El tema de esta semana es el fraude, el engaño, la mentira descarada que constituyó la promulgación del motu proprio Traditionis custodes. Ha estallado como una bomba de gran potencia. Y lamentablemente ha estallado en las narices del nuevo pontífice León XIV, que iba marcando sus tiempos con calma, por no incurrir en una dictadura de signo contrario a la que nos impuso el anterior pontífice. El caso es que, consecuente con el ritmo tranquilo que había elegido, ha ido haciendo nombramientos en favor de más de uno de los cardenales severamente implicados en ese fraude estremecedor. Un fraude que deja a la Iglesia y al anterior sumo pontífice, que es quien finalmente firmó el motu proprio (y no precisamente de mala gana ni engañado por nadie), en situación lamentabilísima: todos ellos convictos y confesos (los documentos incriminatorios son incuestionables) de uno de los delitos más graves que pueden cometer los más altos responsables de la doctrina de la fe, de la liturgia y de la pastoral en la Iglesia.
La semana pasada planteaba si la Iglesia abordará finalmente la cuestión de recuperar su “lengua propia”, el latín. Y esta semana tenemos un gran paso en esa dirección, aunque muy pedregoso. El día 1 de julio, el Vaticano daba publicidad al material (sin cocinar) de la consulta hecha a los obispos de todo el mundo, que dio lugar a la promulgación de “Traditionis custodes”. La conclusión que podemos sacar leyendo ese material, es que fue utilizado de forma fraudulenta: se cocinó y recocinó para que diese como resultado un clamor generalizado de los obispos de todo el mundo contra Summorum Pontíficum, a la que consideraban el mayor foco de enfrentamiento litúrgico en la mayoría de las diócesis del mundo. Fue ésa la conclusión a la que quiso llegar el papa anterior, y a ella llegó (evidentemente, mucho antes de la consulta); por lo que aseguró sentirse forzado por ese imaginario clamor de los obispos, a ofrecer a la Iglesia la solución de la Traditionis Custodes (custodios de la Traición, preferí traducirlo en su día). Una traición, en efecto, y un absoluto fraude cuya autoría material y jerárquica se mueve entre muy pocos nombres. La gran mayoría de comentaristas de este fraude teológico, coinciden en dictaminar, sin preocuparse por suavizar los términos, que Francisco mintió a toda la Iglesia. Fue un engaño para cuya culminación necesitó mentir, y mintió.
Era inevitable darnos de bruces con el juicio del anterior pontificado y del pontífice. Un juicio insoslayable, porque la verdad fue atacada violentamente desde el más elevado alcázar de la Iglesia, castigando severísimamente a los defensores de esa verdad. Y puesto que ante una cosa tan monstruosa no caben paños calientes ni dilaciones en nombre de la paz interior de la Iglesia (como tampoco debieron caber en el monstruoso problema de los delitos sexuales de los clérigos), al papa León XIV no le queda más remedio que actuar de forma fulminante (la que hubiese sido saludable para la Iglesia en el caso de los abusos), sin esperar a que terminen sus vacaciones. En una tormenta de tal magnitud, lo que puede contribuir mayormente a la rotura de la nave, es el tratamiento diplomático. Al papa se le han arruinado las vacaciones. Y parece de lo más lógico que eso afecte también a los cómplices del delito. Las redes están que arden, el fuego es muy violento, y no parece lo más prudente dejarlo arder, a ver qué se lleva por delante.
Se trata de un movimiento gemelo, dicho sea de paso, del que impulsó la sinodalidad: otro capricho papal, que empujó con muy pocos miramientos a que se presentara la cosa esa sinodal, como la mayor emergencia de la Iglesia. Los que lo hemos vivido de cerca, sabemos muy bien de qué va el cuento. Aparte de despojar el concepto de sinodalidad del significado que le ha dado la Iglesia a través de toda su historia, los procedimientos con que se ha llevado a cabo, han sido la antítesis, por no decir la burla y el escarnio de la sinodalidad.
