El año 2013 falleció el cardenal Ricardo María Carles, más conocido popularmente como Don Ricardo, Fue 14 años arzobispo de Barcelona, años en que sufrió muchísimo, y el progresismo hizo una despiadada campaña contra su persona. Falleció en su querida Tortosa, donde fue un obispo feliz, y sus restos reposan en la basílica de la Virgen de los Desamparados de Valencia, siguiendo su voluntad. Recuperamos este escrito de Prudentius de Bárcino sobre su persona y el legado que nos dejó.
El ministerio que quiso enseñarnos Don Ricardo
A
nadie se le puede ocultar que al cardenal Carles no le gustaban los
sacerdotes “de por libre”. Educado en una espiritualidad sacerdotal
donde la parroquia es el centro y es el todo de la vida del sacerdote,
don Ricardo vivió toda su vida centrado en esa áncora de santificación
que para él era la parroquia. Aun ejerciendo responsabilidades
diocesanas, Don Marcelino Olaechea, el arzobispo que marcó toda su vida
sacerdotal en Valencia, jamás quiso que se desentendiera del ministerio
parroquial. Él entendió ese particular como una consigna que usaría como
bandera toda su vida.
No
encajaban bien con el estilo ministerial que él deseaba para sus curas,
ni los sacerdotes exclusivamente profesores, ni los bibliotecarios, ni
los consiliarios “liberados”. Toleraba por imprescindibles a los
curiales tanto de despacho diocesano como de tribunales; pero si podía,
no les eximía de la parroquia. Era de aquellos obispos que creían que el
cura se santifica con tres maderas: la del confesionario, la del
púlpito y la del escritorio.
A esto que escribo don Ricardo hubiera asentido: “I és de veres!”.
La Púrisima de la Catedral de Valencia (que sustituye a la del siglo XVIII)
El cardenal Carles era un “purisimero”
confeso. La mejor manera de unir a los jóvenes con la eternamente
joven: la Purísima en su Inmaculada Concepción. Lo aprendió en su
Valencia natal estudiando el bachillerato con los jesuitas. Trató de
contagiarlo a los jóvenes a los que sentía como su principal prioridad
apostólica. Sin este celo evangelizador, no se entienden los encuentros
de oración con éstos en la Catedral, tanto en Tortosa como en Barcelona.
Unida a este celo apostólico iba su simpatía, casi obsesión, por los
conversos y las vocaciones adultas: había sido educado bajo la sombra de
personajes ejemplares como Paul Claudel y Giovanni Papini, en la esfera
del personalismo de Mounier y bebía del calado teológico de Romano
Guardini. Don Ricardo estaba ahí, se alimentaba y se bastaba con ellos. Calar
por calar, echaba las redes en lo cotidiano, de donde quería sacar
lecciones de vida: de los paisajes y la experiencia montañera y de ruta,
del faenar de los pescadores, de lo cotidiano de labradores y obreros.
Creía que realmente, como dice el himno de Valencia, “ja en el taller i en el camp remoregen càntics d´amor i himnes de pau”
y que estos himnos y cánticos van dirigidos a Dios. Esa era su mirada
sobre el paisaje y el hombre, divinizados por el misterio de la
Encarnación.
Don
Ricardo era hombre de movimientos apostólicos: de niños, de jóvenes, de
matrimonios, de fraternidad sacerdotal. Era un visitador de enfermos,
de encarcelados, de pobres necesitados. Es paradigmático de su talante
el testimonio en estos días de la que fue delegada de Cáritas en
Barcelona, Nuria de Gispert, contando como cada dos semanas ambos
paseaban por los barrios más precarios de Barcelona tratando de
descubrir las necesidades. Lo mismo hacía con todas las realidades que
él juzgaba “necesitadas de la plenitud de Dios”. Y cuando relataba esas
correrías apostólicas, lo hacía sin atisbo de vanidad personal, sólo
para enseñar a ser sacerdote.
Se
han dicho muchas cosas estos días sobre el cardenal Carles. Muchas al
dictado de formalismos. Otras más sinceras. Algunas llenas de maldad y
resentimiento hasta la última línea. Yo también podría hablar de sus
fallos, de sus errores, de sus patinazos. Creo que efectivamente los
tuvo y que con ellos hizo sufrir a personas. Él mismo sufrió con ellos,
antes y después de percatarse con mayor o menor lucidez de la realidad.
Lo
que hoy he intentado resumir, forma parte de la herencia que don
Ricardo ha dejado en mí y en otros muchos. Lo escribo con eterna
gratitud. Todo lo demás deseo abandonarlo a la misericordia del Señor.
Que para eso somos cristianos y sacerdotes. Para amar, agradecer y
perdonar. Carles nos lo enseñó. Que Déu vos done la seua pau,don
Ricardo!
Prudentius de Bárcino
Dios lo tenga en su g
ResponderEliminarOtro MÁRTIR de Cataluña.
EliminarComo Don Marcelo.
Mala gente, sus feligreses.
Salvo algunas excepciones,claro.
Un buen Obispo, un gran pastor que siempre será recordado con mucho cariño, al igual que el Cardenal Amigo.
ResponderEliminarAhora la pregunta: los sucesores de Don Ricardo serán recordados con el mismo cariño el día que falten? Ahí dejo la pregunta.
Don Marcelo fue un gran obispo de Astorga y un buen arzobispo de Toledo. Nunca tenía que haber venido a barcelona...
EliminarBarcelona le vino muy grande al pobre don Ricardo.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, bueno para Tortosa, pesimo para Barcelona. No tuvo ni vista al escoger los auxiliares.
EliminarEn Tortosa hizo un grandioso trabajo Pastoral que en alguna Parroquia actual, aún llega su inercia.
ResponderEliminarPor ejemplo, la Parroquia del Roser.
Créanme , qué es una gozada asistir a la Santa Misa en dicha Iglesia,gracias a su Párroco Mosén Ramón.
Por cierto, yo no soy vecino de Tortosa, pero vale la pena gastar un poco de gasolina para CONFIRMARME EN LA FE!
La mirada enigmática y vacía de don ricardo, su falsa sonrisa... indicaban que era persona de no fiar!
ResponderEliminar12/53, es usted del partido de la GEGANTA,verdad???
ResponderEliminarje.je,.je... y usted,12/53, dónde nació???
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