Analogía y anomalía: Criterio de partida

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Nos enfrentamos a la enésima reforma de la enseñanza, con intensa vocación de ser toda ella pública. Su característica distintiva es que eso de aprender, va quedando como una cuestión absolutamente secundaria. El esfuerzo y el empeño y la disciplina son en ella vicios del pasado, que es preciso superar. La escuela se ha convertido en el lugar en que es inevitable estar de tal a tal edad. Y como algo hay que hacer entretanto, el gran empeño es el adoctrinamiento en los valores de recambio, en los novísimos valores (eso sí, toneladas de progreso), que van calando por impregnación. Con lo cual ha devenido totalmente secundario eso de aprobar o suspender; porque está cumplido ya el principal objetivo político de la escuela. Más aún, la consecución de ese objetivo es totalmente incompatible con el desarrollo de la capacidad de pensar y razonar. Si en efecto los alumnos prosperasen realmente en esas facultades, si aprendiesen gramática de verdad, si alcanzaran alguna destreza en el análisis morfológico y sintáctico (puro ejercicio de soltura intelectual), sería imposible endosarles las basuras doctrinales y conductuales que se les inculcan en la escuela y se les recalcan luego en los medios.

 

El máximo triunfo de esa enseñanza tan progresiva, es que se ha borrado en los alumnos cualquier posibilidad y cualquier vestigio de criterio, cualquier posibilidad de “juzgar” (que eso es el criterio, de krínein) sobre la coherencia y la consistencia de lo que se les enseña o se les cuenta o se les exige. ¡Cuán lejos ha quedado el tiempo en que “El Criterio” de Jaime Balmes (al menos le ha quedado una calle en Barcelona) se consideró indispensable en la enseñanza secundaria para entrenar la capacidad de pensar! Hoy no somos capaces ya de argumentar sobre la arbitrariedad del gobierno en las medidas de restricción del culto: un derecho fundamental. O sobre las medidas de restricción del ocio. Y en efecto, el análisis crítico ha desaparecido de nuestro panorama intelectual.

 

Y como suntuoso pórtico de ese criterio, un pórtico que nos construye la gramática, ahí están los conceptos de ANALOGÍA y ANOMALÍA con que se estructuran el lenguaje y su reflejo, que es el pensamiento.       

 

“No sé, no sé…”, “yo sí sabo”. Es la respuesta sapientísima de mi nieta de tres años. No ha incorporado aún las anomalías del lenguaje. Ella está avanzando de forma prodigiosa en el aprendizaje del lenguaje (como todos los infantes que se convierten en hablantes), gracias a ese fenómeno estructural del lenguaje que la gramática llama “analogía”. Si no fuese por ese sistema estructural tan lógico, el aprendizaje se nos haría angustioso. Todo se ajusta a patrones fijos. Sólo algunos flecos se escapan de la norma. Suficientemente escasos como para que no sea demasiado difícil aprendérselos.

 

Los gramáticos, que desde tiempo inmemorial se dedicaron a explicar la complejísima estructura del lenguaje, en un primer golpe de vista observaron que la lengua se somete a reglas. Reglas totalmente “lógicas”, claro está. Pero no de una forma tan rígida que no admita excepciones: que afectan a una mínima porción de todo el edificio lingüístico. A la inmensa porción reglamentada en modelos “universales” la llamaron ANALOGÍA. Los modelos a los que se ajusta toda la analogía recibieron el nombre de “paradigmas” (palabra hoy tan de moda). Y llamaron ANOMALÍAS a la ínfima porción de elementos que se salían de los paradigmas: a las que comúnmente se ha llamado “excepciones”.

 

Mi nieta puede avanzar rápidamente en el aprendizaje del lenguaje en varias lenguas a la vez, porque se maneja con los paradigmas fijos. Esto la lleva a cometer algunos “errores” respecto al uso establecido en el que se han incorporado algunas anomalías. Pero eso no es un problema, porque pasar de “sabo” a sé, de “rompido” a roto y cuatro cosas más, lo hace sobre la marcha sin mayor esfuerzo.

