ARTABÁN, EL 4º REY MAGO: PERDER A DIOS POR GANAR AL HOMBRE

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El día de reyes, el papa nos sorprendía con la historia apócrifa del cuarto Rey Mago, de nombre Artabán. El que, igual que los otros tres, salió a adorar al niño Dios, guiado por la estrella. Pero encontró por el camino pobres a los que socorrer y algún que otro entuerto que desfacer, y llegó tarde. Tan tarde como a la crucifixión, cuando Herodes, por fin, 33 años más tarde, veía cumplidos sus designios: matar al Rey que podía hacerle la competencia. Los tres reyes que llegaron a tiempo, pudieron evitar que Herodes matara al Dios Hombre recién nacido y que con ello se frustrara la Redención. Y claro, Herodes se desquitó con la matanza de los Inocentes. El cuarto rey, Artabán, no consiguió esquivar la ira del rey Herodes, que por fin se salió con la suya matando a Jesús no ya con la espada, como a los Inocentes, sino con el tormento de la Cruz. Los designios de Dios, designios de Redención, se habían cumplido.
Una historia y un Rey apócrifo, que sin duda tienen un especial atractivo para el papa, que ha predicado ampliamente su preferencia por los pobres, por la beneficencia de la Iglesia, con preferencia a su acción evangelizadora, alineándose así con el potentísimo movimiento de solidaridad para con los necesitados, que impulsan las grandes oenegés de Bill Gates, de Soros, de Rockefeller y de otros magnates de este mundo. 
Dice el papa en el Ángelus del día de Reyes (6 de enero) que se trata de “un bello relato, de una bella historia” porque este cuarto rey “se ha detenido en el camino ayudando a los necesitados, dando dones preciosos que había llevado para Jesús”. 
 