Es deseable que este movimiento de destape del affaire Traditionis Custodes, no se haya hecho a espaldas del papa León XIV. Tampoco es fácil deducir que haya sido él su inspirador. Siguen ahí, bien instalados en la estructura de poder del Vaticano, el trío de cardenales (se supone que sometidos de mejor o peor grado, a la disciplina del nuevo papa) que actuaron de colaboradores necesarios. No es difícil entender, sin embargo, que no sólo el sensus ecclesiae, sino también el talante, el humor, “el pronto” del sucesor de Francisco está en las antípodas de ese papa tan tan tan él, tan humildemente arrogante, que estampó su firma en la Traditionis custodes. Un papa cuyos malos pasos, algunos de enorme gravedad, han de ser rectificados necesariamente por su sucesor: por el bien de la Iglesia, tan castigada. Y es en esa dirección hacia donde apunta la publicación por parte del Vaticano (¿quién es el Vaticano?), de la encuesta a los obispos sobre la misa en latín. El Vaticano tiene un plan, evidentemente.
Y ha movido ficha, claro está, con cierta reticencia, para equilibrar. ¿Pero cuál es la posición del papa, y cuáles sus intenciones? Seguro que León XIV, agustiniano él, además de agustino, está en perfectas condiciones de entender que la desacralización de la liturgia emprendida por el Novus Ordo no ha contribuido a que los fieles se sintieran mayormente atraídos por una liturgia tan poco litúrgica. Mientras el Vetus Ordo pone el foco de la Misa en el sacrificio y en la adoración; el Novus Ordo pone el acento y algo más en la Asamblea de los fieles que se reúnen en torno a la mesa del altar: descendida del lugar más noble del templo, para convertirlo de altar del sacrificio, en mesa del banquete eucarístico. Con la idea, claro está, de acercar la Misa católica al ritual del Culto protestante: lo confesó el mismo Bugnini. Obviamente los protestantes nos sacan ventaja en ese formato de celebración dominical. Guitarras incluidas, claro está y sermones más bien largos, que contribuyen al lucimiento del pastor-celebrante. Quizá por eso mereció Lutero que un gran admirador suyo (y no sólo en lo referente a la liturgia) entronizara su estatua en el Vaticano. El Novus ordo se empeñó en el formato asambleario de la misa, relegando el sacrificial. Y en efecto, fue muy notable su acercamiento al culto protestante, que se sustenta en una “nueva teología”, que tanto se acerca a la teología protestante. Ecumenismo sí, pero no por atajos y barrancos.
Efectivamente, se trata de “ritos” totalmente distintos. La Misa, el Sacrificio de la Misa es un rito intensamente litúrgico, trascendental, sagrado, cargado de misterio, de signos, de susurros y de silencios. Nos transporta al arcano, al sacramentum que sobrepasa todo entendimiento, imposible por tanto de separarlo de su carácter de inasequible. De ahí que, el hecho de que se celebre en una lengua sagrada, poco comprensible, contribuya a mantenerle ese halo de misterio.
Al misterio le ocurre, como a la cebolla, que si te empeñas en ir quitándole capas y más capas, cuando por fin has conseguido quitárselas todas para hacerlo más comprensible, llegas a la nada. Es lo que ha ocurrido en el tránsito del Vetus ordo al Novus ordo. ¿Qué ha quedado del sacramentum? Pues prácticamente nada. Tan poco sagrada es esa misa, que ni es necesario acondicionar mínimamente el alma para comulgar: ahí van todos los asistentes en tropel, perdido todo signo de reverencia. ¡Y menos de adoración! Obispo hay, de esos tan tan tan progres, que hasta prohíben arrodillarse para comulgar. Novus, novíssimus ordo, respaldado por una novísima teología.
La campaña de desvelado y desprestigio de la Traditionis custodes emprendida por el Vaticano, es demoledora. Echa por tierra no sólo el motu proprio (nombre muy ajustado a ese tipo de documento), sino también la clase de motus que movió al pontífice que lo firmó. Y entiendo que, por encima de todo, lo que pretende es demoler con una crítica tan certera, el servilismo adulador del aparato vaticano que le presentó al anterior pontífice el infame cocinado estadístico que éste deseaba. Una auténtica falsificación que ni siquiera cuenta con el atenuante de la mentira piadosa, sino que carga con el agravante de la mentira malvada que sirvió para desatar una vergonzosa y muy dolorosa persecución en la Iglesia; un modus operandi del que es justo sospechar que León XIV se alejará como de las brasas. Y un indicio evidente de que al Vaticano le urge un buen barrido.
Virtelius Temerarius