“El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor
y, mediante esto, salvar su ánima…” (San Ignacio de Loyola. Ejercicios Espirituales 23)
y, mediante esto, salvar su ánima…” (San Ignacio de Loyola. Ejercicios Espirituales 23)
¿Metafísica? Sí, claro, para la especie humana la metafísica es tan necesaria como la física, y es su cimiento. Sin ella, la física es tan sólida como una casa de ramas secas construida sobre la arena. ¿De qué nos sirve tanta física en la medicina, por poner un ejemplo al alcance de cualquiera, si ésta carece totalmente de metafísica? ¿Sabe acaso la medicina hacia dónde va? Avanza, claro que sí; ¿pero hacia dónde? Y no para de incrementar la velocidad de su derrota. ¿Pero no le estaría bien pararse a averiguar si tiene sentido, si tiene algún sentido el derrotero o más bien la falta de derrotero que guía sus grandes zancadas? Nada, una vía férrea que nadie sabe adónde lleva; pero eso sí, es la de mayor velocidad y la de tecnología más avanzada.
Los ojos están hechos para la luz. Éste es un principio teleológico sumamente obvio. Si lo formulamos invirtiendo los términos y afirmando que la luz está hecha para los ojos, queda totalmente en pie la relación entre la luz y los ojos; pero le hemos dado la vuelta al orden jerárquico. Que los ojos están hechos para percibir la luz, es una obviedad fuera de toda discusión; pero que la luz esté hecha para ser percibida por los ojos, parece más bien una afirmación desproporcionada, por más que el resultado práctico sea el mismo.
Si en vez de emplear como guía del sistema teleológico la luz y los ojos, empleamos la imagen de la semilla y la tierra, probablemente acortaremos la distancia jerárquica entre el ser y su télos, es decir su fin. ¿Es la semilla la que está hecha para la tierra, o es la tierra la que está hecha para la semilla? Como que hay una evidente interacción entre ambas, parece que la jerarquía es intercambiable; porque tanto más hecha está la tierra para la semilla, cuanto más ha contribuido ésta a hacerla. Es la tierra más enriquecida por la vegetación, la más apta para producir vegetación: es decir para acoger la semilla y favorecer su desarrollo.
Es que al final resulta que la teleología es un camino sólido que da enorme seguridad y firmeza a nuestros pasos. Porque si tan claro como tenemos que los ojos están hechos para la luz, tuviésemos que el hombre está hecho para la mujer, por seguir con otro de nuestros ítems de conducta más necesitados de metafísica (a estas alturas, hasta de física y fisiología), nuestra conducta sexual estaría encarrilada con una decencia y con una certidumbre inamovibles. Tan indiscutible como la del resto de animales. Pero resulta que el comportamiento e incluso el razonamiento dominante desde que el hombre es hombre y la mujer, mujer, es como si se hubiese invertido la teleología natural. Lo peor es que dicen que ese desaguisado, tan humano, se resuelve fingiendo que ignoramos nuestra naturaleza: la mismísima que compartimos con los demás animales.
Más aún, si entendiésemos que en el plano teleológico es tan lícito decir que la mujer está hecha para el hombre como decir que la luz está hecha para los ojos, aún podríamos darnos con un canto en los dientes. Porque si entendemos que a pesar de que en el diseño de la naturaleza, es el macho el que está supeditado a la hembra (incluso en los rebaños, en que aparentemente el predominio es el inverso), sin embargo es de tanta envergadura la interacción (e intercreación) hombre-mujer, que hasta pasándonos un par de pueblos podríamos decir que tanto monta, monta tanto. Pero sin que nos fuese lícito afirmar bajo ningún concepto, que la mujer está hecha para el hombre. Por eso, cuando toda la apariencia es ésa, es porque le hemos hecho un roto tremendo a la naturaleza. ¿A la del hombre? No, a la de la mujer.
