Exaltación, exhibición y santificación de la muerte

A mí que tanto me fijo en lo que realmente dicen las palabras, me espeluzna eso de que al asesinato amable, al de bata blanca, lo llamen la “buena muerte”, y que se estén promocionando tan obscenamente la eutanasia y el suicidio (asistido, claro está, para que no se frustre el ejercicio de ese derecho). Me horroriza que se esté celebrando con tantas alharacas su inclusión en nuestra modernísima legislación, progresista donde las haya. Efectivamente, hoy la imagen del progreso es la muerte, y lo será mucho más mañana. Nos quedan sólo dos telediarios para que nuestra aceptación de la muerte y nuestra entrega ilusionada a ésta, sea el acto más noble y generoso de nuestra vida. Y el más alabado por la sociedad. Y para que suene amable, lo llaman en griego “eutanasia”, y lo traducen al español como “muerte digna”, cuya traducción práctica es el asesinato santificado por las leyes y por la sociedad. La ley de la eutanasia se gestionará exactamente igual que la ley del aborto (aborto tan coaccionado, que viene a ser obligatorio en infinidad de casos). Es el plano inclinado, es como están las cosas. 

Durante el segundo milenio de la era cristiana (por eso la maldicen, por ser cristiana), y no digamos ya durante su último siglo, se ha producido un horrible desfase entre nacimientos y muertes, con el resultado de un enorme crecimiento demográfico, que los nuevos ingenieros de la nueva humanidad se han empeñado en corregir cuanto antes. Sí, claro, se han dado cuenta de que estamos sufriendo un dramático déficit de muertes. Dramático déficit de muertes, para cuya subsanación no les ha bastado la institución del aborto, por más que lo hayan ido ampliando hasta llegar al “aborto total”, es decir hasta el infanticidio. Por eso vemos atónitos y pasmados cómo su inmensa filantropía (que la gestión de todo esto la llevan los mayores filántropos del mundo) les empuja con fuerza a resolvernos este problema, a subsanar ese déficit mediante la eutanasia y lo que venga. Zootecnia pura y dura. Por métodos conductistas, obvio, que no somos cerdos ni vacas.  

Ya llevamos casi un año oyendo hablar todos los días y a todas horas de enfermedad (la mayoría, por real decreto: es decir asintomática; pero enfermedad, oiga, enfermedad) y muerte. Alguien que venido de fuera quisiera comparar los telediarios del pasado año (y lo que aún nos queda por ver, oír y callar) con los de años anteriores, llegaría enseguida a la conclusión de que anteriormente la enfermedad y la muerte eran anécdotas tan raras y esporádicas, que hasta se podría afirmar que la enfermedad y la muerte prácticamente eran inexistentes, pues apenas tenían valor estadístico (ocupaban un espacio ínfimo en el sistema informativo); y que ¡vaya por Dios!, la enfermedad y la muerte irrumpieron en nuestra historia con una fuerza nunca vista antes del 2019, y que por su gran novedad y rareza llenaron los informativos de todas horas e irrumpieron incluso en muchos otros programas y en la configuración de las instituciones, del trabajo, del ocio y de toda la vida. La enfermedad y la muerte predeterminadas pasaron a presidir nuestras vidas. Es la mayor operación conductista jamás vista. Ingeniería social la llaman hoy. 

¿Qué ocurre pues? Pues ocurre entre otras cosas que el miedo a la enfermedad y a la muerte propicia muchísimo la obediencia debilitando cualquier resistencia; y que en la hoja de ruta de la Nueva Era, del Nuevo Orden Mundial, está previsto que la muerte y la enfermedad tengan una presencia dominante, para que nos vayamos haciendo a la idea de su absoluta necesidad para poner orden en el mundo. Que sí, que sí, que se les ha ido la cosa de las manos y el déficit de muertes es gravísimo. O dicho a la inversa, tienen un monstruoso superávit de vidas que no saben qué hacer con ellas, porque además de salirles muy caras, no tienen manera de vender todo el producto que obtienen de ellas. Su única salida es diezmar la población sin contemplaciones si no quieren que su fuente de beneficios se les convierta en torrente de maleficios.

La noticia para mí, la más inquietante noticia, no es que cada día haya tantos o cuantos miles de infectados y tantos o cuantos muertos. La enfermedad y la muerte han estado siempre con nosotros, y resulta que esta gente ni se enteraron. Seguramente porque era lo más propio de un Estado del Bienestar ocultárnoslas pudorosamente. 

La noticia, el fenómeno realmente inquietante no son la enfermedad y la muerte, con las que siempre hemos convivido. La auténtica noticia bomba que tendría que hacernos desplegar las antenas y ponernos en alerta máxima, es la forma obsesiva en que nos están embutiendo día a día, hora a hora, enfermedad y muerte: de manera que en ambas, en la enfermedad y en la muerte se justifique todo lo que se viene llamando nueva normalidad (las nuevas Navidades que hemos vivido, por ejemplo), que implica la pérdida de valores y conquistas que nos habíamos labrado, además de la ruina de muchos millones de familias. 

Ante esta irritante e inquietante noticia, la del imponente y goebeliano despliegue de propaganda, la noticia de la enfermedad y la muerte tiene muy poca significación, sobre todo si las comparamos con la enfermedad y la muerte de los 10 últimos años. Y sobre todo, sobre todo, con la propaganda sobre la enfermedad y la muerte, fenómeno que ni siquiera en las guerras hemos visto con semejante intensidad e insistencia. ¿Que no sabemos distinguir entre la realidad y la noticia? Pues ya iremos aprendiéndolo. Bueno, no todos: que para un alto porcentaje de la población, no existe realidad más real que la realidad virtual que nos ofrecen las pantallas.

