LA MISERICORDIA DE DIOS ES LA VIDA DEL HOMBRE
La ternura, la misericordia, la alegría de Dios son la vida del hombre, su salvación. Hoy tenemos entre manos el evangelio del padre con sus dos hijos, más conocido como “parábola del hijo pródigo”. Esta página de san Lucas constituye el vértice de la espiritualidad cristiana y de la literatura de todos los tiempos. De hecho ¿qué sería de nuestra cultura, del arte y por extensión de toda nuestra civilización sin esta revelación de un Dios Padre lleno de misericordia? Cuando el Señor Jesús ha querido hablarnos de Dios y hacernos conocer su rostro y su corazón no ha hecho, un tratado de teología, nos ha explicado esta parábola. Dios es un Padre que siempre piensa en sus hijos, que corre a nuestro encuentro cuando regresamos a Él. La parábola no cesa de emocionarnos y cada vez que la escuchamos o la leemos tiene la fuerza de sugerirnos siempre nuevos significados. Pero lo que este texto evangélico tiene muy especialmente es el poder de hablarnos de Dios, de darnos a conocer su rostro, mejor aún, su corazón. Después que Jesús nos ha dicho que el Padre es misericordioso, las cosas ya no pueden volver a ser como antes. Ahora conocemos a Dios: Él es nuestro Padre que por amor nos ha creado libres y dotados de conciencia, que sufre si nos perdemos y que hace fiesta si regresamos. Por este motivo la relación con Él se construye a través de una historia, de manera análoga a cuanto sucede a cada hijo con respecto a sus padres: al inicio depende de ellos, después reivindica su propia autonomía y finalmente, si existe un desarrollo positivo, llega a una relación madura, basada en el reconocimiento y en el amor auténtico.
La Glosa Dominical de Gérminans
En estas etapas podemos leer también los momentos del camino del hombre en relación con Dios. Puede existir una fase que es como la infancia: una religión movida por la necesidad y la dependencia. Poco a poco a medida que el hombre crece y se emancipa, quiere liberarse de esta sumisión y convertirse en libre, adulto, capaz de regularse por sí solo y hacer sus elecciones de manera autónoma, pensando incluso de poder prescindir de Dios. Esta fase es muy delicada porque puede llevar al ateísmo pero al mismo tiempo, y no raramente, muchas veces esconde la exigencia de descubrir el verdadero rostro de Dios. Afortunadamente, Dios no viene a menos en su fidelidad y aunque nosotros nos alejemos y nos perdamos, continua a seguirnos con su amor, perdonando nuestros errores y hablando interiormente a nuestra conciencia para que tengamos nostalgia de Él.
En la parábola, los dos hijos se comportan de manera opuesta: el menor marcha y cada vez cae más bajo, mientras el mayor permanece en casa, pero también él tiene una relación inmadura con el padre; de hecho cuando el hermano regresa no quiere entrar en casa. Los dos hijos representan dos modos inmaduros de comportarse con Dios: la rebelión y una obediencia pueril. Ambas formas se superan a través de la experiencia de la misericordia. Sólo experimentando el perdón, reconociéndose amados por un amor gratuito, mayor que nuestra miseria, pero también que nuestra justicia, entramos finalmente en una relación verdaderamente filial y libre con Dios.
¿Cómo no abrir nuestro corazón a la certeza que, aún siendo pecadores, somos amados por Dios? Él no se cansa nunca de venir a nuestro encuentro, recorre siempre antes que nosotros el camino que nos separa de Él. El arrepentimiento es la medida de la fe y gracias a él regresamos a la Verdad. Meditando esta parábola podemos vernos reflejados en ambos hijos, pero por encima de todo, podemos contemplar el corazón del Padre. Lancémonos entre sus brazos y dejémonos regenerar por su amor misericordioso.
Mn. Francesc M. Espinar ComasPárroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet
La Paz mesiánica es la concedida por el Mesías, predicha en los Salmos y Profetas.
