La fiel honradez de un hombre grande

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No creo que la Iglesia haya vivido una época más oscura, azarosa y, a la vez, tan apasionante como la que se abrió aquel 7 de abril de 1378 con la nefasta elección de Bartolomé Prignano para ocupar el solio pontificio como Urbano VI. Interesante punto de referencia para los que piensan que nunca la Iglesia ha estado tan en peligro como hoy.


El convulso pontificado de Bonifacio VIII, enfrentado al rey de Francia, a la sazón Felipe el Hermoso, por la supremacía político-espiritual sobre la cristiandad, tuvo su momento de gloria en el Jubileo del año 1300. Fue aquel el primer jubileo de la historia de la Iglesia. Al declarar el papa el «Año Santo» y «Año de Perdón de los pecados», la celebración del jubileo concedía la indulgencia plenaria a cuantos acudiesen a Roma para visitar las basílicas de san Pedro y san Pablo, lo que motivó una movilización de fieles sin precedentes. Se calcula que acudieron a Roma (de ahí el nombre de romería) más de un millón de peregrinos: algo descomunal para la época por lo precario del transporte. Los romanos hicieron su agosto y se dieron cuenta de que la presencia del papa les reportaba unos grandes beneficios económicos a los que luego hubieron de renunciar durante bastante tiempo y no sin gran dificultad. El éxito jubilar llenó a Bonifacio VIII de tal confianza en su propio poder que eso, a la postre, fue su perdición.


La contienda entre Bonifacio VIII y el orgulloso rey de Francia acabó dramáticamente con la vida del papa, al que mataron los disgustos y las bofetadas. Se afianzó así el poder de Felipe el Hermoso, vencedor absoluto del enfrentamiento con el papado, que consiguió finalmente que el cónclave eligiese al francés Bertrand de Got que, encontrándose en Lyon cuando fue elegido, adoptó el nombre de Clemente V. Ni siquiera se dignó ir a Roma para ser consagrado, sino que se hizo coronar en Lyon dando comienzo al llamado exilio de Aviñón, la sede francesa del obispo de Roma, quedando esta derrotada ciudad abandonada a su suerte. 

Fue en Aviñón donde la Iglesia reforzó su estructura jurídico-administrativa a base de impuestos y tasas, logrando así una más que suficiente financiación. Se construyó el palacio pontificio y, aunque sentían constantemente en su cogote el aliento del rey de Francia, mal que bien, los papas intentaron mantener una precaria independencia. El palacio de los papas era magnífico y el territorio de Aviñón grato y apacible, mientras que Roma era una ciudad sin ley, violentada continuamente por las banderías de sus grandes familias: los Orsini, Colonna, Medici…, que se habían estado repartiendo durante siglos el papado y el colegio cardenalicio y clamaban, soliviantando al pueblo, por el retorno del papado a la Ciudad Eterna.


Finalmente, y con muchas dudas, Gregorio XI volvió a instalar la corte pontificia en Roma en 1377, tras setenta años de ausencia, para regocijo económico-espiritual de los romanos que vieron otra vez el cielo abierto y sus bolsillos repletos… El prolongado abandono de la Sede romana por parte del papado la había convertido en una urbe decrépita, sucia y semi derruida. El populacho esperaba que la presencia del pontífice y sus inversiones pecuniarias devolviesen a Roma su antiguo esplendor y así empezasen a fluir los deseados peregrinos que activasen la precaria economía de la ciudad. La temprana muerte de Gregorio XI hacía presagiar un cónclave tumultuoso. Y así fue.


El colegio de cardenales mayoritariamente era francés. El pueblo romano rodeó el cónclave exigiendo un papa romano o al menos italiano, ante el temor de un nuevo abandono de la sede pontificia. Es nuestro volem bisbes catalans. Fue entonces cuando el aragonés D. Pedro de Luna, cardenal diácono de Santa María in Cosmedin, hombre de confianza del fallecido Gregorio XI, propuso un candidato de compromiso en la persona del arzobispo de Bari, Bartolomé Prignano, súbdito del rey francés, pero italiano de nacimiento, un discreto curial hasta entonces.


