Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia;
y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mateo 16,18)
y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mateo 16,18)
Mal que les pese a muchos, Europa (que nace en realidad tras la caída del Imperio Romano) fue fundada por la Iglesia de Cristo, siendo los monjes su principal fuerza fundadora, es decir los que pusieron sus fundamentos, que eso es fundar.
Hoy, a principios del siglo XXI, estamos asistiendo al ocaso de ese Occidente cristiano que se expandió mayoritariamente en América y en Oceanía, y en menor medida en los demás continentes. El resquebrajamiento del edificio es ya bien patente en su cúpula: es la señal más evidente de que flaquean los cimientos. Siendo cristianos los cimientos de Europa, es evidente que a medida que se debilita el poderoso cohesionador cristiano que les da consistencia, éstos ceden y ponen en riesgo la estabilidad de todo el edificio.
El cristianismo, gestionado por el monacato, la clerecía y toda la estructura jerárquica de la Iglesia hasta llegar a su cúpula, ha sido la argamasa que ha mantenido unidas las diversas piezas, tanto doctrinales como políticas y sociales de que está formada Europa. Y si sus potentes elementos estructurales están afectados de aluminosis, su ruina material está cantada. Quiero decir que si no le hubiese fallado la Iglesia a Europa, ésta no estaría acercándose fatídicamente a su ocaso. El primer capítulo del ocaso de Europa es pues el declive social de la Iglesia. Repito: la ruina de Europa empieza con la crisis de la Iglesia. Éste es el presagio más evidente de que Europa se precipita hacia su total aniquilación. Así que si finalmente se consumase el debilitamiento de la Iglesia católica, el de Europa sería inevitable. Sería su consecuencia y nunca al revés.
Siendo tan larga la historia de esta institución humano-divina y habiendo sido tantas y tan graves las zozobras que la han sacudido, no nos queda más remedio que confiar en que Dios Todopoderoso se ocupará de su Iglesia y la salvará una vez más, como salvó incansablemente al pueblo de Israel cuando lo sacó de Egipto para convertirlo en el Pueblo de Dios. Y eso a pesar de sus reiteradas infidelidades.
Más nos vale contemplar la historia de la Iglesia en su conjunto, para mantener viva la esperanza: la Iglesia Católica es de Cristo y su Espíritu la defiende. Es evidente que el problema que tiene hoy postrada y humillada a la Iglesia es de enorme magnitud: porque afecta a la cabeza, es decir a su jerarquía. Pero aunque los abscesos más purulentos se encuentran muchas veces en aquellos que tienen mayor responsabilidad, la larga historia de la Iglesia nos anticipa que no hemos de temer por ella. Se curará y volverá a brillar resplandeciente.
Mi tesis doctoral me obliga a estudiar activamente y con especial intensidad el llamado Cisma de Occidente, en el que la debilidad e incluso la enfermedad de la cabeza de la Iglesia se hizo más patente que nunca. Y es que el interés por estudiar el pasado es por la sombra que proyecta sobre nuestro presente.
En aquel momento la crisis buscó su solución en un cisma cada vez más alambicado (hasta tres cabezas hubo); pero finalmente volvieron las aguas a su cauce y el cisma se resolvió. El cisma no fue causa, sino efecto.
Aunque los males raramente se producen de súbito, sino que se van cociendo a fuego lento, deberíamos colocar el chispazo que da inicio a ese gran cisma, en el tremendo choque de trenes entre Felipe IV (“El Hermoso”) de Francia y el papa Bonifacio VIII con ocasión del imponente jubileo de 1300, en que la masiva afluencia de peregrinos puso de manifiesto el enorme poder de la Iglesia. El papa Bonifacio creyó que podía someter el poder temporal (el del rey) al poder eclesiástico (el del papa). O al menos arbitrarlo.
