Ciertamente, en el mismo paquete de la libertad de sexo, va la libertad de matar a la criatura resultante, si tal ocurre, hasta el momento mismo de nacer. Va con la libertad sexual y reproductiva. Es un derecho, es la ley en todos los países “desarrollados”. Es la fórmula moderna de la maté porque era mía, que ayer afectó a la mujer, y hoy a la criatura. Pero las cosas no siempre fueron así. Tiempo hubo en que fuimos civilizados.
Pues sí, la civilización es represión. Cuando es uno mismo el que se reprime, se llama continencia (lo contrario es la incontinencia). Y cuando no es capaz de reprimirse cada uno (la religión trabaja en ese plano), actúa la represión impuesta por el poder. Con la excusa de liberar de la represión sexual ayer a las mujeres, y hoy también a los niños, hemos desembocado en la más bárbara opresión sexual. Como ocurre en el completo sistema de dominación, unos son los dominadores, y otros los dominados; unos los opresores, y otros los oprimidos. Hoy les toca a los niños ser los oprimidos.
La Iglesia cristianizó la multimilenaria moral sexual. Nuestra moral, antes de ser cristiana, fue romana, y antes etrusca, y antes, y antes, y antes… Ordenar la conducta sexual costó tanto como ordenar los instintos y tendencias de robar (sobre todo niños y mujeres) y matar que, como vemos, aún no hemos conseguido domar del todo. Muchos católicos, con el tremendo lastre de la pederastia clerical, parecen estar hoy en el desvarío sexual más absoluto contra la tradición humana y cristiana.
Hemos echado fácilmente en olvido que la madre de todas nuestras legislaciones es de carácter sexual: la ley que impone el tabú del incesto. Porque la conducta sexual no es cuestión individual, nunca jamás lo ha sido, sino colectiva y de primerísimo orden (El Rapto de las Sabinas lo ejemplifica). No puede ni ha podido nunca hacer cada uno lo que le dicta su apetencia en cuestión de propiedad, ni de integridad física de los demás; y tampoco puede hacerlo en cuestión de sexo. El tabú del incesto (protección de los menores en la familia, tan desprotegidos hoy en ésta y en las instituciones auxiliares) es en la historia de la civilización, la primera ley de la que van fluyendo las demás leyes y formas de vida. Y por supuesto no son leyes para proteger la “libertad” sexual de cada uno, sino precisamente para ponerle límites, empezando por declarar intocables a los menores. Por eso, junto al tabú del incesto estuvo siempre el sagrado valor social de la virginidad, en virtud del cual las niñas son intocables hasta que alcanzan el estado social de nuptae. Son leyes contra la depredación sexual de menores, que obligan a toda la colectividad. Sólo en nuestra putrefacta sociedad, se han llegado a promulgar leyes para elevar la voluntad o el capricho de cada uno, al rango de derecho humano.
La depravación sexual, y en ella la pederastia (mayoritariamente homosexual en el clero), es el principal factor de corrupción y derrumbe de nuestra sociedad. Son factores ontológicos del desmoronamiento social. Y para afianzar ese desmoronamiento, ahí estamos nosotros, saltándonos las leyes de Dios con el cuento ése del discernimiento: Cada cura ha de discernir cuánta caridad pastoral ha de emplear hasta llegar a la bendición de las uniones adúlteras u homosexuales. Se trata de un discernimiento rabiosamente jesuítico, que lo mismo sirve para un roto que para un descosido.
La crisis demográfica (hemos puesto a la biología en nuestra contra) nos ha puesto ya de tal modo contra la espada y la pared, que no hay que esforzarse mucho para entender que finalmente el sexo está en primer lugar al servicio de la reproducción. Así lo quiso Dios; y para los que no aceptan la voluntad de Dios, así lo quiso la naturaleza.
Es que resulta que el desbarajuste anti-reproductivo en que nos hemos metido desde hace ya tres cuartos de siglo, afecta en negativo a toda la humanidad: la de hoy. Y los primeros en la cola de afectados, son la generación de los que han defendido con ardor las políticas y las prácticas antinatalistas. No han dejado tras sí hijos que los releven y les paguen las pensiones; y si han confiado su futuro a los hijos de las mujeres del tercer mundo, ya van viendo lo que es eso. Y si en lo que confían es en los ahorros, se verán obligados a invertirlos en deuda pública o, tanto da, en acciones del complejo militar industrial (es decir en financiar las guerras y con ellas la muerte, tan incorporada hoy a la civilización), para mantener un valor adquisitivo que les permita seguir cobrando sus pensiones. Es que no hay piezas sueltas, todo va ligado. ¿Cree alguien acaso que el hundimiento del sector de la construcción en China no tiene nada que ver con la bárbara imposición del aborto en la política del hijo único? ¡No seamos ingenuos!