Mientras tanto, a tal punto llegaron la tensión y las amenazas, que la masa enfurecida forzó las puertas del lugar donde se realizaba el cónclave y, armados hasta los dientes, amenazaron de muerte a los cardenales, si no accedían a su deseo. Así pues, fue elegido al arzobispo de Bari, Urbano VI que, inmediatamente, se mostró en extremo exigente y rígido en juzgar el poder del colegio de cardenales, maltratándolos públicamente y acusándoles de toda clase de delitos: les amenazó con confiscar sus emolumentos si no se ponían inmediatamente a restaurar sus iglesias titulares en Roma y les exigió que se hicieran cargo de sus diócesis en vez de gandulear por la corte pontificia como los nobles por el palacio real. Sólo el arzobispo de Pamplona, el cardenal Martín Zalba, se atrevió a plantarle cara diciéndole ante todos que, si estaba en Roma, era para trabajar por el bien de la Iglesia y que estaba deseando volver a su arzobispado, si el papa así lo disponía. 


Los calores de Roma fueron la excusa perfecta para que los cardenales fueran abandonando la ciudad y se retiraran a Agnani, declarando allí nula la elección papal al haber sido realizada bajo amenaza de muerte y, por tanto, sin libertad. Pedro de Luna, el único que permanecía en Roma, fue comisionado por el mismo Urbano VI para que viajara a Agnani y convenciera a los cardenales de volver a su obediencia. Los argumentos de los purpurados acabaron convenciendo al enviado que, aunque afirmaba que él había votado libremente, no podía negar que la falta de libertad, alegada por el colegio de cardenales, hacía nula la elección. Por tanto, reunidos en Fondi, el 10 de septiembre de 1378, tras declarar nula la elección de Urbano VI, eligieron como papa a Roberto de Ginebra que tomó el nombre de Clemente VII. Así comenzó el Cisma de Occidente.



Tras intentar infructuosamente derrocar a Urbano VI por la fuerza, Clemente VII acabó volviendo a Aviñón. Entonces, el cardenal Luna fue inmediatamente nombrado legado plenipotenciario para los reinos hispanos con la misión de llevar a la obediencia clementista a los reinos de Castilla, Aragón, Navarra y Portugal. Cumplida con brillantez su misión, fue enviado a la Universidad de Paris para discutir con los académicos la mejor solución al Cisma. Allí se mostró a favor de la cesión, es decir, de la dimisión de los dos papas para realizar un nuevo cónclave con los dos colegios y alcanzar la unidad. Eso le hizo caer en desgracia ante Clemente VII, por lo que se retiró a su castillo natal en Illueca. Por poco tiempo, pues al morir el papa en Aviñón regresó allí con rapidez para participar en el cónclave.


Reunidos los cardenales, se comprometieron a firmar una declaración por la cual se mostraban dispuestos, en el caso de ser elegidos para el papado, a renunciar al cargo si esta era la única manera de solucionar el cisma. Antes de la elección, recibieron una carta del rey de Francia que no quisieron abrir, suponiendo que les instaba a no elegir sucesor a Clemente VII y desactivar así el cisma. Sin embargo, escocidos como estaban con Urbano VI, al que habían declarado usurpador al no reconocer la nulidad de su elección, y bajo el temor de perder sus prerrogativas ante el furor vengativo del que siempre hizo gala el papa romano, procedieron a la elección que recayó, prácticamente por unanimidad (20 votos de 21), en la persona de Pedro de Luna, el cardenal de Aragón, que tomó el nombre de Benedicto XIII.


Elegido en 1394, el nuevo papa aviñonés, experto canonista, de vida limpia, austera y generosa, acabó sacrificándolo todo en aras de lo que él creyó su deber: salvaguardar la libertad de la Iglesia en sus asuntos frente al poder temporal y ante los excesos teológicos y políticos con los que se pretendía minar una autoridad pontificia conferida por el mismo Jesucristo. El acoso que sufrió por parte del rey de Francia, fue brutal. 



Inmediatamente traicionado por la mayor parte de sus cardenales, fue sometido a un estrecho cerco durante varios años en el palacio de Aviñón por mercenarios a sueldo del monarca francés, hasta que fue rescatado en una audaz operación dirigida por Martín el Humano, el rey aragonés, en 1403.


