Es probable que en aquel tiempo la situación fuese una consecuencia de una crisis económica extendida: perdido el puesto fijo, se multiplicaban los jornaleros, los braceros de jornada, también los que improvisaban el oficio. Sucedía y basta: nadie daba más importancia.
El hombre que tiene una viña es un hombre afortunado:
las vides son un pequeño imperio, aquella tierra produce racimos y bebidas,
presente y futuro. El trabajo es tanto -un día el Amo dirá que la mies es mucha
y los obreros son pocos-, que faltan operarios. Que sin embargo son
seleccionados en los poyos de la plaza: “Se acordó con ellos un denario al día
y los mandó a la viña”. Dos pájaros de un tiro: él se organiza la jornada,
ellos se ganan el pan. Cuando ve que son pocos, volverá donde aún hay en
abundancia: “Hacia las nueve (…) Hacia mediodía (…) Hacia las tres (…)” Quizás
tanto trabajo en aquella viña no se lo esperaba ni él: y tuvo que salir aún
“hacia las cinco”. En aquella hora los primeros tenían ya sobre sus espaldas
ocho horas de trabajo: sol, pala y azada. O racimos, cestos y carretas.
Parece ser que era una hacienda de gestión familiar:
todos colaboran, ponen de su parte, se afanan en trabajar la tierra y las
vides. Hasta el atardecer, hasta la paga. Que se convirtió en la sorpresa más
inimaginable, aún más que el hecho de ser seleccionados: “Llama a los
jornaleros y dales su paga -le pide el amo a su capataz- empezando por los
últimos hasta los primeros”. Por los últimos: de modo que pudieran hacer
proyecciones sobre su salario, imaginar la cantidad de moneda conseguida por
sus horas de trabajo. Para después comprobar cómo era de distante su espíritu
empresarial comparado con el del Amo: “Estos últimos han trabajado sólo una
hora y los has tratado como a nosotros que hemos soportado el peso de la
jornada y el calor.” Que es como decir: si no eres capaz de ser un buen amo,
vuelve tú a cultivar la tierra. Cuando en cambio el contrato hablaba claro. “¿Acaso
no acordamos un denario? ¡Hay que leer la letra pequeña antes de firmar nada!
En las páginas del Evangelio que están plagadas de viñas que cultivar, espigas
que cosechar y lirios que contemplar, no hay nada insignificante. Nada inútil
que no necesite nuestra atención. Sin embargo el amo no comete ninguna
injusticia.
El Amo está acostumbrado a firmar contratos un tanto
molestos a las cinco de la tarde, al atardecer: aquel con la samaritana, con la
Magdalena de los siete demonios, con la adúltera y con Zaqueo. Por no hablar
del contrato con el ladrón de la derecha cuando eran ya las cinco pasadas: “Hoy
estarás conmigo en el Paraíso”.
No es una simple voluntad de irritar: más que a
provocación suena a justicia, la de Dios, que siempre va a la raíz de las
cosas: antes que nada pregunta: ¿por qué estáis todo el día ociosos? Y ellos
responden: “Porque nadie nos ha contratado”. Este es el motivo de la
desocupación: nadie ha confiado en ellos. Quizás eran jorobados o poco
agraciados, desgarbados o canijos, o con alguna incapacidad física. O quizás
estaban bien pero nadie quiso apostar por ellos.
“Amigo,
¿acaso tienes envidia porque yo soy bueno?” Tocado y hundido. Otra cosa que el
peso de ocho horas de jornada: la verdadera flaqueza era la envidia, aquella semilla
terrible que Satanás ha sembrado en medio de la viña del Evangelio o en mi
habitación. Aquella inquietud de ánimo que nos hace juzgar sin conocer, firmar
sin leer, hablar sin pensar. O quizás algo más fino y sibilino: la envidia de
ver que aquel Hombre pagó a los últimos también las horas pasadas en los poyos
de la plaza mayor. Que no eran horas pasadas sin hacer nada sino gastadas con
la tristeza de un fracaso. Horas desocupadas, las más agotadoras: y Cristo lo
sabe.
Este pasaje no se entiende a primera vista, a primera vista de la gente normal, a primera vista de la mentalidad de un niño ya que ser como un niño es recomendado por Cristo. Que a los jornaleros a los últimos el amo les regala la misma paga que a los que han trabajado muchas horas es una injusticia que a primera vista lógicamente tira por tierra el premio merecido a los justos en el cielo por practicar las virtudes en toda una vida. Los últimos seran los primeros en cobrar más en proporción a las horas trabajadas, pues es incongruente, ya que no estimula a ser virtuoso, o también debería decir: "a quien más trabaja por el Reino más cielo se le regalarà". Pasaje misterioso que indica la salvación aunque sea a última hora de una vida pecadora pero no indica el "grado" de altura en cuanto a la morada celestial merecida. Se entiende intelectualmente y teológicamente que existen varios grados del Cielo y aunque se salven a última hora los pecadores arrepentidos les toca pasar por el Purgatorio para pagar sus deudas con Dios.
ResponderEliminarLos primeros se molestaron porque Dios es bueno,
ResponderEliminarNormalmente los primeros son los curas obispos, los cursillistas, organizadores son los primeros y los segundos son el Pueblo y a veces estaban más por la plata que por el Reino de los Cielos y se creen como la última Coca Cola del desierto..
Si están trabajando por el Reino de los Cielos pague le bien pero si trabaja por su propio beneficio , la cosa va a ser inversa, pasará a ser el último.
Nseremos los primeros si trabajamos por amor, siervo inútil soy .
El peligro de la iglesia es querer el primer puesto para que me rindan pleitesía..como yo mando tengo poder y soy feliz y entonces ya sabemos cuál será el puesto en el futiro;: el último puesto.
Todos van a recibir la misma paga, vamos a tratarnos como hermanos y hay que dejar la envidia.
Mt "porque el Reino de los Cielos..tiene un Padre que se llama Dios, El sale a contratar.
Trabajar por el Reino,comienza con la familia , sembrando la buena semilla del Reino, si los padres de familia no hacen su trabajo luego los enemigos del alma se los roba..
Por culpa de los padres que dejan que los hijos estén solos por largas horas.
Los trabajadores del Reino tenemos que sembrar la semilla , Palabra de Dios, oración y está fe pueda defenderla en la escuela.
(p.Luis Tiro)
El evangelio de hoy pone de manifiesto que los hombres no deben enmendar la plana a Dios. Dios tiene sus caminos y los hombres se edifican desde la humildad, no desde la arrogancia. La lógica humana no coincide con la divina aunque tantas veces nos cueste aceptarlo.
ResponderEliminarCon el esquema tan de nuestros días de la igualdad, tampoco entendemos que Jesús tuviera predilecciones entre sus doce discípulos (los del Monte Tabor, por ejemplo): entonces, ¿también esto es criticable en el Hijo de Dios?
Sin pobreza de espíritu resulta imposible dejarse calar por el Evangelio.