TEOLOGÍA SAPIENCIAL: EL ‘SABER’ Y EL ‘SABOR’ DE LA FE

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El domingo 14 de septiembre, festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, el papa León XIV cumplió 70 años. El día anterior, sábado, dijo cosas enormemente interesantes, en la reunión con los 130 participantes (no, efectivamente no fue una cosa sinodal) en el seminario sobre “Creación (últimamente la clerecía está ayuna de creacionismo, a causa de su alto contagio de modernismo), naturaleza y medio ambiente para un mundo de paz” organizado por la Pontificia Academia de Teología. Seguimos confiando en el papa que ha querido Dios para su Iglesia. Y nos dejamos impresionar por el claro sabor teológico de sus palabras.
Evidentemente no podía dejar de rendir tributo al “climatismo” que se ha convertido en el eje de la “teología” en que convergen la Iglesia, las religiones puestas al día y las más celebradas corrientes culturales. Cortesía debida al gran poder climático y calentológico que domina el mundo.
Donde el papa se puso interesantísimo, tomando con fuerza el timón alocado de la Iglesia, fue cuando habló de la “Teología sapiencial elaborada por los grandes Padres y maestros de la antigüedad que, dóciles al Espíritu Santo, supieron conjugar fe y razón, reflexión, oración y praxis”. Teología sapiencial: gran hallazgo. Suena agustiniano.
De donde resulta que “la teología es una sabiduría (sapiencia) abierta al diálogo con las ciencias, la filosofía, el arte y toda experiencia humana”. Y el teólogo que la practica, “vive el ansia misionera de comunicar a todos el SABER y el SABOR de la fe para que pueda iluminar la existencia, rescatar a los débiles y excluidos, tocar y curar la carne dolorida de los pobres, ayudarnos a construir un mundo fraterno y solidario, y conducirnos al encuentro con Dios”. 
No descendió, ¡claro que no!, a ponderar la desorientación y los destrozos de la teología moderna (vergüenza da, llamarla “teología”; ¡menuda usurpación!), sino que se limitó a proponerles a los teólogos tres grandes pilares: san Agustín, santo Tomás de Aquino y Antonio Rosmini (excelsa, la metafísica de este último, al servicio de la fe).
Efectivamente, la fe no puede ser insípida, pero tampoco puede construirse sobre la falta absoluta de información sobre ella, ignorando no ya los tres grandes pilares que indicó el papa, sino incluso las Escrituras, el Magisterio y la Tradición. La fe ha de sostenerse, al menos, sobre el catecismo básico, el de la infancia. Ni fe insípida, ni fe ignorante. Y no hay duda de que la gran crisis de la Iglesia procede de la “fe” (si es que puede llamarse así) insipiente (desinformada, ignorante) e insípida de demasiados pastores.
El problema es que tanto en los niveles básicos de la fe (los de los fieles de a pie, los del sensus fídei) como en los niveles altos (los de los clérigos y teólogos), no hemos puesto suficiente atención al hecho de que efectivamente la fe es patrimonio de toda la Iglesia: la de ayer, la de hoy y la de siempre. Y que, si no se conoce, no se tiene. Si no conoces la fe, no tienes fe. Así de sencillo. ¡Qué, cómo andamos de catecismo los de abajo y los de arriba! De ahí se infiere que no puede andar por ahí cada uno con “su” fe. Que no, que no te puedes inventar tu fe, que la cosa no va por ahí. La fe es un valor compartido por todos los creyentes; con lo cual no puede andar por ahí cada uno con su fe. Algo así como los protestantes. La fe es algo que compartimos con toda la Iglesia, con la de siempre. Ése es el plano de la sapiencia básica. Es, en realidad, el plano del SABER de la fe.
 
Y sin embargo, tenemos también el plano del SABOR de la fe. Y en este plano, como en el de los gustos, el de los sabores, no hay nada preceptivo. Claro que a pesar de ser el sabor algo totalmente subjetivo, coincidimos con los sabores de muchísimos. Pero eso no quita que alguien perciba sabores distintos de los que perciben los demás. Tenemos, por ejemplo, el caso del que, al estar resfriado, pierde el olfato, y con él, la capacidad de saborear. Y el caso de que un mismo guiso, uno lo encontrará soso, y otro puede ser que lo encuentre salado. Tenemos totalmente asumida la individualidad de los gustos, pero sin que eso represente que no podamos coincidir con muchos otros. Pero nadie pone en duda la legitimidad de la individualidad del sentido del gusto.
Pues oiga, lo mismo, exactamente lo mismo respecto a la fe. No hay nada que discutir en el plano del conocimiento, en el área del SABER. Siempre hay consenso (salvo las distorsiones y extorsiones que hemos sufrido últimamente). Las cosas son lo que son. Pero luego, en el plano del SABOR, tanto en la fe como en la comida, las cosas te sabrán a lo que te sepan. Y eso nadie te lo va a discutir, aunque tu sabor no coincida con el sabor de los demás.
Estamos, por otra parte, en unos tiempos en que nos sobran “saberes”. La información se nos sale por las orejas y obviamente no tenemos capacidad para discernir lo bueno de lo malo en cada materia, incluida la religión. Y aunque parezca paradójico, resulta que es “el sabor”, comprobar a qué nos saben las cosas, el único criterio que nos queda (subjetivo a más no poder) para discernir lo bueno de lo malo. Pero no tan subjetivo, porque en los gustos, en los sabores del individuo están grabados de algún modo, los sabores de la tribu. En el caso de los católicos, los “sabores” de la Iglesia, es decir el sensus fídei.
Eso, por una parte. Y por otra, justamente para custodiar esos sabores en su relación con Dios, la Iglesia tiene la liturgia (el gran depósito de los ritos) además de otras prácticas piadosas; gracias a las cuales, el individuo no queda abandonado a sus gustos particulares, para los que, de todos modos, la Iglesia le deja un anchuroso margen.
Pues sí, estamos en tiempos de tremendos bandazos de la barca de Pedro, en que no nos queda a los fieles mejor recurso que la “Teología Sapiencial”, la del “dulce sapere” por la que aboga (creo que sapientísimamente) el papa León XIV: que no tiene pinta de ser un retrógrado (uno que anda hacia atrás como los cangrejos), sino que tiene la habilidad de incorporar a su prudente magisterio, todas las tentativas que ha hecho la Iglesia para no ser una antigualla encallada en las playas del mundo. Incluida la escandalosa LGBT+ “católica” y eclesiástica, a la que se está dejando hasta jubilarse en el jubileo. Ojalá que con intención de que ellos mismos decidan prejubilarse.       
Custodio Ballester Bielsa, Pbro.
www.sacerdotesporlavida.info

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