A partir de entonces, ya en libertad, Benedicto XIII, considerando inútil el uso de la fuerza militar, desplegó una incansable actividad diplomática buscando continuamente el acercamiento al papa romano al objeto de alcanzar la deseada unidad eclesial. Sus esfuerzos fueron vanos. Tanto Urbano VI, que llegó a ejecutar sumariamente a algunos de sus propios cardenales por traidores, como sus sucesores: Bonifacio IX, que agobiado por las deudas vendió cargos eclesiásticos, o la debilidad congénita de Inocencio VII, hicieron imposible cualquier arreglo. Para agravar la triste circunstancia, cardenales de una y otra obediencia se reunieron en Pisa en concilio y, con la excusa de restaurar la unidad, depusieron al aviñonés Benedicto XIII y al romano Gregorio XII por las bravas y eligieron a Alejandro V como tercero en discordia. Las diversas naciones en liza hicieron su agosto apropiándose de las rentas pontificias hasta que no se aclarase la situación. El poder de los monarcas de los estados emergentes se fortalecía a costa de la fragilidad eclesial. 


Finalmente, el emperador Segismundo de Alemania, erigiéndose en defensor de la Iglesia, hizo convocar por Juan XXIII -el sucesor pisano de Alejandro V- un nuevo concilio en Constanza, engañándole con la falsa promesa de reconocerlo como único papa. Al final, el emperador forzó la renuncia del pisano y consiguió la del romano Gregorio XII. Sólo la firme resistencia del papa Luna a renunciar, obstaculizó gravemente los planes imperiales de convertir el concilio ecuménico en la instancia suprema de la Iglesia universal.


Benedicto XIII expresó en todo momento la conciencia de ser el único papa legítimo a partir, no de su proverbial tozudería aragonesa -de la que tantos le han acusado-, ni de su singular astucia y doble juego -al decir de la historiografía oficial-, sino de sus profundos conocimientos canónicos y teológicos. Fueron éstos los que no le permitieron violentar su conciencia ni ceder a las presiones de casi todos.


Basta ver las profesiones de fe de Benedicto XIII en sus diversos escritos y su férrea defensa del derecho de la Iglesia (de su organización y actuación conforme a derecho) para evitar la arbitrariedad que reina donde decae el derecho y por tanto la justicia, para darnos cuenta de que nunca la Iglesia ha estado en tan gran peligro como en nuestro siglo: Hoy está abierto en canal el debate doctrinal de la Iglesia, y su moral está a subasta. Y eso no ocurre en los niveles más bajos de la Iglesia, sino justamente en los más altos.


¿Es imaginable hoy una profesión de fe como la que sigue, de Benedicto XIII, no ya formulada por el papa, sino casi diría por cualquier cura o monja de aquel tiempo? Hoy todo el mundo se cree con derecho al “discernimiento”, al libre examen, a seleccionar lo que más le guste de la fe (cristianismo de supermercado), a reinterpretar, a defender novedosas y creativas lecturas de la Biblia, a innovaciones litúrgicas y a hacer mangas y capirotes del Derecho Canónico: sobre todo, claro está, los que por su jerarquía tienen el deber de guardarlo y hacerlo guardar, cayendo en la fácil tentación del despotismo, que conduce a la injusticia con el débil y al sometimiento con el poderoso. Más grave que el sometimiento que sufrió la Iglesia en Aviñón.


Adjunto, para que puedan comparar, una de las profesiones de fe de Benedicto XIII con su traducción: 

Sicut me semper tenuisse recolo fidem illam: per omnia teneo quam tenet et docet Sacrosancta Catholica Mater Ecclesia et quicquid damnat et reprobat damnatum et reprobatum habeo et sic semper tenere et habere intendo eius doctrinam sequendo per omnia cui hec et alia prolata et scripta mea, preterita, presencia et futura, subicio. (“Confirmo que siempre he tenido esa fe: respecto a todo sostengo lo que sostiene y enseña la Sacrosanta Católica Madre Iglesia, y todo lo que condena y reprueba, lo tengo por condenado y reprobado, y así siempre me esfuerzo en tener y sostener su doctrina siguiéndola en todo; y a ella someto estos y los demás escritos míos difundidos: los pretéritos, los presentes y los futuros.”)

