LA SAL DE LA TIERRA, LA LUZ DEL MUNDO

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Éste es un tema al que vengo dándole vueltas desde hace años. Nos da mucho que pensar eso de que Jesús les dijera a sus Apóstoles (los obispos, presididos por el obispo de Roma, son sus sucesores): “Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo. Vosotros. Nos da que pensar, por ejemplo, el ritual de la ceremonia de la luz nueva del Sábado Santo, en que el celebrante ha de ir alzando y mostrando la Nueva Luz por delante del Pueblo de Dios, proclamando, cada vez en tono más alto: Lumen Christi, la Luz de Cristo. Nos da que pensar también, el rito del bautismo en que el sacerdote, al tiempo que pone en los labios del neófito una pizca de sal, dice: áccipe sal sapiéntiæ: propitiatio sit tibi in vitam aeternam. “Recibe la sal de la sabiduría; para que te abra el apetito por el camino que lleva a la vida eterna”. Es la traslación ritual de las palabras del Evangelio.
El comentario de José María Valderas al artículo sobre el Santo Oficio, me ha empujado a repensar el tema. Y efectivamente, estamos atravesando un momento en que nuestros pastores, en vez de alzar bien alta la Luz de Cristo y proclamarla cada vez con voz más potente, la esconden de forma vergonzante; y eventualmente, hasta llegan a apagarla. Si no es el caso de que tengan la osadía de alzar con fuerza la luz azufrosa del diablo, en vez de exaltar y proclamar la Luz de Cristo. La luz que ha iluminado el mundo y dotado a la humanidad de una sana conciencia durante dos mil años, ahora se esconde cobarde y acomplejada, porque a causa de lastimosos golpes que se han ido dando con la moral y con las doctrinas del mundo, les hacen chiribitas los ojos y se dejan arrastrar por esas engañosas estrellas que les hace ver su cerebro dañado.
José María Valderas Gallardo (JMVG en Germinans Germinabit) 
Si “vosotros sois la sal de la tierra” (ahí quedan identificados el “vosotros” y la “sal” como una sola cosa, como si fuesen lo mismo), y la sal (=vosotros) se vuelve estulta, desabrida (desaborida) e insulsa (tanto como puede serlo una persona); si los apóstoles (vosotros) pierden las cualidades propias de la sal, incluida la de escocer cuando hay infección o llaga “porque lo propio de la sal es morder y escocer a los que llevan una vida de molicie”, que dirá san Juan Crisóstomo; si la sal pierde su fuerza, sin descuidar la de perfeccionar y realzar el sabor de todos los alimentos; si los apóstoles pierden su condición de sal de la tierra, “ya para nada tiene fuerza, sino para tirarla fuera y ser pisoteada por los hombres”. Vosotros-Sal de la tierra, ¿vosotros ser desechados? (¡oh, sí, descartados!) Sí, claro, despreciados y pisoteados por todo el mundo. Poca broma, si aplicamos esas palabras de Cristo a la conducta dominante hoy, de los sucesores de los apóstoles a los que habló Jesús de ese modo.
Permitidme una incursión léxica para hacer más inteligible el texto original que asimila la sal a los destinatarios de la metáfora: los apóstoles, yendo a parar a una especie de personificación de la sal. Hyméis éste to hálas tés gués. Vosotros sois la sal de la tierra, de acuerdo. Estamos en el “vosotros”. Ei dé to hálas moranzé. Pero si la sal enloquece, se atonta, se vuelve insulsa e inútil (es decir, la sal-vosotros), ¿en tíni haliszésetai? ¿en qué se salará? Pregunta muy oportuna, porque no hay nada en el mundo capaz de regenerar la sal, de devolverle su “fuerza” (isjýs). Ahí vemos cómo se transfieren las cualidades de la sal, a los hombres; y las de los hombres (insulsez) a la sal.
