La Glosa Dominical de Gérminans

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EL MISTERIO INFINITO DILATA LO FINITO

En los últimos decenios, los fieles que van a misa advierten en muchos lugares cómo se ha puesto de moda dedicar casi cada domingo a una intención, a un problema, a una categoría de personas, a un acontecimiento de trascendencia importante para la vida de la comunidad cristiana. Esta tendencia hace que la pureza lineal del año litúrgico desaparezca tras los nobles intereses del momento. La consecuencia es que la fuerza pedagógica de la Liturgia se diluye ante la necesidad de sensibilizar, de formar, de ayudar, en una palabra, de comprometer a la comunidad con las urgencias del momento. Quizás ha llegado el momento de volver a la esencialidad de la Liturgia para redescubrir la belleza y el papel insustituible en la formación de la personalidad del creyente y de la comunidad. 

Iniciando el año litúrgico con el primer domingo de Adviento, a pesar de la crisis económica que se cierne sobre nuestra sociedad, las calles se llenan de luces atractivas, para que a pesar de todo, la Navidad consumista no se apague. Hoy más que nunca la comunidad creyente, convertida sociológicamente en minoría, tiene la posibilidad de redescubrir la riqueza de aquello que posee como un regalo para vivir y disfrutarlo. ¿Qué puede significar el inicio del año litúrgico para un mundo globalizado en busca de reorganización, gobernado por las leyes del mercado y las finanzas, en el cual toda ideología se ha disuelto, toda certeza y todo valor ético se ha relativizado? ¿Únicamente queda la nostalgia de una improbable “Blanca Navidad”, esperando que baje del cielo un romántico “latido de amor”? ¿Sólo subsiste un susurro de ternura que por unos momentos reúna en torno al pesebre, o peor aún, alrededor de un opíparo banquete, a una familia cuyos ritmos de vida normalmente están marcados por compromisos urgentes que tienden a relativizar las relaciones personales? 
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La liturgia vuelve a proponer el inicio del ciclo litúrgico, el Adviento: la comunidad creyente no puede eximirse de interrogarse sobre la pregunta fundamental, en el sentido antes expresado, si no quiere acabar únicamente continuando de manera cansina la Navidad en sus aspectos folclóricos. El Concilio Vaticano II se inició justamente con la reforma litúrgica auspiciando que la Iglesia “viviendo su propia fe, celebrase el misterio y celebrándolo, lo viviese”. La liturgia es pues la memoria viva del Misterio de Cristo. Hoy para nosotros todo comienza por aquí: por la fe en que creemos y que celebrando vivimos. Todo adquiere sentido según la seriedad de nuestra fe: “es tiempo de despertarse del sueño” escribe san Pablo a los Romanos. Hoy, las circunstancias de la vida nos estimulan a descubrir la frescura de la fe despertándola del letargo con el que corremos el riesgo de entumecerla. 

 

¡El inicio del año litúrgico es sobre todo un despertar, un abrir los ojos, la mente y el corazón porque la vida renace! Pero es el despertar a una luz que viene de lo alto, el renacimiento del regalo de una vida que regenera el mundo: la experiencia de la fe no es una ideología, ni una ética: sino un encuentro con una persona, Jesucristo. La liturgia introduce al creyente en este encuentro personal y lo conduce, en el curso del año litúrgico, a la transformación de la vida en Cristo, no sólo por su imitación, sino por la fuerza moral de la presencia activa del mismo Cristo.

 

La liturgia es el centro de la experiencia de la fe en Cristo, el Hijo de Dios que en Jesús de Nazaret se hizo carne del hombre, nacido de una mujer, hasta compartir la muerte y la debilidad humana para que resucitase de nuevo en la plenitud de la vida del Padre. En su encarnación y en su pasión y resurrección, apareció todo el Amor de Dios para el hombre frágil, débil y pecador.  El mal y la muerte no son el término de la aventura del hombre y del mundo: el punto más oscuro de la fragilidad, de la aniquilación, de la falta de sentido, se convierten en el triunfo de la vida y del Amor.

 

Con la muerte de Jesús en la cruz, irrumpe  en el mundo el amor que vence a la muerte: la vida renace. Y todo se ilumina: todo lo que el hombre construye tiene sentido, no como tentativa ilusoria de ponerse las alas con que ser capaz de ir más allá de su límite, sino como una expresión de su irrefrenable y cada vez mayor necesidad de un espacio abierto al amor: las alas que el hombre quiere construirse, son un regalo concedido sólo cuando cree que su pequeña vida es un don infinito inagotable.

