EL PODER DE LA IGLESIA TOMADO POR EL LOBBY GAY: UNA REALIDAD ANTE LA QUE PREFERIMOS CERRAR LOS OJOS

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La iglesia (no sólo la alemana, sino también la romano-vaticana) es víctima de una conspiración “cultural” de blanqueamiento (incluida la “teologización”, la conversión en cosa divina) de la homosexualidad. Es evidentísimo que la “cultura gay” ha calado profundamente en la Iglesia, impregnando la mayoría de sus dicasterios e instituciones (entre ellas, el ínclito Sínodo de la Sinodalidad) y teniendo abducido al mismo papa.
Y cuando pasan cosas (y a veces muy cerca), no nos las explicamos; pero tienen una amarga explicación. Uno que lo tiene claro es el P. Dariusz Oko, doctor en filosofía y teología, director del departamento de Historia de la Cultura de la Universidad pontificia Juan Pablo II de Cracovia. Fue perseguido con saña por el lobby rosa eclesial y llevado a juicio.  Ofrezco a continuación un extracto de su artículo publicado en 2013 con el título “Con el papa contra la homoherejía”. Atención al segundo párrafo.
La homosexualidad -afirma el P. Dariusz- es una herida en la personalidad que discapacita muchas otras funciones. Tales discapacidades incluyen relaciones distorsionadas con otros hombres, mujeres y niños; el hábito de estar constantemente pretendiendo ser otro, escondiendo cosas importantes en la vida; la costumbre de jugar un juego que previene las relaciones honestas, profundas y emocionalmente limpias con sus pares y tutores. También estorba el entendimiento en lo que respecta a la naturaleza de la feminidad y el matrimonio como el misterio del amor entre un hombre y una mujer. Además, si un homosexual siente deseos similares por un hombre que los que siente un hombre sin esa tendencia por una mujer, tales deseos surgirán constantemente por la cercanía permanente del objeto de su deseo. Se encontrará, ya en el Seminario diocesano, en una situación análoga a aquel hombre normal que tuviera que vivir por muchos años (o la vida entera) con un grupo de mujeres atractivas bajo el mismo techo, usando el mismo dormitorio y los mismos baños. 
Si ceden a la tentación y comienzan a transitar la senda de la homosexualidad activa, su situación se vuelve desesperada. Por un lado, si son sacerdotes, administran los sacramentos, celebran la Santa Misa cada día, tienen tratos con los más sagrados objetos; y por el otro lado siguen haciendo lo opuesto, lo cual es particularmente deplorable. De esta manera se vuelven inmunes a lo que es más elevado, a lo que es sagrado, su vida moral se atrofia y continúa su derrotero hacia la caída final. Cuanto más de lo que es elevado muere en ellos, más lugar hay para lo que es bajo -el deseo de lo material, de las cosas sensuales-: dinero, poder, escalafón profesional, lujuria y sexo. Casi no se los puede ayudar porque los más grandes medios de formación, la fe y la gracia, han fallado. Saben muy bien, sin embargo, que pueden ser expuestos y humillados, por eso se escudan unos a otros y se ofrecen apoyo mutuo. Cultivan relaciones informales que remedan las de una camarilla o una mafia, apuntan en particular a alcanzar las posiciones que ofrecen poder y dinero. Cuando logran llegar a una posición en la que se toman decisiones, tratan de promover y hacer avanzar mayormente a aquellos que se les parecen en naturaleza; o al menos, a aquellos a quienes juzgan demasiado débiles como para que se les opongan.
Incluso si no practican activamente la homosexualidad, como regla tratan de escudar y promover a aquellos que sí lo hacen, con gran solidaridad, listos para "plantarse" junto a ellos. De esa manera prefieren su propio bienestar al bienestar de la comunidad, de acuerdo con la regla que dice: "Que la Iglesia caiga en desgracia, sea ridiculizada y humillada mientras yo y 'mi gente' quedemos bien cómodos de por vida, mientras haya suficiente como para satisfacernos". Esto es la omertà (la ley del silencio) en su forma pura. De este modo pueden llegar a lograr una posición dominante en muchas áreas de la jerarquía de la Iglesia, volviéndose "eminencias grises" que, en efecto, tienen tremendo poder en decidir sobre importantes nombramientos y la vida entera de la Iglesia.
