La civilización occidental, que vemos cómo se nos está esfumando a cuenta de la atroz Agenda 20-30, se sustenta sobre cuatro solidísimos pilares: el judaísmo, el cristianismo, la civilización griega y la civilización romana (una forma de organizar la vida, propia de la Roma dominadora). Obviamente tenemos ahí una mezcla de formas de entender la vida, claramente incompatibles entre sí; pero que, como el hidrógeno y el oxígeno, ambos inflamables, mediante potentísimos enlaces han acabado formando una nueva unidad difícilmente disociable y nada inflamable, el agua.
Eso es parecido a lo que ha ocurrido con las dos culturas de inequívoca vocación antiesclavista, el judaísmo y el cristianismo, que se han fusionado primero entre sí en cierto modo, cada una con su propia fórmula de redención; y luego con las dos culturas esclavistas y dominadoras de Grecia y Roma. Esta fusión ha sido posible gracias a la creación de fortísimos enlaces que han hecho de esa amalgama una nueva realidad: la civilización occidental, tan judía como cristiana, tan dominadora como dominada, tan creyente como incrédula. Y lo que es absolutamente innegable, es la impronta que ha marcado en ella la última aportación, la cristiana, con dos mil años de andadura. Y que por ser la más reciente, es la de mayor presencia y visibilidad. Pero también la que está motivando el violento seísmo a que está siendo sometida la civilización occidental. Es el cristianismo lo que les sobra a los “modernizadores” de la sociedad.
El cristianismo hizo un trabajo titánico acortando cada vez más la distancia entre amos y esclavos, dominadores y dominados, explotadores y explotados. Y ese trabajo lo inició la Iglesia en el plano espiritual: todos hermanos e iguales por nuestra condición de hijos de Dios. Y fue a partir de ahí donde empezó el trabajo de cristianización de la sociedad; ahí donde empezó la civilización occidental, que sin esa alma cristiana que le dio vida, estaría muy lejos de lo que es hoy, incluso renegando de la religión que la configuró. Un trabajo en el que se ha empeñado a fondo la sociedad civil, hoy tan anticristiana, que se desgañita predicando y en gran medida fingiendo hipócritamente la igualdad de todos los seres humanos. Estamos ante un empeño de inspiración inequívocamente cristiana. Sí, sí, la igualdad (como la libertad y la fraternidad) son valores implantados en la civilización occidental por el cristianismo. ¿Les suena lo de las castas?
Pero obviamente esa cristianidad ha ido desgastándose y sufriendo girones a lo largo de su dilatadísimo recorrido, disgregándose de ella los elementos más débiles que exigían por tanto mayor virtud. Nuestra civilización, igual que la romana (¡y tantas otras!) se ha cansado de ser virtuosa. Y así no ha tenido el menor inconveniente en demoler todo el edificio social nucleado en torno a la familia: es que crear y sostener una familia exige todo un sistema de virtudes morales que como hacen tediosa la vida, ya no se llevan. Y que el poder civil, atento a satisfacer los apetitos y la flojera moral de sus votantes, ha contraprogramado con su estrambótico catálogo de “virtudes modernas”.
Me consuelo pensando que no hay mal que cien años dure, ni cuerpo (en nuestro caso, sociedad) que lo resista. La Iglesia lleva tiempo de capa caída; no sé si es excesivamente pesimista decir que de mal en peor. Y los que estamos profundamente convencidos de que la Iglesia tiene toda la capacidad y la obligación de ser la sal de la tierra y la luz del mundo, sufrimos al ver cómo desertando de su altísima misión, ha caído en la misma corrupción estructural de los partidos políticos y gran número de instituciones humanas: que olvidando su razón de ser, se han convertido en pesadísimas máquinas burocráticas incapaces de pensar en nada más que en el engorde y sostenimiento de la máquina. Así tenemos que mientras desaparecen los fieles, no paran de crecer los cargos y carguillos eclesiásticos. Vemos en efecto con toda claridad que la Iglesia es depositaria de valores y principios válidos para toda la humanidad y no sólo para sus parroquianos y para la estructura jerárquica supuestamente a su servicio. La Iglesia no puede estar mirándose el ombligo, que queda fuera de ella mucho mundo de cuya bondad también tendrá que dar cuenta a Dios. Desentenderse, es pecado de omisión.
