El perdón de las ofensas y el amor hacia los enemigos constituyen una de las características más visibles y más innovadoras de la moral evangélica. Pero como a menudo ocurre, cuanto mayor es la exigencia, cuanto más alta es la meta indicada, tanto más mezquina y pobre aparece su realización en la vida práctica. ¿Cuánto ha influido la doctrina evangélica del perdón de las ofensas en la vida y el comportamiento práctico de los cristianos?
Es necesario decir que muchos cristianos a lo largo de la historia de la
Iglesia se han tomado en serio la palabra del Señor: la hagiografía cristiana
está plagada de ejemplos de amor y de gestos heroicos de perdón y
reconciliación. Si hoy se habla, y siempre más a menudo, de paz y de desarme,
de solución práctica de las controversias internacionales, incluso de
cooperación recíproca y de ayuda a los pueblos en vías de desarrollo, es debido
a que muchos cristianos han contribuido a la difusión y maduración de estos
ideales del cristianismo.
El evangelio ha tenido una capital
importancia en la educación de los pueblos de Occidente. Sólo un ciego es
incapaz de ver que muchas ideas y estímulos positivos llevados adelante por los
sistemas que incluso combaten al cristianismo, han nacido de una cultura de
matriz cristiana y fuertemente marcada por el espíritu evangélico. Desde el no
a la pena de muerte (por considerar la vida sagrada, intocable y fuera de las
manos del hombre), hasta los movimientos de acogida de los inmigrantes y
refugiados, pagados a menudo a costa de privaciones de la población que paga
sus impuestos, pasando por todas las organizaciones de solidaridad: todo esto
proviene del cristianismo.
Pero la historia de los pueblos, también de pueblos cristianos, está llena
de testimonios negativos: enfrentamientos, guerras, destrucción, injusticias,
venganzas, guerras de religión, conquistas coloniales y hoy en día el
imperialismo económico, la explotación del tercer mundo, la industria de la
guerra y de la muerte. Y todo por mantener esos diferenciales astronómicos
entre los países ricos y los países pobres. Asfixiando su comercio para luego,
en el mejor de los casos, devolverles una ínfima parte de lo defraudado en
hipócritas campañas de solidaridad.
La responsabilidad de los cristianos frente al Evangelio y a los hermanos
aún no iluminados por la luz de la fe es enorme. Los “antitestimonios”
desmienten en el plano de los hechos todo esfuerzo de evangelización y
comprometen la credibilidad misma del Evangelio.
La iniciativa de la reconciliación viene de Dios; y la Iglesia y los
cristianos deben ser operadores de la paz en el mundo, de fraternidad en todos
los sectores y a todos los niveles: desde el internacional hasta las pequeñas
relaciones de vecindad y de trabajo, entre esposos, entre los hijos, en la
relación entre empresarios y trabajadores, entre pobres y ricos. No hay
relación humana, por pequeña que sea, que no pueda encontrar una mejora a
través de la reconciliación y el perdón. Sólo con el amor es posible formar una
comunidad humana.
De hecho, fue el Evangelio de Cristo el que produjo un vuelco copernicano
en el mundo cuando todo él era romano. Toda la estructura de poder de Roma
estaba en última instancia al servicio del sistema de dominación vigente: los
fuertes eran los dominadores, y los débiles los dominados. Y para que eso
funcionase, para que los señores pudieran seguir siendo señores, y los
esclavos, esclavos; se necesitaba un sistema de ferocidad que dejaba chiquitos
a los nazis. Las galeras y las minas, la crucifixión y el empalamiento eran
piezas indispensables para el funcionamiento del sistema. Sólo así, los
esclavos seguían siendo esclavos “voluntariamente”, sin que surgiera de vez en
cuando un Espartaco.
Pues a partir del 313, Edicto de Milán, Constantino el Grande, empujado por
su madre santa Helena, aún más grande, las cosas cambian radicalmente. El
precepto principal será el amor: “Dios es amor". El último crucificado, el
Redentor. Por amor al hombre. Claro que cambió el rostro de la historia. Y aún
sigue notándose ese cambio, a pesar de la basura que se han esforzado en lanzar
tantos contra el Evangelio y contra la Iglesia. Es aún muchísimo el amor
residual que queda en la estructura cultural, política y jurídica del occidente
otrora cristiano. La huella de Cristo, del amor de Cristo es todavía muy
profunda.
Imaginaos el estallido de luz que sería la vuelta de nuestra ya decrépita
civilización al Evangelio del Amor.
"La responsabilidad de los cristianos frente al Evangelio y a los hermanos aún no iluminados por la luz de la fe es enorme. Los “antitestimonios” desmienten en el plano de los hechos todo esfuerzo de evangelización y comprometen la credibilidad misma del Evangelio."
ResponderEliminarEs la tercera misión de la Iglesia:
1. Extensión de la fe por los territorios y las poblaciones
2. Intensificación de la fe en las personas y pueblos
En ambos casos se necesita la colaboración del hombre con Dios.
3. Lucha contra las potestades antiteocráticas: el demonio, los anticristos, los falsos profetas, y al final, el Anticristo, el Falso Profeta, la Gran Prostituta, las dos Bestias.
En este caso, los antitestimonios son obra del demonio y sus tentaciones de soberbia, contra las cuales sólo Dios puede luchar, dado que son principados, dominaciones y potestades diabólicas.
Esto de "amar a los enemigos" del Evangelio no sale en los discursos obispales ni tampoco en las hojas dominicales de la manera actualizada en lo que más circula por la prensa que es la Política. Por mi parte lo que me cuesta más de "amar" en cuanto a los enemigos que tengo son a mis adversarios políticos. Deberían los obispos insistir mucho en este problema concreto que pone a la España actual al borde del colapso golpista.
ResponderEliminar"al borde del colapso golpista". Ud utiliza el mismo vocabulario y expresiones de algunos partidos políticos. Sr. Silveri, se li veu el llautó.
EliminarSe ama a los enemigos en el sentido de que no mueran en pecado mortal, se conviertan y cesen de hacer mal. Fuera de ello, están los casos de legítima defensa, es estado de necesidad, cumplimiento de un deber o un derecho la fuerza mayor, la pena de muerte y el casus belli. De hecho Santa Juana de Arco indica perfectamente que es posible amar a los enemigos y luchar contra ellos en una batalla y hacerles la guerra justa, derrotándolos batalla tras batalla, con gran número de bajas por heridos y muertos, hasta que pierdan la guerra y sean expulsados de tu país.
ResponderEliminarEl problema es que conceptos como "guerra justa" o "legítima defensa" rarísimamente se emplean como debería, sino que casi siempre son pretexto para encubrir el odio, la injusticia, la arbitrariedad y la ley del más fuerte. Por otra parte, el amor, hacia el enemigo o hacia quien sea, no se limita de ningún modo a desear que el amado deje de hacer mal y no muera en pecado mortal, es muchísimo más. La pena de muerte, la guerra y el uso de la violencia son pecados mortales gravísimos.
EliminarSr. Garrell, a esa gente ni agua.
ResponderEliminarDeles usted comba y se lo comerán entero.
Al 🦜!!!