Pero demos un paso atrás en nuestra teleología. Aún me resuenan las preguntas y sobre todo las respuestas del catecismo que en mi infancia nos hacían aprender de memoria. “¿Quién nos ha creado? Nos ha creado Dios. Y ahora, la pregunta importante con su respuesta tajante: ¿Para qué nos ha creado Dios? Para amarle y servirle en esta vida, y gozarle en la otra”. Cualquiera que hiciese un repaso a su vida, la de sus padres, la de todo su entorno, podría tener algunas malas ideas sobre la finalidad de la vida de la gran mayoría de hombres y mujeres (en la infancia era más difícil definir esa finalidad). ¿Y qué hace el Catecismo? Darle totalmente la vuelta a la realidad y a sus apariencias, y con enorme aplomo nos dice: Dios nos ha creado para amarle y servirle en esta vida y para gozarle en la otra”.
Cuando uno ve la película completa de su vida o de la vida de sus padres, está tentado a pensar que la razón de su vida no la ha elegido cada uno. Uno ve que el Estado le saca partido a la vida de cada uno, explotando al máximo su capacidad tributaria; que el patrón le saca partido explotando al máximo su capacidad productiva; que el sistema financiero ha ido a apurar la rentabilidad de sus posibilidades crediticias. Y dentro de la familia aparecen otros dibujos más interesantes, a menudo aderezados por el amor; por lo que hasta habría quien estuviese dispuesto a proclamar que el fin de la vida de los padres podría ser algo tan noble como los hijos. Acercándose a lo que parece que es una de las motivaciones de la naturaleza.
Pero ahí está el Catecismo diciéndonos que el fin de nuestra vida es amar y servir a Dios. Luego nos explicará que amamos a Dios amando a nuestros semejantes, empezando por nuestra familia, y que servimos a Dios sirviéndoles a ellos. No está nada mal el enfoque. Poniendo a Dios en nuestras vidas y aceptándole como Creador y Señor nuestro, resulta que le imprimimos a nuestra vida una fuerza espectacular. Resulta nada menos que nuestra vida forma parte de los planes de Dios. La coronación de este plan, es el premio de gozar de la contemplación de Dios por toda la eternidad: quedar definitivamente a su diestra por los siglos de los siglos. No está nada mal para una vida que tiene toda la apariencia de haber sido diseñada para objetivos mucho menos nobles; y en su gran mayoría, objetivos ajenos a uno mismo. Es decir que el objetivo de nuestra vida (el télos de nuestra teleología) nos viene marcado desde fuera. Y rarísimamente es de otro modo.
¿Así que el fin al que están direccionadas las cosas y las personas es factor determinante de su valor intrínseco? Pues sí lo es, claro que sí. Vale más una vasija hecha para nobles menesteres, que una hecha para contener desechos. No sólo eso: la vasija cuyo destino es contener perfumes, tendrá en virtud de la propia naturaleza que le marca su finalidad, una hechura y una calidad de materiales que distarán enormemente de las hechuras y de la calidad de materiales que se emplean para la vasija destinada a la basura. Es decir que sin la menor duda, la finalidad marca el ser. Más aún: es la finalidad la que determina la naturaleza de las cosas. El ojo es como es, porque su finalidad es ver. Si su finalidad fuese oír u oler, su naturaleza sería otra. Creo que estamos en el terreno de las más elementales obviedades teleológicas.
Y puestos a jugar a teleólogos, más nos vale no ponernos demasiado tecno-pragmáticos, demasiado objetivos a la hora de escudriñar sobre la finalidad de nuestra vida (a qué la destinamos), porque nos llevaremos la sorpresa de que el gran foco que la orienta es el enorme empeño en cambiar trabajo por dinero. Y a poco que afinemos en el análisis de este objetivo, en seguida caeremos en la cuenta de que eso de trabajar para alguien o para algo que nada tiene que ver con la satisfacción de nuestras necesidades vitales, no es más que una sofisticación de la esclavitud. Sin que sea determinante establecer de quién o de qué somos esclavos. Lo sustantivo es que lo somos, es decir que dedicamos nuestra vida al trabajo muchísimo más allá de nuestras auténticas necesidades. Como corresponde a un esclavo.