Tan cierto es esto, que el cristianismo no se limitó a ser sólo doctrina y culto, sino que dio lugar a un hecho histórico tan fecundo para toda la humanidad, como la cristiandad: todo un sistema de valores y un estilo de vida gracias al cual nos hemos librado de la barbarie durante casi un par de milenios (la historia nos ofrece con qué comparar). Es un planteamiento religioso que inexorablemente se convierte en social. Y esto lo notamos mucho más cuando nos lo estamos perdiendo a ojos vista.
Resultado de esa sensación de pérdida, y de la posible separación de lo religioso y lo civil, es la conversión a la cristiandad (“cristianidad”, apenas usado, parece que nos sitúa mejor) de no pocos ateos y agnósticos que ajenos o acaso rivales de su valor religioso, ponderan hoy con entusiasmo el poder civilizador del cristianismo, que se enfrentó a civilizaciones totalmente degradadoras del hombre. Su última gran gesta fue en el Nuevo Mundo, enfrentándose a culturas y religiones desalmadas.
Y no fue nada fácil la construcción de la Iglesia sostenedora de la cristianidad sobre un mundo necesitado de esa cristianización: tanto más difícil cuanto más arraigado estaba el sistema de valores cuyo armazón se vino abajo. Pero parece que nos atrae el vértigo precristiano, que nos urge la descristianización: nos fatiga y nos fastidia la virtud sobre la que se construyó la civilización occidental.
Venimos de una moral construida sobre los deberes, y no sobre los derechos; construida sobre la cruz y la aceptación de la ración de sufrimiento que nos corresponda; sobre los bienes individuales como justa participación en el bien común y nunca contra el mismo; venimos de la convicción de que si renunciamos a la virtud y nos dejamos arrastrar por los vicios, sobre todo cuando éstos afectan a la convivencia, no se perjudica cada uno sólo a sí mismo, sino que perjudica a toda la sociedad; porque al fin y al cabo, se trata de virtudes sociales. Venimos de una moral del esfuerzo y el sacrificio para mantenerse cada uno a sí mismo y mantener a la familia. Venimos de esa moral recia en la que por la familia (y tiempos hubo en que incluso por la patria) se afrontaban todos los sacrificios que hiciese falta.
Ésa es nuestra civilización, cimentada sobre la cruz, el signo de nuestra Redención. La cruz que nos recuerda nuestra condición de esclavos y nuestra condena al sufrimiento, a imagen y semejanza de nuestro Redentor. Es que nuestra condición de esclavizadores unos y esclavizados otros, es previa al cristianismo, que nos la recuerda de continuo. No nos gusta aceptar esa condición: ni a los unos ni a los otros; por eso nos dedicamos los unos y los otros a disimular todo lo posible. Por eso se nos llena la boca de libertad a los unos y a los otros, esforzándonos en aparentar lo que no somos; ni más ni menos que en el feudalismo, en el que se aparentaba también el pacto libre y voluntario entre el señor y el siervo. Pero como el gran objetivo de la civilización que viene a redimirnos (dicen que tecnológica) es derribar la cruz, no nos queda otra que multiplicar y amplificar los engaños. Nuestra siguiente etapa es la felicidad impuesta, sin necesidad de virtud ni de sacrificios. ¡Claro que sí!
Y la Iglesia contemplando impasible cómo van expulsando la cruz de todas partes, y se van derribando cruces una tras otra: hasta llegar a la del Valle de los Caídos, la más grande del mundo. Y contemplando no sólo cómo se viene abajo ella misma, con todo su bagaje doctrinal y moral, sino cómo se desmorona toda la civilización occidental a la que se han empeñado en expurgar de todo vestigio cristiano.
