UN CURA DESALENTADO

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¡Alerta, alerta, máxima alerta! ¿Qué le está pasando a la Iglesia? Sirvan estás líneas como presentación de una carta enviada por “un cura desalentado”.
La Iglesia, que ha ido siempre por delante, marcándole el camino al mundo, va hoy por detrás, a la cola, siguiendo los pasos del mundo. Pues lo que les pasa  a los obispos es bien sencillo: han perdido la fe en sí mismos, en su altísima misión, y tremendamente acomplejados, se han puesto a seguir al mundo con un servilismo que da pena. Y eso ocurre porque desde hace ya más de medio siglo, los seminarios no forman sacerdotes para la Iglesia, sino animadores socioculturales que no desentonen del mundo.
Han perdido totalmente el sentido del sacerdocio. Desde Aarón, el sacerdote es el que se ocupa de lo sagrado: empezando por los sacrificios. En el sacerdocio católico, el primer deber sagrado del sacerdote es el Sacrificio de la Misa, haciendo de puente entre Dios y el Pueblo. Deber sagrado, deber sacerdotal. Y la Misa, algo eminentemente sagrado, el culto debido a Dios.
¿Y cuál es el futuro de un sacerdote que ha perdido el sentido del sacerdocio, por lo  cual ya no puede ser pastor de nada? Pues el mismo que el del médico que ha perdido el sentido de la medicina, transformada en aras de su mejor administración, en un ejercicio altamente burocrático (¿no te has fijado en que cuando vas a visitarte, el médico se ocupa mucho más de redactar el informe de la visita que de visitar realmente al enfermo?). ¿Y qué les pasa a los maestros? Pues casi lo mismo: como han de rendir un retorno burocrático-administrativo, han de sustraerles a los alumnos una parte cada vez mayor de su dedicación, para emplearla en reuniones de carácter “organizativo”, en “coordinaciones” y en informes. Todo ello, con constancia escrita.
Y claro, como los obispos están en el seguidismo del mundo, no podían quedarse al margen de esos grandes progresos al servicio de la sociedad. Servicios que sirven a los que dicen servir a la sociedad. Y ahí está el episcopado entregado a la burocratización de su ministerio en cuerpo y alma. Si no se burocratiza el ministerio sacerdotal, si no genera papeles en gran cantidad, proyectos e informes, es como si no hiciese nada. Así que el camino que nos ha marcado el mundo es el bueno, es el auténtico, es el que hay que seguir para darle consistencia burocrática a la actividad del sacerdote. Y en eso nos está metiendo nuestro dignísimo arzobispo-cardenal. En un grandioso PLAN PASTORAL que escrito, queda monísimo. Para quitarse el sombrero. 
Ciertamente, “el papel lo aguanta todo”, pero permitidme una observación previa respecto al pastoreo. Cuando Dios instituyó a Aarón como Sumo Sacerdote, no le confió como misión primaria el pastoreo del pueblo, sino la función sacrificial, la función sagrada del culto debido a Dios. Lo del pastoreo del pueblo al que se destina la “pastoral”, va unido inseparablemente a esa función sacral y se fundamenta en ella. El ministerio del obispo y, por ende del sacerdote, es santificar, enseñar y regir a los bautizados que se congregan por la fe y el Espíritu Santo en la Santa Iglesia. Pero he aquí que la moderna mundanización eclesiástica ha quitado a Dios de en medio, lo ha arrinconado no se sabe si en el templo o en la sacristía, colocando en su lugar al “pueblo”. Por eso, cuando el obispo no se preocupa de sus sacerdotes, olvida totalmente su misión sagrada, relegándola a lo que se le ocurra a cada uno cuando la pastoral y la burocracia le dejen algo de tiempo y ánimo.
Y lo que tenemos como fruto de esa desvirtuación del sacerdocio, es ese “pack” de la despersonalización del sacerdote, que denuncia nuestro cura desalentado. Resulta que la principal misión del obispo hoy es burocratizar la diócesis y la función de los sacerdotes a su cargo, a todo lo que dé de sí. ¿De verdad es por ahí por donde esperan sacar a flote a la Iglesia? ¿De verdad creen que una cosa así ha de entusiasmar a los sacerdotes que no estén quemados aún? Por lo visto, el señor arzobispo-cardenal no es consciente de la edad promedio de sus curas. No ha caído en la cuenta de que a esas alturas de sus vidas, con más de la mitad de sus efectivos habiendo superado ya la edad de la jubilación, o rozándola, no están para “reformarse” del modo en que pretende reformarlos su pastor. Bastante será que vayan tirando como están, sin que los aniquile el desaliento al ver que no para de aumentar su trabajo y que no dan abasto. Conscientes, los curas más jóvenes además, de que con el “Plan pastoral” en que pretende meterlos su arzobispo, no sólo no disminuirá su trabajo, sino que aumentará (por el plus de trabajo que impone la burocratización); con la pena añadida de su total despersonalización (nunca serán párrocos de ningún sitio), convirtiéndoles en simples peones de esa entidad (la “comunidad pastoral”) que aspira a sustituirlos . Y todo ello, para más escarnio, camuflado bajo el insidioso disfraz de la “sinodalidad”. 
 