Ahí empieza la lucha de Felipe IV para hacerse con el papado: lo consigue maniobrando para hacerse con la mayoría de cardenales electores: la fórmula fue aumentar el colegio cardenalicio con cardenales franceses de manera que éstos fuesen poco a poco mayoría; de ese modo la elección papal recaía en un cardenal francés. Lo siguiente fue llevarse la Santa Sede a Francia (Aviñón) durante 70 años. Obviamente los papas de Aviñón están sometidos a la voluntad del rey de Francia. Y la Santa Sede no se libra de ese sometimiento hasta que en 1377 -a trancas y barrancas- vuelve el papa (Gregorio XI) a Roma. A su muerte, el tumultuoso cónclave en el que se elige a Bartolomeo Prignano - Urbano VI- como nuevo Papa. Luego, los cardenales que huyen discretamente de Roma y en Agnani declaran que la elección de Urbano VI es inválida a causa de la violenta presión del pueblo romano. Con la elección de Clemente VII, que se traslada de nuevo a Aviñón, se consumará el cisma.
Y vendrá el Concilio de Pisa que, con la intención de solucionar el cisma, reúne a los cardenales disidentes de las dos obediencias, los cuales deponen a los dos existentes y eligen a un tercero: Alejandro V y luego su sucesor Juan XXIII. A pesar de todo, aún quedará el fleco de Benedicto XIII, el Papa Luna, sucesor de Clemente VII de Aviñón, que es depuesto en 1417 por el Concilio de Constanza convocado no por un Papa, sino por el emperador alemán Segismundo. Sin embargo, Benedicto se mantendrá en sus XIII, en Peñíscola, y allí morirá 6 años más tarde, en 1423, a los 96 años, sin haber abdicado. No así los papas de Roma y de Pisa, que renuncian para elegir en Constanza a Martin V.
Hoy, a principios del siglo XXI, estamos asistiendo al ocaso de ese Occidente cristiano que se expandió mayoritariamente en América y en Oceanía, y en menor medida en los demás continentes. El resquebrajamiento del edificio es ya bien patente en su cúpula: es la señal más evidente de que flaquean los cimientos. Siendo cristianos los cimientos de Europa, es evidente que a medida que se debilita el poderoso cohesionador cristiano que les da consistencia, éstos ceden y ponen en riesgo la estabilidad de todo el edificio.
Siendo tan larga la historia de esta institución humano-divina y habiendo sido tantas y tan graves las zozobras que la han sacudido, no nos queda más remedio que confiar en que Dios Todopoderoso se ocupará de su Iglesia y la salvará una vez más, como salvó incansablemente al pueblo de Israel cuando lo sacó de Egipto para convertirlo en el Pueblo de Dios. Y eso a pesar de sus reiteradas infidelidades.
Más nos vale contemplar la historia de la Iglesia en su conjunto, para mantener viva la esperanza: la Iglesia Católica es de Cristo y su Espíritu la defiende. Es evidente que el problema que tiene hoy postrada y humillada a la Iglesia es de enorme magnitud: porque afecta a la cabeza, es decir a su jerarquía. Pero aunque los abscesos más purulentos se encuentran muchas veces en aquellos que tienen mayor responsabilidad, la larga historia de la Iglesia nos anticipa que no hemos de temer por ella. Se curará y volverá a brillar resplandeciente.
Mi tesis doctoral me obliga a estudiar activamente y con especial intensidad el llamado Cisma de Occidente, en el que la debilidad e incluso la enfermedad de la cabeza de la Iglesia se hizo más patente que nunca. Y es que el interés por estudiar el pasado es por la sombra que proyecta sobre nuestro presente.
En aquel momento la crisis buscó su solución en un cisma cada vez más alambicado (hasta tres cabezas hubo); pero finalmente volvieron las aguas a su cauce y el cisma se resolvió. El cisma no fue causa, sino efecto.
