En el año 2000 el cardenal Carles llevaba una década como arzobispo de Barcelona con una pésima política de recursos humanos. Cinco obispos auxiliares que le clavaban puñaladas por la espalda, un secretario-canciller que se encargaba de maniobrar la curia en su contra y un consejo presbiteral que le torturaba en cada reunión, con unas muestras de mala educación jamás vistas entre sacerdotes y obispo. Era tarde ya en 2000, pero el cardenal Carles dio un golpe de timón: destituyó al secretario Enric Puig y designó en su lugar a un joven cura ordenado en Toledo, José Ángel Saiz Meneses. El nombramiento cayó como una bomba. No se podía admitir que en la curia entrase un parvenu, un toledano y, especialmente, un sacerdote libremente elegido por Carles. ¡Hasta ahí podían llegar! Los obispos auxiliares no se atrevieron a renunciar, pero dejaron de ejercer sus responsabilidades. El pobre obispo Carrera tuvo que permanecer como único moderador de la curia. Las dimisiones de delegados fluyeron una detrás de otra. Los manifiestos y las cartas solicitando la dimisión del cardenal iban y venían. Era una afrenta que no podía permitirse el nacional-progresismo eclesial.
A Saiz Meneses se le dijo de todo: qué no sabía hablar catalán, que era un mero licenciado, que era corto, integrista, inadaptado e incluso que ni tan siquiera era párroco, aunque llevaba la responsabilidad de la comunidad del Roser de Cerdanyola. Enric Puig y Marcel.li Joan Joan echaban fuego por los colmillos. Con mucho “Deu em perdoni”, pero no podían disimular su bilis ante la presencia del “intruso”.
En 2001 el cardenal Carles dio otra vuelta de tuerca. Se desembarazó de sus auxiliares traidores, consiguiendo que se enviase a Traserra a Solsona, a Vives a Urgel como coadjutor y a Soler a Gerona y se designase a Saiz como nuevo auxiliar. Volvieron a sonar tambores de guerra. Incluso se mandó una carta colectiva a Roma solicitando que se prohibiese pasar de auxiliar a residencial. Se achacó a Carles que tuviese un nuevo obispo, cuando ya había presentado su renuncia, obligándole a hacer público que el Papa le había prorrogado expresamente dos años su mandato. La mitad de los obispos catalanes no asistió a la ordenación episcopal de Saiz. La mala educación y las burlas en las reuniones del Consejo Presbiteral siguieron siendo el pan de cada día. Hasta que en 2004 se aceptó la renuncia de Carles, se decretó la división de la diócesis y el “intruso” fue promocionado a obispo de la nueva sede de Terrassa. Nuevo revuelo y manifestación de sacerdotes en el palacio episcopal, con la célebre foto de un joven Turull megáfono en mano, arengando a las masas.
Pero Saiz Meneses siguió su camino. Se hizo con la diócesis sin ningún tipo de problema, siendo querido por sus sacerdotes y feligreses y consiguiendo el milagro de inaugurar un seminario en estos tiempos de penumbra. ¡Y llenarlo! Que algunos años tuvo más seminaristas que el de Barcelona. Incluso se le nombró un obispo auxiliar. ¡Él que el quería! A diferencia de Sistach que le nombraron al que no quería y le desecharon sus favoritos. Meneses contestó con hechos y frutos, mientras sus antiguos opositores iban desapareciendo o incluso cambiaban de bando. Y mira por dónde, después de 17 años de regir una diócesis ejemplar, lo designan nada menos que arzobispo de Sevilla.
Y en Sevilla está tan encantado que, a ese pueblo tan jovial pero caprichoso, le empieza a caer simpático. Hasta en la Santa Sede le tienen en consideración y le nombran miembro de la Congregación para la Causa de los Santos. Y por si fuere poco le proporcionan dos auxiliares de una tacada, que no se designaban en Sevilla, desde los tiempos anteriores a la segregación de la diócesis de Jerez. Además, los dos auxiliares que él deseaba.
Pues ahí tenemos a ese personaje del que se burlaba el nacional-progresismo eclesial considerado por Roma como uno de los puntales del episcopado español. La Roma bergogliana, además. Ese Papa tan aperturista, pero que no atiende jamás a sus ruegos locales. Quedan páginas por escribir en la historia de Saiz Meneses. Quién sabe si una nueva vuelta a su Barcelona. Probablemente con disgusto para él, tan felizmente aceptado en Sevilla, pero que sería la ocasión definitiva para cerrar una página ignominiosa que se inició con el cambio de siglo.
Oriolt