 

Gracias a la gramaticalización inconsciente y automática, el “animal hablador” que dice Aristóteles (nosotros traducimos “racional”) desarrolla espléndidamente la facultad que le hace “ánzropos”.

 

Y también desde tiempo inmemorial, los sabios de la tribu entendieron que si la lengua en la que nos hemos construido como animales habladores, se sostiene sobre estructuras eminentemente “racionales”, la mejor manera de hacer aflorar nuestra racionalidad para usarla conscientemente, es el estudio de la lengua, es decir de la gramática: que viene a ser el espejo en que se mira la razón. Porque efectivamente, el animal que razona es el animal que habla, y viceversa. Y la primera cuestión que nos plantea la lengua (y que en buena lógica -la ciencia del lógos- debería plantearnos la razón), es la distinción entre ANALOGÍA y ANOMALÍA: porque es justamente esta distinción previa la que nos facilita enormemente el estudio de la gramática.

 

Es que el secreto está en que ni la gramática ni las matemáticas (en rigor, “aprendizaje”) se han impuesto en la enseñanza eterna y universal por su valor intrínseco (la inmensa mayoría de los que estudian estas disciplinas nunca tendrán oportunidad de aplicarlas en la extensión en que se las hicieron estudiar): porque su valor no está en ellas mismas, sino en su acción formadora de nuestras estructuras mentales “operativas”. Sí, nuestro sistema operativo. La gramática nos enseña a pensar, a estructurar el pensamiento a imagen y semejanza de como está estructurado el lenguaje: ¡tan bien estructurado! Es el trabajo colectivo de toda la humanidad pueblo por pueblo, lengua por lengua. Y en esa estructura hay verdades per se, eternas y constantes, que se repiten en todas las lenguas y en todos los tiempos. Claro que sí, verdades. Como las diferentes clases de palabras (artículo o cualquier otro determinante, nombre, pronombre, adjetivo, verbo, adverbio, preposición, conjunción), los paradigmas o modelos de flexión verbal y nominal; verdades como puños. Y previo a todo ello e impregnándolo todo, el doble concepto de ANALOGÍA y ANOMALÍA. Otra gran verdad en que hemos de instalar nuestra razón.

 

Sí, sí, el modelo de estructura de la lengua sirve para estructurar nuestro pensamiento; y en esa estructura es totalmente básica la distinción capital entre analogía y anomalía. Si has estructurado tu mente con la gramática, entenderás perfectamente que las relaciones sexuales del macho con la hembra son la analogía, la norma general, lo “normal” (y además, de acuerdo con el diseño, con el designio, con el “para qué”); y que en cambio la unión sexual del macho con el macho o de la hembra con la hembra son la anomalía, la excepción: a la que se llama también anormalidad porque no sigue la norma, porque se sale del paradigma. Y a partir de aquí, uno está tan seguro de lo que cree, que no habrá manera de colarle que la homosexualidad pueda alcanzar la categoría de analogía y se puede equiparar en plano de total igualdad y normalidad con la heterosexualidad. Oiga, que “rompido” en vez de “roto” y “sé” en vez de “sabo” son anomalías. Y Dios nos libre de que en la lengua abundasen tanto las anomalías como la analogía. Sería dificilísimo llegar a manejar el lenguaje con un mínimo de seguridad. Como difícil se les hace a las nuevas generaciones manejar la conducta, con esos empeños de convertir todas las anomalías en paradigma. 

