Estoy seguro que recitando juntos el salmo 23, después de la primera lectura, os habéis dado cuenta que se trata de un texto que conocéis bien. Además cantamos a menudo el estribillo como respuesta muchas veces en misa, y existen muchos cantos que ponen música a este salmo. Os puedo asegurar que es el salmo más presente y difundido del repertorio musical, con muchísimas variantes melódicas y en todas las lenguas. ¿Os habéis preguntado el por qué? Si no lo habéis hecho, hoy es la ocasión para meditar este salmo y comprender porque es tan querido hasta el punto de ser cantado e interpretado de manera tan general.
Es verdad que para muchos, el rebaño, las ovejas y el pastor son cosas que se conocen de oídas o por los medios de comunicación. Pregunté una vez a un niño si sabía de dónde venía o como se hace el queso. ¿Sabéis qué me contestó? De la nevera. El queso viene del frigorífico. Le dije que si sabía que el queso se hace de la leche. Me contestó que entonces iba a buscar la leche de la nevera y que se haría queso.
En todas las culturas hay personas que escriben poesías. La poesía es la expresión más alta de la inteligencia humana porque con la poesía conseguimos intuir o decir aquellas cosas que son difíciles de decir o contar. Todos los enamorados crean poesía. Aunque no la escriban dentro suyo intentan colorear a su propi@ amad@ con palabras y contornos hermosos que normalmente expresan riqueza, sublimidad y excelencia.
Pues bien, este salmo es un poema hebreo que retoma una realidad muy querida por los judíos: las ovejas y el rebaño. Estos son símbolos de la riqueza de la relación con el Señor. El rebaño es el símbolo más presente en el Antiguo Testamento para expresar, poéticamente, lo que el pueblo de Dios es y cómo es visto el Señor en relación con los hombres.
Mi pastor: es el pastor o si queréis el Buen Pastor, tal como Jesús repetirá en su momento. Y se trata del pastor por antonomasia, el pastor que se ocupa y preocupa por su rebaño, que se compadece de cada una de las ovejas, que instaura consigo una relación de amistad con cada una y destruye en sí cualquier posibilidad de dañar la relación entre ellas. Pero sobretodo es el pastor que busca asegurar todo el bien posible para el rebaño: lo conduce por verdes pastos, hacia aguas tranquilas, a lugares de refresco. Todas estas acciones de Dios-Pastor tratan de dar serenidad y tranquilidad al rebaño, hasta el punto que el rebaño sólo está sereno si el Señor está con él. Por eso no teme aunque pasé por angostas y oscuras cañadas: basta que Él esté. La presencia del Señor está es el intríngulis de esta poesía: esta es la garantía de la belleza de pertenecer al rebaño de Dios.
Pensad en un niño agarrado al cuello de la madre o en brazos del padre: se siente bien y seguro. Nada le importa: le basta ser abrazado por ellos para sentirse tranquilo. Pensad en los enamorados. ¿Qué les importa de los demás? Basta con estar juntos para que la vida les parezca hermosísima. “Contigo, pan y cebolla” dice un refrán castellano. ¡Y cómo se sienten desgraciados cuando pasan un largo periodo sin verse! Parecen los más desgraciados de este mundo.
Ved pues, este es el salmo que, poéticamente, canta más intensamente la seguridad, la felicidad, la alegría de la presencia del Señor en medio de su pueblo. Sentimientos que una vez instaurados, duran para toda la vida.
Entended pues de qué tenemos necesidad, qué es lo que mayormente importa a nuestro corazón. Es esto lo que nos da sosiego y paz y nos da la valentía de vivir, incluso cuando parece que todo está torcido o cuesta arriba: saber que Dios está junto a nosotros y que somos su rebaño. ¡Y cómo podía pasar inadvertida esta poesía! Por eso todos los pueblos le han puesto música y lo cantan a menudo, como lo hacemos también nosotros. ¡Incluso en los funerales! Acordaos de recitarlo o cantarlo cuando os parezca que el mundo se os viene encima y veréis como recuperáis las fuerzas para echarle pecho a la vida y veréis como el corazón se envalentona. Evidentemente si caldeáis vuestro corazón con los versos de esta poesía.