El evangelio de este domingo, con la bienaventuranza de la pobreza y el peligro anexo del apego a las riquezas, es una voz tan insólita, fuerte y decidida que escuece e induce a reflexionar sobre nuestra fe y acerca de la adhesión a estos juicios tan contrarios a los del mundo.
Hoy se habla mucho de pobreza y la solidaridad con los desheredados y marginados, por lo que resulta doblemente útil reflexionar sobre la palabra de Cristo que pone en guardia contra un espíritu de pobreza únicamente aparente. En el fragmento del evangelio encontramos tres pequeñas unidades: el episodio del joven rico y poco generoso, las reflexiones de Jesús con los discípulos sobre el problema de la salvación de los ricos, y finalmente la pregunta de Pedro y la consiguiente explicación del Maestro sobre la pobreza del discípulo. El joven rico puede felizmente afirmar que ha observado la ley: se considera un buen hebreo. Pero aún se encuentra lejos de ser un seguidor de Jesús. Para convertirse en discípulo hace falta ponerse en actitud de seguimiento, comprometer toda la propia vida, alejarse de las seguridades terrenas (que en realidad no son tales) y sobretodo de las riquezas. Sin embargo él no está dispuesto. Marcha triste, mostrando como es de difícil la situación espiritual del hombre apegado a los bienes frente a la llamada del evangelio y el problema de la salvación eterna.
Difícil pero no imposible. Dios lo puede todo: también salvar al hombre rico si este se abre a su gracia, acepta el don de la fe y coherentemente se libera, poco a poco, del terrible lastre que a la vez es obstáculo y barrera. La Madre Teresa de Calcuta, apóstol de la India, afirma incluso que es fácil ser pobre, pero con una condición: “Es sencillo para quien quiere imitar a Jesús (…) que sufre en los pobres de hoy. Vivir el evangelio se vuelve simple si tomamos en serio la palabra de Jesús, y si la cogemos por entero”.
Finalmente Pedro interviene presentando el ejemplo de los Doce que han dejado todo, acogiendo la palabra de Jesús. Y el Maestro tiene ocasión de explicar los motivos y las ventajas de la pobreza del discípulo: libertad total para seguir a Jesús y anunciar el evangelio siendo verdaderamente solidario con los pobres. Esta pobreza verdadera merece una felicidad (en otras situaciones puede ser un mal, fruto de injusticias o de otras culpas)
El premio de esta pobreza del discípulo, subraya aún el Señor, es de naturaleza escatológica; sin embargo aparecerá ya de alguna manera en esta tierra, en la comunidad que ellos realizarán viviendo como con hermanos y hermanas. Así, parece concluir el Señor, quedará patente aquel conocido proverbio según el cual aquellos que en la sociedad parecen ser los primeros serán los últimos, mientras que los discípulos que en su pobreza parecen ser los últimos en este mundo, serán los primeros. Pero que no se engañen: no les faltarán persecuciones porque la realización completa del reino no tiene lugar aquí.
La primera lectura demuestra que el Antiguo Testamento ha sido verdaderamente una preparación al Nuevo. El fragmento del libro de la Sabiduría es una invitación a vivir desapegados de las cosas (riqueza, salud, belleza, etc…) para adherir a la verdadera Sabiduría de Dios, prudencia espiritual y atención a los verdaderos valores. Con el antiguo pueblo hebreo en el salmo responsorial de la liturgia de este día pedimos la “sabiduría del corazón” que nos vuelve sensibles a la Palabra de Dios, de la que habla el autor de la carta a los Hebreos (segunda lectura) subrayando la eficacia. Esta, escriben los profetas, es como la lluvia que no cae inútilmente y obra para nuestro bien o nuestra ruina. Finalmente la sabiduría del corazón prepara día tras día al hombre para este encuentro (y para el consiguiente juicio y presentación de cuentas) del que nadie puede escapar y que nada puede eludir.