El Papa Bonifacio VIII |
Ahí empieza la lucha de Felipe IV para hacerse con el papado: lo consigue maniobrando para hacerse con la mayoría de cardenales electores: la fórmula fue aumentar el colegio cardenalicio con cardenales franceses de manera que éstos fuesen poco a poco mayoría; de ese modo la elección papal recaía en un cardenal francés. Lo siguiente fue llevarse la Santa Sede a Francia (Aviñón) durante 70 años. Obviamente los papas de Aviñón están sometidos a la voluntad del rey de Francia. Y la Santa Sede no se libra de ese sometimiento hasta que en 1377 -a trancas y barrancas- vuelve el papa (Gregorio XI) a Roma. A su muerte, el tumultuoso cónclave en el que se elige a Bartolomeo Prignano - Urbano VI- como nuevo Papa. Luego, los cardenales que huyen discretamente de Roma y en Agnani declaran que la elección de Urbano VI es inválida a causa de la violenta presión del pueblo romano. Con la elección de Clemente VII, que se traslada de nuevo a Aviñón, se consumará el cisma.
Y vendrá el Concilio de Pisa que, con la intención de solucionar el cisma, reúne a los cardenales disidentes de las dos obediencias, los cuales deponen a los dos existentes y eligen a un tercero: Alejandro V y luego su sucesor Juan XXIII. A pesar de todo, aún quedará el fleco de Benedicto XIII, el Papa Luna, sucesor de Clemente VII de Aviñón, que es depuesto en 1417 por el Concilio de Constanza convocado no por un Papa, sino por el emperador alemán Segismundo. Sin embargo, Benedicto se mantendrá en sus XIII, en Peñíscola, y allí morirá 6 años más tarde, en 1423, a los 96 años, sin haber abdicado. No así los papas de Roma y de Pisa, que renuncian para elegir en Constanza a Martin V.
Hay una diferencia esencial entre esa enorme crisis de la Iglesia y la actual. En todo el siglo XIV y principios del XV en que se desarrolla y finalmente se resuelve el cisma, el poder temporal aceptaba sin rechistar el poder moral (doctrinal) de la Iglesia, porque lo consideraba un patrimonio común e irrenunciable de todos los reinos y principados de Europa. Ése era el aglutinante de Europa (hoy diríamos de Occidente): Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre. Y obviamente, una sola Iglesia, una sola moral. El bien y el mal no admitían discusión. Lo que sí estaba siempre en jaque era el equilibrio del poder. Y la Iglesia, además de administrar el legado moral de toda Europa, participaba de manera muy activa en las tensiones del poder.
Pero hoy la crisis de la Iglesia tiene caracteres mucho más agudos e inquietantes, porque se ha dejado arrebatar la influencia espiritual y moral, en la que ha entrado el poder político como elefante en cacharrería. Hasta la Revolución francesa (precedida por la Ilustración), no había más moral que la moral cristiana, administrada por las diversas iglesias (ya se había roto la unidad). Toda la cristiandad (es decir todo Occidente) compartía los conceptos del bien y el mal: nadie los ponía en cuestión. Y los principios en que se sostenían, tenían un carácter tan absoluto, que la Iglesia se sentía con pleno derecho ¡y obligación! de extender su doctrina por todo el mundo (exactamente lo que ocurre hoy con la democracia, que es tratada como valor absoluto). De ahí la gran gesta evangelizadora del cristianismo, que dio en ocasiones cobertura de legitimidad hasta a las invasiones y colonizaciones. ¡Y hoy son sus enemigos los que presumen de superioridad moral!
La revolución de las ideas y de los principios protagonizada por la Ilustración subvirtió el sistema de valores y creencias de un mundo que fue capaz de mantenerse en pie sobre el sistema estamental (el llamado Antiguo Régimen, con todas sus taras), como antes se había mantenido sobre el sistema esclavista romano. Si estos dos sistemas (no tan ajenos a nosotros como queremos creer) no fuesen parte de la cimentación de Europa, ésta no sería lo que es: que bien profunda e imborrable lleva su marca. Y si no formase también parte esencialísima de su cimentación el cristianismo, que vino a corregir los tremendos problemas de esos dos regímenes, Europa no sería lo que es. ¡Ni de lejos!
