ELLOS TRES: UN TRÍO ATREVIDO
Tres troncos de madera y serrín aún en el cepillo, la melodía de una vieja nana: para hacer la mesa se necesita madera, para hacer madera es necesario el árbol, para el árbol se necesita la semilla, para la semilla el fruto, para dar fruto es necesaria la flor. En resumidas cuentas, para hacer una mesa se necesita una flor: y la flor es símbolo de belleza.
Estamos en Nazaret, las primeras luces del alba en la carpintería de José: sangre noble, oficio humilde, corazón enamorado. La descendencia le imponía una memoria: “He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo: se llamará Emmanuel, que significa Dios con nosotros” ¿Quién sabe qué rostro tendrá la Virgen?: desde hace siglos ha sido motivo recurrente en el pensamiento, en la imaginación y en la espera profética. Él está enamorado, loco por aquella joven silenciosa y trabajadora: ningún eco de su hermoso nombre en la aldea, ningún signo que trasparentase el misterio de una belleza celosamente guardada. Ella se llama María, él se llama José: juntos se llaman con las sílabas pobres del amor noble.
José se sienta en la rebotica con la cabeza entre las manos y siente que el entusiasmo se desvanece, que germinan las dudas, que planea la tristeza. Amenaza lo imposible, medita lo que hacer, proyecta una solución: la repudiará en secreto. Aunque con el gusanillo de la traición. José no echa a perder su señorío dinástico y a pesar de renunciar a abrazar a aquella joven, nadie podrá alardear de verla burlada y ridiculizada. La repudiará en secreto: con discreción, como un triste adiós, con el toque tierno de quien conservará para siempre su agradable recuerdo. No sabe, José, que Dios también ha tejido para él una melodía. En el drama de aquel temor, él, tallista en un taller ridiculizado por el vecindario, consciente de su pequeñez, es saludado por un ángel con respeto: “José, hijo de David, no temas”. Es el intermedio de un sueño: las visiones son siempre pequeñas visiones, los signos siempre pequeños signos. Dios volverá a cada encrucijada para decirte: “No temas haberte perdido. El camino es el bueno”
José sonríe: María le ha sido fiel, nada de ajeno o extraño en su corazón. Sólo Dios por medio: embarazoso, osado, ardiente. En el evangelio de José no se custodia sílaba alguna. Sólo su grandeza, más allá de su Mujer. Ella se ha fiado del Todopoderoso, él ha apostado todo a la fragilidad de una criatura. Su criatura. Aquella por la que comprometerse del todo era la más hermosa declaración de amor. Aquella de la que nacerá el Cristo, llamado Mesías.
Mn. Francesc M. Espinar ComasPárroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet
Honor muy grande para María y dura prueba la aceptación de José. Un ejemplo de confianza y de fe.
ResponderEliminarAsí empieza la mayor historia conocida: una historia de inmenso AMOR.
Gracias, Mossén Francesc, por su bellísima evocación.
Mosén Francesc, voy a chafarle la guitarra. La madera que trabajaba José y aprendió Jesús a domeñarla no procedía de ninguna flor, seguramente. Era gimnosperma. Planta sin flor. Pierre Belon, un botánico del Renacimiento, fue el primero que dedicó un librito precioso a las coníferas (cedros, pinos, etcétera) de Tierra Santa. Su bella exposición, sin embargo, se mantienen incólume. En vez de flor, la Moreneta tiene en la izquierda un cono, una piña, símbolo del mundo. No es una sustitución deleznable. Feliz Navidad.
ResponderEliminarSan Jose, para mi el mejor santo, el mejor ejemplo de padre y esposo.
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