Así es, Juan José. Tu sucesor al frente de la Conferencia Episcopal no da pie con bola. Bueno, en realidad, sí. Mons. Luis Argüello, en su juventud obsequioso discípulo de Santiago Carrillo, ha puesto el balón a los pies de su mayor enemigo para que le chute en la cara. ¿Qué hace D. Luis, arzobispo de Valladolid, pidiendo un adelanto electoral a cuenta de la corrupción del entorno del presidente del Gobierno? ¡Que eres obispo, hombre! ¿Qué más te da a ti, presidente de la Conferencia Episcopal Española, que las elecciones sean la semana que viene o dentro de tres años? Bueno, y lo de regalarle a ese mequetrefe el Valle de los Caídos, no hay por dónde cogerlo. Eso comentaban tus paisanos en La Bellota mientras cantaban los puntos del guiñote. El tapete verde de la mesa se llenó de improperios, pero no contra ti, Juanjo. A ti te apreciamos en lo que sigues valiendo, a pesar de que estés gloriosamente prejubilado y con la vara ya no tan alta como antes. ¡Cómo te echamos de menos!
Comentaban, digo, tus amigos calandinos, que el que sí ha entendido cuáles son las funciones de un obispo ha sido tu amigo Félix Bolaños, ministro de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes. Sí, Juanjo, tú sabías torear a este morlaco enamorado de la luna. En cambio, al torpe Argüello le ha empitonado en la ingle y le ha abierto la femoral. El tal Bolaños, en una demoledora carta de respuesta, le recuerda a D. Luis que, pidiendo el adelanto electoral, le está haciendo el caldo gordo a la extrema derecha y renunciando a una presunta neutralidad de la que debieran hacer esplendorosa gala los obispos. Le echa en cara con todo el morro que la Iglesia, manifestándose contra el aborto y contra los derechos matrimoniales del lobby gay, se alinea con Feijóo y Abascal. Punto redondo. ¡Y qué bien lo cuentan los de La Bellota!
Sin embargo, Félix Bolaños no acaba su carta sin dejar caer la bomba perforante que amenaza con destruir hasta los cimientos el chiringuito episcopal: Puedo entender también que la Conferencia Episcopal desee un cambio de Gobierno con el fin de que los debates sobre la reparación a las víctimas de abusos en el seno de la Iglesia o la tipificación como delito de las llamadas «terapias de conversión» sean más fáciles de abordar para ustedes o no se aborden en absoluto. Le transmito otro elemento de tranquilidad: aunque hayan decidido apartarse de la neutralidad política y partidista e incluso del más elemental respeto institucional, el Gobierno seguirá abordando la relación entre Iglesia y Estado con pleno respeto, aunque, lógicamente, defendiendo nuestras posiciones y, sobre todo, el interés general y el de las personas más vulnerables, sobre todo en lo referente a las víctimas de abusos dentro de la Iglesia.
“Jajaja…”, reía con desparpajo el tío Caldú. “Es que el mitrado mozo no puede ser más tontico, el pobre. Que hable de lo que tiene que hablar y no de chorradas que ni le van ni le vienen. Hace ya tiempo, cuando la ministra Irene Montero afirmó que los menores pueden tener relaciones sexuales con quien quieran porque el amor no tiene edad, a condición de que consientan, el mismo Argüello salió en su defensa afirmando que “la ministra no puede haber dicho eso porque el foco desenfoca”. Qué bobico es el zagal, madre. ¡Manda narices!, gritaba ya muy embalado el tío Caldú: Mira pa qué le ha servido ir todo el día a calzón bajado con el Gobierno. A la mínima… ¡patada en la boca! Y eso, después de haber jurado y perjurado los obispos de España que nunca, nunca, harían ninguna terapia para sacar a nadie del ejercicio de la homosexualidad ni del travestismo. Además de estar los reverendísimos callados como muertos, obviando cualquier polémica moral (debería ser su campo) para que no se enfade el Gobierno éste, que lleva todas las cuentas de todos los agravios, y se los echa en la cara al más mínimo renuncio. ¡Cornudos y apaleados!, sentenció Caldú.
Y es que lo de los abusos tiene tela, ¡y mucha! Tal como lo llevaste, Juanjo, os comprometisteis a pagar todas las indemnizaciones habidas y por haber por cualquier presunto abuso: dejasteis que os metieran en ese saco hasta las malas palabras y las malas miradas; aparte del gran número de casos prescritos por el tiempo y por la muerte de los presuntos culpables (siendo curas, gozan del privilegio de presunción de culpabilidad) y, por tanto, incomprobables ya. Así, no hay manera de poner orden en el diluvio de las denuncias. Por eso, tu amigo Bolaños amenaza con arruinar a la Iglesia a base de machacarla con las responsabilidades económicas que tú asumiste. No así con los otros abusos cometidos en el ámbito de la administración pública, que los hay y muchísimos más, y de otras instituciones privadas. Para esos nunca habrá justicia porque el Estado nunca peca. Eso sólo es para los meapilas del postconcilio. El tío Caldú se enciende cuando toca este tema.
Jodó, Juanjo, es que la reflexión del tío Caldú era tumbativa. En el bar La Bellota todos asentían, pero sobre todo cuando el Aurelio tomó la palabra y con su voz de barítono afirmó: “Con Juanjo, esto nunca hubiese pasado”. Y los concurrentes asentían rumoreando que tenía más razón que un santo.
Claro, Juanjo. Tú sabías tratar a estos chulitos. Como hacen en Mallorca desde tiempo inmemorial: les decías a todo que sí y, luego, ¡hacías lo que te daba la gana! Comme il faut! Siempre buenas palabras para tender puentes y evitar la crispación social. Para ello, neutralizaste a los más recalcitrantes, a esos envidiosos que siempre te recordaban que, para llegar a la cumbre de tu carrera, has dejado montones de damnificados en tu glorioso camino. ¡Tonterías! Obras son amores y no buenas razones. Contigo el gobierno estaba contento y apaciguado. ¿Que hay que dar por buenas todas las denuncias, aunque ya no se puedan demostrar? Pues se hace. ¿Que hay que pedir perdón? Pues se pide. ¿Que hay que pagar indemnizaciones hasta la ruina? Pues se pagan. Total, Juanjo, el dinero de la Iglesia tampoco es de nadie y ha de usarse como le venga bien en cada momento… al que manda.
Esa fue tu política, amigo Juanjo, y la Iglesia gozó de paz. Ahora la echamos en falta y te echamos de menos a ti, queridísimo amigo. Tu discípulo Argüello (¿quién te coló a ese indocumentado?) no aprendió nada de nada. No tomó ejemplo de ti. Mientras ejercías tu cumplido magisterio, D. Luis Argüello pensaba en las musarañas y así ha quedado: como Cagancho en Almagro.
Sin tu apaciguadora presencia, Juanjo, el gobierno está inquieto, los obispos desnortados, los curas abandonados y los fieles… se dan cada vez más cuenta de que, sin ti, se acaba haciendo todo lo contrario de lo que se debería hacer.
Vuelve, Juanjo, porfa. Estamos huérfanos de tu socarrona sonrisa y de tus morunas artes de negociante. En el zoco de tu desbordante simpatía, Félix Bolaños era incapaz de regatearte nada. Obras son amores; y lo demás, cuentos chinos. Para que veas, Juanjo, que cuando te criticamos, no lo hicimos por maldad, sino porque el cariño que te tenemos, no nos permitía silenciar tus errores.
El Cojo de Calanda