Es evidente que Europa no puede ser la misma (y muy probable que ni siquiera pueda ser) si se empeña en renegar de los cimientos sobre los que se fundó y cambiarlos desde su misma base, haciendo descansar toda su edificación sobre la ciénaga inmoral en que se está revolcando. Tan pesada construcción, resquebrajada por tantos sitios, se vendrá abajo irremisiblemente.
¿Y a qué aspira hoy la comunidad eclesial, durante tantos siglos faro de Europa? En estos momentos existe una fuerte tensión, promovida justamente desde altísimas instancias, que parece intentar arrastrar a la Iglesia Católica hacia los dogmas del mundo, hacia doctrinas opuestas frontalmente a las de su mensaje evangélico que, desde su fundación, la tradición eclesial ha transmitido con sufrida fidelidad. Algunos se han empeñado en parecerse al mundo, mimetizarse en él, acogerse a su aprobación y a sus elogios y en obtener de lo políticamente correcto, la legitimidad moral que creen haber perdido. Una auténtica subversión pues de los valores del Evangelio.
Muchos se han empeñado en modernizarse y democratizarse, sometiéndose a la voluntad de las mayorías. Han decidido nada menos que supeditar los Diez Mandamientos a votación y competir por la superioridad moral con la izquierda.
A partir de ahí, cualquier chiquilicuatre se metió a teólogo, moralista e innovador del catolicismo, siguiendo siempre las sendas marcadas por el mundo.
También en el siglo XIV se vivía una enorme ansia de mundanización de la Iglesia: Cardenales y obispos asimilados a influyentes políticos, ingentes cantidades de dinero que acababan corrompiendo a sus eclesiásticos administradores... Así, poco a poco, se relajaron las conciencias a la par que la liturgia, con lo que ya no había manera de reconocer a los nuevos eclesiásticos en los antiguos. Hasta llegar al día de hoy, en que algún obispo reivindica para sus sacerdotes el derecho a la libre expresión de su sexualidad (tanto hetero como homosexual) como milagrosa receta para poner freno a los delitos de pederastia de los clérigos: el peor estigma que sufre hoy la Iglesia (que no es, ni de lejos, la institución que en paridad de condiciones, tiene más casos de pederastia). Es el mundo el que ha condenado a la Iglesia a llevar el sambenito de pederasta; el mismo mundo que deja pasar sin condena escándalos de pederastia mucho peores. Pero como es el mundo el que se ha erigido en juez…
Para poder comparar la actual crisis de la Iglesia con la de Aviñón, únicamente falta que las diferentes tensiones doctrinales de hoy día (al fin y al cabo conductuales ¡sexuales!) cristalicen, como cristalizaron en Aviñón las tensiones de poder. Algo que podría ocurrir: porque la cuerda se está tensando por ambos extremos con una fuerza totalmente capaz de romperla. Y tal como están las cosas, quizá sería la amputación de los miembros corrompidos, por muchos que éstos sean, lo único que puede renovar a la Iglesia. Con el enorme consuelo de que salvándose la Iglesia, podría salvarse Europa.
Custodio Ballester Bielsa, pbro.
Pero hoy la crisis de la Iglesia tiene caracteres mucho más agudos e inquietantes, porque se ha dejado arrebatar la influencia espiritual y moral, en la que ha entrado el poder político como elefante en cacharrería. Hasta la Revolución francesa (precedida por la Ilustración), no había más moral que la moral cristiana, administrada por las diversas iglesias (ya se había roto la unidad). Toda la cristiandad (es decir todo Occidente) compartía los conceptos del bien y el mal: nadie los ponía en cuestión. Y los principios en que se sostenían, tenían un carácter tan absoluto, que la Iglesia se sentía con pleno derecho ¡y obligación! de extender su doctrina por todo el mundo (exactamente lo que ocurre hoy con la democracia, que es tratada como valor absoluto). De ahí la gran gesta evangelizadora del cristianismo, que dio en ocasiones cobertura de legitimidad hasta a las invasiones y colonizaciones. ¡Y hoy son sus enemigos los que presumen de superioridad moral!
