Juventud sin horizontes y sin ilusión por vivir (I)

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Xavi tiene veinte años. Asiste a la Facultad con mediocres resultados. Es hijo único y pertenece a una familia de clase media. Los padres lo sobreprotegen y esperan de él lo máximo. No tiene excesivas preocupaciones materiales, se contenta con poco, aborrece el esfuerzo y el trabajo físico, desprecia y se ríe del matrimonio. Pasa noches de fin de semana con una chica. Nunca se ha hecho la cama, le gusta la ropa de marca, pero viste con cualquier cosa. Algunos colegas son más pijos y teniendo más pasta se van a esquiar tres o cuatro veces al año. Si encuentra forfait de oferta se va con ellos a veces. Es uno de los miles de jóvenes sin historia, privados de identidad, extraños individualistas dentro del rebaño, presa perfecta del gusto corriente, de las ideas preconcebidas, del conformismo privado de reflexión.

Démonos una vuelta por Barcelona, o por cualquier otra ciudad europea: podremos observar masas juveniles trashumantes en la noche, con la botella o la lata en la mano, vestidos con ropa cara o trapos raros, es igual, con tatuajes llamativos, anillos tribales o peinados extraños. Por supuesto, son así porque las generaciones anteriores, padres y abuelos, han deconstruido el mundo. Frágiles, comprometidos sólo con el presente, sólo pendientes de gustar a los de la tribu y disgustar al resto, causan una gran preocupación por el mañana, el suyo y el de la sociedad que heredarán. Son la generación de los "copos de nieve". Fríos, líquidos, sin forma, se derriten al primer sol. El enfriamiento global está en marcha, comenzando por ellos.
 
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El que comparte esta visión pesimista no goza de grandes simpatías: es acusado de catastrofismo, de carca y rancio. ¡Incomprensión de los signos de los tiempos! Pero el escéptico más empedernido es superado por la cruda realidad. Las malas ideas nacidas en cualquier lugar menos en la vida, están condenando a una entera generación de jóvenes al fracaso, a la introversión y a la inseguridad. El porcentaje de adolescentes que prueban el alcohol, el tabaco y el sexo antes de los 16 años ha aumentado escandalosamente. Ningún suspiro de alivio: en lugar de aprender a correr riesgos sin la red protectora de los adultos, demasiados viven encerrados en su casa, conectados a equipos informáticos. La catástrofe es que nadie los está preparando para la vida real, a pesar de las "buenas" intenciones de la generación de sus padres. Son los llamados padres helicópteros, que llenan las horas de su prole con actividades extracurriculares y tienden a preservarlos de cualquier trauma, real o imaginario, a costa de convencerlos de lo peligroso que es vivir en un mundo aterrador.

Las malas ideas son los pensamientos irracionales que los padres helicópteros han inculcado en sus hijos. Tres en particular: “lo que no te mata te hace más débil” (la mentira de la fragilidad): “siempre confía en tus sentimientos” (la mentira del razonamiento emocional); “la vida es una batalla entre el bien y el mal” (la mentira de "nosotros contra ellos"). Con una inquietante movilidad de las barreras entre el bien y el mal.
 

Esta combinación letal de buenas intenciones y malas ideas condena no sólo a una generación al  fracaso, sino que gradualmente envenena a la sociedad en su conjunto. En los últimos años se han disparado la ansiedad, la depresión y el suicidio entre los adolescentes, al tiempo que la cultura se ha vuelto ideológicamente uniforme, lo que impide que los estudiantes aprendan, comparen y formen opiniones. Las redes sociales y los nuevos medios nos permiten refugiarnos en burbujas ideológicas, donde no se siembra nada y, por otro lado, prevalece la polarización entre los miembros de las tribus opuestas, con concepciones frontalmente opuestas (y además, cambiantes) entre el bien y el mal.

