Santíssim Misteri de Sant Joan de les Abadesses
CAPITULO VI: DIOS PENETRA EN LA HISTORIA
Aquellos años en los que Jesús vivió y murió sobre la tierra iniciaron lo que San Pablo llama “la plenitud de los tiempos”, precisamente por eso: porque Jesús compendiaba todo lo que Dios había revelado y los hombres habían comprendido, y realizaba todo lo que Dios había prometido y los hombres habían esperado, en cualquier rincón del mundo. Ninguna de las luces con las que Dios había guiado la mente de los hombres, ninguna de las vibraciones con que Dios había respondido al descubrimiento de la verdad, no habían resultado inútiles.
Cierto es que Jesús venía a decir mucho más, venía a dar cumplimiento a una obra inesperada. Pero todo lo hacía aprovechando hasta la más pequeña brizna de la experiencia vivida hasta aquel momento por otros.
Jesús es la Palabra misma de Dios, por la que ha creado todas las cosas, la Idea suprema en la que Dios reconoce a la creación como manifestación de su poder, de su bondad, y por encima de todo, de su amor: es la Palabra por la que Dios ha iniciado un coloquio con los hombres, diálogo que ya no será nunca más interrumpido. Siendo pues Jesús, el autor de la gran historia, la Palabra creadora, entra en la historia para moverse dentro de ella como uno de los personajes. Penetra en la historia para vivir la síntesis desde el interior. Actuando como un humilde personaje en el tiempo, Jesús continua siendo el gran Autor y el gran Vidente de la historia.
Anunciación Gagini (Bagaladi Reggio Calabria) |
La Palabra creadora de Dios quería subsistir en un alma humana, que comprendiese y sufriese como todos los hombres, que acogiese en su seno el amor inmenso de Dios. El hombre podía reprochar a Dios, como dificultad en su lucha, que Dios no se imaginaba como era costoso obedecer. Dios se hace hombre precisamente porque quiere experimentar qué es la obediencia.
Un ángel es enviado a una muchacha de Nazaret. Aquella joven ha vivido una internas exigencias por parte de Dios, que va haciéndola consciente de una misión incomparable. Su cuerpo y su alma son, y así se siente, posesión absoluta de Dios. La Palabra creadora la ha escogido como Madre. Pero el ángel antes debe explicarle el programa que Dios se está preparando. Es necesario que dé su consentimiento con libertad. María insinúa que ella debe continuar siendo virgen. El ángel le explica que concebirá por acción del Espíritu y que el que nacerá de sus entrañas será el Hijo del Altísimo. María se somete como sierva al plan de Dios.
Después el gozo de la maternidad divina la enaltece y corre por las montañas hasta encontrar a alguien con que compartir una entusiasta alabanza al Señor: “Me felicitarán todas las generaciones”. Las promesas de Dios a Abraham se cumplen en su seno. Ahora María ve resplandecer en su alma todos los motivos de amor con que Dios había adornado al pueblo de Israel y con que seguirá adornando a toda la entera humanidad. Después de la obra redentora de Cristo, María se convertirá en el modelo, según el cual Dios irá forjando a la Iglesia.
En la hora del Calvario se verá con claridad hasta qué punto el desgarro de su cuerpo y el derrame de su sangre estaban preparados desde muy atrás para la declaración progresiva de su verdad. Sin efusión de sangre no hay rescate. Es sufriendo y muriendo que Jesús satisface por los delitos de los hombres. Pero nadie podrá ser redimido si no quiere serlo. Es necesario que antes y después de morir, y muriendo Jesús hable; que dé a entender a los que lo contemplarán clavado en la cruz, por siglos y siglos, que este es el gesto con qué Dios ha querido expresar su gran amor a los hombres.
De esta manera la muerte del Redentor hace que en la hora del rescate sea necesario contar con una respuesta de los redimidos, por la cual se comprometerán con Dios, según las simples pero profundas exigencias del amor.
Lo vemos cuando esta llega a su término: la vida de Jesús se explica cómo un programa de lucha, que esencialmente es lucha contra las tinieblas. Y estas están en aquel que no conoce la verdad, sí. Pero especialmente en aquel que se resiste en aceptar la verdad como luz de su vida.
La voluntad del hombre busca instintivamente el bien, cualquier bien, para entregarse a él. Y todo bien auténtico, al mismo tiempo que se ofrece como objeto que enriquece el espíritu y lo delecta, se impone a la voluntad como norma de rectitud. El bien le promete felicidad, pero obliga a su mundo interno a revisarse, a renovarse, a adaptarse al mismo bien: en una palabra, a convertirse. La verdad ilumina, pero también quema.
Después de empezar a ver la verdad, uno puede sumergirse inmediatamente de nuevo en las tinieblas si no consiente que el primer resplandor se convierta cada vez más y más claro en su interior, y comience a ser visto por él mismo como un bien apetecible, y en tanto que bien, la verdad lo transforme hasta convertirse él mismo en un espejo del bien que quiere poseer. Así entenderemos porque Jesús dice: “Bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”
Jesús viene al mundo para intervenir en esta lucha universal de la raza humana. Se presenta a cada hombre para colaborar, cada día y todo el día, en el duro reto personal de encontrar el bien y entregarse a él.
Mn. Francesc M. Espinar Comas
Párroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet
Cambie de tema Mn. Francesc!
ResponderEliminar8:08, totalmente de acuerdo con usted!
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