Mientras fue una obviedad absoluta que el sexo no había sido creado para unir cuerpos sino para unir vidas; mientras eso fue tan obvio, nadie sintió la necesidad de explicarlo: y no se explicó, sino que simplemente se vivió, se experimentó. Y la moral sexual, la de toda la vida de Dios, no se discutió en absoluto, sino que se aceptó como fundamento de una sociedad moralmente sana. En esa atmósfera vivimos los más viejos. Pero cada vez quedamos menos testigos de que eso fue así. Ellas buscaban finalmente al padre de sus hijos, y ellos a la madre de sus hijos. ¡Qué tiempos! Y hoy, ni padres ni madres.
Claro que el efecto inmediato del sexo es unir cuerpos, claro que ése es el impulso más inmediato. Pero cuando el sexo tiende a ir más allá del momento, cuando aspira a trascenderse a sí mismo, que así lo quiso Dios y así lo quiere la naturaleza, cuando más allá de los cuerpos y de sus momentos de pasión se descubren las personas, el sexo pasa de unir cuerpos, a unir vidas. Pasa a convertirse en la más perfecta amalgama para construir vidas compartidas. Y cuando esa unión de vidas adquiere su más alto grado, pasa de unir vidas a crear vida: con plena conciencia de que este último estadio es la sublimación más perfecta del sexo y el más potente motor de la vida. Es el gran invento de la naturaleza: es la voluntad de Dios.
Durante muchos siglos, eso ha sido así en las sociedades sanas y vigorosas. Hasta tal punto que había un alto consenso de la sociedad, de que siempre que fuese necesario, se aceptaban las limitaciones de la moral, porque valía la pena renunciar a la mera función del sexo de unir los cuerpos, si era por afianzar al máximo la unión de vidas. Por ahí anduvo el noviazgo clásico. ¡Cuán lejos nos quedan I promessi sposi!
Porque resulta que, si todas las religiones y las civilizaciones que han tenido éxito y han prevalecido, se han esmerado en regular la conducta sexual de sus sociedades, es porque se trata de un bien colectivo. Totalmente evidente: en primer lugar, porque el sexo es el primer estímulo formador de sociedad (primero, sólo de 2; y a partir de ahí, creciendo). Porque ése es el único camino que garantiza la reproducción y por tanto el relevo en esa sociedad. Un relevo tranquilo, sin sobresaltos y sin violencia. Es decir, sin necesidad de que el mismo hombre ponga límites a su vida ni a vidas ajenas: ni a la de sus hijos ni a la de sus padres. Los límites hay que ponérselos al sexo, no a la vida. Una conducta sexual desordenada afecta a toda la conducta humana y a la de toda la humanidad. No, no, el sexo ni es sólo sexo, ni es exclusivamente cosa de cada cual, nunca lo ha sido.
¿Y qué le ocurre a la moral sexual en nuestra sociedad? En el colmo de la depravación, nuestro mundo moderno trabaja por dinamitar el tabú del incesto, que le impone un severo límite al sexo. Para conseguir ese plus de sexo al que se cree con pleno derecho, está elaborando la capciosa doctrina en torno a la capacidad de consentimiento de los menores, para traducirla luego en leyes que aumenten la oferta de sexo fácil para los adultos. Está bien claro que lo del sexo fácil es un fraude. Porque es a partir del tabú del incesto, que se desarrolla inexorable la construcción de la sociedad basada en la virtus (de vir) que está obligada a crear lazos de entendimiento con otras familias, con otras tribus y con otros pueblos, forzando la extensión de la sociedad más allá de los lazos de sangre. Pero hoy pretendemos saltarnos ese tabú y los adyacentes, para disponer del sexo lo más fácil posible. Contra la cultura en que se ha criado la humanidad, que ha determinado que el sexo fácil produce hombres flojos (eventualmente afeminados).
Un hecho estremecedor en esta línea de principios rectores de la conducta sexual, es que en la inmensa mayoría de los casos de pederastia que estamos sufriendo, interviene un impulso incestuoso de amplio espectro. Ciertamente es la familia el principal foco de pederastia: más, al encontrarnos con un altísimo porcentaje de familias desestructuradas y precariamente reestructuradas. Pero no queda ahí el problema, sino que, en analogía estremecedora con el incesto propiamente dicho, tenemos a profesionales de una especie de paternidad delegada, como los maestros, los entrenadores de deportes y profesores de educación física, los sacerdotes, los centros de acogida de menores, las autoridades de todo género, que ejercen un invencible ascendiente sobre los menores de los que tan fácilmente abusan estos depredadores sexuales de presas fáciles.