Preocupa que los trastornos psicológicos se multipliquen entre los más jóvenes, con cifras en aumento y picos de actos de autolesión, especialmente entre las niñas. El hecho es que no están preparados para afrontar la realidad, con sus fracasos inevitables. No están preparados para elaborar el "no" escuchado por primera vez con horror después del sí sistemático y complaciente de los padres y del sistema educativo nefasto. El momento crucial en la deconstrucción ha sido la generalización del uso de teléfonos inteligentes (con un enorme ahorro de inteligencia para el usuario), paralela al rápido desarrollo de las redes sociales. La vida social de los adolescentes cambió radicalmente. En 2008 los niños iban a las casas de amigos o estaban al aire libre. En 2010, se volvió normal para ellos encerrarse en sus habitaciones pequeñas con sus teléfonos móviles, renunciando de ese modo a la necesidad que tienen los niños y los jóvenes de jugar en grupo para completar el proceso de desarrollo neuronal y poner en marcha el proceso de socialización. Si limitamos la fase lúdica, alcanzan menos edad adulta, física y socialmente. Se tornan menos resistentes al riesgo, con lo que resultan más vulnerables. Una persona joven que ha estado enganchada a las redes sociales desde tiempo, en vez de estar en contacto con su entorno real, tiene un cerebro que funciona de manera diferente al nuestro. Hemos de concluir amargamente que esto es un hecho. 
 
La única alternativa es eliminar gradualmente las tres grandes mentiras indicadas. “Lo que no te mata te hace más débil” parece el credo mayoritario de iGen, los nacidos después de 1995, los nativos digitales, obsesionados con la seguridad, no solo física,  sino sobre todo emocional. La tragedia es que creen que deben salvarse de accidentes automovilísticos o ataques sexuales en los campus universitarios; no sólo eso, sino que además creen que han de salvarse (o alguien ha de salvarles) también de personas que tienen ideas diferentes a las suyas. Y luego está el dramático estrechamiento de la mente producido por la adicción a lo políticamente correcto. A resguardo de cualquier lucha y de cualquier conflicto, olvidando que los seres humanos (igual que el resto de animales) se convierten en adultos afrontando adversidades, no escapando de ellas.

C:\Users\usuario\Desktop\como-saber-si-tus-padres-son-sobreprotectores-1.pngLa segunda mentira es emocional: “confía siempre en tus sentimientos”. Se les enseña a los niños y a los jóvenes que si algo te molesta, es algo malo. De ahí la fiebre de los boicots para quienes apoyan "ideas erróneas", así como la absurda noción de que las universidades deben proteger a los estudiantes, adultos y jóvenes, de la confrontación. Esto es un insulto al legado de una civilización de dos mil años, inaugurada por el método de Sócrates. La deriva actual es una prueba de la facilidad con que las malas ideas echan raíces entre los más jóvenes. Esto también se aplica a la aparente confrontación entre el bien y el mal, que termina en prejuicio y en el uso de violencia, física o moral, para eliminar la palabra de aquellos a quienes no les gusta nuestra doctrina; de hecho, la eliminación de aquellos que nos "ofenden" como disidentes e inconformistas.

¿Qué podemos deducir de todo esto que no es otra cosa que la confirmación autorizada de lo que experimentamos a diario? Admitámoslo: hoy tenemos jóvenes que se afeitan todos los días, pero que a pesar de ello, les falta aún un buen trecho para ser hombres. Nos guste o no, la vida con los copos de nieve, no tiene futuro.  El futuro es negro no solo por la fragilidad, la ausencia de pasión y el sentido incomprendido de la libertad de las generaciones recientes, sino sobre todo porque la falta de preparación y la bajeza moral de las clases dominantes y el infantilismo de masas, se extenderán para generalizar así el síndrome de Peter Pan que ahoga a la sociedad en la futilidad, en el vacío, en el imperio de lo efímero.

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 Don Andrea Brugnoli
Viven en una especie de orgía que dura hasta el infinito. Entre los jóvenes del mundo occidental, abundan los títulos académicos, pero faltan los educados y aún más los preparados. Las últimas generaciones asisten a la universidad, pero se ven como un rebaño amodorrado sin capacidad crítica y sin franqueza en la discusión, es decir sin ser esclavos de lo políticamente correcto y de las ideas que les ha impuesto el entorno.

