La Glosa Dominical de Gérminans

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AL ESPEJO: ¡QUÉ GUAPO QUE SOY!
Una cena de trabajo entre amigos. Se celebran sus treinta años de carrera política (si hubiera sido eclesial no cambiaría nada). Él un poco estirado, un poco chulesco, ante el pastel con treinta velitas fanfarronea diciendo: “Yo me he hecho a mí mismo. Ni mi madre se lo creía”. El problema es la convicción. Tan convencido, que lo pronuncia con una buena dosis de orgullo, engreimiento y altivez. “Estoy contento” -comenta uno de los presentes mirándolo con una mezcla de ternura y compasión-. ¿Por qué? -inquiere  un tanto sorprendido el hombretón, símbolo del fracaso de cierta política-. “Porque esto descarga a Dios de cualquier responsabilidad” -replica decididamente el invitado.
Un chulería infructuosa, un maestro decidido, una lección de impagable claridad. Y hoy el evangelio te coloca en el suelo, te hace sentir un don nadie. Puñado de tierra cerrado en las manos de Dios.
 Y sí que parece una fábula: “Un tal plantó una higuera en su viña y vino a buscar sus frutos…”  Parece una fábula, en cambio es la historia espeluznante de un Dios que se pone a la búsqueda del hombre. Apenas había clareado el alba de la Creación cuando Dios, arquitecto de maestría insuperable, diseñó los primeros pasos en el jardín del Edén, escondiendo su Amor en una pregunta: “Adán, ¿dónde estás?” Pregunta porque preguntar significa cuidarse, crear lazos, urdir relaciones. Pregunta porque para Dios la felicidad es estar con sus propios hijos; por ello (y no por obsesión de protagonismo) ha mandado a sus profetas para deshilachar la historia. Enviados para recordar al pueblo que ha de dar frutos. Pero Dios ciertamente es un padre desafortunado. A pesar de su solicitud, de su ternura, de su paciente sabiduría, no consigue que el hijo crezca bien. Es el tercer año que viene para recoger frutos de aquella higuera, pero no los encuentra. Entiende la amargura escondida en sus palabras de decepción. “Córtalo” porque tres años no es un trienio cualquiera, son los tres años que Jesús ha invertido en los caminos de la humanidad, tres años en los que el pueblo no ha sabido descubrir la novedad que suavemente soplaba sobre su historia, tres años en los que el Amor buscaba abrazar historias, rostros que enjugar, misterios para trazar. Tres años en los que se respiraba un mensaje para todos: tanto para el hombre de la calle como para la persona culta, tanto para el campesino como para el escriba, para el pastor de rebaños como para el doctor de la Ley, para el creyente como para el que anhela creer. Y el amo manda cortarlo. Es el juicio justo: cortarlo. Porque la higuera se apropia de los dones de la tierra hinchándose de hojas son dar fruto. No sólo no produce, sino que vuelve improductiva la tierra.
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Pero el viñador, misterioso intérprete de la ley escondida en los surcos del terreno, pide un año más de tiempo al amo: “déjalo aún un año más, hasta que cave alrededor y lo abone”. “Déjalo”. Es decir: usa misericordia. “Este año es la duración de nuestra historia”, que dura siempre un año de más: siempre por la intercesión del Hijo. Todos somos precarios a los que se renueva cada año el contrato. Quizá para los demás, nosotros -higueras improductivas por profesión- somos ya leña para echar al fuego. Nuestros semejantes pedirían la extirpación. Como cuando en el evangelio todos piden arrancar la cizaña. Todos, menos Uno que dice: “Dejadlos crecer juntos”. Es decir, te deja vivo, te deja por ti mismo, te da confianza porque ve en ti los frutos que tú no sabes dónde están. Te deja vivo porque es paciente, porque cada año su voz resuena para excusarte frente al amo de la viña. ¡Un año aún! ¿Y después? Quizá permitirá al amo que te corte. O tal vez repetirá el mismo discurso el año próximo, después el otro y el otro, como un desmemoriado viñador que finge envejecer. Aún un año porque Él, a pesar de todo, no te avergonzaría jamás ante la historia. Un año porque a sus ojos, ¡anda que no eres valioso!
Eres tierra estéril si te conviertes en esclavo de las costumbres, si repites cada día el mismo recorrido, si no encuentras el valor para inventar nuevos caminos, si no arriesgas las certezas para capturar un sueño. Tierra estéril si no viajas, no lees, no escuchas música, si eres triste. No produces frutos cuando abandonas un proyecto antes de iniciarlo, cuando pasas los días lamentándote, cuando no haces preguntas por miedo a ruborizarte, cuando no abres la mente. “Déjalo aún un año más” para evitar morir poco a poco, para recordarte que estar vivo es algo más que respirar. Es música, son pasos, es sudor.
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De vez en cuando me enfado y digo a Dios: “no es justo, te equivocas, no  aproveches el hecho de que eres Dios” Hay días en los que soy como Jonás: no quiero que al pecador se le conceda otra posibilidad. Él me deja desahogarme, incluso me deja insultarle, incluso crucificarle. Para después mostrarte que el hombre es sin duda la criatura más rara: debes aprender a amarla cuando menos se lo merece. Porque entonces es cuando más lo necesita. Que es como decirle a la higuera: “tú hace tres años que no das frutos, pero también este año apuesto por ti”. ¡Por mí! En verdad, conmigo siempre finges ser un viñador desmemoriado. 
Mn. Francesc M. Espinar Comas
Párroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet

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4 comentarios

  1. Hace un tiempo, un par de veces he comentado que no entendía de qué iba el Evangelio que aquí se glosaba. Hoy, para ser justo con el autor y con mi propia conciencia, tengo que decir simplemente: Sencillamente magistral Mn. Francesc.

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  2. Mn. Francesc, frente a tanta crítica y tanta negativitat en los artículos y comentarios de este blog, los suyos son siempre un rayo de luz y de esperanza en medio de tanta oscuridad.
    Muchísimas gracias!

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  3. Nadie somos nada. Es duro reconocerlo, pero es una gran verdad.
    A veces Dios se vale de una desdicha para que lo reconozcamos y, así, nos acerquemos a Él, que es el Todo.
    Tiempo de Cuaresma, tiempo de meditación: ¡es tan grande el misterio!
    Gracias, Mosén Francesc, por su excelente glosa.

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  4. Ha muerto, mosén Francesc, un viejo amigo mío, que, como dice el recordatorio de su pascua, "fue un hombre bueno, un cristiano de fe, que pasó por este mundo haciendo el bien". Fue la higuera que dio frutos sazonados. Pan de higo. De su testamento, donde se recogen algunos versículos de la primera Carta de san Juan, recojo: No améis al mundo ni lo que hay en el mundo: la concupiscencia de la carne y de los ojos y la arrogancia del dinero. Había fundado los Hogares de San Martín de Porres para los sintecho. Todavía hay personas santas.

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