Rendirse al poder del mundo (XXXI)

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El concepto teológico de Iglesia en el Papa Luna
 
La gloria de Dios y la salvación de los hombres son los dos polos de la existencia de la Iglesia. Sólo desde la fe del credo Ecclesiam, sólo desde la aceptación del misterio de la Iglesia por la fe en toda su trascendencia divina y humana podemos construir la eclesiología. Por ello, afirmaría el Catecismo romano tridentino lo siguiente: “Profesamos creer la santa Iglesia y no en la santa Iglesia. Mediante esta manera de hablar distinguimos a Dios, autor de todas las cosas, de todas sus criaturas y de todos los bienes inestimables que ha dado a la Iglesia; al recibirlos los relacionamos con su divina bondad” (I art. 9, n. 22)). También el Catecismo de la Iglesia católica (1997) sostendrá que en el símbolo de los apóstoles hacemos profesión de creer que existe una Iglesia santa y no de creer en la Iglesia, para no confundir a Dios con sus obras y para atribuir claramente a la bondad de Dios todos los dones que ha puesto en su Iglesia (n.750).
 
En la misma línea que sostuvo luego el Catecismo (1564), siguiendo las indicaciones del concilio de Trento, declaraba Benedicto XIII: Lo que sostiene y enseña la Santa Iglesia Romana, eso mismo creo y sostengo y lo que rechaza, rechazo; y lo mismo recuerdo hasta el presente haber creído y sostenido, y me empeño siempre en creerlo y sostenerlo en el futuro (De Concilio Generali). Así pues, va a la par con Gregorio VII, al afirmar con él que la Iglesia es Mater, Magistra y Domina. Y eso a pesar de que, precisamente, desde la reforma Gregoriana (1073-1085), se estructurará una eclesiología centrada en los aspectos jurídicos de la comunidad eclesial. Por ello, las palabras del papa Luna declaran la pervivencia de la tradición patrística a pesar de todos los canonicismos habituales de la época.
 
Sin embargo, son estas breves líneas las que incluyen lacónicamente las llamadas notas y propiedades de la Iglesia declarada, ya en el concilio niceno-constantinopolitano (año 381), como santa, católica y apostólica: “Nos queda a nosotros los católicos -afirma Benedicto XIII-, por la misma y con la misma Iglesia madre nuestra, rogar suplicantes al Señor, que no permita que se subdivida aún más y que se vea turbada por la tan peligrosa incursión de sus malignos enemigos, la Iglesia que fundó con la infusión del Espíritu Santo en la verdad de la unidad, sino que se digne infundir en sus corazones la luz de la verdad, de manera que bajo la protección de la misma madre se unan en el consorcio de los católicos, no fingidamente como suelen, sino verdaderamente y fijamente, jurídicamente y católicamente (De novo subschismate: Tractatus domini Benedicti, pape XIII, contra concilium Pisanum). Católica por universal frente a todas las iglesias locales, indicando ser la verdadera, ortodoxa, es decir, total, completa y entera frente a toda secta y herejía. También El mismo Cipriano de Cartago dirá en De Ecclesiae Catholicae unitate que ésta es sacramento de unidad porque es el pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Las palabras de Benedicto XIII también indican una convicción profundamente arraigada en la tradición católica: la Iglesia procede de la misma Trinidad de Dios y por ello es plenamente santa, pero también está formada por hombres: una Iglesia mezclada también con pecadores, al decir de San Agustín (ecclesia permixta). Así lo declara el papa Luna en sus últimas voluntades cuando manifiesta la necesidad para el pueblo cristiano de tener un digno pastor de la Iglesia universal, ya que la misma Madre la Iglesia por todas partes es miserablemente combatida por las anfractuosidades externas de las persecuciones y los conflictos interiores de los vicios (Testamento).
 