La revolución de las ideas y de los principios protagonizada por la Ilustración subvirtió el sistema de valores y creencias de un mundo que fue capaz de mantenerse en pie sobre el sistema estamental (el llamado Antiguo Régimen, con todas sus taras), como antes se había mantenido sobre el sistema esclavista romano. Si estos dos sistemas (no tan ajenos a nosotros como queremos creer) no fuesen parte de la cimentación de Europa, ésta no sería lo que es: que bien profunda e imborrable lleva su marca. Y si no formase también parte esencialísima de su cimentación el cristianismo, que vino a corregir los tremendos problemas de esos dos regímenes, Europa no sería lo que es. ¡Ni de lejos!
Es evidente que Europa no puede ser la misma (y muy probable que ni siquiera pueda ser) si se empeña en renegar de los cimientos sobre los que se fundó y cambiarlos desde su misma base, haciendo descansar toda su edificación sobre la ciénaga inmoral en que se está revolcando. Tan pesada construcción, resquebrajada por tantos sitios, se vendrá abajo irremisiblemente.
¿Y a qué aspira hoy la comunidad eclesial, durante tantos siglos faro de Europa? En estos momentos existe una fuerte tensión, promovida justamente desde altísimas instancias, que parece intentar arrastrar a la Iglesia Católica hacia los dogmas del mundo, hacia doctrinas opuestas frontalmente a las de su mensaje evangélico que, desde su fundación, la tradición eclesial ha transmitido con sufrida fidelidad. Algunos se han empeñado en parecerse al mundo, mimetizarse en él, acogerse a su aprobación y a sus elogios y en obtener de lo políticamente correcto, la legitimidad moral que creen haber perdido. Una auténtica subversión pues de los valores del Evangelio.
Muchos se han empeñado en modernizarse y democratizarse, sometiéndose a la voluntad de las mayorías. Han decidido nada menos que supeditar los Diez Mandamientos a votación y competir por la superioridad moral con la izquierda.
A partir de ahí, cualquier chiquilicuatre se metió a teólogo, moralista e innovador del catolicismo, siguiendo siempre las sendas marcadas por el mundo.
También en el siglo XIV se vivía una enorme ansia de mundanización de la Iglesia: Cardenales y obispos asimilados a influyentes políticos, ingentes cantidades de dinero que acababan corrompiendo a sus eclesiásticos administradores... Así, poco a poco, se relajaron las conciencias a la par que la liturgia, con lo que ya no había manera de reconocer a los nuevos eclesiásticos en los antiguos. Hasta llegar al día de hoy, en que algún obispo reivindica para sus sacerdotes el derecho a la libre expresión de su sexualidad (tanto hetero como homosexual) como milagrosa receta para poner freno a los delitos de pederastia de los clérigos: el peor estigma que sufre hoy la Iglesia (que no es, ni de lejos, la institución que en paridad de condiciones, tiene más casos de pederastia). Es el mundo el que ha condenado a la Iglesia a llevar el sambenito de pederasta; el mismo mundo que deja pasar sin condena escándalos de pederastia mucho peores. Pero como es el mundo el que se ha erigido en juez…
Para poder comparar la actual crisis de la Iglesia con la de Aviñón, únicamente falta que las diferentes tensiones doctrinales de hoy día (al fin y al cabo conductuales ¡sexuales!) cristalicen, como cristalizaron en Aviñón las tensiones de poder. Algo que podría ocurrir: porque la cuerda se está tensando por ambos extremos con una fuerza totalmente capaz de romperla. Y tal como están las cosas, quizá sería la amputación de los miembros corrompidos, por muchos que éstos sean, lo único que puede renovar a la Iglesia. Con el enorme consuelo de que salvándose la Iglesia, podría salvarse Europa.
