La Glosa Dominical de Germinans

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Reflexión a modo de notas, hacia dónde nos orienta la liturgia del domingo.


CENTINELAS DE LA FE: ESCUCHAR, VER Y PROCLAMAR 
Ante la abundancia de informaciones en torno a nosotros, que nos llegan a través de los medios, de noticias reales, de medias verdades tendenciosas, de manipulaciones informativas, de auténticas falsedades… ¿cómo podemos discernir la verdad? ¿Cómo hacemos para no dejarnos influenciar y condicionar por estas noticias? Hoy en día no podemos vivir en un mundo paralelo: éste es nuestro mundo y es en este mundo que los cristianos hemos de introducir la Buena Noticia, el Evangelio. Y la huida del mundo no es, según mi opinión, el mejor método. Hay que “ingeniárselas” para transformar este mundo en un mundo mejor. Y creo que la prima lectura de este domingo en el Novus Ordo (XXIII T.Ord.)  nos da una pista para una solución extraordinaria: la muy sugestiva imagen del centinela. ¿Qué es y qué hace un centinela?
Esa imagen no es una novedad en la Biblia. Baste recordar el fragmento de Isaías 21 (Dinos, centinela, ¿qué ves en la noche?) Si normalmente un centinela era la persona apostada en la torre de la ciudad -día y noche- para vigilar los alrededores y avisar si se acercaba un enemigo, el centinela del que nos habla la Escritura no es el que escruta el horizonte para advertir la llegada de los enemigos políticos, sino más bien el que escruta los peligros y sabe discernir los acontecimientos y las realidades que nos acechan y que nos pueden invadir y debilitar como creyentes. Puede ser también la solución a tanta manipulación informativa. Reconducirnos al criterio de verdad de las cosas.
La primera misión del centinela es la escucha (“…cuando escucharás de mi boca una palabra”). Así pues, lo que debe saber hacer un centinela es escuchar. No sólo oír, no. En la oscuridad de la noche debe saber escuchar. El enemigo puede acercarse a oscuras: y si un centinela no sabe escuchar, tiene asegurada su ruina y la de toda la ciudad. Nuestro centinela “teológico” debe saber escuchar ante todo la Palabra de Dios. El contacto cotidiano con la Escritura es una guía segura. Además debe saber discernir en la escucha de cuantas noticias le llegan: saber individuar los intereses personales y económicos que se ocultan detrás de tantas informaciones aparentemente “veraces” que cada día encontramos en la prensa. 
En segundo lugar, un centinela debe saber ver. Si ha escuchado un ruido, debe individuar el peligro en la oscuridad. Si no oye el peligro y lo primero que le sucede es verlo, quizá sea demasiado tarde: el enemigo podría estar excesivamente cerca y no tener tiempo ya para tocar el cuerno, tocar la campana o hacer sonar la sirena para advertir a sus protegidos. El cristiano que escucha y ve, debe advertir especialmente a los que en la Iglesia tienen la misión de jefes, guías y pastores. Y para ello el centinela debe saber hablar. Es decir proclamar, transmitir, denunciar, advertir. Si se quiere, aquí podríamos hablar del testimonio. Pero este paso es posterior. Los que somos pastores (sacerdotes y obispos, pero también padres de familia y educadores) hemos de reconocer en esto, la altísima responsabilidad que sobre nosotros recae.
Hoy en día se ha trastocado este orden: se habla tantísimo, pero sin haber recorrido las dos primeras etapas: la de la escucha y la de la verificación y el discernimiento.
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Tor Vergata- JMJ 2000
Junto a todo ello, en la imagen del centinela y de su misión podemos descubrir también una bella imagen de lo que es la parábola de la vida de fe. Éste se funda en primer lugar en la escucha de la Palabra: crece con ver, descubrir y contemplar la presencia de Dios en la Historia, y llega con la madurez del testimonio. Distorsionar esta sucesión podría llevarnos a una mistificación nociva de la fe o hacia un fundamentalismo peligroso; y la historia nos desvela cuán peligrosa puede resultar esa clase de fe.  Los diez leprosos del fragmento evangélico de Lucas (17,11-19) que nos presenta el domingo XIIIº desp. de Pentecostés, de bien cierto habían oído hablar del Señor: lo escucharon también personalmente, lo vieron y fueron en pos de Él, supieron dirigirse a Él, aunque sólo uno acabó toda la ruta, el recorrido de la fe. El Señor alabó la fe que salvó al leproso agradecido. Una fe que le fue don: seguramente porque había implorado bien y había rezado.
Que la invitación a orar nos conceda la triple gracia: la de la escucha, la de saber ver y por último la de testimoniar la belleza de vivir en Su presencia, la única cosa cierta, la única bella y verdadera noticia. ¡Ojalá todos nos convirtamos en centinelas del Tercer Milenio como el santo papa Juan Pablo II invitaba a los jóvenes en aquel encuentro de Tor Vergata!
Fr. Tomás M. Sanguinetti

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1 comentario

  1. El discernimiento entre el Bien y el Mal.

    Todos nos encontramos ante problemas y situaciones cuya solución no se vislumbra fácil, acertada, clara y rápida.

    La vida humana comporta una gran cantidad de opciones, pues Dios nos creó libres, y puso nuestra propia realización en nuestras manos. No está exento de dificultades el camino de nuestra santificación.

    Todos nos encontramos ante problemas y situaciones cuya solución no se vislumbra fácil, acertada, clara y rápida. Se nos presentan dilemas. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo hacer?

    Para el no creyente, o para la persona con una fe que no afecta su vivir diario, la decisión suele basarse únicamente en la razón, pesando los pros y los contras de las opciones, o en la intuición, fruto muchas veces de las emociones, caprichos o preferencias.

    Sin embargo, para quien posee una fe viva y operante, la pregunta «¿Qué debo hacer?» se convierte en: ¿Cuál es la voluntad de Dios para mí en esta situación? ¿Qué quiere Jesucristo?

    A mi modesto entender, se podrà empezar a entender el discernimiento a partir del cumplimiento de los Mandamientos, de acuerdo en las enseñanzas de la Iglesia.


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