La manutención, que era la forma genuina de estar seguro el amo de que era dueño del esclavo (tan cerca de tenerlo físicamente cogido de la mano, como dice la palabra), ha experimentado enormes transformaciones y camuflajes. La más moderna es el combinado de manutención por parte del gran amo (ha quedado finalmente en manos del Estado y lo llaman Estado del Bienestar) y automanutención. Se trata simplemente de sofisticaciones de la esclavitud.
He ahí cómo en cuestión de teleología vital hemos tenido la tremenda genialidad de montarnos de tal manera que el dinero (el verdadero icono de la esclavitud) lo es todo. Donde lo vemos más diáfano es en la esclavitud por deudas: todo un clásico. Si yo me endeudo con un banco por tantos cientos de miles de euros, los euros no tienen nada que ver con la verdad de mi vida. El auténtico negocio que he hecho con el banco es que he suscrito con el banco, un contrato de esclavitud de tantos años. Mi compromiso es por consiguiente trabajar para el banco tantos años (generalmente muchos, porque no son todas las horas laborables del año). Lo más normal es que me haya esclavizado media jornada diaria durante tantos o cuantos años. Lo que ha adquirido el banco, pues, es mi trabajo; es decir mi esclavitud: que es lo que quiere el banco, no mi dinero. El dinero es el instrumento para hacerme trabajar: la zanahoria. En tiempos fue el látigo.
Y cuando vuelvo a hacerme la pregunta respecto a la finalidad de mi vida, la formulo de este otro modo: ¿para qué me han traído mis padres a este mundo? O ¿para qué querían que mis padres me trajeran a este mundo los que les convencieron de que lo hicieran? Y es tremendamente difícil que la respuesta se aleje de “para pasarme la vida trabajando”, es decir para ser esclavo: sin importar de quién, pero esclavo. Aunque, ¡oh paradoja!, en el mejor de los casos sea esclavo de mí mismo. Si no sé hacer nada más que trabajar…
Partiendo de semejante disparate teleológico, ya se puede esperar cualquier cosa. Que la medicina reivindique su oficio de matar; que el hombre se comporte como si el destino de la mujer fuese satisfacerle a él; que se postule que la reproducción no tiene nada que ver con el sexo y que por eso tiene que resignarse a lo que le toque, la que tiene un sexo muy marcado por la función reproductiva; y que se sostenga que por eso es una solemne tontería empeñarse en que los que tienen la marca sexual (biológica) de hombres, son hombres y están predestinados a comportarse sexualmente como tales; y que las que están marcadas biológicamente como mujeres, son mujeres. Es decir que para nosotros, para los más desenvueltos de la especie, es irrelevante que los machos estén marcados biológicamente como machos, y las hembras como hembras. Y así una enorme ristra de tonterías. Es que a partir de la tontería de amar tan ardientemente la esclavitud, lo que toca es perder ya toda esperanza.
Observemos algo absolutamente sustancial: en todo este razonamiento es evidente que se postula el principio de que el destino del hombre puede ser fijado por quien sea desde fuera del hombre, contraviniendo incluso su naturaleza, para forzarlo a comportarse de un modo antinatural (no olvidemos que ya lo es la explotación: sea en su forma laboral, fiscal o financiera -y pasemos por alto ahora la explotación sexual). El destino (télos) del hombre queda fuera de la voluntad y del alcance de cada ser humano. En ningún caso lo marca la naturaleza, como ocurre con los demás animales, o como ocurre con nuestros órganos y su fisiología, marcados evidentemente por la naturaleza: los ojos, para ver; el corazón para bombear la sangre.