Custodio Ballester Bielsa, pbro.
www.sacerdotesporlavida.info
Cita:"Muchos se han empeñado en modernizarse y democratizarse, sometiéndose a la voluntad de las mayorías. Han decidido nada menos que supeditar los Diez Mandamientos a votación y competir por la superioridad moral con la izquierda". ----Referente a cambiar los 10 Mandamientos, en el que hace referencia al sexo en las tablas de Moisés dice NO FORNICAR, y como detalle curioso en la BIBLIA DE MONTSERRAT el mandamiento de "no robar" no existe, en su lugar pone "no secuestrarás ningún hombre". Además en las tablas de Moisés no se habla de 10 mandamientos, más bien aparecen 13, el número 10 es un apaño para hacer concesiones al sistema métrico decimal mundano, el 10 no es un número bíblico, en ningún lugar de la Bíblia Dios juega con el 10, solo aparecen el 12, el 7 y etc. Se pueden manipular las escrituras para pecar pero incluso se pueden manipular por un excesivo perfeccionismo. Este creerse "perfeccionadores" de la Creación de Dios ha sido en gran parte tentación en que ha caído la Iglesia. SG.
ResponderEliminarDensísimo artículo, pero viene bien de vez en cuando un repaso a los grandes trazos de la historia de la Iglesia y la proyección de su larga sombra en la actualidad. La Iglesia, ¡tan antigua!, tiene dónde mirarse. Y en su actual crisis, que parece la definitiva, es un consuelo saber que las ha habido mucho peores.
ResponderEliminarDa usted en la diana, mosén Custodio, cuando señala el momento único en que vivimos, cuando lo que acosa a la Iglesia no es ya la inmoralidad de sus miembros, algunos eminentisimos, sino la quiebra doctrinal. Suele citarse a Savoranola cuando cruzó la raya de acusar al Pontífice de libidinoso, cierto, y falseador de la verdad evangélico, erróneo. El Papa no se sintió herido por lo que era un secreto a voces en la Cristiandad, la corrupción de su corte, sino por dudar de su fidelidad al Credo y a los principios de la moral. Hoy tiemblan los principios en el centro de la Iglesia. A veces son tan sonoros los cañonazos contra ellos que no hay más remedio que replegar velas. Y si un día invitamos a promotores de la homosexualidad y transformismos varios a la sede de Pedro, al siguiente para que no se diga condenamos el aborto. Si un día atacamos la doctrina de la gracia e instalamos la imagen de Lutero en las instancias pontificias, al siguiente pedimos el rezo del rosario, una práctica antiluterana. Y así vamos tirando. Con una desorientación lastimosa. Metiéndonos en terrenos impropios hablando de ecologia integral (un pleonasmo cuando no es disparate), verdades poliédricas (una forma importada del cono Sur del relativismo) y zarandejas como la del tiempo es mayor que el espacio, vamos un nuevo Einstein sin ecuación famosa.
ResponderEliminarA veces los concilios han constituido un auténtico revulsivo, empezando por el de Jerusalén o el insuperado de Trento. Siempre que tomamos un texto de los Humanistas deberíamos caer en la cuenta de la importancia que para ellos tuvo el Concilio de Ferrara Florencia, que se propuso unir la Iglesia de Oriente y la de Occidente, con un imponente Cardenal Bessarrion. Fueron los asistentes a esa magna asamblea los que trajeron los textos genuinos griegos de la antigüedad clásica. Y una pléyade traductores, con Teodoro Gaza al frente, traductor entre otras de las obras de Teofrasto, el discípulo y sucesor de Aristóteles. La voluntad de unión venía respaldada por una sólida formación, esa que echamos en falta en el momento actual e intramuros vaticanos.
Ahí está la clave, en la formación, que es en gran medida estudio que sirve para desnudarse de cuantos prejuicios nos van sepultando en la insensibilidad y en las medias verdades cuando no mentiras.
EliminarFray Luis de León empezó a enseñar con más de treinta años, tras al menos cuatro lustros de esforzado estudio.
Hoy no es infrecuente que cualquier chisgarabís se ponga en la palestra o en la cátedra: a fin de abochornarnos.
Usted Mn Custodio deberia ser el Papa futuro , 1984 de Orwell pasaria de la ficción a la realidad.