Vamos por el verbo “moranzé”. Es un verbo chocante, con evidente carga metafórica (traslación de significado señalando al “vosotros”). Estamos en Mateo 5:13. Basta que avancemos un poco, hasta Mateo 5:22, para dar con una excelente clave léxica que nos ilustre sobre la significación de este verbo: hos d’an éipe “moré”, el que dijere (a su hermano) “moré” (fatuo; de ahí el verbo “moranzé”), será reo del fuego del infierno (otro tema léxico el énojos éstai tés ¿condenado a? ¿reo de?). La traducción latina ‘fatue’ que nos da la Vulgata y sigue manteniendo su significado original en “fatuo”, nos ayuda mucho a captar el significado de morós del que deriva el verbo moranzé. Obsérvese que no se trata de un insulto leve, puesto que te manda al infierno. A partir de la versión latina que nos da “fatuo” (con los significados de vanidoso tirando a ridículo, engreído sin el menor fundamento para estarlo), podemos hacernos a la idea de la carga significativa de moranzé. Tenemos otra pista en el famoso “Elogio de la locura” de Erasmo, escrito en latín con el título de “Stultitiae laus” (Alabanza de la estulticia, de la tontura), precedido del título griego “Morías enkómion” (encomio, alabanza de la locura, la fatuidad…)
Francamente, me seduce con fuerza esta interpretación del texto bíblico, sobre todo al contemplar la insulsez dominante hoy en el gremio de los predicadores-evangelizadores: mucho más notoria y ofensiva en los sucesores de los apóstoles, revestidos de la más alta dignidad (y responsabilidad) en la Iglesia. Que de ellos diga Jesús (¿de verdad se refiere a ellos?): “Para nade vale ya, sino para tirarla fuera para que sea pisoteada por los hombres”, es muy fuerte. Tremendo panorama de desprecio. ¿Y por qué se les desprecia? Sin duda porque eis udén isjýei, no tiene fuerza para nada; porque como la sal que no sala, ha perdido toda la fuerza que tuvo. Haguios isjyrós, eléison hymás: Santo fuerte, ten misericordia de nosotros. La sal tiene su fuerza: y si la pierde, tanto da tirarla y pisotearla.
San Juan Crisóstomo, genial en sus homilías, dice respecto a este pasaje del Evangelio: “Si sois vosotros los que os tornáis insípidos, arrastraréis también a los demás con vuestra perdición… Si la sal pierde su sabor, ¿con qué la vais a salar? No vale para otra cosa, sino para tirarla fuera y que la pise la gente… Si no estáis dispuestos a tales cosas (a que os calumnien), en vano habéis sido elegidos. Lo que hay que temer no es el mal que digan de vosotros, sino la simulación de vuestra parte: entonces sí que perderíais vuestro sabor y seríais pisoteados… Todos hablarán mal de vosotros y os despreciarán: en eso consiste el ser pisoteado por la gente”. ¡Auténtica boca de oro!      
Ésa es, en efecto, la situación actual de la Iglesia. Tiene capital para ser, como lo ha sido a lo largo de casi dos milenios, la sal de la tierra y la luz del mundo: lo tiene en abundancia inagotable: Dios se lo ha concedido. Pero últimamente las altas cumbres de la Iglesia se han empeñado en velar la luz de Cristo, en tamizarla, opacarla y finalmente esconderla. Y se han dedicado a volver cada vez más insulsa su doctrina, su moral y su liturgia: en conjunto, cosas que, con sus promotores, lo único que merecen es ser arrojadas fuera y pisoteadas por todo el mundo.
¿Y qué esperaba del mundo una Iglesia que se desprecia a sí misma y exhibe cosas tan serviles y despreciables? ¿Que la apreciaran por ello? Lo único que ha cosechado ha sido desprecio y pisoteo.    
Virtelius Temerarius

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1 comentario

  1. En filosofía existe, caro Virtellius, una fuerte corriente de "arqueología del saber" que busca la raíz de las cosas, de su conocimiento, en la etimología. De la Alemania de Gadamer la trajo a la península Emilio Lledó, de la Francia de Foucault la extrajo Francisco Gomá, por ceñirme a dos profesores de la Universidad de Barcelona. Aunque la fuerza de la etimología en el pensamiento es muy fuerte, baste recordar a Nietzsche o Heidegger.
    En teología, la interpretación de los términos bíblico, su origen , su raíz, es tarea imperiosa. En la renovación de la disciplina hacia esa perspectiva influyó uno de los autores más queridos por mí, Dominique Chenu, aunque fueron otros compañeros suyos los que desarrollaron ese enfoque.
    Siempre he creído que ese planteamiento es la prueba roqueña de una interpretación genuina de las palabras del Señor. Estoy convencido de que somos muchos los que sacamos provecho de sus lecciones pulidas.

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