Hoy, cualquier cura creativo, algún superior general o una monjita con un poco de inventiva, está a años luz de esa fidelidad tan diáfana de aquel al que la historia eclesiástica colocó entre los papas réprobos. Efectivamente, su férrea fidelidad al Derecho Canónico lo convirtió en un papa sumamente incómodo. La combinación de poderes civiles y eclesiásticos -sobre todo civiles- llevaron a la resolución espuria de forzar la renuncia de Juan XXIII y conseguir la de Gregorio XII por las coacciones del emperador Segismundo. Luego, ante la tenaz resistencia del papa aragonés, se le depuso por asamblearia mayoría conciliar. Al final, fue elegido en el Concilio de Constanza, como papa “indiscutido” Otón Colonna, Martin V, cuya turbulenta historia comenzó traicionando al papa Gregorio XII, del cual era cardenal y, reunido en Pisa con los cardenales renegados de Benedicto XIII, salir a la puerta de la catedral y declararlos depuestos a los dos, por ser esa la soberana voluntad del conciliábulo. 


Sin embargo, la virtud del papa aragonés fue, al final, mantener enhiesta no sólo la bandera de su pontificia legitimidad, sino la de la libertad de una Iglesia gobernada por el Espíritu Santo y no por la aviesa voluntad de los poderes de este mundo, ante los que tanto eclesiástico, antes y ahora, se muestra dispuesto a doblegarse.


Custodio Ballester Bielsa, Pbro.

www.sacerdotesporlavida.info

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12 comentarios

  1. Recuerdo, después de manejar los libros, que el llamado antipapa Benedicto XIII, "El Papa Luna", fiero y robusto aragonés, indoblegable e indomable, creador del refrán "mantenerse en su trece (XIII)".

    Poco antes de morir, este roble llamado Benedicto XIII el "Papa Luna", un cónclave de unos cuatro o tres cardenales afines al "Papa Luna", eligieron como sucesor al antipapa Clemente VIII, que se llamaba Gil Sánchez Muñoz y Carbón, arcipreste de Teruel y canónigo emérito de Barcelona, que sustituyó a Benedicto XIII el "Papa Luna" el 10 de junio del 1423, que duraría hasta el 26 de julio del 1429, cuando renunció al papado y fue nombrado a cambio del desestimiento como obispo de Mallorca del 1429 hasta el 1447.

    Dando más detalles, con el fin de concluir el Cisma Eclesial de los Tres Papas, y con la finalidad también de sacar las castañas del fuego a la Corona de Aragón, que apoyaba al antipapa Clemente VIII, el electo Papa Martín V nombró al antipapa Clemente VIII como obispo de Mallorca, en compensación a su renuncia pontificia.

    Por eso, la diócesis y obispado de Mallorca conserva, o conserbaba, determinados honores propios del Papado, un caso único en la Catolicidad, como también lo es la situación del Obispo Vives de la Seo de Urgel, que es Copríncipe, es decir, Jefe de Estado de Andorra junto con el Presidente de Francia.

    Recordar que Mallorca, a su vez, fue un Reino con una Casa y Dinastía de Mallorca con cuatro reyes privativos, propios: Jaime I el Conquistador, Jaime II de Mallorca, Sancho I de Mallorca y Jaime III de Mallorca.

    En el Castillo de Peñíscola, el Papa Luna se alojó en 1423, cuando el pontífice sobrepasaba de largo los 90 años de edad. Sin embargo, cinco años antes, en 1418, el Papa Luna sufrió un intento de envenenamiento, que realizó fray Calvet y Domingo Dalava, su camarero personal, sobornados por el nuevo Papa de Roma, Martín V, mediante el veneno arsénico, en una cantidad tumbativa, colocado en uno de los dulces favoritos de Benedicto XIII, el citronat, un rico postre de cidras confitadas. El médico personal del pontífice, Gerónimo de Santa Fe, y el antídoto, azúcar, dicen, lo salvaron.