De hecho, puede ser que sean demasiado poderosos para ser obispos honestos, guiados por buenas intenciones. La situación entonces, se vuelve desesperada para otros sacerdotes. Los nuevos clérigos en el estudiantado pueden, por ejemplo, incluir las jóvenes parejas de los homosacerdotes. Cuando el vicecanciller o algún otro superior trata de removerlos, puede resultar que ellos mismos sean los despedidos en vez del homoseminarista. O, cuando el vicario trata de proteger a la juventud de las acciones de un párroco, resulta que el vicario es el que termina siendo disciplinado, exiliado y mudado a otra parte. Debe pasar por una odisea por tratar de cumplir valientemente su deber fundamental. Es posible que sea extorsionado, humillado y difamado en la parroquia o entre otros párrocos y sea víctima de una campaña organizada. Cuando un sacerdote o un religioso es molestado por uno de sus pares o entre otros sacerdotes como víctima de una campaña organizada, y cuando un párroco o religioso es molestado por uno de sus pares, o un superior apela por ayuda a una instancia superior, frecuentemente encuentra que esa instancia está controlada por un homosexual aún más ardiente.
Con el correr del tiempo, los miembros de la homo-camarilla pueden lograr tales posiciones y creer que ostentan poderes tan extraordinarios que los eximirán de castigo para siempre. Sus vidas se vuelven con frecuencia una diabólica caricatura del sacerdocio, así como el homomonio es una caricatura diabólica del matrimonio. Como se puede ver en los medios, por ejemplo, ellos actúan como adictos, volviéndose cada vez más osados, recurriendo a la violencia. Comienzan a abusar y a vejar incluso a los que son menores de edad. Hechos gravosos pueden resultar de esto, incluidos el asesinato y el suicidio.
Mons. Juliusz Paetz
Supe del arzobispo Juliusz Paetz por accidente, cuando un seminarista me lo contó, temblando de terror y llanto, de cómo había sido violado por su propio ordinario. Estaba a punto de perder la fe, así como también su integridad mental y espiritual. No fue trabajo fácil convencerlo de que un hombre no es la iglesia entera, que esa es una razón más para ser sacerdote: para que algo tan maravilloso no quede en manos de gente de esa calaña. He escuchado también muchas historias similares de sacerdotes en Lomza y Poznan (donde yo mismo serví como ordinario) a quienes conocí durante simposios académicos nacionales e internacionales. Nuestras intervenciones a los varios niveles de la jerarquía eclesiástica no dieron fruto alguno: en vez de ayuda encontramos una pared impasable, aún en un caso tan flagrante como ése. En el caso de un vicario o de un catequista, una pequeña parte de tales revelaciones fueron suficientes como para causar alguna reacción. En ese caso, fue necesaria una tremenda conmoción en los medios que llegó a oídos del mismo Papa. 
"La Iglesia -manifiesta el P. Dariusz citando al P. Józef Augustyn- no genera la homosexualidad, pero es víctima de hombres deshonestos con tendencias homosexuales que sacan ventaja de sus estructuras para complacer sus más bajos instintos. Los sacerdotes que son homosexuales activos son maestros del disfraz. Frecuentemente son expuestos y denunciados por accidente. La verdadera amenaza a la Iglesia son los sacerdotes homosexuales cínicos que sacan ventaja de sus funciones para provecho propio, a veces en forma extraordinaria y malvada. Tales situaciones causan gran sufrimiento a la Iglesia, a la comunidad sacerdotal y a los superiores. El problema es verdaderamente difícil". Y lo es tanto que muy pocos, aún hoy, se atreven a afrontarlo con eficacia en Tortosa, en la misma Barcelona o en cualquier otro sitio.
Lluís Llagostera

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2 comentarios

  1. Lluís Llagostera, y este señor quien es? Otro nombre inventado,

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  2. "Casi no se los puede ayudar porque los más grandes medios de formación, la fe y la gracia, han fallado."

    ¡Qué disparate! La Gracia de Dios nunca falla; lo puede todo. Distinto es que pongamos obstáculos a la Gracia.

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