¿Y qué puede hacer un sacerdote en tan difícil tierra de misión? ¿Qué puede ofrecerles a esos jóvenes aherrojados en el extraño mundo, aún en construcción, cuya mayor singularidad es que han aceptado que su cerebro, en vez de estar en su cráneo, esté en su móvil, que a su vez está conectado al gran cerebro que maneja tan eficazmente esos miles de millones de sinapsis?

En la segunda parte de esta reflexión intentaré completar el análisis y apuntar las líneas maestras de nuestra adaptación pastoral a esta nueva realidad. 

Mn. Francesc M. Espinar Comas
Párroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet

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15 comentarios

  1. El diagnóstico parece bastante cierto. Y eso va en aumento. Los que hemos vivido y pensado por nuestra cuenta, tenemos la sensación de que la juventud (y no tan juventud) de hoy vive alienada, es decir que no son ellos los que deciden sobre sí mismos, sino que es ese "alien" el que les dicta en todo momento a través de los auriculares (que no hay manera de que se los quiten), lo que han de pensar, lo que han de sentir y lo que han de hacer. Guiados talmente como robots.

    Y el gran problema es qué pueden hacer sus padres ante tal situación, y qué puede hacer el sacerdote. Es que la conciencia y configuración anímica de esta generación está tan lejos de los parámetros en que nos hemos movido hasta ahora, que es difícil saber cómo entrarles. El colmo es cuando te das cuenta de que ya no usan su cerebro para pensar y su corazón para sentir, sino que es el cerebro externo al que están conectados, el que les dicta cuál ha de ser su comportamiento en todo momento.

    En fin, que es una realidad muy preocupante, que el sacerdote, si tiene voluntad de abordarla, no puede hacerlo desde la estructura pastoral estándar, totalmente obsoleta si el rebaño que se le ha confiado ya está conectado y teledirigido.

    Por cierto, al ver estos días en la tele las "protestas" y demás hierbas, me he fijado especialmente en la edad dominante. Chicos y chicas muy jóvenes, evidentemente de edad inmadura, abducidos por el cerebro externo que los ha programado y que los activa en cada momento según las altas directrices. Es evidentísimo que son peones. Alguien que los vio de cerca, porque estuvo durante horas en su lugar de trabajo encima de ellos, me decía que le evocaban las juventudes hitlerianas que había visto en una película.

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  2. El primer caso de padre o madre que vino a pedirme explicaciones, por una nota trimestral en mi asignatura de último curso de bachillerato, lo tuve en 1993. Atendí la "reclamación" pero me quedé con la copla de que esto era el inicio de un deterioro, y así fue. No se trataba de una calificación baja ni tampoco de una calificación final pero ahí se me presentaron.
    Después experimenté otros casos como el del padre que me amenazaba a mí y en definitiva al conjunto del profesorado con acudir al mismo president Pujol porque la nota media para la selectividad no era suficiente para optar a según qué estudios superiores.
    He pasado también episodios de no poca vergüenza ajena como el oír pronunciar a un concejal en su breve discurso de fiesta fin de bachillerato que aquellos estudiantes que alegres celebraban su despedida, ya bachilleres, al fin y al cabo eran, por edad, votos posibles; sin que se le desplomara el rostro de hormigón.

    La educación atañe al laboreo de cada día y se manifiesta en su máximo grado en percibir sin esfuerzo que el otro realiza con amor su tarea y en permitir en silencio que ello nos cale.
    Casi todo lo demás, es ruido.

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    1. ¿Se da cuenta de que usted está colaborando con este caos?

      Esos alumnos suyos, que han aprendido a no esforzarse, no desarrollar la inteligencia ni adquirir conocimientos son los que luego serán los líderes y directivos de nuestra sociedad.

      Lo que han aprendido es que todo se resuelve con presiones y recomendaciones: ideal para medrar en política.

      Pero no para ganarse la vida honradamente.

      Nadie tiene que estudiar un bachiller o una carrera si no va a trabajar en una profesión.

      Hay vida sin un título universitario.

      Lo que si es obligación de todos (y mientras somos menores, de nuestros padres) el aprender a ganarnos la vida para cuando seamos adultos.