Las estadísticas de enfermos (¡infectados!, la inmensa mayoría asintomáticos, es decir sanos) y muertos me tienen tan sin cuidado como me tuvieron siempre las estadísticas de los abortos. Al fin y al cabo, detrás de toda vida está la muerte. Toda vida se acaba: algunas, apenas empezadas, y otras después de un recorrido más o menos largo. No me da el ánimo para condolerme de todas las enfermedades y de todas las muertes. Lo que realmente me preocupó del aborto no fue la cantidad (enorme) de vidas truncadas con este recurso, sino la inoculación de la conciencia de que eso era algo bueno: la conciencia de que lo mejor que podíamos hacer en favor de los hijos no deseados, era matarlos antes de que naciesen. Que al fin y al cabo, eso era un bien para esas criaturas y un gran alivio para toda la sociedad. En efecto, el objetivo de la promoción del aborto no ha sido ni matar niños, ni regalarle a la mujer esa libertad envenenada. Eso era para despistar. El máximo objetivo fue y sigue siendo la reconversión de las conciencias. Una reconversión en favor de la muerte. Con esa mismísima conciencia, podemos acabar con los ancianos y con los enfermos. Por su bien, claro está. Y para dar este paso adelante, no es necesario cambiar la conciencia que nos forjaron con el aborto.

Y esa conciencia se ha ido profundizando cada vez más hasta recalar en el infanticidio (absolutamente indispensable para el Nuevo Orden), al que llaman “aborto total”: es decir, matar al niño mientras está naciendo, y matarlo también o dejarlo morir, si ha sobrevivido al aborto, es decir si ha nacido ya. Las grandes celebraciones y los parabienes con que se ha recibido en cada país la ley que lo ha legalizado, y el empeño de muchos otros países (entre ellos España) por llegar a estas cimas del progreso, es la prueba de que no estamos ante un problema de estadísticas ni de demografía, sino de conciencia. Y que es en esa dirección hacia donde nos empujan desde hace bastantes decenios. Por eso está claro que lo de ahora es un paso más en esa dirección: además de un problema sanitario (es el que menos preocupa a nuestros políticos), es una operación para ir abriéndonos paso en el nuevo orden, del que forma parte importantísima la muerte, la solución final, a cuyo servicio han de estar, además del aborto, la eutanasia y el derecho al suicidio asistido, la enfermedad, su manejo sanitario y estadístico, más la muerte sobrevenida de los más débiles, y la ruina económica. Se trata de eso, de ir acomodando nuestra conciencia a la aceptación de la muerte, tanto la acaecida naturalmente como la de bata blanca, la administrada por el sistema sanitario. ¿Se ha rasgado alguien las vestiduras por las decenas de miles de ancianos eutanasiados, realmente eutanasiados mediante abandono sanitario, con la excusa del tremendo colapso producido por el covid? Pues de eso se trataba, de que aceptásemos ese crimen como necesario, inevitable, muy en el orden natural de los acontecimientos. Y sin derecho a protestar ni a investigar. Nada, tenía que ser así. 

Y esta calamidad nos pilla en un vacío (más bien un vaciado) estremecedor de ideas, de pensamiento, de filosofía y por supuesto de religión y de religiosidad. Es inquietante ver cómo hasta la Iglesia, su discurso, empezando por las más altas jerarquías, va estando cada vez más vacía no sólo de fieles, sino también de doctrina. Sin ninguna iniciativa, ningún movimiento para hacer frente a esta calamidad. Y por si fuera poco, ahora nos viene el Vaticano, con el papa en portada, mano a mano con la hija de Rockefeller, vendiendo urbi et orbi el “Capitalismo Inclusivo” o capitalismo comunista, es decir el Nuevo Orden Mundial, al que ha abierto el camino con las encíclicas “Laudato si” y Fratelli tutti”, en las que resplandece el Evangelio por su lejanía. El video promocional de ese invento, con una abominable selección de fratelli, es una de las cosas más obscenas que he visto en mi vida. No puedo evitar que se me vaya el pensamiento hacia Alejandro VI. Lo que está claro viendo ese vídeo, es que la bancarrota del Vaticano está ya superada, y que la banca vaticana podrá seguir pagando a los cardenales de la curia sus opulentos sueldos y emolumentos aunque le hayan fallado las generosísimas aportaciones del dinero americano de McCarrick (célebre por su enorme capacidad recaudatoria) y aunque las colectas de los fieles de todo el mundo se hayan reducido a menos de la mitad. El concordato con China fue el presagio del viraje vaticano.

A la vista de todo esto está claro clarísimo que eso del Nuevo Orden Mundial va muy en serio, y que está conquistando muchas conciencias, debidamente lubricadas por los mayores poderes financieros del planeta. Y la tele hace lo que puede por conquistar las nuestras. Vayamos haciéndonos pues a la idea de que la enfermedad y la muerte como menú diario para abrirle paso a ese Nuevo Orden con la menor resistencia posible, han venido para quedarse. Y tengamos claro que la cosa empezó con el aborto, ¡tan eugenésico!, con la eutanasia, ¡tan benéfica!, con el suicidio asistido, ¡tan compasivo! Y sigue ahora con el miedo a la enfermedad y a la muerte, ¡tan indispensable para convencernos de que finalmente la gran solución de nuestros males es la muerte!  ¡Oh, sí, claro, la solución final avanza más y más en la conquista de nuestras conciencias!

Virtelius Temerarius