ResponderEliminarLa paz es la tranquilidad del orden. El hombre tiene un triple orden:
- El orden del hombre hacia Dios
- El orden del hombre hacia sí mismo
- El orden de los hombres entre sí
Los hombres tienen entre sí diversas relaciones y vínculos:
- La paz doméstica entre parientes y vecinos
- La paz social entre los hombres
- La paz internacional entre naciones
La paz es un don de Dios. Estaba en el Paraíso con Adán y Eva, carne de su carne, huesos de sus huesos.
Esta paz la destruyó el pecado: destruyó la justicia, el recto orden y la paz, la tranquilidad del orden.
Destruye la paz con Dios, pues se rebeló y se hizo enemigo de Dios.
Destruye la paz del hombre consigo mismo, porque el pecado causó la rebelión de la concupiscencia contra la razón.
Destruyó la paz de los hombres entre sí, porque el pecado hizo nacer la envidia y el odio entre hombres y causó el primer fraticidio de Caín y Abel, y después las guerras y conflictos.
El Redentor y Salvador es el restaurador de la Humanidad y el hombre, prometido por Dios a los Primeros Padres, Adán y Eva, en Génesis 3, 15. El Mesías destruye el pecado y salvaría y restauraría a la Humanidad, y traería la paz perdida por el pecado.
La Paz mesiánica sólo la trae el Mesías, Cristo Jesús, en su Iglesia Católica, nos dará una paz interna y externa, verdadera y real, individual, social internacional, general con la Humanidad y la Creación, estable y segura, plena y perfecta, y escatológicamente vendrá en la Segunda Venida por el juicio divino.
La paz no la trae ni la ONU ni la UE, ni el socialismo, ni el liberalismo, ni ninguna creencia no católica, ciencia o filosofía, ni ninguna ideología, política o ninguna otra cosa humana.
Por eso la Iglesia Católica debe de:
- difundir la fe por la propagación entre los infieles y la predicación entre los católicos
- intensificar la fe mediante los sacramentos y la Palabra
- remover los obstáculos puestos por el demonio y los hombres malos
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LA PAZ SÓLO LA TRAE JESÚS, SÓLO JESÚS.
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Nostalgia de Dios, esa es la expresión adecuada de la otra cara de la parábola, la cara de la misericordia del Padre. El echar de menos, el sentir un vacío, que caracteriza nuestra vida, no puede quedare en un sentimiento nihilista, sino que hay que levantarse, correr hacia El. Gracias por explicitarlo, mosén.
ResponderEliminarEs una consecuencia, el vacio, de la expulsión del Paraíso.
EliminarPor eso, Jesús, sabiéndolo, nos dejó la Eucaristía, quien es Jesús-Eucaristía: es lo máximo que podía haber hecho, tenerlo en la comunión y adoración eucarística.
A unos pocos, Jesús les habla e incluso se les aparece de forma física real, como a Santa Faustina Kowalska. Es un adelanto de la Nueva Tierra.
A otros pocos sacerdotes, Jesús les realiza un milagro eucarístico, convirtiéndose en verdadera carne y verdadera sangre suya, analizable incluso por la ciencia, para reforzar su fe y la de la Iglesia.
A muchos más, Jesús se puede ver por sus efectos, cuando les realiza un milagro, sea milagrazo o milagruco: es el poder taumatúrgico de la Palabra.
A otros, pueden ver la existencia de Jesús por un castigo o reprensión: ven que Jesús los ama, y ven la reprimenda para que se conviertan.
A muchos, Jesús les da una conversión tumbativa como Pablo, o una muy lenta conversión, una transformación a fuego lento.
Hay de todo, pero no hay ninguna otra religión, ni siquiera ortodoxa, protestante, oriental o anglicana, donde se puedan ver la magnitud de los milagros de Jesús.
"....y perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden...."
ResponderEliminarEs una de las pocas peticiones que hace Jesús en la oración por excelencia: el Padrenuestro, que Él mismo nos enseñó.
En torno a ella gira gran parte de la vida del auténtico cristiano.
Gracias, Mosén Francesc.