Al llegar aquí, me vuelvo al Catecismo de mi infancia: oiga, para que cualquier Soros de pacotilla decida cuál ha de ser mi destino, y cuál mi comportamiento para alcanzarlo, prefiero que sea el mismo que decidió cómo tenían que ser y funcionar mis ojos, y cómo mi corazón. ¿Eh que me comprende?
A la vista del tremendo caos teleológico en que nos han metido los que han conseguido que trabajemos para ellos (que seamos sus esclavos a tiempo parcial), oiga, yo añoro la certidumbre del Catecismo de mi infancia. Y envidio a los animales que lo tienen tan claro. Es que la naturaleza (una simple servidora de Dios según los creyentes) es mucho más sabia que todos esos que se han empeñado en hacer de aprendices de brujos con nosotros.
A mí me gusta infinitamente más que me haya creado Dios, el mismo que creó mis ojos; y que me haya destinado a amarle y servirle en esta vida para luego gozarle en la otra. Sí, lo veo claro. ¿Infantil? ¡Por supuesto! ¡Pero cuán confortable! Y además está la advertencia de que, si no nos hacemos como niños, no entraremos en el reino de los cielos (cf. Mateo 18,3); ni se nos ocurrirá empezar ya en esta vida esa peregrinación hacia el reino de los cielos, convirtiendo de paso este mundo en un anticipo del cielo.
Custodio Ballester Bielsa, Pbro.
www.sacerdotesporlavida.info
Por esa ley de la neurología de la visión según la cual vemos lo que esperamos ver, había, mosén Custodio, leído mal el título. Por fin, pensé, una de teología. Pues eso sólo podía darse en Germinans. A medida que me fui adentrando en el post observé que trataba de la teleología. Y volviendo al título, sí, había leído mal.
ResponderEliminarTras decenios de desprestigio de la causa final por obra y desgracia de neopositivismo lógico, que lo reduce todo al mecanismo de la causa eficiente, vuelve a introducirse en el debate filosófico. Incluso científico. Lo que en astrofísica se llama ajuste fino de las constantes, que tanto debate desencadenó hace escasos años, no es más que una versión moderna de la causa final en física. No goza de mayor prestigio en biología, porque inexorablemente apela a un diseño más palpable que en el caso físico.Usted mismo se desenvuelve en esa línea cuando habla de la finalidad del ojo. Es un tema que merecería algún apunte más extenso.
Me voy a quedar con la aplicación de la finalidad allí donde su presencia se nos muestra obvia: la moral. Para la moral católica, si por tal asumimos la tomista, la finalidad va asociada a la sindéresis la función de prescribir intelectualmente los fines de las virtudes de la razón práctica. Gracias a la sindéresis, la razón práctica conoce dos cosas importantes: que debe actuar de acuerdo con los fines de las virtudes y que debe evitar lo contrario a dichos fines. Este conocimiento de los principios es lo que posibilita el conocimiento práctico posterior. La sindéresis constituye lo que permite referir a la ley natural algo más que una mera colección de preceptos codificables. Todas las leyes humanas derivan en última instancia de la sindéresis; todos demás principios morales se refieren a ella y tienen su raíz en esta intuición pura. Usted sabe que se habla mucho de discernimiento, convertido a menudo en refugio de un grosero relativismo moral. El asunto para un tomista es llano: la acción se ordena a un fin bueno. Y ese fin, en el Evangelio, es la beatitud eterna, a la que hemos sido llamados desde antes de que naciéramos.
Una pastoral nueva. Un mundo nuevo.
ResponderEliminarLa SECULARIZACION de la RELIGION o el ANTICRISTIANISMO
La FE en el nuevo dios mesiánico, ese que está “oprimido” y es el “poble” que ha tomado por su cuenta la “Historia”.
La ESPERANZA se centra en trabajar por este “paraíso en la tierra”, el cielo en la tierra, “la civilización del amor”.
