Sus parábolas se parecen a una historia de pueblo. Y dentro de este pueblo viven los fantasmas de Su pensamiento de poeta y narrador, del gran “Poeta” del cielo y de la tierra. De Dios: tramas de historias, trazos de hombres, trayectorias de vida que entristecen, fascinan, encantan. Maldiciones y desafíos: a los bien pensantes, a los inútiles, a los opresores y fariseos de todo pelaje. Un pueblo dentro del cual se habla con todos: también con la oveja perdida entre las zarzas. Con la oveja, pero también con la red de pescar, con los arbustos de la cizaña, con las perlas y las monedas, con las cinco vírgenes necias que se adormecen, con los prados de tréboles pulidos por el viento. Con el camellero y la viuda, con el chaval pecoso del barrio…
Historias de pesca y mares, de vides y viñas. Aún viñas: “Un hombre
plantó una viña”. También ahora una posibilidad: la enésima. Una historia
de amor en la que el Amor esta vez habla en tercera persona: es un viñador. Un
día hablará de Él como de un esposo y de un amante, de un ladrón y de un ama de
casa, de un aparcero o de un experto en madera. Esta vez el Amor -el amante y
el amado- es justo un viñador: cuida el viñedo con cuidado, remueve la
tierra, quita las piedras, planta vides escogidas, edifica una torre y excava
un lagar. En cambio las manos de los jornaleros serán manos ladronas: un día no
entregarán el fruto. Envidiosas, incluso homicidas: “Por último mandó
al propio hijo diciéndose: respetarán a mi hijo” No tienen un pelo de
tonto aquellos jornaleros, se dan cuenta de lo que el hijo representa: una
herencia incómoda y embarazosa.
Aquel día, es decir ayer, como podría ser hoy y mañana, el razonamiento es
el mismo: “Este es el heredero. Matémosle y tendremos la herencia” Es
el destino de los profetas: se les encuentra por el camino y acto seguido se
les lapida. Su profecía aturde los sentidos, rebasa las previsiones, descompone
las comodidades: es más revuelta que conformismo, es gritar cuando todos callan
y llorar cuando todos ríen. Es anunciar ruina inminente mientras se alimentan
de pan y seguridades: son los “contreras” del Cielo.
El infierno de los vivientes no es algo que será; está aquí. Existen dos
modos para no sufrirlo. El primero resulta fácil para muchos: aceptar el
infierno y formar parte de él hasta el punto de no verlo. El segundo es
arriesgado y exige atención y aprendizaje continuo: buscar y saber reconocer
aquellas cosas y aquellas personas que en medio del infierno, no son infierno.
Y darles espacio y hacerlas durar.
Pero Dios no romperá por ello la historia, ni siquiera esta vez. También
ahora empezará de nuevo: “Se os quitará el Reino de Dios y será dado a
un pueblo que lo haga fructificar”. Siempre es ésta la historia: hacerse el
chulo con el Cielo no siempre sale bien. El Cielo se cansa, también ese Cristo
que siempre confía, el Viñador se inventa un camino nuevo cuando parece no
haber salida alguna. El Camino que conocen los amantes empedernidos, allí donde
los celos son el otro rostro de la fidelidad: la daré a otro pueblo.
Frecuentaré otros amores, seré amante de corazones más necesitados.
Los otros: los que me recuerdan que no soy el único, el mejor, el
avergonzado de mi historia con Él. Con los otros: los malditos, quizás los que
no lo conocen, no lo inciensan, quizás ni lo nombran. ¿En verdad a otros,
Señor? Claro: aquella Viña es un tesoro, un capital, una apuesta. Un depósito
de amor: lo esconderá en las manos de un mercader entusiasta, de una mujer que
entiende de masa y de levadura, de un hombre capaz de hablar de la mostaza y su
pequeñez. En las manos de villanos, meretrices y ladrones. De gente debilitada
como en Cafarnaún, de gente caprichosa como en Jerusalén, de gente que se cree
engañada como hacia Emaús. El Cielo permanece fiel: con aquel amor y aquel amar
pacientemente todo lo humano. Fiel hasta el punto de ser verdadero. Los campesinos
infieles, como los siervos perezosos, las esposas distraídas, los niños
viciados, serán trágicamente castigados: se les quitará el amor.
La Viña no será destruida, habrá un cambio de gestión: aquella tierra se
trabajará, se cultivará, se hará fecunda. Ningún hombre podrá llamarse Dios; de
la misma manera que nadie podrá enorgullecerse de haber anulado los sueños de
Dios. Quizá se los habrá complicado. Que al fin y al cabo no es otra cosa que
acostumbrarse al Amor. El amor se mantiene fresco con una novedad cada día. Que
no es una flor o un regalo cualquiera. Porque todo pasa. Yo cada día debo
volver a enamorarme de ti. Y tú de mí. Inventándome algo diferente.
Es curioso ver cómo España se derrumba por un Sánchez necesitado de poder y en coincidencia sincrónica, cómo la Iglesia también se derrumba por un caprichoso papa que quiere iniciar una revolución pensando que por llamarse papa y estar vestido de blanco todos le harán el "hosana, faraón".
ResponderEliminarHoy Reverte menciona una muy acertada frase de Cicerón:
"Las ciudades desacreditadas tienen epílogos desastrosos: los condenados son rehabilitados, se libera a los encarcelados, se hace volver a los exiliados, se invalidan los hechos juzgados. Cuando esto sucede, está claro que el Estado se derrumba".
(Cicerón, Verrinarias, II)
Traducido al hoy:
"La España desacreditada tendrá un epílogo (final) desastroso:
- los condenados son rehabilitados,
- se libera a los encarcelados,
- se hace volver a los exiliados,
- se invalidan los hechos juzgados.
Cuando esto sucede, está claro que el Estado se derrumba".
En el caso de la Iglesia es lo mismo pero adaptado:
"La Iglesia desacreditada tendrá un epílogo (final) desastroso:
- cuando la doctrina, la moral, la liturgia (misa maya-azteca, misa tradicional) y eclesiología (sinodalidad) se cambia arbitrariamente,
- cuando se nombra a incompetentes e incapaces para cargos importantes (Fernández para Doctrina de la Fe),
- cuando haces juicios arbitrarios (Becciu),
- cuando se gobierna desacreditando a los consagrados y a todo el que no piense como tú,
- cuando tú, el que mandas, te crees dios,
Cuando esto sucede, está claro que la Iglesia se derrumba".
Que pasa en Palestina!?
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