      Así es imposible prosperar y que nuestra sociedad prospere.

      Hemos perdido los valores y con ello nos hemos condenado, en esta vida y en la que ha de venir.

      Pero, ¿a qué somos muy progresistas?

      Esperando vivir a costa de los que se esfuerzan y votando a los que nos prometen que vamos a parasitar de los que se esfuerzan.

      Y olvidando que los únicos que prosperan son los que se esfuerzan y dan lo mejor de sí. No hay excepciones.

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  3. Apenas he estado apenas en mi vida en trato con la juventud, desde que mis hijos entraron en el mundo profesional hace ya varios decenios. Cuando me han llamado de la universidad ha sido para dar alguna clase de máster, pero ni siquiera los examinaba. Puedo hablar desde la periferia del que observa o lee. No sería justo por mi pare enjuiciar a los chicos y chicas del botellón y la discoteca de fines de semana con que algunas veces me he cruzado, ni con los jóvenes de la ciudad universitaria por donde paso con mayor frecuencia. Abundan entre éstos los maleducados, que, cuando una persona mayor sube al tranvía o al autobús se ponen a mirar frenéticamente el móvil para no dejarle el sitio. He seguido, como todos, los actos vandálicos de los separatistas. (Por favor no me hablen de secesionismo pacífico. Je ne connai pas. Con permiso de mosén explicaré una anécdota significativa de hoy mismo.) ¿Quiénes eran? ¿Quiénes podían permitirse el lujo de trasnochar, dedicarse al pillaje de lujo, pasar días enteras sin pegar sello, por la autopista, el aeropuerto o las calles? Con asombro, dicen algunos, eran jóvenes. ¿Con asombro? Había hoy un reportaje sobre la familia Tsunami de Torra: todos, mujer, hijos y él mismo, en las algaradas. Esa es la juventud que se ha creado en Cataluña.

    ¿Culpa de quién? Por supuesto de los padres. Y de los profesores, que permiten el cierre de facultades durante días. Por delante de mi casa pasó ayer un profesor con una mochila con una frase reclamando la independencia. Iba a la escuela. Pone la mochila sobre la mesa. Los alumnos leen el mensaje. No hace falta ser más explícito.

    Y la anécdota. Había hoy una manifestación en la plaza de san Jaime. No estoy por salud para demasiadas manifestaciones. Me dan un empujón y me desencuadernan la columna de cristal, que dice gráficamente un familiar médico. Pero he visto los rostros de muchas gentes humilladas, escondidas, miedosas. Mejor, amedrantadas. Y sin permiso de mi familia he hecho una prueba. He vuelto de la manifestación con la bandera de España calada. Por la calle Fernando, por las Ramblas, por el metro, me he encontrado con jóvenes. Las miradas de odio eran descriptibles. Pero iban solos. Y ya se sabe que, solos, son cobardes. Pero me he cruzado también con padres acompañados de mozalbetes. En sus ojos la inquina era mayor. En el metro tuve cierto miedo porque uno que llevaba el lacito de marras, adulto, enrojeció de ira. Ingenuo que es uno me acordé de Alfredo Landa en la película El Crack y cómo se deshacía de los armarios que le atacaban. Me procupó, por encima de todo, la mirada de odio de padres cincuentones cuyos hijos veinteañeros no sé qué balbuceaban.

    ¿Y qué tiene que ver Cristo en todo esto? Eso pregunto yo cuando veo la labor de eclesiásticos corrompiendo las mentes de los jóvenes con ideas falsas, sentimientos de odio y utopías nada evangélicas. ¿Qué tiene que ver Cristo con todo eso? ¿Quién le habla de Cristo a esos jóvenes?

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    1. Mi máxima admiración para el sr Valderas. Consigue relacionar todos los temas con el independentismo.

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    2. Sr. Valderas, le acompaño en el sentimiento, la verdad y nunca mejor dicho. Sé lo digo con todo el Amor de Dios por todo lo malo que esta gentuza maléfica ha impregnado Cataluña!

