El teatro religioso, tan extendido en la Edad Media, ha aportado maravillosas obras a la cristiandad. Entre ellas los auto sacramentales o misterios (el primero de ellos, el de los Reyes Magos, del siglo XII), que se hicieron más abundantes en el Siglo de Oro. En ese entorno de teatro religioso fueron apareciendo representaciones del Nacimiento y de la Pasión que, aunque ya como piezas de museo, se han mantenido hasta nuestros días.
El que tenemos hoy a la vista, es el Misterio de Elche: una “representación teatral” (por usar una terminología inteligible hoy) tremendamente audaz, con medios técnicos muy espectaculares, que nos hacen pensar en el Vespro della Vérgine de Claudio Monteverdi en el que asoma ya la ópera.
Los autos sacramentales tuvieron los atrios de las iglesias como su escenario ordinario; pero una exigencia teatral cada vez mayor, fue empujándolos poco a poco hacia el interior de los templos. Pero la iglesia, que no quería verlos convertidos en teatros ni en salas de espectáculos sino que, guardiana de su sacralidad, los reservaba para la liturgia, fue expulsando de los templos cuanto se inclinaba a la espectacularidad y al folklore, como en Navidad, el canto de la Sibila y todo lo que se movía en torno a la Misa del Gallo (y en Semana Santa, las grandes procesiones penitenciales). Singular excepción fue el Misterio de Elche.
Tan impresionante, que a pesar de que el Concilio de Trento prohibió la representación de obras teatrales en los templos, el papa Urbano VIII, mediante un rescripto pontificio, concedió a la villa de Elche un permiso especial para seguir con la representación del Misterio de la muerte, entierro, resurrección, ascensión y coronación (ya en la imagen de Santa María de Elche) de la Virgen. Este permiso papal puso fin a la oposición del obispo de Orihuela que, siguiendo las normas de Trento, luchó por expulsar esta representación del templo. Esto ocurría en 1632.
Y se produjo la feliz excepción; y de ese modo se salvó el Misterio de Elche, cuyo valor cultural fue reconocido en 2001 por la Unesco, declarándola “Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad”. No hay más que echarle un vistazo al libreto de esta representación y a los textos que de ésta se conservan (139 en la primera parte, la “vespra”, y 119 en la segunda, la “festa”), en valenciano, para apreciar la gran belleza de esta representación.
Bien está, dicho sea de paso, que la Unesco haya apreciado la belleza de un espectáculo tan impresionante como el Misterio de Elche; pero cuesta comprender que no haya visto la belleza de la liturgia tradicional de la Iglesia católica o de la iglesia ortodoxa y no las haya declarado también “Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad”.
Ciertamente se trata de una joya. Todo un gran templo, el de Santa María de Elche, que ha dedicado su arquitectura e ingeniería más sofisticada, a la catequesis sobre un solo misterio de nuestra fe (al que la catequesis ordinaria de la Iglesia ha dedicado poca atención), el del final de la vida de la Madre de Dios: una pieza que evidentemente le faltaba a la narrativa troncal del cristianismo, y que suplió la devoción de los fieles con prodigiosa grandeza.
Cuando por fin tienes acceso al Misterio de Elche, o asistes a su representación, o lees los textos, comprendes que lleve siglos representándose sin interrupción desde hace siglos. Una genial mariología que llena un hueco evidente en el gran esfuerzo del catolicismo por asentar la co-redención de María, y su reinado indiscutible en toda la cristiandad. Otras grandes iglesias y catedrales hacen catequesis con sus esculturas y vitrales (recordemos Notre Dame de París, tan genialmente novelada por Víctor Hugo). La basílica de Santa María de Elche, optó por la singular catequesis del Misterio.
Hay razonables dudas sobre la antigüedad de esta gran representación religiosa, de cuya existencia hay claras muestras a lo largo del siglo XV. Lo que tiene plena consistencia es el texto actual, que procede de una copia del siglo XVII, cuyo original se perdió. La copia más antigua que conserva el Ayuntamiento de Elche (la consueta o libreto para los Mestres de la Capella) es de 1709.
La tradición más antigua sitúa este “misterio” en 1265, año de la conquista de Elche por Jaime I el Conquistador. Otra tradición, también indocumentada, vincula el nacimiento de esta representación, con la aparición de la imagen de la Virgen de Elche el 29 de diciembre de 1370. Hay que suponer, de todos modos, que una obra tan compleja no se creó de una tacada, sino que debió de tener un largo proceso de elaboración. De todos modos, es innegable que ha sido la fuerza propia de la obra la que ha producido su permanencia a lo largo de los siglos.
Se inicia el acto con la petición de la Virgen a los dos Marías que no la dejen sola, porque siente que ha llegado el momento de irse de este mundo: lo meu car Fill, quan lo veuré? Mi querido Hijo, ¿cuándo lo veré? Del meu car fill ple d’amor, tan gran que no ho podría dir, on per remei desig morir. Llena del amor de mi Hijo, tan grande que no lo podría decir, que por remedio deseo morir.
Se abren las puertas del cielo (todo un bello artefacto en la cúpula de la basílica) y de él desciende un ángel portando la palma que entregará a María. Música de órgano a pleno pulmón, repique de campanas, disparo de cohetes y vítores de los actores y asistentes.
La Virgen desea que su entierro se realice en presencia de los apóstoles; y le concede Dios su deseo. Tomás, que está evangelizando las Indias, llega el último.
Y efectivamente, tiene lugar la bella muerte de la Virgen, de extraordinaria emoción mística. Y a partir de ahí se plantea su entierro, con el incidente de los judíos, que se han propuesto robar su cuerpo para que no ocurriera lo mismo que con la Resurrección de Jesús. Judíos que son el contrapunto de este bello drama, pero que finalmente se convierten y piden bautismo, gracias a un milagro de la Virgen, y se unen al coro que celebra su exaltación.
Una vez enterrado el cuerpo en la tierra, en la recélica o Araceli es subida la imagen de la Virgen que, sin la mascarilla mortuoria, aparece resucitada: De este modo, ocupando el puesto del niño-actor, la venerada imagen de la Virgen, se obtiene una representación totalmente plástica de la Asunción. Con la unión del alma que baja del cielo al cuerpo recién enterrado, obtenemos la imagen de la resurrección tras el paso por la muerte.
Tras la Ascensión (ya en la imagen venerada), viene la solemnísima Coronación, con la que se pone fin a la representación del Misterio, todo envuelto en una lluvia de oro que desciende del celo abierto de par en par. “El instante es inenarrable –dice el texto en que se marcan las pautas de la representación-. La multitud, que llena completamente el templo, prorrumpe en aplausos y vítores. Todas las campanas de la iglesia, exteriores e interiores, son lanzadas al vuelo. Una salva de cohetes se dispara desde las terrazas de Santa María, y el órgano, abiertos todos sus registros, emprende su tutti majestuoso. Los ¡Visca la Mare de Déu! Salen de las gargantas de actores y espectadores. Éste es el momento culminante de la fiesta. La cumbre del Misterio. La Virgen, la patrona de Elche, ha sido coronada como Reina de todo lo creado en presencia de toda la población”.
Custodio Ballester Bielsa, Pbro.www.sacerdotesporlavida.info