Cedro del Líbano (izquierda), Árbol de mostaza (derecha)
Concluido
el tiempo pascual y las fiestas que le suceden, la liturgia nos
devuelve al ritmo del tiempo ordinario. La liturgia de este domingo
expresa la absoluta soberanía de Dios que actúa sus designios en la
historia. El profeta Ezequiel presenta la esperanza de Israel bajo la
imagen de un alto cedro de la cima del que Dios tomará un ramito que
plantará en la montaña más alta de Israel y que crecerá dando cobijo a
todos las aves del cielo. La parábola es un canto de esperanza. Habla de
Dios y de su misericordia, anuncia el futuro de Israel convertido en
lugar de peregrinación para todos los pueblos. Y obviamente nos ofrece
una enseñanza moral: el Señor abate los altos árboles y ensalza el más
humilde árbol, seca lo ufano y hace florecer lo seco. Todo en
correlación con la perícopa del evangelio de Marcos que describe el
misterioso proceso del crecimiento de una semilla. Es la analogía para
comprender el crecimiento del reino de Dios, aunque revela las claves
secretas de nuestra vida y abre ante nuestros ojos el camino de la
esperanza y de sus dos principales tentaciones: por una parte creer de
manera presuntuosa que podemos atribuirnos el fruto de la esperanza y
por otra, aviso para impacientes y superficiales, pensar que los medios
sencillos y la simplicidad de los principios no pueden llevarnos a
grandes éxitos.
Toda la Iglesia ha de estar disponible con simplicidad y paciencia, adecuándose a la capacidad de comprensión de las personas y al ritmo personal de cada individuo. Todos debemos cooperar con humildad a la difusión del Evangelio. Todos hemos de sembrar con generosidad el mensaje. A pesar de las contradicciones que el Reino de Dios ha de sufrir en la tierra, las parábolas de Jesús son una invitación a la confianza y al optimismo, ya que el Reino es obra de Dios y no de los hombres. Dios tiene otros ritmos, otros criterios y otros recursos respecto a nuestros límites, a nuestras impaciencias, a nuestra estrechez de miras. Una vez sembrado en el corazón, el Reino de Dios crece por su cuenta. Es una maravilla de Dios, tan grande y hermosa cuán grande y hermoso es el crecimiento de la semilla sembrada en el terreno.
Es necesario conservar la esperanza. Y cultivar la virtud de la paciencia que no puede adelantar la hora de la siega y la cosecha. Y por encima de todo no dudar de la realidad de la acción de Dios en el mundo y en nuestros corazones. San Ignacio de Loyola ha dejado escrito para sus seguidores: “obra como si todo dependiese de ti sabiendo que todo depende de Dios”
Anónimo15 de junio de 2024, 1:25
ResponderEliminarLa Glosa Dominical publicada el día 7 se repite hoy. Es la propia del domingo 16.
¿Podrían publicar la propia del domingo 9, que versaría sobre Mc 3, 20-35? Muchas gracias.