 
Fue Tertuliano el primero en calificar a la Iglesia como Señora y Madre: Domina Mater Ecclesia. Sólo bajo su amparo es posible el bautismo y con él una nueva vida (cf. De bapt. 6 y 20). El propio Benedicto XIII se someterá en su testamento a la corrección de la Santa Madre Iglesia. San Cipriano declarará también que nadie puede tener a Dios como padre si no tiene a la Iglesia como madre. Sin embargo, será san Agustín el que presente a la Iglesia como madre que engendra hijos por la fe y el bautismo: Comenzáis a tener a Dios como padre en el momento en que habéis nacido de aquella madre que es la Iglesia (Serm. 216, 7), hasta el punto de que el gran sacramento de la Iglesia es el ser llamada vida y madre de los vivientes (PL 44, 443).
 
Una de las imágenes que utilizará Benedicto XIII para ilustrar su legitimidad como verdadero pontífice es la del “arca”, que se remonta a la Primera Carta de Pedro cuando el apóstol afirma: “En el arca un pequeño número fueron salvados por el agua; a ésta corresponde ahora el bautismo que os salva" (3,20s). 
 
Cuando los enviados del concilio de Constanza se presentaron en Peñíscola en 1417 para instar al papa Luna a la cesión de su potestad, este contestó: “No está en Constanza la verdadera Iglesia”. Y dando un golpe con su diestra en la silla papal exclamó: Verberandum manum suam ad cathedram dixit: Hic est Arca Noe: “¡Esta es el arca de Noé!”. Y continuó: “Es verdad que he prometido en el cónclave que iría hasta la unión de la Iglesia, incluida mi renuncia, pero no antes de haber agotado todos los otros medios. Yo soy el único juez de estos medios y que están lejos de haberse agotado. No estoy obligado a cumplir mi promesa de renuncia. Se me llama hereje y cismático. Yo soy el papa. Los herejes y los cismáticos están en Constanza. Sin ellos el cisma habría ya terminado hace ya un año y medio”. 
 
Por su parte, San Cipriano afirmará aludiendo al texto de la Primera Carta de Pedro: “¿Ha podido salvarse alguno de los que han quedado fuera del arca de Noé?” (De unit. 6. 74,11), ya que “el arca de Noé -al decir de San Jerónimo- fue el tipo de la Iglesia” (Ep. 69,2; cf. Jerónimo, Dial. Lucif. 22). La imagen bíblico-patrística del arca posteriormente cristalizará en un aforismo bien presente ya en la mente y en las palabras de Benedicto XIII: Extra Ecclesiam nulla salus. De ahí su celo apostólico por la conversión de los judíos a través de la Disputa de Tortosa. Abundando en el tema, diría el obispo Climent Sapera antes de pasarse a la obediencia de Martín V: En el Arca de Noé que flota y preserva la humanidad escogida por Dios en medio del diluvio universal; y en la Casa de Dios es donde está la verdadera Iglesia porque en ella está el verdadero vicario de Cristo, sucesor de Pedro – “ubi Petrus, ubi Ecclesia”-, y porque en ella se preserva, mantiene y enseña la verdadera doctrina católica.
 
 
Por eso mismo -dirá el papa Luna en su Tractatus-, desde el derecho se considera hereje o cismático a quien se halla fuera de la comunión y unidad del Cuerpo Místico de la Iglesia Católica. Y aunque la expresión Cuerpo Místico se fue aislando, a partir del siglo XIV, de su referencia eucarística adquiriendo el significado de sociedad jurídica, cuerpo o corporación universal de los fieles -así lo manifestó Bonifacio VIII en su bula Unam Sanctam-, el papa Luna, por su parte, atemperó esta aparente ruptura con sus continuas referencias a la maternidad de la Iglesia, que van más allá del simple juridicismo al estilo de Jaime de Viterbo (1301): Como siempre -dirá Benedicto XIII- reitero que siempre he sostenido aquella fe: en todo y por todo tengo la fe que tiene y enseña la Sacrosanta Católica Madre Iglesia (Inter distraccionum molestias).
 