    El Papa Luna era una pequeña fiera, era seguidor del refrán "un hombre vale tanto cuanto más enemigos y de mayor alcurnia tenga". La paz y el reposo era muerte para él. Tenía una salud de hierro, una dieta mediterránea, ayunos medicinales, y se sospecha que era algo alquimista, porque era poseedor de una farmacopea con antídotos contra veneneos: aguila (sal de amoníaco), diurético; dragón (nitrito), contra el cianuro.

    ...

    - www.lavanguardia.com/historiayvida/edad-media/20200502/48814870445/papa-luna-peniscola-cisma.html
    - El Papa Luna: el hombre que miró fijamente a los ojos del dragón, de Vicent Melià i Bomboí

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  2. "Sólo el arzobispo de Pamplona, el cardenal Martín Zalba". No podía ser "arzobispo de Pamplona" ya que hasta mediados del siglo XX no se elevó esta sede a arzobispado.

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    1. Lo era a titulo personal. Como Joan Enric Vives en la Seo de Urgel....

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    2. A lo mejor era Arzobispo Ad Personam.
      Como Vives, que es Arzobispo y Obispo a la vez!

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  3. Me alegra el artículo del P. Custodio Ballester sobre mi admirado Benedicto XIII, al que por ser un ejemplo de fidelidad a la Iglesia de Cristo se le tilda vergonzosamente de antipapa. Cualquiera que visite los aposentos del Castillo de Peñíscola, en los que residía el Papa, se dará cuenta de la austeridad que regía su vida, virtuosa, desde luego, si consideramos la vida disipada de los papas que le antecedieron y le siguieron en el tiempo. Pero bueno, ahí está su premio: antipapa, y sin que la Iglesia actual, que tengo dudas de denominarla Iglesia de Cristo, si digne rehabilitarlo.
    Una pequeña aclaración para el anónimo de la 1,27: el nacimiento de la expresión "mantenerse en sus trece" nada tiene que ver con la actitud de dignidad del Papa Benedicto XIII, es bastante anterior, aunque no sea ahora el momento de contar de dónde proviene esa adjudicación a mi admirado Papa Luna.

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  4. La Iglesia no está libre de los vaivenes de la historia. Tras ese período aciago que usted resumen, mosén Custodio, vino el Concilio de Ferrara-Florencia, para acabar con el cisma oriental, que supuso la llegada de un torrente de manuscritos griegos y, con ellos, el gusto por los clásicos. En la comitiva del cardenal Bessarion vino una auténtica embajada cultural cuya eclosión sería el Humanismo. La desviación extremista del Humanismo desemobocó en la Reforma, que, a su vez, provocó el volcán teológico de Trento. Todo empieza siempre con los desvaríos doctrinales.

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    1. Totalmente de acuerdo con el Sr. Valderas Gallardo.
      En aquella época también había dos o tres Papas al mismo tiempo.
      Ahora también estamos en ello, nada nuevo bajo el sol.
      Por cierto, ¿ Cual es AHORA EL ANTIPAPA?....
      Ummmmm, PROBLEMAS!

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  5. Martín Zalba no fue ni cardenal ni arzobispo. Fue obispo de Pamplona de 1377 a 1390.
    Pamplona es arzobispado desde el año 1946.

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    1. Pamplona es Arzobispado dede el año 1946.
      Cierto, lo es gracias al Generalisimo Franco y a SS PIO XII.

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    2. Martín de Zalba, Cardenal del título de San Lorenzo en Lucina, busque en la wikipedia antes de pontificar

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  6. Muy interesante y formativa su exposición. Ahora falta que lo reflexionemos y contemporalicemos. Que el Espíritu del Señor proteja a su Iglesia.

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  7. Pues ahora no es muy diferente, antes existían presiones de Reyes y ahora tenemos a Soros, Bilderberg, Obamas y demas ralea de corolines arcoiris.
    Entonces lo arreglaban bastantes veces a lo bruto.
    Ahora es peor, lo hacen a la manera TERCIOPELO: Abortos, eutanasias y lo que es peor SECUESTRANDO AL PAPA LEGÍTIMO.
    El actual solo crea CONFUSIÓN ABOMINACIÓN, un dia si y otro también.
    Que Dios se apiade de nosotros.

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