Y continuando con su relato, el papa dice que el rey Artabán, siguiendo su largo viaje, “al final se encontró a un viejo que le dijo: ‘en verdad te digo, todo lo que has hecho por los últimos de nuestros hermanos, lo has hecho por mí’. Y remata el papa el relato con esta reflexión: “El Señor sabe todo lo que hemos hecho por los otros”. “Los otros”, el mantra que está retorciendo el sentido de la vida y el del Evangelio. No, Dios no nos ordenó amar a “los otros”, sino más precisamente amar a Dios sobre todas las cosas, y al “prójimo”, el próximo, el que tienes más cerca de ti (no “el otro”) como a ti mismo. El orden del amor es éste: primero amar a Dios, luego amarse a sí mismo, y por fin al prójimo (no al “otro”, sino al que forma parte de ti por tenerlo a tu lado) igual que a ti mismo. Al único que hemos de poner por delante de nosotros mismos es a Dios, no a “los otros”. Eso sería absurdo.  
Claro que tiene un valor enorme para nuestra edificación y para nuestra salvación, todo lo que hacemos por nuestros hermanos, por nuestro prójimo. Pero sin olvidar ni por un momento que sólo vale lo que hacemos por los demás, si lo hacemos en el orden divino en que debemos hacerlo (cumpliendo la Ley de Dios), si es Dios el que preside e inspira esas buenas obras que hacemos por los demás. Porque hoy, justamente hoy, vemos con absoluta claridad que existe y está bien boyante un oenegismo tan filantrópico como el panis et circenses de los poderosos romanos. Una beneficencia con la que compraban la paz social y los votos. Vemos hoy tremendas oenegés que manejan miles de millones de dólares, dispuestas a hacer el bien en el entorno de la nueva religión universal que promocionan; por consiguiente, sólo a cambio de implantar el aborto, el transgénero, la ideología de género, la eutanasia. Una “caridad” al servicio de la imposición de nuevos modos de “conducir” a la humanidad hacia falsos bienestares que violentan las conciencias, sin perspectiva divina.
Y Dios nos libre de que la Iglesia, a imagen y semejanza de las oenegés que dominan la caridad (hoy se lleva más su denominación laica de solidaridad) en el mundo, dejando de lado la voluntad de Dios y la Salvación que nos trae Jesucristo, se pase al oenegismo contabilizable y generosamente retribuido. Nada que ver con la caridad del alma, la caridad cristiana que no se deja contabilizar. 
Si el tal Artabán, el cuarto rey mago que se sacó de la manga Henry Van Dyke (“El Rey Mago que nunca llegó”) se dedicó a ese oenegismo al que están entregados los poderes de este mundo, desviando los dones que había llevado para Jesús para dárselos a los necesitados, poco acierto tuvo. Porque entregó a los hombres, los dones recibidos de Dios y que finalmente los llevaba para Dios y le llevaban a Dios: retrasando así su encuentro con Dios exageradamente. El “Rey” Artabán no fue hacia Dios a través del prójimo; sino que consintió que éste le apartara del camino del bien más auténtico, un camino que pasa inexorablemente por Dios. Ni siquiera llegó a tiempo este rey desnortado y sin estrella, de decirle a Dios que lo que hizo por los menesterosos que se encontró por el camino, por Él lo había hecho. Tampoco hubiese sido cierto.
Desengañémonos, después de tantos siglos de Evangelio, con movimientos de avance y de retroceso (como el actual), es evidente que Dios es el único camino auténtico para acercarse al hombre en beneficio del hombre. Si no es a través de Dios, nos dejamos liar por bienes engañosos y pasajeros del hombre. Ahí tenemos la evidencia: nunca como hoy ha gozado el hombre de tantos “bienes”; pero nunca ha estado el hombre tan lejos no sólo de Dios, sino también de su propia naturaleza, nunca tan cerca de la extinción: para su perdición temporal y eterna.
La Iglesia está llamada a entregarle al hombre el gran don que es Dios. Infinitamente más grande tratándose del Dios que se ha hecho hombre por redimirlo de sus miserias: las miserias morales, que son un castigo mucho peor que las miserias materiales. Por eso cuesta entender que el papa se recree alabando a este cuarto “Rey Mago” que olvidó su auténtica misión y se perdió por el camino socorriendo a unos y a otros, cuando era el Niño Dios el que tan falto absolutamente de todo, como la humanidad a la que vino a redimir, tuvo que nacer en un establo y ser acostado en un pesebre, haciéndole de colchón la paja puesta allí para alimentar a los animales.
Los tres Reyes Magos, los auténticos, le ofrecieron sus dones, aliviando así su extrema necesidad, que sin duda no era menor que las necesidades que le impidieron al cuarto “Rey” llegar a tiempo; y le tributaron el honor y pleitesía que como “recién nacido rey de los judíos” le debían. Pero hoy, incluso en la Iglesia, los dones espirituales apenas cotizan. Dios ha quedado aparcado para poder atender al hombre. Y no en sus necesidades espirituales, sino en las materiales. Hoy ni ángeles, ni pastores, ni Reyes Magos adorando al Niño Dios y recibiendo su gracia. Hoy lo que se lleva es el Artabán ése que se pierde por el camino, convencido de que se ha dedicado a salvar a “los otros”: convencido de que dejando a Dios de lado para el final, se ha salvado también él.  
Virtelius Temerarius

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3 comentarios

  1. Otra prueba más de la cutrez intelectual que emana desde el centro del Catolicismo.

    Estamos apañaos!

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  2. Del rey Artabán que ayuda a los pobres todas las religiones van llenas incluso el Islam, no hace falta que un papa del cristianismo alabe este rey especialista en la caridad a los necesitados. Incluso nos pasarán delante los mahometanos con su Corán predicando en cuatro días el Diluvio por más señas. Cierto que el primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas y lo demás ya viene rodado. Esto eleva a los que viven en clausura monástica a la altura de los ángeles aunque no muevan un dedo para dar de comer a los pobres, pero su plegaria es útil cien por cien porque evita que caiga el fuego sobre los pueblos y los reduzca a cenizas. En estos momentos la Teología que se enseña en los púlpitos es muy rudimentaria, le falta la espectacularidad bíblica, el clero Católico se ha especializado con "su" Evangelio particular como un producto propio de marca registrada, de ahí que un papa sentado en el trono de Roma predique al Artabán socio de Soros antes que a los tres contemplativos que se obsesionaban con la estrella de Belén.

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  3. El Herodes de los Reyes Magos fue H. el Grande, padre de H. Antipas, a quién fue remitido Jesús por Poncio Pilato...

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