Ahí va la tremenda misiva del sacerdote … 
El “pack” de la despersonalización pastoral
Os escribo desde la preocupación y el dolor. No por una crisis personal, sino por una transformación estructural que nos afecta a todos, aunque a veces se nos presente como una simple reorganización pastoral. Me refiero al nuevo modelo de “comunidades pastorales” que la Archidiócesis de Barcelona está impulsando con fuerza.
Muchos de nosotros lo hemos vivido ya, otros lo veréis llegar pronto. Y aunque se nos hable de sinodalidad, misión compartida y trabajo en equipo, lo que está ocurriendo en la práctica es otra cosa. Lo que sigue no es una queja, sino una advertencia fraterna. Un “vigila, que això t’afecta directament”.
La Archidiócesis de Barcelona ha puesto en marcha un ambicioso plan de reestructuración pastoral que, bajo el nombre de “comunidades pastorales”, pretende agrupar parroquias y reorganizar el mapa eclesial. Pero detrás de los discursos de sinodalidad y misión compartida, muchos sacerdotes comenzamos a percibir un patrón preocupante. Lo que se presenta como una solución a la escasez de clero y una oportunidad para “caminar juntos”, en la práctica está sirviendo para consolidar un modelo de control vertical, diluir la identidad de las parroquias y marginar a los sacerdotes que no comulgan con el discurso oficial. A continuación, expongo diez síntomas que deberían hacernos reflexionar… y reaccionar.
1. Pérdida de la verdadera autonomía pastoral
Cuando una parroquia entra en una “comunidad pastoral”, deja de marcar su propio ritmo. El moderador y el arcipreste se convierten en los jefes de facto. Tú puedes seguir siendo “párroco”… pero ya no eres “quien decide”.
Señal de alerta: reuniones donde se dice que “hay que consensuar”… pero el consenso ya viene decidido desde arriba.
2. Asignaciones impuestas sin posibilidad de diálogo
Este modelo facilita que te digan: “Ahora llevas esta parroquia, y también este otro pueblo, y además esta tercera comunidad.”
Todo en nombre de la “pastoral de equipo”.
Bandera roja: cuando lo que era “ad experimentum” cada año se convierte en “permanente”.
3. El moderador impone tu línea pastoral
Aunque no sea tu superior jerárquico directo, en la práctica lo es. Puede decidir prioridades, establecer horarios comunes, reorganizar servicios, “proponer” traslados de personal y definir estilos de acompañamiento. Si discrepas, pasas a ser “el que no quiere trabajar en equipo”.
4. Sobrecarga disfrazada de “misión compartida”
Cuando se agrupan entre 4 y 10 parroquias:
- Cada parroquia quiere su misa
- Cada comunidad pide bautizos, funerales, visitas
- Las reuniones se multiplican
- La burocracia se dispara

Y el relato oficial es: “No son más tareas, es un nuevo estilo sinodal.”
Claro…
Señal de alerta: si te proponen más reuniones que acciones pastorales.
5. Pérdida del vínculo con la comunidad
Dejas de ser “el sacerdote de aquí” para convertirte en “uno del equipo”. La gente ya no te ve como su pastor, sino como “el cura que ha tocado hoy”.
Esto duele. A ti, a ellos, a la comunidad.
Cuidado: cuando te dicen que todas las parroquias deben tener “el mismo estilo” o “un modelo único”.
6. Instrumentalización del tiempo sacerdotal
Las grandes estructuras siempre exigen:
- Más reuniones
- Más informes
- Más coordinación
- Más justificaciones

Todo esto consume horas de pastoral viva y te desgasta. Y como eres obediente y responsable (y ya te tienen calado), te cargan más que a otros.
7. Invisibilidad del sufrimiento personal
En una estructura tan grande, es fácil que:
- Si tienes una dificultad
- Si estás agotado
- Si tienes problemas de salud
- Si te estás quemando pastoralmente…

… nadie lo vea. Y menos aún que alguien te acompañe.
8. Riesgo de ser usado para justificar decisiones
A veces te piden opinión… pero más para poner tu nombre en el acta que para escucharte de verdad.
Señales: documentos que dicen “se ha consultado” pero no explican qué se ha incorporado; decisiones que se toman igual, pese a las objeciones.
9. Disolución de responsabilidades
A medida que se amplía el territorio pastoral:
- Si algo sale bien… es mérito del “proyecto sinodal”
- Si algo sale mal… “es que no hay suficiente personal”

Y tú quedas en medio: responsable, pero sin poder real.
10. El espejismo del “equipo sacerdotal”
Si hay verdadera fraternidad, es una bendición. Pero si no:
- Tensiones silenciosas
- Disputas de poder sutiles
- Favoritismos
- Y tú haciendo de amortiguador, porque eres de los que escuchan y se implican

No se trata de rechazar la colaboración ni de negar la necesidad de adaptarse a los tiempos. Pero sí de alzar la voz cuando la sinodalidad se convierte en una coartada para imponer estructuras que despersonalizan, desgastan y silencian.
Porque detrás de cada parroquia hay un pueblo, una historia, una comunidad viva… y un pastor que merece ser tratado como tal.
Un cura desalentado 

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2 comentarios

  1. Així és, justament així. Només cal preguntar als rectors de parròquies quan va ser la darrera vegada que Sa Eminencia es va posar en contacte... N'hi hauria prou amb una trucada diària perquè al cap de l'any contactés amb tots els rectors. Doncs no, els sacerdots ocupen l'últim lloc en les prioritats del Cardenal. Només es fa present quan el problema ja està enquistat, quan no té més remei, sovint quan ja no hi ha res a fer. Això sí, tenim una reestructuració territorial i pastoral que és el acabóse, tot arreglat, complimenti.

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  2. Pero si estamos mejor que nunca, lo dice el bisbe Javier

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