La CARIDAD, toma la forma de odio de secesionistas “contra opresores” catalanes y resto de españoles, que al final los llevará a la verdadera “caridad”, a esa “sociedad perfecta”.
El secesionismo es socialista (fascista y nazi). Los implantadores calculan sus riesgos. Dos pasitos palante, uno patrás.
Actúan a través de las vulnerabilidades de las sociedades democráticas, manejados por poderes exteriores.
Y hace tiempo que también se han infiltrado en la Iglesia para su autodemolición.
Estos días se reúne el “grupo de Puebla”, que aglutina a los líderes comunistas de Hispanoamérica y España, con asistencia de Rodriguez Zapatero y quizás Pablo Iglesias. Proceden de “El Foro de Sao Paulo” que tiene como objetivo «recomponer» las ideas comunistas en el mundo hispano y lograr que España, Hispanoamérica y el Caribe se conviertan en sociedades socialistas, es decir “una Unión Soviética Hispana”. También se relacionan con los demócratas norteamericanos (la mayoría comunistas). Se dicen también “progresistas”. Este es el socialismo del S XXI.
Dios no abandona a su Iglesia; las puertas del infierno jamás prevalecerán contra ella (Mt 16,18)
ResponderEliminarMosén, no está nada mal esa larga y profunda disquisición para la jornada de reflexión que precede al jolgorio electoral del domingo. No está nada mal como ejercicio de reflexión. Pero es que nos fatiga reflexionar tanto. Si tan fácil nos ha sido aparcar estas reflexiones tan incómodas (y además, con lo ocupadísimos que estamos trabajando, no tenemos tiempo de reflexionar sobre el sentido de nuestra vida); si nos hemos sacudido la reflexión sobre el sentido y la razón de ser de nuestra vida, ¿cómo vamos a pararnos a pensar a quién votamos? Con lo fácil que es votar al que hemos votado siempre, o votar al que nos prometa más cosas y lo hace con más gracia, ¿para qué necesitamos reflexionar un día entero?
ResponderEliminarPues venga, que como dicen los más concienzudos y equilibrados, lo importante no es votar al uno o al otro, sino votar. ¿Sin saber a quién ni para qué? ¡Y qué más da! Ya estamos acostumbrados a hacer las cosas de este modo.
La teleología unica y verdadera es la católica, y es la teosis o la divinización por participación de la divinidad por naturaleza, la Santísima Trinidad: ser bienaventurados en la Iglesia Triunfante.
ResponderEliminar...
Este valiente jesuita le da un ultimátum a Francisco, por lo de la bendición y presidencia del acto idolátrico de adoración a la Pachamama, del 4 de octubre en los jardines vaticanos, cerca de la basilica de San Pedro:
--- "Aquí está la opción", dijo Pacwa. "¿Aceptas a este ídolo, desnudo con los grandes pechos, o miras a Nuestra Señora del Monte Carmelo, la montaña donde el profeta Elías destruyó a los profetas de Baal y Astarte, la diosa madre del pueblo cananeo?"
https://www.lifesitenews.com/news/ewtns-fr-mitch-pacwa-condemns-pachamama-worship-at-amazon-synod
Veo claros fallos argumentales. La gente en general no trabaja esclava en el mundo desarrollado. Recordemos que Dios encarga a Adán y Eva la transformación del mundo a través de trabajarlo. Recordemos el trabajo oculto de Jesús y de San José durante muchos años. Ayer como hoy, había trabajadores por cuenta propia y ajena, y emprendedores, vendedores, cambistas. No sólo es lícito si no que es querido por Dios el que vivamos trabajando, siendo este ámbito fundamental para el télos de la beatitud. Luego cada uno es libre y responsable de vivir ordenadamente el trabajo, tanto si es jefe como si es subordinado. No vivimos esclavos del trabajo... Hay gente individual que escoge vivir esclava del trabajo, y hay gente que se santifica a través del trabajo. Y por supuesto, existen estructuras de pecado y el sistema actual no es perfecto, pero no sé yo si es tan diferente a la época de Jesucristo. Por último, me parece demagógico decir que los bancos quieren que vivamos esclavos por una hipoteca: no cambio mi trabajo, o no soy esclavo, por dinero; cambio unos intereses a cambio de un dinero del que no dispongo para comprar una casa para mi familia, para hacer un hogar, por ejemplo. Buen motivo para santificar mi trabajo, y un lícito negocio. Es un negocio más. Obviamente, hay bancos que se han aprovechado de sus clientes. Ahí hay personas concretas responsables de sus actos. Pero es un negocio bien lícito: te presto un dinero del que no dispones, para que acometas una inversión que de otro modo no podrías acometer. Hay frases del artículo que me parecen una crítica muy fácil y burda al sistema bancario.