 

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El año litúrgico es la irrupción del Eterno, del Infinito en el tiempo; del sentido de aquello que parece no tenerlo: en la cotidianidad de nuestras experiencias, con las alegrías y esperanzas, las decepciones y las tristezas, está presente la luz, la fuerza y el amor de Cristo. 

 

En Adviento la Iglesia retoma el camino de la fe, dentro de la historia, con la certeza de una luz que la ilumina y una fuerza que la salva. Y aquí reside el desafío: no puede dar por descontado lo que para la humanidad de hoy ya no lo es. No es posible que la humanidad toda entera no participe hasta desde la raíz de la situación en la que el hombre de hoy vive. Y eso si no quiere que la experiencia litúrgica sea sólo una formalidad que sobrevive como una agotada añoranza del pasado. 

 

El hombre, hasta esta época, jamás se había buscado a sí mismo fuera del marco misterioso y trascendente de una alteridad. La nuestra es la primera civilización en la que el ser humano busca la manera de construirse con sus mismas manos y a la luz de una desmedida conciencia de sí mismo. Quizás ese extremo sueño de emancipación es la nueva manera en la que el hombre de hoy hace presente la arrogancia y la ingenuidad del primer hombre del que habla la Biblia. Toda conciencia humana, también la del creyente, no puede dejar de experimentar malestar.

 

El Adviento significa vivir la expectativa de Aquel que entra en la vida de la humanidad convencida de su autosuficiencia: hoy quizás significa el deseo que Dios tiene de convencer a los hombres de que sin su amor no es posible una vida fraterna.

 

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El creyente sabe que está expuesto a la tentación psicológica de sentirse diferente del mundo, de rechazar la modernidad envuelto en la neblina de las formas religiosas del pasado, adaptando, traduciendo de este modo la conciencia moderna de autosuficiencia. Vivir la  espera significa para el hombre de hoy en día, un instante de fe pura: en medio del rugido de su poder hacer silencio para percibir si le basta todo lo que ha logrado realizar por sí mismo.  Y si no ha borrado la necesidad de un sentido, de un amor, para dejar irrumpir en él la presencia de un Otro que le da el sabor de la vida que le revela que todo es bello y bueno, sólo si todo es un signo del amor que el Padre desea sea compartido por los hermanos. 

 

Dios, Jesucristo Hijo de Dios, el hombre y la mujer, la vida, la muerte, el mundo. Entonces todo nos interpela, todo lo que ahora parece haberse desvanecido, renace. La comunidad creyente comienza el Adviento: el misterio infinito involucra lo finito. La fe es el valor para continuar el viaje, siempre nuevo: el hombre que cierra sus horizontes, porque se engaña creyéndose señor de sí mismo, es limitado. Si continúa sintiéndose frágil, experimenta la venida de Aquel que le dilata la vida hasta el infinito. 

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7 comentarios

  1. "En los últimos decenios, los fieles que van a misa advierten en muchos lugares cómo se ha puesto de moda dedicar casi cada domingo a una intención, a un problema, a una categoría de personas, a un acontecimiento de trascendencia importante para la vida de la comunidad cristiana. Esta tendencia hace que la pureza lineal del año litúrgico desaparezca tras los nobles intereses del momento. La consecuencia es que la fuerza pedagógica de la Liturgia se diluye ante la necesidad de sensibilizar, de formar, de ayudar, en una palabra, de comprometer a la comunidad con las urgencias del momento. Quizás ha llegado el momento de volver a la esencialidad de la Liturgia para redescubrir la belleza y el papel insustituible en la formación de la personalidad del creyente y de la comunidad."

    Altamente optimista el artículista... en general, las intenciones son una aborrecible y aburrida proclama política izquierdista, sólo se incluyen temas de justicia social, y esto por omisión de las normas litúrgicas. Es un problema de omisión, y también de manera de enfocarlas.

    La gran cantidad de estas intenciones están redactadas de una manera ridícula y presuntuosa. Otras parecen una relación interminable de afectados y sus penurias. Otras tienen su redactado abstruso e incomprensible, farragoso y torrencial, puro bla bla bla...