Eso nos pone ante una reflexión inevitable: si la sociedad se construyó sobre la base de la rigurosa prohibición del sexo con los menores que por razón de familia y confianza resultan más fácilmente accesibles, no es poco el daño que le hacemos a la civilización, volviendo a la barbarie. Una sociedad, la de hoy, tan depravada que, renunciando a milenios de civilización, se aprovecha de los niños y de las niñas que le caen más a mano para satisfacer sus instintos y sus caprichos sexuales. Y en esos abusos caen especialmente los que ejercen en ellos alguna clase de paternidad. Tentémonos la ropa, que esto no puede traernos nada bueno. Sound of freedom!
Lo único que tiene derecho a esperar semejante sociedad, es el castigo divino. Hasta nos hemos acostumbrado a ver con total naturalidad, cómo la escuela está corrompiendo a los niños para convertirlos desde la primera infancia en oferta sexual fácil. Así no hay manera de extirpar la pederastia (de carácter especialmente homosexual la del clero). Lo que nos faltaba ya era la tendencia eclesial empeñada en beatificar la homosexualidad (pórtico de la pederastia y de las aberraciones de género), dándoles a los sacerdotes carta blanca para que celebren “bendiciones” de parejas gay. ¡Y pensar que todo empezó por poner el aborto al servicio de la “libertad sexual”! Por pecados no tan graves castigó Dios a la humanidad con el diluvio y con la irrevocable desaparición de Sodoma y Gomorra.
Custodio Ballester Bielsa, Pbro.www.sacerdotesporlavida.info
Curioso que el Papa ha lanzado una proclama contra los vientres de alquiler, pero llega 10 años tarde, este fenómeno de bebés a la carta ya empieza a ser viejo, como siempre la Iglesia llega tarde, pero vale más tarde que nunca. La endogamia sexual la practicaban los egipcios y les salieron niños deformes como lo prueban unas momias descubiertas recientemente. Moisés ya sabía este fenómeno y sacó el Levítico en donde se prohíbe el sexo entre parientes. Agradezco al padre Custodio que mencione el Diluvio que es la primera vez que lo leo en sus escritos, pero como detalle el castigo del Diluvio fue por las guerras (violencia), muy apropiado para los aguerridos separatistas en general que son los principales provocadores de las guerras, tenemos el ejemplo de Ucrania.
ResponderEliminarResponde a una cortina de humo para los conservadores se distraigan de la herejía de Amoris+Fiducia y digan: ¡Ah, aún sigue siendo fiel a la doctrina!
EliminarEso ya está regulado:
Explicación de la doctrina de la Iglesia
infocatolica.com/blog/duropedernal.php/2304090819-title
Donum vitae A.2 y A.5
...
Ha tenido 11 años para mejorar Donum vitae y la condena contra los vientres de alquiler.
El matrimonio entre hermanos solo se efectuaba en la familia de faraones. En el resto no. A que momias se refiere?
EliminarLo d Sodoma es millones de veces peor que los vientres de alquiler, Sr. Garrell, no se confunda!!!!
EliminarSr. Garrell,cita el ejemplo de Ucrania. ¿Quiénes son los separatistas en Ucrania?
ResponderEliminarUcrania y Cataluña tienen el mismo conflicto de fondo, entre ucranianos y rusos... tal como confirman especialistas de geopolítica...
EliminarSr. Garrell, ve usted que no todos los Mosens son iguales?
ResponderEliminarComo Mn. Ballester hay otros, pero no hacen tanto ruido y daño como otros Truchos y merluzos!!!
El Diluvio y Sodoma, Garrell, no lo olvidé.
ResponderEliminarEn Ucrania metieron las narices los occidentales para introducir la Ideología de género y demás engendros diabólicos.
ResponderEliminarDe aquellos polvos, los lodos actuales.
Pregunten al Patriarca Cirilo y si queda aún algún Cristiano de los de verdad, lo entenderá rápido.
Con la m....a actual en el mismo centro de la Iglesia Católica, que podemos hacer Mosén???
ResponderEliminarMI CUERPO MIS NORMAS... reza el vientre de la fotografía
ResponderEliminarPero el Feto, si es de niña, puede trazarlo dos veces...
MI CUERPO MIS NORMAS ¿QUIÉN ME DEFIENDE?
MI FUTURO HIJO SUS NORMAS ¿QUIÉN ME LO PROTEGE?
Y es que en el caso de las niñas abortadas, existe toda una extinción generacional: un genocidio generacional...
Lo que demuestra que, en el fondo, los abortistas niegan totalmente el derecho humano a la personalidad y a la vida e integridad física del feto y embrión...
¡¡¡Grandioso!!!
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