LA AUTOESTIMA DE DIOS: NADA MAL PARA EMPEZAR
Entró porque todos tenían derecho a entrar. Y no sólo a entrar, sino a leer y hablar sobre aquello que se había leído un poco antes. Quizás una sala desnuda, una simple casa, un espacio vacío: allí se citaban, razonaban sobre Dios, en compañía y quizás entre hermanos soñaban con Dios. También Él lo hizo: abrió el pergamino de las Escrituras, leyó dos o tres versículos y replegó el rollo. Para empezar a hablar con aquella afabilidad que un día confundirá a escribas y fariseos, con aquel acento amoroso que sanará pecadores y torpes funcionarios, con aquel toque humano que hechiza a las almas femeninas. Aquel texto era conocidísimo, y sin embargo aquel sábado parecía nuevo, se había trasfigurado. Como una vieja partitura que, interpretada durante siglos, se te presenta inédita gracias a la mano que la interpreta. Quizás las palabras se habían acartonado sobre sí mismas: milenios de espera habían resecado incluso las gargantas de los profetas e inflado los ojos de los videntes. Esta mañana en cambio, aquellas palabras parecían adornarse de primavera, retomaban vida y color: como si hubieran salido frescas y festivas por vez primera de la boca de aquel hombre desconocido por la mayoría. En la plaza de Cafarnaún la incredulidad serpenteaba a flor de piel: nadie recordaba haber escuchado a un rabino hablar así. Eran palabras perfumadas de cielo.
En numerosas ocasiones, el Evangelio nos deja desconcertados. Inquietos. Expresiones de Jesús que casan muy mal con el buenismo de sus representantes. Evitaré caer en el cursi "nos interpela" que uno a veces no entiende muy bien a qué se refiere el obispo o sacerdote que lo dice. Inquietos y desconcertados se quedarían los asistentes a la Sinagoga cuando afirmó que se había cumplido la expectativa del profeta. ¿Dónde estaba el Mesías si había llegado ya? Cristo quiere que le busquemos. Señor, ¿dónde habitas?. Venid y vereis. He venido a prender fuego y qué quiero si no que arda? El cristiano no es un sujeto pasivo, ni el cristianismo una religión de quietudes, anulaciones y ejercicios de respiración zénicos. Es una bñusqueda continua del Maestro, de aquel en quien se cumplieron las promesas. Gracias, mosén.
ResponderEliminarQuerido Francesc. Una simple puntualización. La escena de la sinagoga del texto de Lucas del evengelio de hoy no es en Cafarnaún sino en Nazaret. Yo hubiera desarrollado el meollo teologico que anuncia Jesús: Anunciar la Nuena Noticia a todos los pobre de todos los tiempos y la liberacion a los que sufren. Un abrazo. Isidoro Rodriguez. Presbitero
ResponderEliminarTambién es importante el cumplimiento de una profecía de Isaías sobre Cristo: el espíritu de profecía, que está en segundo lugar después del espíritu de apostolado.
EliminarEn realidad, Jesús, se autoproclama como el Enviado según la Palabra, aunque no lo diga expresamente. Ese es el meollo del cristianismo: Creer lo que dice Jesús.
ResponderEliminarHay que orar mucho para que nuestra sociedad, cada día más alejada del Evangelio, comprenda que fuera de Jesús todo son tinieblas e incertidumbres. Orar a Jesús y la Virgen María, que, como vimos la semana pasada, es una mediadora excelente.
Profunda homilía, Mosén Francesc, gracias.
Más bien es el Evangelio el que huye del mundo.
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