EL EBRO GUARDA SILENCIO

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A buen entendedor, pocas palabras le bastan: o incluso ninguna. O como dicen en latín, qui tacet, consentire videtur: el que calla, parece consentir. En román paladino, “quien calla, otorga”. Y ahí estamos, en los esfuerzos por interpretar los silencios de tantos en la Iglesia.
Parece que me ha llegado el momento de ser juzgado (y lo que venga) por haber dicho en una entrevista, en un canal de internet, que el cristianismo no es el islam… Y fui denunciado al “fiscal del odio” por una asociación de neo musulmanes; y, después de mí, también le alcanzó la denuncia a D. Jesús Calvo, párroco de León, y a Armando Robles, el periodista que nos entrevistó a los dos en el programa La Ratonera. Y ahí seguimos, en la ratonera.
Sé lo que opina algún prelado sobre el frenazo puesto por el Ayuntamiento de Jumilla a la cesión de espacios públicos a los musulmanes para sus ceremonias religiosas.  Y sé cuál es la opinión oficial de la Conferencia Episcopal Española al respecto. Pero no sé lo que opina nuestra jerarquía eclesiástica sobre la libertad (más exactamente obligación) del sacerdote, de predicar la verdad. Porque la realidad que vivimos los sacerdotes (¡y los obispos!) es la de una especie de prohibición tácita de tocar las cuestiones doctrinales y hasta sociales en las que se ha posicionado el poder civil; es decir, que hemos de interpretar esa prohibición tácita en el sentido de que ni la moral ni las diferencias religiosas son temas en los que podamos entrar los sacerdotes en nuestras intervenciones en los medios ni en las homilías. Es la dictadura de lo políticamente correcto. De ese orden internacional basado en las reglas que imponen aquellos que realmente dominan el mundo.
Y como la cosa es tácita, es decir callada (porque tampoco se atreverían a promulgar un documento explícito sobre esa prohibición), muchos han hecho como que no se enteraban de que dos sacerdotes católicos eran llevados a los tribunales por denunciar la tiranía que supone la charia o ley islámica para los cristianos que han de sufrirla. Y no lo hacemos a lo Savonarola, no con formas incendiarias, sino simplemente declarativas, sin insistir, sin machacar, sin hurgar en las heridas y renunciando a cualquier tipo de violencia o de “incitación al odio”, que es de lo que se nos acusa.
El mismo fiscal de odio, para afianzar su acusación, cita frases descontextualizadas del artículo publicado en Germinans El imposible diálogo con el islam, en el que afirmaba que la disparidad de visiones cosmológicas y culturales del cristianismo y el mahometismo hacían muy difícil cualquier entendimiento en materia religiosa y antropológica. 
 
Tampoco la fiscalía ha hecho ninguna referencia acerca de la reflexión que hice en esta misma web sobre la actitud vergonzante del episcopado europeo ante la opereta blasfema de la inauguración de los Juegos Olímpicos en París: “Los musulmanes, únicos testigos del espíritu religioso de la humanidad.”   Ahí alababa la actitud de dos musulmanes de pro, ya que sólo el ayatolá Jamenei de Irán y el presidente de Turquía Erdogan protestaron enérgicamente contra aquella ofensa gratuita a la religión, saliendo en defensa de Jesucristo y de la Virgen María, dos figuras respetadísimas en el Islam. Por tanto, de esa “discriminación” islamófoba de la que me acusa el fiscal de odio, nada de nada.
Y, mientras tanto, nosotros en jornadas de reflexión sobre la biodiversidad litúrgica, con comunicados sobre la acogida sin discernimiento y silencios cuidadosamente calibrados para no molestar a nadie -salvo, claro está, a los que aún creen que la fe no se negocia-. Porque parece que el hecho de que unos sacerdotes sean llevados ante una Audiencia Provincial por decir que el islam no es una maravilla, no merece ninguna atención. Tal vez hasta molesten. 
Y aunque ciertamente he recibido muestras personales de apoyo por parte del mismo cardenal D. Juan José Omella -cosa que agradezco muy sinceramente-, en las que me daba ánimos para enfrentarme confiadamente a esta prueba, siento que, tal vez, haría falta alguna declaración más general; aunque sólo sea por mantener un cierto equilibrio, al estilo de la que se hizo desde la Conferencia Episcopal a favor de los musulmanes de Jumilla: porque la libertad de expresión religiosa es para todos o para nadie. Supongo, sin embargo, que, a lo mejor, desde la perspectiva de tan alto organismo eclesiástico, dos sacerdotes de a pie no lo merezcan tanto como otros colectivos más numerosos y, en el caso de Jumilla, nuestros hermanos musulmanes: a los que parece que es preciso defender a toda costa -dicen- de la “demonización” que han emprendido contra ellos los partidos más retrógrados del arco parlamentario.
 
Mientras las ofensas a los sentimientos religiosos de los católicos -esas sí- se archivan con diligencia, las procesiones son profanadas, los altares ridiculizados, las imágenes de la Virgen convertidas en objeto de escarnio artístico… todo eso entra en el cajón de lo “culturalmente tolerable” en un Estado de derecho. Eso no es “delito de odio” ni de “discriminación”, ya que éstos son siempre relativos a su presunto autor. Por ello, si un sacerdote osa decir que la charia es incompatible con la libertad o denunciar el plan Kalergi, entonces se activa el engranaje judicial, se convoca al fiscal del odio, y se nos cita a declarar como si fuéramos un peligro público. ¡Cómo va a ser lo mismo si toca esos temas un imán o un sacerdote católico! Discriminación positiva para las minorías, ¿no?
Y en ese contexto, el silencio no es neutral: es escandaloso. Mientras se clama a favor de los musulmanes de Jumilla -bien hecho está- se implementa una férrea ley del silencio sobre otros casos, si son políticamente incorrectos. Porque cuando el pastor no defiende al que da la cara por el rebaño, ¿qué mensaje se transmite? Pues que es mejor callar. Que es más prudente no meterse en líos. Que la fe cristiana, si incomoda, se convierte en un estorbo. Ahí está el asesinato de Charlie Kirk. Y así, poco a poco, se va imponiendo la ley del miedo, la autocensura y la claudicación. Lo que dijo San Juan Damasceno sobre el islam, lo que declaró San Eulogio de Córdoba al tribunal musulmán que lo condenó a muerte, o el testimonio de los cristianos asesinados por los islamistas nigerianos, parece que ha de ser borrado de la memoria del Pueblo de Dios.
Pero algunos -pocos, quizás- seguiremos diciendo lo que la Iglesia de los mártires siempre ha enseñado. Aunque nos lleven a los tribunales. Aunque nos dejen solos. Aunque el Ebro guarde silencio según por dónde pase.
Custodio Ballester Bielsa, Pbro.
www.sacerdotesporlavida.info

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1 comentario

  1. Está lleno de ratas cobardes. Es fácil dar palmaditas y unirle una frasecilla piadosa para lavarse las manos.

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