Ni siquiera esta separación del concepto más sacramental del Cuerpo Místico, del que se forma parte plenamente con el bautismo y la eucaristía, y que lleva a señalar como su Cabeza no ya a Cristo sino al papa, induce a D. Pedro de Luna a olvidar la primacía de Jesucristo que lo ha elegido como su vicario: La dignidad u oficio del papa -afirma Benedicto XIII- consiste en la suprema monarquía y universal potestad de las llaves, que Cristo le entregó para tenerlas y ejercerlas en su nombre, de manera que no deje nunca de ser lo que es constitutivo del papado (ut suo esse non desinat: que no abdique de su ser). De donde se infiere que al Papa le será imposible someterse al Concilio o alguno otro en las cosas que pertenecen directamente a dichas monarquías y potestad. Por tanto, “en todo lo que por derecho divino le compete como único vicario de Cristo, no puede someterse a otro ni está obligado a obedecer a nadie. En definitiva, ni siquiera voluntariamente puede someterse al Concilio pues, mientras es papa, no puede someter su persona o estado a ninguno” (De Concilio Generali). Así lo afirma también el número 22 de Lumen Gentium: “El Pontífice Romano tiene, en virtud de su cargo de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, potestad plena, suprema y universal sobre la Iglesia, que puede siempre ejercer libremente”.
 
Por otro lado, la maltrecha unidad de la Iglesia, cercenada por el cisma de Occidente, constituye la vital y esencial preocupación en la acción y en las obras escritas de Benedicto XIII. Por ello, afirmará en su Tractatus de Concilio Generali que, desde la teología, con San Agustín, San Gregorio Ostiense y Santo Tomás, es cismático quien se separa de la unidad de la Iglesia o no reconoce la potestad de la Iglesia Romana. Esta unidad, sin embargo, abarca dos aspectos: mutua conexión entre los miembros de la Iglesia y perfecta unión de todos ellos con su Cabeza, que no es otra que Cristo con su vicario, el Romano Pontífice. Aquí de nuevo la idea del Cuerpo Místico, cuya Cabeza es Cristo… con su vicario: Un solo rebaño y un solo Pastor, es decir, Jesucristo en el cielo; y en la tierra, su vicario Benedicto (Quia nonnuli).
 
 
Por ello -sigue el papa Luna-, bajo esta consideración llamamos cismático a quien renuncia a la sumisión al papa y se resiste a comunicarse o comulgar con los miembros de la Iglesia que le están sujetos. Será la constitución Lumen Gentium la que afirmará muchísimo tiempo después que la Iglesia es en Cristo como un sacramento, signo e instrumento de la unión íntima (comunión-comunicación, al decir de Benedicto XIII) con Dios y de la unidad de todo el género humano (LG cap. I). Así también el novedoso concepto de comunión jerárquica (hierarchica communio), acuñado en la Nota previa explicativa al capítulo 22 de Lumen Gentium, parece resonar en esa sumisión -jerárquica- al papa y en la comunión -sacramental- con los miembros de la Iglesia que le están sujetos.
 
El concepto de Iglesia como pueblo fiel disperso por todo el orbe, expresado en el Catecismo de Trento (Catecismo I, c.9, q. 2) y el uso litúrgico de la palabra pueblo como sinónimo de la Iglesia, ampliamente reflejado en los sacramentarios de la Edad Media, aparece también en De Concilio Generali, cuando el papa Luna se lamenta por la defección de los cardenales que abandonaron su obediencia: no tengo intención por el momento de explicar lo que en derecho siento, por respeto a la Iglesia Romana mientras espero la reconciliación de éstos (los cardenales); pero si, lo que Dios quiera que no ocurra, los viera obstinados u ocurriera que muriese el papa antes de su reconciliación, para que no engañen al pueblo cristiano, con la ayuda de Dios suficientemente se declarará este artículo con el siguiente, por lo cual aquí decido poner fin a esta séptima cuestión. Es pues la expresión pueblo cristiano, como pueblo que pertenece a Cristo por la fe y el bautismo, utilizada por Benedicto XIII, la que entronca con la tradición que manifiestan con el concepto pueblo de Dios, entre otros, san Agustín, san Ambrosio y San Jerónimo. 
 