ResponderEliminarAnónimo de las 11:15
ResponderEliminarLe veo muy integrado en el sistema. Pero le hago una pregunta, una sola. ¿Qué le parecería si tan sólo un 1% del aumento de nuestra productividad desenfrenada se dedicase a reducir la jornada de trabajo? Sólo el 1%. Si esto se hubiese aplicado desde la gran industrialización y sobre todo desde el invento de la informática, sospecho que nuestra jornada laboral no alcanzaría ni de lejos a las 4 horas diarias. Con sólo el 1% dedicado a trabajar menos, para dedicar nuestra vida a algo que no sea trabajar.
Pero no es eso, la cuestión es que trabajemos, porque son ejércitos los que viven de nuestro trabajo. Y para eso está muy bien el usar y tirar, la obsolescencia programada, la sucesión vertiginosa de modas (ahí está la corriente empresarial que te permite estrenar ropa cada semana, sin necesidad siquiera de lavarla). Y ahí está el invento inacabable de necesidades por parte de los políticos, empeñados empeñadísimos en servirnos. Cobrándonos sus servicios en impuestos, claro está. Y todo maravillosamente vendido a través de una publicidad maravillosa.
Ya no hay quien trabaje menos de medio año para pagar los impuestos; y lo que haya que añadir para intereses bancarios y para dejarle su legítimo beneficio al empresario.
¿Y a todo eso lo llama trabajar para atender a las necesidades? ¿Y usted cree que ese diseño de trabajo nos santifica?
Estamos hechos para trabajar. Para transformar el mundo que nos rodea. Y para muchas más cosas. Primero, para alabar a Dios. Para amar a los que tenemos cerca y a los que están más lejos. Para ayudar al prójimo. Yo todo eso lo puedo hacer en mi día a día, y de hecho, depende en gran parte de mi vivirlo así cada día (no entro en el detalle de que cada cosa buena que hacemos en realidad es mérito de Dios, y es Él siempre el que nos va por delante). Yo estoy integrado en el sistema y en la sociedad tanto como lo han estado los cristianos desde los comienzos, y créame que había y ha habido sistemas mucho peores. Y estar integrado para mi quiere decir intentar acercar a Dios la parte de este mundo que me sea posible. Ya he dicho que hay trabajos o estructuras de pecado que no hacen ningún bien al hombre. Vamos, pero no es mi objetivo vital llegar a trabajar 4 horas al día. Estamos hechos para crear (que se me entienda, co-crear), estamos hechos para trabajar, y un detalle: después del pecado original este trabajo cuesta esfuerzo y sudor. Pero el trabajo, hecho con amor, es parte esencial de nuestro paso por la vida. Qué campo más amplio para transformarlo y para darle un sentido sobrenatural: los médicos, los profesores de colegio, los universitarios, los científicos, los barrenderos, los funcionarios, los pilotos, los taxistas (hablé con uno el otro día que elevaba a Dios su trabajo, etc etc etc.)
EliminarAl que me responde arriba... ¡ánimo, que el mundo no está tan mal!
