La ministra de igualdad Ana Redondo y el presidente de los obispos Luis Argüello
El que un párroco se haya negado a dar la comunión a sus feligreses por su orientación sexual, probablemente no sería noticia si no fuese porque el afectado también es el alcalde. Los hechos tuvieron lugar en dos pueblos de Segovia: Basardilla y Torrecaballeros. El PSOE, en un nuevo caso de rancio cesaropapismo ha denunciado la situación y ha exigido al Obispado de Segovia que intervenga y termine con esta “discriminación”. Negativas semejantes se han producido también en otros países; pero en ninguno ha ocurrido lo de España. Aquí, el poder político se atreve con los jueces, con la Constitución, con la Corona y con la Iglesia. A Pedro Sánchez, dueño y señor del PSOE y mucho más que un presidente, no se le resiste nadie ni nada. Ni la mayor cruz del mundo. Spain is different!
El alcalde de Torrecaballeros, el socialista Rubén García, fue el primero en denunciar esta situación a través de sus redes sociales. Según la información proporcionada, el mismo día que la diócesis de Segovia se despidió del que había sido su obispo, el párroco de Torrecaballeros le comunicó que se le prohibía recibir la sagrada Comunión. El motivo de la negativa del cura para García es claro: "Por mi condición sexual y vivir con mi pareja".
La misma Gema Nierga, conocida periodista de PRISA, de la Cadena Ser, con indisimulado sesgo, le preguntó a la ministra de Igualdad, Ana Redondo, si lo que había sucedido en Segovia era legal: “¿El Gobierno va a tomar alguna medida para que esto no vuelva a ocurrir?” ¿Y qué es lo que ha sucedido? Pues que el párroco de dos pueblecitos de Segovia le negó la comunión a un alcalde socialista que se autoproclama gay activo y que convive públicamente con su “pareja”.
Menos mal que el obispado de Segovia ha respaldado hasta ahora al sacerdote. Pero es que no puede ser de otra forma. Los católicos saben que, para recibir la eucaristía, tanto si son homosexuales como si son heterosexuales, se necesitan unas condiciones objetivas de moralidad y la Iglesia tiene, por ello, autoridad para negar la comunión cuando estas normas objetivas no se cumplen. Sobre todo, si provoca escándalo entre los fieles, como ha sucedido en el caso de Segovia.
Hasta ahí normal. El problema viene con las declaraciones de la ministra en la entrevista con Nierga. Ana Redondo, gallo de pelea con espolones, es aquella que se puso a gritar en el Congreso de los Diputados como una posesa y afirma ahora que esta medida del párroco de Torrecaballeros es clara y abiertamente inconstitucional porque, en su opinión, no se puede discriminar a un ciudadano LGTBI y exigirle que opte o bien por su fe o bien por su condición sexual.
¡Vivir para ver! Como si la fe fuese una adscripción política más o una moda pasajera. Pero ahí no acabó la cosa. Ana Redondo espera con fruición que haya denuncia y se llegue hasta el Tribunal Constitucional y que sea éste el que aclare este asunto. Para la ministra está clarísimo: el alto tribunal con mayoría progresista… el resultado está cantado.
También le metió la puyita a la Conferencia Episcopal: se van a reunir con ellos para unificar criterios en torno a esta cuestión: Quién comulga y quién no. Porque en la Sra. ministra permanece un criterio que consiste en que sea ella o el Tribunal Constitucional, y no la Iglesia, quien decida quién puede y quién no puede comulgar. Es decir, se trata de poner a Dios al servicio de los intereses políticos o electorales de una padilla de sinvergüenzas.
Por primera vez, por tanto, se plantea un debate. El debate de someter las resoluciones doctrinales del catolicismo -siendo la de comulgar o no una de las más importantes- al escrutinio de lo que se considere, desde el punto de vista ideológico, políticamente correcto o no. Si mañana cambia el patrón moral respecto a cuestiones como robar, matar o violar, habría que adecuar el mandamiento que impide robar matar o fornicar, a lo que establezca el poder político en cada caso.
Todo esto merecería que los púlpitos de toda España tronasen denunciando la intolerable intromisión del Estado en un asunto puramente religioso y espiritual. Porque ahora ya se trataría de someter las cuestiones doctrinales de la fe católica al interés político del momento. Estaríamos destinados pues a adaptar la Biblia, la revelación divina en Jesucristo, a lo que le interese a Pedro Sánchez en cada momento. Los dictados del presidente son ya más importantes para el gobierno actual que los propios conceptos doctrinales bajo los que se debería regir la vida de los cristianos.
El silencio clerical se hace atronador. Los sermones son pellizcos de monja que evitan cualquier compromiso y que se construyen a base de excepciones al comportamiento moral. No se quiere molestar al poderoso porque hemos olvidado que la homilía está precisamente para incomodar a los malos, para que se conviertan.
Lo más triste es que los sacerdotes fieles callan por miedo a las represalias del obispo, que ya no es padre de sus curas, sino un gestor incompetente que gobierna la diócesis a base de mala leche. Quedar siempre bien con los peores no está en el Evangelio de Cristo, por mucho que tantos ignorantes se empeñen.
Y mientras, los fieles sin pastor, los perros mudos y los centinelas del pueblo de Dios durmiendo a pierna suelta. Y, al final, la referencia del bien y del mal ya no la tendrá la Iglesia. La tendrá Pedro Sánchez. Él es dictadorzuelo moral que establecerá desde ya mismo las normas a las que deberá ajustarse también la Iglesia. Ni conversión para los homosexuales ni mandangas. Intentarlo será “delito de odio”.
Mucho nos tememos que el valiente cura rural quede al pie de los caballos cuando al nuevo obispo de Segovia, remilgado y pusilánime como pocos, se le ocurra lo mismo que a Caifás, el Sumo Sacerdote que condenó a Cristo: “Es mejor que muera un solo hombre por el pueblo, y no que sea destruida toda la nación”. El 0,7 de la Asignación Tributaria del gobierno tiene un precio. Y mucho nos tememos que acabará siendo la cabeza del párroco de Torrecaballeros. Con el apoyo incondicional de la diplomacia vaticana. Of course, my horse!
Gerásimo Fillat