Y, cuando te vemos partir y repartir así la hogaza,
vemos que nos amas
hasta el extremo que tu Cuerpo,
se desangra y se derrama en sangre,
para que, nosotros tus amigos,
tengamos asegurado alimento en nuestro caminar.
TE QUEDAS, SEÑOR Y, al quedarte entre nosotros, lo haces como el que siempre sirve y se da. Como el que, arrodillándose o inclinándose nos indica que el camino de la humildad es el secreto para llegarnos hasta Dios y para mitigar penas y sufrimientos.
TE QUEDAS, SEÑOR Con un amor tremendamente asombroso nos enseñas el valor de la fraternidad la clave para vivir contigo y por Ti. La llave para, abriendo la puerta de tu casa contemplar que, el interior de tu morada, está adornado con el color del amor y con la entrega de tu Sacerdocio o con el sacrificio de tu vida donada.
TE QUEDAS, SEÑOR Para que, sin verte, te adoremos en tu Cuerpo en tu Sangre. Para que, al llevar el pan hasta tu altar, nos acordemos que es signo de tu presencia. Para que, al repartirlo entre los necesitados, comprendamos que es sacramento de tu presencia.
TE QUEDAS, SEÑOR Y nos dejas un mandamiento: ¡Amaos! Y nos sugieres un camino: ¡El servicio! Y te quedas para siempre: ¡La Eucaristía! Y eres, sacerdote que ofrece Y eres, sacerdote que se ofrece por toda la humanidad.