Estamos aún en pleno periodo pascual y el fragmento del Evangelio de este domingo explica la grandeza del acontecimiento. Jesús recuerda que ha dado la vida por nosotros y que ha tenido el poder de resucitar. “Nadie me la quita: soy yo mismo quien la entrega. Tengo el poder de darla y de recobrarla de nuevo”. El dar la vida es un hecho voluntario que manifiesta su gran amor por nosotros. Nos ha dado la vida para que pudiésemos convertirnos en una cosa sola con Él. Únicamente participando a la vida del Señor se puede tener la vida eterna. Es esta la enseñanza del Buen Pastor que ama a sus ovejas y no como el mercenario que las abandona cuando están en peligro, justamente en el momento en que tendría mayor necesidad de ayuda.
Cristo conoce a sus ovejas en modo profundo y misterioso porque las conoce como conoce el Padre. Nos conoce mejor de cuanto nosotros mismos nos conocemos ya que nos conoce según el designio de Dios. Conoce tanto nuestras debilidades como nuestros méritos. Como también conoce aquellas ovejas que aún no están en su redil, pero que sin duda están llamadas a estarlo. También esas pues serán llamadas y escucharán su amorosa voz, ya que también por ellas morirá y resucitará. á. Así lo quiere el Padre y el Señor no las abandonará y no dejará que se pierdan lejos de Él.
Cuán diferente es el lobo! Él no ama a las ovejas. Es como un mercenario y no le importa que las ovejas se pierdan. Si tuviese celo por las ovejas daría su vida y las mantendría unidad. Es esto lo que desea el Señor: la unidad de su rebaño. Todo esto confirma que entre el pastor y el rebaño no puede haber separación alguna, sino la unidad típica del Cuerpo Místico. Es esta certeza que hace gritar a Pedro que aquel Cristo que ha sido crucificado y que ha resucitado continúa obrando en sus ovejas. Es la piedra angular que han rechazado los constructores ignorando su valor.
Pedro, colmado del Espíritu Santo, recuerda que solo por medio de Cristo podemos salvarnos. Su valor salvífico es único y efectivamente no hay otro nombre dado a los hombres bajo el cielo que nos pueda salvar. Para salvarse es necesario atravesar la Cruz y la Resurrección de Cristo. Pasar a través de su amor misericordioso que nos revela la grandeza del amor divino. El amor hacia los hijos redimidos por la verdad y ya no esclavos del pecado. De aquí el gozo de Juan: “mirad que amor más grande nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, y en efecto lo somos”.
Pedro, colmado del Espíritu Santo, recuerda que solo por medio de Cristo podemos salvarnos. Su valor salvífico es único y efectivamente no hay otro nombre dado a los hombres bajo el cielo que nos pueda salvar. Para salvarse es necesario atravesar la Cruz y la Resurrección de Cristo. Pasar a través de su amor misericordioso que nos revela la grandeza del amor divino. El amor hacia los hijos redimidos por la verdad y ya no esclavos del pecado. De aquí el gozo de Juan: “mirad que amor más grande nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, y en efecto lo somos”.
Es por esta razón, que ya desde este mismo momento pertenecemos a otra dimensión, a otra realidad. “Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él”. Cristo aparece como un extraño para el mundo, porque no sabe reconocer su lógica. Pero es en esta extrañeza que reside su grandeza, que será finalmente la nuestra. Si en efecto “somos desde ahora hijos si bien no se ha manifestado aquello que seremos”, algo aún mayor, aunque por el momento misterioso, nos espera.