Reproducimos
el comentario a la liturgia dominical realizado por el Papa Benedicto
XVI en el Angelus, desde Castelgandofo, del domingo 29 de agosto de 2013
que coincidía con el Domingo XXII del Tiempo Ordinario del Ciclo C.
En el Evangelio de este domingo (Lc
14, 1.7-14), encontramos a Jesús como comensal en la casa de un jefe
de los fariseos. Dándose cuenta de que los invitados elegían los
primeros puestos en la mesa, contó una parábola, ambientada en un
banquete nupcial. «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te
pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro
más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te
diga: “Deja el sitio a este”... Al contrario, cuando seas convidado, ve
a sentarte en el último puesto» (Lc 14, 8-10). El Señor no
pretende dar una lección de buenos modales, ni sobre la jerarquía entre
las distintas autoridades. Insiste, más bien, en un punto decisivo,
que es el de la humildad: «El que se ensalza será humillado y el que se
humilla será ensalzado» (Lc 14, 11). Esta parábola, en un
significado más profundo, hace pensar también en la postura del hombre
en relación con Dios. De hecho, el «último lugar» puede representar la
condición de la humanidad degradada por el pecado, condición de la que
sólo la encarnación del Hijo unigénito puede elevarla. Por eso Cristo
mismo «tomó el último puesto en el mundo —la cruz— y precisamente con
esta humildad radical nos redimió y nos ayuda constantemente» (Deus caritas est, 35).
Al
final de la parábola, Jesús sugiere al jefe de los fariseos que no
invite a su mesa a sus amigos, parientes o vecinos ricos, sino a las
personas más pobres y marginadas, que no tienen modo de devolverle el
favor (cf. Lc 14, 13-14), para que el don sea gratuito. De hecho,
la verdadera recompensa la dará al final Dios, «quien gobierna el
mundo... Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo que podamos y
mientras él nos dé fuerzas» (Deus caritas est,
35). Por tanto, una vez más vemos a Cristo como modelo de humildad y
de gratuidad: de él aprendemos la paciencia en las tentaciones, la
mansedumbre en las ofensas, la obediencia a Dios en el dolor, a la
espera de que Aquel que nos ha invitado nos diga: «Amigo, sube más
arriba» (cf. Lc 14, 10); en efecto, el verdadero bien es estar
cerca de él. San Luis IX, rey de Francia —cuya memoria se celebró el
pasado miércoles— puso en práctica lo que está escrito en el Libro del Sirácida:
«Cuanto más grande seas, tanto más humilde debes ser, y así obtendrás
el favor del Señor» (3, 18). Así escribió en el «Testamento espiritual a
su hijo»: «Si el Señor te concede prosperidad, debes darle gracias con
humildad y vigilar que no sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por
cualquier otro motivo, porque los dones de Dios no han de ser causa de
que le ofendas» (Acta Sanctorum Augusti 5 [1868] 546).
Queridos
amigos, mañana recordamos el martirio de san Juan Bautista, el mayor
entre los profetas de Cristo, que supo negarse a sí mismo para dejar
espacio al Salvador y que sufrió y murió por la verdad. Pidámosle a él y
a la Virgen María que nos guíen por el camino de la humildad, para
llegar a ser dignos de la recompensa divina.
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