    Dice la norma litúrgica:

    “En la Oración Universal u Oración de los Fieles, el pueblo, responde de alguna manera a la palabra de Dios acogida en la fe y ejerciendo su sacerdocio bautismal, ofrece a Dios sus peticiones por la salvación de todos.

    Conviene que esta oración se haga normalmente en las Misas a las que asiste el pueblo, de modo que se eleven súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren alguna necesidad y por todos los hombres y la salvación de todo el mundo” (OGMR 69).

    Debe poder ser asumida por todo el pueblo cristiano y al menos cuatro de las peticiones deben ser:

    * Por la IGLESIA Y SUS NECESIDADES [desaparecido en muchas intenciones]
    * Por los gobernantes
    * Por los pobres y necesitados [aquí se produce un abuso total y completo]
    * Por todos los presentes y la comunidad local

    Este orden puede cambiarse en algunas celebraciones especiales.


    Con la oración de los fieles concluye la Liturgia de la Palabra y se da comienzo a la Liturgia Eucarística.

    Esta oración universal fue restaurada por el Vaticano II, y su nombre hacía referencia al momento en el cual los catecúmenos abandonaban la asamblea y se iniciaba, con esta oración la misa de los fieles.

    En fin, otro defecto más que tiene la Misa de Pablo VI y que deberá de corregirse.

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  2. En la carta dominical de mi obispo publicada en primera página del Full Dominical, esa hoja dominical que nadie lee, se glosa el tiempo de adviento a partir de una anécdota: su visita al hospital y contemplando, en la sala de espera al parecer, el trasiego de personal sanitario, pacientes y familiares. Así como todos desean y esperan la salud del cuerpo, reflexionaba, ¿sienten todos necesidad de salvación? ¿La buscarán?

    Digo que nadie lee porque hasta en eso el culto al dios nació prima sobre la evangelización. En las cuatros página que tiene el folleto, aparecen bilingües, es decir también en la lengua en que rezan la mayoría de los fieles, sólo la epistola del obispo y las lecturas. En un acto claro de desprecio a los fieles --no sólo los ignora Novell--, los responsables de la publicación han echado mano del tipómetro y la carta episcopal aparece en un cuerpo menor en la versión castellana, es decir, de letra más pequeñita. Y han echado mano de la compaginación, es decir, de la ubicación de los textos, para colocar el texto inteligible por todos en página par, donde, en periodismo, van las noticias que no merecen sobresaliente atención. Es que los curas cerbatanas de la diócesis responsables del desaguisado son unas lumbreras. Son muy listos, dicho sea con toda la ironía de la expresión. Vanos son los esfuerzos del celebrante instando al final de la misa para que se lleven el "Full".
    Y es una pena, porque la diócesis necesita de la labor profética, magisterial, de su obispo. No sé si el obispo habla del hospital de sant Joan D´Espí, que está en la diócesis. Si es ese, habrá oído todas las conversiones de pacientes y familiares en castellano. Monseñor, es la lengua que hablan sus fieles.

    Quería glosar hoy el sentido de la luz en este tiempo litúrgico, a propósito de la corona de adviento. Pero al sacar del bolsillo el Full recogido anoche del anaquel del templo, la indignación era irreprimible. No quiero abusar de la generosidad de Germinans.

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  3. No veo la razón de orar por unos gobernantes que no solo no son cristianos, sino que son enemigos de Cristo; es una oración baldía. También que para muchos los tiempos litúrgicos les suenan a música celestial, ya que lo normal es no vivirlos.
    Aunque comprendo al articulista, hecho mucho de menos que los obispos no dirijan en las iglesias una contraofensiva contra la constante propaganda de la dictadura del pensamiento único que trata de corromper la sociedad.

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  4. Esta mañana leí dos comentarios interesantes que han sido eliminados, sólo se trataba de dos reflexiones, en absoluto ofensivos, ¿ sería posible recuperarlos? Gracias.

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    1. Apreciado lector: No se ha borrado ningún comentario ya publicado en este escrito. Quizá estén en otro artículo

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  5. Totalmente de acuerdo con el Señor Valderas Gallardo.

    Yo creía que Cortés no era tan cerbatana que Pardo, jeje.

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  6. Perdonad, efectivamente leí varias entradas de modo consecutivo y ya he localizado en otro artículo esos dos comentarios que tanto me interesaban. Gracias

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