Ocurre algo así como cuando uno se está muriendo, que todos los que han tratado con el moribundo, se sienten inclinados a perdonarle generosamente sus maldades y a ponderar únicamente sus virtudes. La Iglesia católica está tan mal, sobre todo de la cabeza, que ya son muchos los que presumen de buen olfato y dicen que huele a muerto. El caso es que han empezado a pensar qué será del mundo, qué será de la civilización occidental sin el cristianismo, que ha sido su principal argamasa. Y sí, se está poniendo de moda, incluso entre los ateos, la reivindicación de la cristiandad como fenómeno histórico-cultural sin el que nos quedaríamos con un vacío dramático. Ahora, al verle las orejas al lobo con la agenda 20-30 que se nos está echando encima aceleradamente (el Covid, dicen muchos analistas, ha sido un potente acelerador de la agenda); ahora, digo, a la vista de que la cosa va en serio, los amantes de nuestra civilización empiezan a tentarse la ropa, y se preguntan si no se habrán precipitado a tirar por el sumidero al niño con el agua sucia.
Es que, como broma macabra, cada vez son más las organizaciones de caridad, antaño prerrogativa de la Iglesia, que creen que entre sus aportaciones benéficas (el aborto lo consideran ya una obra de caridad) no ha de faltar la asistencia al suicidio. Entre las informaciones al respecto, he dado con un titular chocante: en Colombia cuentan con una Resolución (la 825 de 2018) en la que se reglamenta el procedimiento para hacer efectivo el “derecho a morir con dignidad de niños, niñas y adolescentes”. Bueno, por ahí anda la cosa. Y obviamente, cada suicidio es un gran éxito para los promotores de estas nuevas obras de caridad. Es la filantropía anticristiana, empeñada en hacer el bien a su manera. Y es meridiano que la “muerte digna” de estos menores será decidida y gestionada por los padres, tutores, médicos o cualquier instancia gubernamental. Pues como los cambios de sexo y otras lindezas por el estilo que trae la Agenda 20-30.
Pero a nadie le conmueven estas cosas, a nadie le inquietan: ni en la Iglesia ni en la sociedad civil. Es que realmente, unos y otros hemos desertado irresponsablemente de la civilización occidental: todo por desertar de sus raíces cristianas.
Virtelius Temerarius
Éste es el resultado de la sociedad de los estilos de vida y del estrés, simplemente manejado por los que tienen dinero. Desde que se hicieron las tertulias radiofónicas televisivas empezaron a realizarse a gritos e impidiendo el desarrollo de los argumentos (después del programa La Clave de José Luís Balbí, 1993). Estos gritos son hoy continuación de la cancelación en los perfiles de las redes sociales de todo aquél que no se desea.
ResponderEliminarHoy se vive de manera absurda y pusilánime:
1. Ignoramos el pasado
2. Juzgamos el presente
3. Tememos al futuro: pérdida en la ilusión por el futuro
Temer al futuro es inédito, en mi juventud el futuro era progreso y esperanza de mejoría. Hoy, desde mediados de 1990, se plantea un futuro apocalíptico, terrible, nos sustituyen alienígenas, zombis, cae un meteorito, hay una epidemia, viene Terminator... una total hegemonía del movimiento inglés No Future Punk (1976-84) y de la canción de Sex Pistols, No Future (God Save The Queen, 1977).
1. La Iglesia drenó las fuentes culturales de la propia Iglesia, los Padres, los Doctores, los grandes teólogos y místicos, los grandes concilios, conscientemente porque así los fieles son manipulables y tú como jerarca puedes desarrollar una vida inmoral legitimada por tus nuevas interpretaciones. Eso empezó en 1965, en la clausura del Concilio Vaticano II, cuando se hizo tábula rasa de todo el pasado fideístico, moral y litúrgico (Misa Nueva, nueva moral y fe). Agravado como dijo Benedicto XVI por la revolución moral del mayo de 1968. Bergoglio es la máxima expresión de esta Iglesia: ninguna referencia a los Doctores, Padres y grandes teólogos, santos y místicos, ni al magisterio conciliar o pontificio: todo circula alrededor de las ideicas noria o tiovivo de "rígido", "sorpresa del Espíritu" y nada más.