“En el seno de la Iglesia Católica y en su regazo -sentencia Benedicto XIII- persistiendo bajo la obediencia del verdadero papa: en el silencio de la medianoche de este tenebroso siglo (alude al introito de la octava de Navidad), vigilantes en la custodia de los preceptos de Dios y en la observancia de los sagrados cánones, esperando la venida de Cristo, el esposo, con la luz de la fe católica, los fieles cristianos merecerán entrar en el tálamo de inefable suavidad y gloria de la Iglesia triunfante… Atiende pues -exclama el papa Luna-a qué gran peligro es arrastrado el pueblo cristiano por estos seductores… quieren seducir al pueblo de Cristo mediante falsas inducciones… pero su empeño, como espero, Cristo lo impedirá y preservará a su pueblo de tan nefando peligro”. Es, por tanto, el pueblo que pertenece a Cristo a través la Iglesia, a la que Jesucristo ama como a su propia Esposa, como el varón que, amando a su mujer, ama su propio cuerpo (Ef. 5,25); pero la Iglesia por su parte está sujeta a su Cabeza (Lumen Gentium 7). Al mismo tiempo, Benedicto XIII expresa también su confianza de que quien nos eligió para este ministerio nunca abandona a la Iglesia, su esposa, sino que siempre la gobierna e instruye.
 
Luego será la constitución Dei Verbum (1965) la que manifestará que “la Iglesia en su doctrina, vida y culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es (quod ipsa est) y todo lo que cree (omne quod credit), ya que Dios que habló en el pasado, habla sin interrupción con la esposa de su Hijo predilecto y el Espíritu Santo por medio del cual la voz viva del Evangelio (vox viva Evangelii) resuena en la Iglesia y a través de ella en el mundo.”
 
 
“La comunidad eclesial -escribirá por su parte Schillebeeckx- es el signo terrestre de la gracia redentora y victoriosa de Cristo, es la forma y manifestación históricas de la victoria obtenida por Cristo. La unión interna de gracia con Dios en Cristo se hace visible y se realiza en el signo social y externo”. En esto precisamente consiste el ser de la Iglesia: en que la gracia final se haga histórica y visiblemente presente en toda la Iglesia en cuanto comunidad visible. La Iglesia es así la forma de manifestación visible de la gracia redentora de Cristo en la forma de un signo social. De ahí la importancia del escrupuloso respeto de Benedicto XIII a su constitución canónica, imprescindible para su correcta articulación.
 
A esta sacrosanta Madre la Iglesia Católica, a este pueblo cristiano, lacerado por un persistente cisma, amó entrañablemente D. Pedro de Luna, consciente de que su unidad era un bien inestimable confiado a su entera responsabilidad, no a la de los príncipes seculares… El compromiso inquebrantable de Benedicto XIII con la Esposa de Cristo desde la ciencia jurídica y desde su corazón de pastor, unido como vicario a su Cabeza, le llevó a arrostrar innumerables fatigas y peligros. Fiel a su conciencia, consignó en sus escritos un profundo conocimiento canónico, que le llevó a defender la libertad de la Iglesia hasta sus últimas consecuencias, expresando en sus obras una ciencia eclesiológica que, anclada en la multisecular tradición eclesiástica, ha llegado hasta nuestros días. ¿Estaremos también hoy nosotros dispuestos a hacer lo mismo? 
 
Custodio Ballester Bielsa, Pbro.
www.sacerdotesporlavida.info

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