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  4. "Padre tabernero, hijo caballero, nieto pordiosero"

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  5. Totalmente de acuerdo con el Sr Valderas Gallardo. Ánimo no se arredre.

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  6. AL ANÓNIMO DE LAS 11:15

    Lo suyo no es admiración, es una manifestación muy mal disimulada de lo mal que le cae el Sr. Valderas. Más que nada, por lo mal que le sienta a usted que se ataque al independentismo.

    Se lo cuento al revés: he hablado con muchos independentistas (yo no lo soy, pero conozc a muchos que son excelentes personas y les tengo gran simpatía) sobre gran variedad de temas. Están convencidos de que se trate de lo que se trate, cualquier tema, cualquier problema se les resolverá con la independencia. Da lo mismo que se trate del cambio climático como del mercurio en el pescado, como de los plásticos en el mar o del precio de la energía. El único camino que ven éstos para resolver todos los problemas habidos y por haber, es la idependencia. Así de sencillo lo tienen. Son ingenuos, pero muy buena gente.

    Por lo que respecta al Sr. Valderas, yo sí que le admiro profundamente. Primero fue a través de sus escritos, y luego hice por conocerlo personalmente. Es una gran persona. Que Dios nos lo conserve muchos años, y que no se canse de colaborar como comentarista en Gérminans. Yo soy uno de sus muchos lectores agradecidos.

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    1. Anónimo de las 18:20

      Suscribo al 100% su comentario

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  7. Hurraaaa!!!!!! por los valientes de Roma que han tirado al Tiber la vergüenza IDÓLATRA Pachamama-Vaticana. Ya era hora de un buen latigazo a los neo- mercaderes del templo.

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  8. Qué raro, donde no está Cristo todo se tambalea. Y otra cosa, está el demonio. Hoy muy a las claras para quién esté despierto, no como los progres que viven en una burbuja de engaños. Está el NOM.

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  9. Gran reflexión sobre la dificultad superlativa que entraña la educación hoy. Solo quiero recordar aquí el verso de Kipling, que apunta a los responsables principales de esta decadencia tan bien descrita: "Nuestros padres mintieron. Eso es todo".
    Entonces la pregunta surge inevitable: Por qué mintieron?
    Mi respuesta, a tenor de lo que me ha tocado vivir, es que los padres que mienten lo hacen para intentar salvar ante los hijos el honor que no existió en algunas o bastantes acciones de su vida. Se aferran a su irrealidad para no quedar completamente al descubierto en su falta de dignidad, para hacerse ver a sí mismos que no se les derrumba el tremendo edificio de falsedad en que han habitado y que incluso quizá presentan como un gran logro admirable.
    Hace falta ser valiente y esforzado para en el medio o en el otoño de la vida decir a tus hijos que les has mentido en asuntos de gran calado personal y familiar, y sin embargo esa es la única salida decorosa y saludable por demoledora que en principio parezca también para quienes escuchan. La única y, tristemente, la más rara. No se puede vivir con tanto veneno sin que el derrumbe interior se produzca porque Dios programó al hombre y a la mujer para el bien.

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    1. La vida es un don, por amor, para amar, y para dar vida. Nacemos para no morir. La afectividad y la sexualidad es un don, para amar y ser amados. Lo mismo se aplica en la vida consagrada y sacerdocio. Somos personas sexuadas, hombres y mujeres. Que es diferente a decir que tenemos un sexo. Somos únicos e irrepetibles. Somos espíritu encarnado: unidad de cuerpo y alma. Somos hombres y somos mujeres con un sentido esponsal de nuestro cuerpo. Llamados a la unidad, a la plenitud, a la eternidad. Nuestra mirada es la forma de relacionarnos con los demás. Y la mirada se educa porque “tu eres más grande que tus límites”. El FIN orienta todo el proceso del dinamismo afectivo, y el conocimiento de ese FIN nos hace salir de la respuesta automática sensorial. Nuestra función como cristianos y docentes es ayudar a reconocer ese FIN, en esta sociedad automatizada por toda suerte de estímulos sensoriales.

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  10. Totalmente de acuerdo con la sra Laura S.

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