LA FRAGILIDAD DEL SACERDOTE

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Matteo Balzano, el sacerdote italiano que se quitó la vida 

La de sacerdote es una profesión del alto riesgo. La hostilidad casi institucional contra la religión cristiana (con mayor acento en la católica), la hace especialmente difícil. La hostigación es constante: tenemos bien reciente el caso de Vic. No ocurre lo mismo, ni de lejos, con la religión islámica.

Sabemos de las profesiones en que es mayor el riesgo de suicidio. Pero entre ellas no está la de sacerdote, porque la Iglesia ni siquiera ha prestado atención a este fenómeno; por eso no es que no dé acceso a sus estadísticas: es que no las tiene. Y no es fácil adivinar que, dadas las características de esta profesión, le corresponde ocupar un lugar alto en el ránking de profesiones con mayor incidencia de suicidios. Pero sabemos a ciencia cierta que la Iglesia (en este caso el obispado) hace todo lo posible por ocultar los suicidios de sacerdotes: es, por otra parte, la última caridad que se les debe.

Por si algo nos faltase a los sacerdotes para darnos una última vuelta de tuerca, tenemos el tremendo conflicto de la pederastia, que obviamente ha dado lugar a buen número de suicidios. Se han suicidado sacerdotes que sí, que han incurrido en delitos de pederastia y que, arrepentidos, no han contado con la compasión y el perdón de la Iglesia: fue ésta, la Iglesia, la que les cerró todo camino de redención; por lo que, desesperados, no vieron otro camino que quitarse de en medio.

En este mismo capítulo tenemos el cajón de sastre de los “abusos”, en el que finalmente entra lo que el respectivo obispo decide que entre. Es tan amplia la discrecionalidad, que la acusación de abusos (proceda de donde proceda) se convierte en una suerte de recurso de gobierno. Todos los curas conocemos algún caso de manejo retorcido de acusaciones de ese género. Las angustias a que dan lugar esas acusaciones que penden como espadas de Damocles sobre algunos sacerdotes, pueden dar lugar al más terrible desenlace.
 

Y finalmente tenemos las acusaciones falsas, las calumnias: que, en virtud de la rarísima presunción de culpabilidad en estas cuestiones, alegremente asumida por el obispo, dan lugar a una angustiosa indefensión del sacerdote falsamente acusado, que si no goza de una enorme fortaleza de espíritu, le empuja también al suicidio. Algún caso se ha dado en que predominaba entre los compañeros, la sospecha de falsa acusación.

Pero tal como están las cosas en la Iglesia, lo último que podemos hacer es reivindicar la inocencia del pobre sacerdote suicidado. Y es ahí cuando es totalmente pertinente hacer la pregunta: ¿Quién le ha suicidado?   
 
Ciertamente, el odio del mundo que, a través de sus terminales mediáticas, se ha encargado de desprestigiar a la Iglesia, de socavar su autoridad moral a cuenta de los reales o supuestos abusos por parte de un ínfimo porcentaje de sacerdotes extraviados. Infinitamente menos que en cualquier otro ámbito profesional que tenga contacto con jóvenes: maestros, profesores entrenadores deportivos, asistentes sociales y hasta familiares muy cercanos.
 
También la lejanía de unos pastores que renunciaron a su paterna autoridad para convertirse en meros gestores de un entramado institucional cada vez más hipertrofiado. Incapaces, por tanto, de seguir de cerca el periplo pastoral y personal de los sacerdotes que tienen encomendados. Cualquier problema, frustración persecución o disgusto se queda en el corazón atormentado de un sacerdote que ya no se atreve a tratar con confianza a su superior jerárquico.

Los obispos más preocupados por la triste circunstancia de la indefensión del clero ante la grave problemática que enfrentan, han implementado la constitución de comisiones interdisciplinares a las que se puede recurrir en busca de ayuda y soporte psicológico. El centro de las Alquerías del Niño Perdido en Castellón parece ser también respuesta a esa preocupación. Sin embargo, nada puede suplir la presencia de un obispo que se interesa por la persona de cada uno de sus sacerdotes.
 
 
Francisco Javier Bronchalo afirma, abundando en el tema del suicidio del sacerdote Matteo Balzano: “La indiferencia mata más que el odio porque con el odio te insultan y te gritan, pero con la indiferencia te silencian y te dejan morir. La mayoría de los sacerdotes vivimos o hemos vivido en un clima de indiferencia, juicio y exigencia desmedida. Si cometemos un error, nos señalan. Si acertamos, nadie lo suele decir. Algunos dicen que así no nos hacemos soberbios...” Triste constatación, la verdad.
Aquí es donde cobran pleno significado las palabras que el llorado cardenal Ricardo María Carles dirigía a sus sacerdotes atormentados. Siempre tenía tiempo para el presbítero atribulado. Tras explicarle todas tus dificultades y obstáculos de tu existencia sacerdotal, te miraba con ojos de bondad y te preguntaba: “De todo eso que me expones me hago cargo; pero, ¿y tú, cómo estás?” Así podías abrirle el corazón como un hijo a un verdadero padre. Así entendías perfectamente la unión del obispo con su presbiterio, no como una especie de franquicia del episcopado, sino como un todo, como partícipes todos de un único orden sacerdotal, como un cuerpo con su cabeza. Y se ganaba entonces tu respeto, porque te transmitía que de verdad le importabas.
¿Dónde están ahora esos pastores? Danos, Señor, muchos y santos sacerdotes y así tendremos muchos y santos obispos que amen a sus sacerdotes como hijos suyos que son. Así los fortalecerán y acompañarán hasta el final.
Custodio Ballester Bielsa, Pbro.
www.sacerdotesporlavida.info

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1 comentario

  1. Es importante que los sacerdotes puedan establecer relaciones de confianza con su obispo. ¿Perfiles como Dani Palau pueden serlo, si a sus alumnos los trataba como de todos es sabido? Pidamos para que mejore. La conversión siempre es posible. Amén.

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