen del contenido doctrinal del documento, es la más clara proclamación urbi et orbi de León XIV, de que hoy por hoy (del mañana dispondrá Dios) León XIV es una clara continuidad de Francisco (Dilexi te, te he elegido, Francisco), que no se distinguió precisamente por trabajar en pro de la unidad en el seno de la Iglesia y que se pronunció contra la misión, que proclama el papa León como uno de los ejes de su pontificado. Esto, al menos, se trasluce de la brillante operación del nuevo papa, de suscribir un documento del anterior pontífice con una carga doctrinal que, con esa fuerte marca de continuidad, dificulta la unidad de la Iglesia. En cualquier caso, hemos de reconocer que él sabe mejor que nosotros cómo está la Iglesia; y quizá sea ésa, a pesar de todo, y de momento, la única posibilidad a su alcance. No la mejor, sino la única. Dios sabrá.
Es muy aleccionador escuchar de nuevo, después de la lectura atenta de Dilexi te, las primeras palabras pronunciadas por León XIV tras el Habemus papam. Continuidad y coherencia de León XIV consigo mismo y con Francisco. Así es difícil mantener la paz (primeras palabras del nuevo papa), de la que era tan poco amante su predecesor.
Virtelius Temerarius