2. Una vez que la Iglesia, intercesora del mundo ante Dios, drenó con ganas su propia cultura bimilenaria, evidentemente la sociedad hizo lo mismo. El drenaje cultural descafeína al ciudadano, el cual se vuelve blandito, y se empezó a eliminar desde el gobierno, con el beneplácito del pueblo, el latín y el griego, y a reducir y manipular todas las asignaturas de humanidades: historia, literatura, religión y filosofía. En España, el drenaje cultural empezó el 1992, y en Cataluña, con el procés del 2003, junto con el drenaje económico de los JJOO. Las diferentes reformas educativas del PSOE y del PP han ido contribuyendo a ello, pues el poder quiere un ciudadano sin cultura alguna. El drenaje cultural transforma a la sociedad occidental en un cuadro de Edvard Munch: grito de terror... y en el horror, dejó de ser uno mismo, pierde su identidad, su propia esencia. Hoy vemos una cultura muy mala: actores de cien y teatro, músicos mediocres, escritores malos. La sustitución se ha hecho en juegos en red, twitter, facebook y youtube. Con la cultura llegan los valores, y con estos llega la dignidad. El ciudadano se ha robado a sí mismo sus pautas morales, éticas y de dignidad, al escoger "Sálvame", películas y series chorras en lugar de leer un libro que requiere concentración, atención e interrelación de ideas.
Sólo desde una base cultural de lectura de libros, de literatura, de religión, de filosofía, de historia, se podrá llegar a tomar leyes correctas, conformes a Dios y al Hombre, evitando la actual pérdida de identidad a España y Europa. Estamos en una cuenta hacia atrás, nos sólo desde una base cultural se podrán tomar las decisiones correctas, sólo desde la base cultural, sólo por la comparación de realidades nos llega la intuición, sólo con cultura y conocimientos del pasado, del saber y con conocimientos humanísticos, tomaremos decisiones correctas en la salud, laboral, en lo social, dónde vivir, cómo vivir, qué hacer o no, evitar ser manipulados en una guerra cognitiva. Por eso los artículos históricos del P. Custodio sobre el cisma del siglo XIV y el Papa Luna son parte de la salvación del mismo hombre alienado por el Gobierno y la Empresa.
Càritas està molt feliç amb l'agenda 2030
ResponderEliminarEsclarecedor sumario para enseñarnos de dónde venimos, la roca de la que hemos sido tallados y el abandono de nuestra historia, que es abandono de nuestro ser. El vaciamiento total. Se necesitan texto como éste para no perder el norte.
ResponderEliminarEl último Bastión Católico de verdad en Occidente, murió oficialmente un 20 de noviembre.
EliminarAsí las cosas!!!
Muy buen artículo. Quisiera enriquecerlo simplificando los pilares sobre los que se asienta nuestra civilización, de forma más precisa: el cristianismo y la cultura grecorromana. El cristianismo tiene como antecedente el judaísmo, pero son religiones diferentes, y la aportación propiamente judía es mucho menor. Los romanos adoptaron la cultura griega, y la fusionaron con la suya; no creo deban considerarse separadamente, consideradas como legado.
ResponderEliminarEl edificio comenzó a resquebrajarse con el protestantismo, que sumió a Europa en una sangrienta destrucción y minó sus valores. Igualmente nefasto fue el ateísmo y la masonería de la Ilustración; el Despotismo ilustrado.
Correctísima acotación. Se debería añadir que el judaísmo veterotestamentario, antecedente del cristianismo, se diferencia fundamentalmente del judaísmo talmúdico o rabínico posterior; es decir aquél que tras la destrucción del templo en Jerusalén y las instituciones a él ligadas se define a sí mismo en oposición al cristianismo (que no acepta y con el que no quiere ser confundido) por medio de una interpretación divergente del Antiguo Testamento. Cuando se habla de cultura judeocristiana se comete un error: el judaísmo veterotestamentario no existe más en sí mismo, sino que pervive reinterpretado en el cristianismo, en el judaísmo rabínico-talmúdico (con el que no debe confundirse) y en la religión islámica.
EliminarLa autodestrucción de la Civilización occidental se fundamenta en la apostasía de Europa. Después, la expansión del denominado 'marxismo cultural' con sus ideologias, esencialmente el abortismo y la ideología de género, que impregnan la política y todos los ambitos de la sociedad, impulsadas por activistas e instituciones como la ONU, UE, y poderes varios..... y que han llegado hasta la Iglesia.
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