La perspectiva antropológica es básica. Ahí se aprecia una concepción del hombre materialista, y utilitaria. Se busca la plenitud equivocadamente en los placeres, en la sexualidad u honra, riqueza etc.
ResponderEliminarLa felicidad vendría a valorarse desde una perspectiva vitalista de plenitud de las posibilidades de nuestra naturaleza, indicando el “telos” las máximas posibilidades humanas. En el movimiento filosófico llamado “utilitarismo”, la vida de una persona podría considerarse feliz cuando la suma de sus placeres fuese mayor a la suma de sus penas.
Una acción será buena o mala no por los motivos que la animan, sino por las consecuencias de placer o displacer que produzca. Y aunque en la bioética hay cuestiones que necesitan una dimensión metafísica y religiosa del hombre porque tratan de la vida y muerte, la dignidad de las personas y el sufrimiento, la tendencia es una bioética laica, civil, liberada de tabú de orden natural y moral, de consideraciones teológicas y religiosas, porque todo eso impediría a la ciencia “su avance”.
Utiliza la racionalidad científico-técnica, calculadora de los efectos. Por ello, ninguna acción en sí misma es mala. Las acciones son indiferentes. No asume absolutos morales. Además, existe cierta pretensión de legitimar las decisiones bioéticas por vía del consenso social y la vía democrática muy a tono con el pragmatismo técnico.
La “teleología” en bioética es un método pretencioso ya que aparenta que se saben los resultados de las acciones, pero no es así. Es imposible una evaluación exhaustiva de todos los efectos, consecuencias y proporciones de nuestras acciones ya que no se puede prever lo que pasará. Hay imposibilidad práctica de ir hasta el final con este método, porque nadie sabe lo que va a pasar. Si se supiera, se negaría la providencia divina.
Impide conocer la moralidad de las acciones en sí mismas y por tanto separa a las personas de sus acciones. Es un objetivismo ético, moral, y por eso atrae. Ha hecho furor en la bioética y en la toma de decisiones del personal médico sanitario: maneja probabilidades y es estadística.
No convence esta teleologia. Tiene una teoría de la acción excesivamente simple. Su perspectiva es de la 3ª persona. La acción hay que verla desde la persona que actúa, perspectiva de primera persona.
Veritatis Splendor 74-76 habla precisamente de la “teoría ética teleológica”, de la que transcribo unas líneas:
”….«fuentes de la moralidad». Precisamente con relación a este problema, en las últimas décadas se han manifestado nuevas —o renovadas— tendencias culturales y teológicas que exigen un cuidadoso discernimiento por parte del Magisterio de la Iglesia.
Algunas teorías éticas, denominadas «teleológicas», dedican especial atención a la conformidad de los actos humanos con los fines perseguidos por el agente y con los valores que él percibe. Los criterios para valorar la rectitud moral de una acción se toman de la ponderación de los bienes que hay que conseguir o de los valores que hay que respetar. Para algunos, el comportamiento concreto sería recto o equivocado según pueda o no producir un estado de cosas mejores para todas las personas interesadas: sería recto el comportamiento capaz de maximalizar los bienes y minimizar los males. ….”
Caffarra hablaba de cultura de la separación que ha comenzado por una separación en el interior de la persona, del cuerpo, respecto de la persona humana, reconducida exhaustivamente a su libertad. A la pregunta ¿qué es la persona?, se ha construido progresivamente la respuesta. Es cuerpo y este cuerpo no entra en la constitución de la persona. Él cuerpo es “materia” de la que la libertad puede disponer según sus proyectos. Esto ha resultado en un cuerpo despersonalizado, que ya no tiene una diversidad cualitativa respecto a otros cuerpos, que el hombre utiliza como material para su actividad finalizada a los bienes de consumo. El cuerpo humano puede ser usado. También el cuerpo del otro. La única condición es que te conceda libremente hacerlo.