 

Pues ya ves, eso mismo ocurre en cuanto a la conducta. Si uno no tiene claro que la vida y la conducta no pueden estructurarse con seguridad si no se cuenta con un bloque muy consistente de paradigmas que constituyen la analogía, tan potente que puede soportar perfectamente las excepciones sin descoyuntarse; si uno no tiene claro esto, es carne de marioneta a la que pueden manejar y marear a capricho los diseñadores de marionetas. Ahí tenemos el fenómeno del Covid y su gestión por el poder político. Mascarillas sí, mascarillas no, aislamiento social (cuando lo social es per se el acercamiento), medidas higiénicas de lo más variopinto y variable, siempre bajo el dogma de la infalibilidad y de la mejor intención de nuestros gobernantes; y sosteniendo todo el affaire, sacrificios al tuntún totalmente desproporcionados, eligiendo sagazmente las víctimas. Y aplausos, muchos aplausos al unísono (¿país de pandereta, dicen?) Y confinamientos van y vienen como las mareas. Pero sin ninguna posibilidad de razonar, ni de cuestionar, ni de exigir coherencia, ni de establecer criterio propio sobre ese caos. Porque la escuela, que no paró de progresar adecuadamente, aparcó todo lo que contribuyera a potenciar nuestra capacidad de razonamiento, de discernimiento y de decisión. 

 

Y oiga, las estupideces no se transforman en sabiduría porque las prediquen todas las teles del mundo y porque se enseñen en todas las escuelas y universidades. Una anomalía es siempre una anomalía incluso en la naturaleza, tan adicta a la analogía: una vez inventado el sistema de las cuatro extremidades, no hay manera de soltarlo. La naturaleza lo repite con todo tipo de variaciones. Y una vez inventadas las formas geométricas constructivas tanto de los minerales como de los vegetales y animales, la naturaleza no las suelta. Pero nosotros somos distintos. Toda la humanidad y todas las culturas que finalmente han emergido, emplearon muchos miles de años en inventar el matrimonio de verdad y la familia. Pues nosotros, más listos que nadie, vamos y en un par de generaciones nos cargamos las más prodigiosas instituciones humanas, que son el matrimonio y la familia.     

 

En efecto, nosotros nos hemos colocado tan por encima de la naturaleza (pisoteándola), y soñando con el progreso, el progreso, el progreso, no necesitamos regirnos por normas (por criterios de “normalidad” y “anormalidad”), ni por criterios de verdad o falsedad: nos apañamos perfectamente sin esas absurdas ataduras, ¿eh que sí? Pues no, resulta que Lápidem quem reprobaverunt aedificantes, hic factus est in caput ánguli. La piedra que rechazaron los constructores, vino a ser la piedra angular. Efectivamente, esta primera distinción entre ANALOGÍA y ANOMALÍA es piedra angular de la estructura del conocimiento. Eso de estar totalmente seguro de qué es “normal” y qué es “anormal”, es pieza clave del pensamiento y del criterio. Y eso, ¡mira por dónde!, lo tenemos fraguado en el lenguaje, en lo que nos hace “animales racionales” (según Aristóteles, “animales habladores”); y eso nos lo enseña la gramática. La antigua, lo hacía de forma explícita y ponía gran énfasis en ello. Pero desde hace casi un siglo, se considera superfluo explicar esto. Y así andamos. 

 

Virtelius Temerarius

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7 comentarios

  1. Como siempre, magistral aportación, Virtellius. Es para "rumiarla", darle vueltas, despacito, muy remascaíto, como el bocado del Piyayo.

    Pero he aquí que podemos preguntarnos, ¿de dónde salen los argumentos de la educación en los nuevos valores? Tendemos a pensar que son cosas de Celáa y de la Montero cónyuge (o lo que sea) de Iglesias. Tendemos a pensar que son cosas de Colau, de Junqueras y ERC, de Podemos y Sánchez. Y es verdad.

    ¿Sólo de ellos? ¿Sólo de ellos parte la corrupción de las mentes infantiles y juveniles en la educación?

