¿Cómo serán las cosas en el cielo?
Intento amar a Dios de todo corazón. Me dicen que me tiene reservado un cielo maravilloso. Pero me vienen muchas dudas. ¿De qué manera se entra en el cielo? ¿Iremos con todas las potencias del alma, es decir, entendimiento, memoria y voluntad? ¿Sabré quién soy, de dónde vengo y de dónde era? ¿Reconoceré a mis seres queridos? Y si no los encuentro, ¿tendré que pensar que se han condenado, lo que implicaría que no podría ser feliz? Se nos habla de la resurrección de la carne. ¿Significa que nuestro cuerpo también estará en el cielo? ¿Y tendrá los órganos y funciones que tenemos en la tierra? No lo veo claro, ¿quizás por eso el cielo no me atrae?
Usted manifiesta mucha inquietud y muchas preguntas, algunas, bastante curiosas. Creo que todo está bastante condicionado por el concepto muy personal que usted se ha hecho del cielo. A mi parecer, a usted lo que no le atrae no es tanto el cielo como la representación imaginativa que usted tiene del cielo. A santa Teresa de Jesús, preguntándole alguien sobre dónde está el cielo, a propósito del inicio de la oración del Padrenuestro («que estás en el cielo»), respondía diciendo que el cielo estaba donde estaba Dios. Dicho de otro modo, el cielo es Dios mismo, nuestra vida plena en Él para siempre y la comunión en Él con todos los bienaventurados. Usted dice que ama a Dios de todo corazón, pues ama y desea el cielo que no es otra cosa que la perfecta y definitiva unión con Dios. Dicho esto, que es lo más importante, pasamos a ver las demás cuestiones. En primer lugar, la identidad personal.
La fe cristiana nos dice que somos personas y esto comporta la identidad fundamental y continua de uno mismo. Job decía que sería él mismo, con sus propios ojos, quien vería a Dios y no otros. Si dejáramos de ser quienes somos supondría una destrucción de nuestro propio ser personal. Por tanto, la salvación definitiva que es el cielo comporta la continuidad de nuestro «yo» personal, la misma persona, la conciencia de nuestro ser y el conocimiento y recuerdo de nuestra historia personal y, obviamente, de las necesarias relaciones interpersonales que han dado forma definitiva a nuestra personalidad. En la nueva vida en Dios nos conoceremos y conoceremos a los demás e, incluso, los conoceremos con una nueva luz que Dios nos concederá, de modo que si alguien no estuviera, esto no condicionaría nuestra bienaventuranza plena derivada de la visión de Dios. En relación con el cuerpo, hay que tener en cuenta que forma parte constitutiva de nuestra identidad personal y que no podemos pensarnos definitivamente sin cuerpo. Recuerde que escribí hace poco a propósito del cuerpo. También tenga en cuenta que nuestra resurrección se debe comprender a la luz de la Resurrección de Jesucristo y que esta comporta el cuerpo; glorificado, pero, en definitiva, cuerpo. Para más detalles, procuremos llegar al cielo y ya lo experimentaremos.
Castigo de los hijos
Tenemos un hijo bastante difícil y al que hemos de castigar a menudo. Se lo toma muy mal y deja de hablarnos cuando lo castigamos. Nos gustarían algunos consejos…
Resumo bastante su consulta. De entrada les diría que mejor hablen de «corrección» que de «castigo». Parece lo mismo, pero no lo es. También les diría que algunos del los «castigos» que aplican a este hijo me parecen más bien sanciones penales. No me extraña su reacción. Les ofrezco unas indicaciones de un experto en el tema:
«10 Condiciones indispensables para corregir bien: 1. Ayudar a quitar los defectos que originaron la falta y alabar las virtudes de la persona. 2. Demostrar una gran sensibilidad, teniendo en cuenta de aplicar en las correcciones las máximas virtudes y valores humanos posibles. 3. Escoger el momento y las circunstancias más adecuadas, tanto para el que corrige como para el corregido. 4. Escuchar muy atentamente las disculpas, atenuantes, soluciones, propósitos que dicen los hijos. 5. Fijarse más en los hechos y en las consecuencias presentes y futuras que en las normas contravenidas. 6. Intentar que la corrección sea en privado, a poder ser presidida por la distensión, el amor y la mutua sinceridad. 7. No sacar a relucir secretos o confidencias anteriores contadas bajo reserva, ni herir en los defectos personales. 8. Poner énfasis en lo principal, quitando lo superfluo, limando asperezas y mejorando los detalles. 9. Ponerse en el lugar y circunstancias de la persona que va a ser corregida. 10. Que sea concreta, corta, clara, sin gritos, amenazas, descalificaciones personales y humillaciones.»
Corregir a los hijos no es una tarea fácil, y para que los padres puedan hacerlo con pleno derecho, tienen que estar dando un buen ejemplo de conducta y tener una buena formación en las virtudes y valores humanos, pues los hijos necesitan ser amados, estimados, respetados, valorados, admirados y enseñados. Al sembrar amor y palabras amables, el ambiente cambia rápidamente a nuestro alrededor, pues a cada sonrisa se responde siempre con otra parecida, ya que toda corrección debe provenir de una acción que haya sido hecha en sentido contrario. La verdadera labor de los padres cuando corrigen tiene que ser muy creativa, es como descubrir lo que será una fina escultura dentro de un bloque de mármol. Es tarea de los padres quitar lo que sobra. Sonríe y te sonreirán, critica y te criticarán, ayuda y te ayudarán, odia y serás odiado, ama y serás amado.» Creo que son sabios consejos y que pueden extenderse a diferentes ambientes, más allá de la familia.