    Anem a pams. Un organismo cuya vinculación con el arzobispo Omella desconozco, Cristianisme i segle XXI, imparte unas conferencias en sagrado sobre esos nuevos valores, es decir, el trangénero y otras aberraciones doctrinales pseudocientíficas. Repito, pseudocientíficas. Con voluntad de daño moral. Repito, con voluntad de daño moral. Es decir, perversión pura. En la exposición de la monja Forcades, algún incauto sacaría la conclusión de un relato genético riguroso. Vamos, unas páginas arrancadas de un manual de citogenética. Como si la hubiera escrito el experto en la materia Lacadena. En efecto: variabilidad cromosómica, tipos de relaciones sexuales, brochazo de endocrinología. En fin, una experta. Pero en seguida se le ve la saña, bajo el sayal, la mala intención bajo el celofán de la comprensión por el sentimiento de género. Calla la señorita que también la variabilidad afecta a otros cromosomas, a otros genes; por ejemplo, los causantes de patologías monogénicas que la plataforma CRISPR y otros sistemas de terapia génica se proponen corregir (por ejemplo, los culpables de la enfermedad de Huntington o la fibrosis quística, entre otros).Es decir, el hombre, cuando está en su mano, corrige la naturaleza. No se queda quieto porque "Dios me hizo asi". Eso es un sofisma malévolamente empleado por ciertos obispos, sacerdotes y, al parecer, monjas.
    Lógicamente eso le sirve para atacar la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad y defender la buena nueva del transgénero, homosexualidad y lo que haga falta para destruir la mente y la vida de los niños.

    Han creado esos una imagen falsa, un espantajo de paja, al que identifican con la doctrina de la Iglesia para imponer sus tóxicas ideas.

    La ciencia está ahi, al alcance del que ponga codos. Pero no podemos burlar su significado y su alcance con el método denostado en famoso artículo por Sokal.

    Virtellius los paradigmas gramaticales en los que usted es maestro los sintagmas y fonemas, tienen un contenido. A veces pensamos que su falsificación es cosa del otro, cuando, a lo peor, el enemigo está dentro.

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    1. Totalmente de acuerdo con el Sr Valderas Gallardo.

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  2. Demasiadas leyes y cada una de ellas es peor que la anterior.
    Resultado: La juventud de hoy a los 18 años, cuando entra a la universidad, sabe muchísimo menos que los alumnos que entraban en los años 60, 70, 80 del siglo pasado...
    Menos en educación, cultura, conocimientos, raciocinio, sentimientos...

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    1. Pues de eso se trata:

      Llegar a la edad de votar sin haber aprender a ganarte la vide, sin haber aprendido a pensar y habiendote tragado toda su ideología (religión laica) con la que te han infoctrinado a la fuerza.

      La siniestra masonería secreta lo ha hecho a conciencia.

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  3. ¿Tan sencillo como eso?

    Pues parece que sí, que el pensamiento se rige por leyes tan precisas como las de la gramática. Y que del mismo modo que hablamos con la plena seguridad de que nuestro lenguaje se ajusta a las reglas de la gramática, también tendríamos que pensar (por ejemplo, sobre la ideología de género) con la plena seguridad de que nuestra forma de pensar se ajusta a las reglas del pensamiento; y estar seguros por tanto, igual que en gramática, de lo que es correcto y lo que es incorrecto, de lo que es verdad y de lo que es mentira. Sin tener la menor obligación de "respetar" cualquier burrada que se le ocurra decir a nuestro prójimo. Y no veas si a ese prójimo le he puesto con mi voto, de representante mío. Es el peligro de ser demasiado amable, que dice alguien por ahí, y el peligro de ser demasiado respetuoso, que es lo que hoy se nos enseña.

    Cuando los maestros estaban totalmente seguros de lo que enseñaban, utilizaban las orejas de burro para señalar y avergonzar al que decía burradas. Hoy no, hoy todos progresan adecuadamente. Claro, estamos en zona de progreso.

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  4. Hoy no! Hoy no progresan adecuadamente! Cada nueva ley que sale es más imperfecta que la anterior. Hoy, los progresos que se hacen son "totalmente inadecuados"... Vean, observen...

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  5. Como siempre, un gran autoanálisis de una mente neurótica, que necesita seguridades. Lo contrario al atrévete a pensar. VCR

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