ResponderEliminarSr. Gallardo, estoy de acuerdo con lo que dice, menos con lo del ecologismo. Sobre este tema, San Juan Pablo II se manifestó igualmente en varias ocasiones. Al fin y al cabo defender el "natural environment" es defender también la vida humana.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarMn Custodio , usted se equivoca , el mundo necesita que se le predique el evangelio para que crea. " Convertios y creed la buena nueva" ...usted no llama a la conversión , simplemente juzga y condena continuamente , sólo reprimenda,eso es una evangelio sesgado ,de esta manera el mundo no puede convertirse por si mismo sino llega la Gracia y usted no la propone.
ResponderEliminarEn este blog no se viene a predicar, sino a dar la opinión de lo que sucede en la Iglesia y en el mundo.
EliminarUsted, señor anónimo de las 12:6, usted sí que está sesgado.
EliminarAÑORANZA DE CISMA
ResponderEliminarCiertamente es mejor un cisma que el relativismo universal, que las verdades vigentes durante el rato en que se pronuncian; porque en el siguiente instante se sostiene la "verdad" opuesta. Lo que dice Valderas: un día carta abierta en favor de la ideología de género sobre el ya célebre "quién soy yo", y al día siguiente unas palabritas contra el aborto, para equilibrar. Un día promocionamos a Lutero, y al siguiente recomendamos el rezo del rosario. Un día hablamos de ecología (la nueva dogmática del mundo) y de la solidaridad (otra que tal), para así ahorrarnos de hablar de la caridad y del amor de Dios. Y los auténticos temas competencia de la Iglesia, manga por hombro.
Donde dice "únicamente falta que las diferentes tensiones doctrinales de hoy día (al fin y al cabo conductuales ¡sexuales!) cristalicen, como cristalizaron en Aviñón las tensiones de poder", ¿quiere decir el articulista que tal como están hoy las cosas, un CISMA sería el inicio de la salvación de la Iglesia?
Totalmente de acuerdo con el Sr Valderas Gallardo. Y viva la Virgen del Pilar!
ResponderEliminarDespués de leer al Padre Custodio Ballester, no sólo este artículo, sino también por ejemplo el artículo sobre ¿Igualdad y consentimiento?:
ResponderEliminarhttps://germinansgerminabit.blogspot.com/2018/05/igualdad-y-consentimiento.html#more
Y también el libro "La revolución sexual global, la destrucción de la libertad en nombre de la libertad" de Gabriele Kuby quisiera hacer una reflexión y una pregunta:
REFLEXIÓN: Dentro de la evolución del ser humano nos encontramos en un momento inédito antropológico, que denomino como "Antiantropológico" y es que es la primera vez en la humanidad que la MUJER debido a los avances técnicos (píldora anticonceptiva, aborto etc.) tiene un CONTROL TOTAL sobre la CONCEPCIÓN. Esta situación no tiene vuelta atrás con todo lo que significa. Se han roto los paradigmas que durante toda la evolución primaban sobre todo en orden de proteger la maternidad de la mujer por sus consecuencias y era por tanto "tabu" el obtener sí o sí el consentimiento de la mujer.
PREGUNTA: ¿Cómo debemos afrontar esta nueva situación?. Los cristianos lo tenemos claro; bastaría con seguir la Palabra de Dios, pero ¿será posible?
Vamos hacia algo mucho mas inquietante, es bastante obvio que en unos años va a ser posible crear un útero artificial y se podrá combinar el material genetico de dos ovulos o dos espermatozoides, el hombre podrá prescindir de la mujer y la mujer del hombre para reproducirse, dos hombres podrán tener hijos e hijas, dos mujeres podrán tener solo hijas, habida cuenta que se está abriendo paso una guerra de la mujer que cada vez acumula más odio contra el hombre, ¿a donde nos llevará eso?, ¿ que pasará entonces?, ¿acabará desapareciendo uno de los dos sexos?
EliminarEuropa necesita confesar sus pecados. Primero debe de realizar un examen de conciencia, donde recuerde con esfuerzo sincero todos y cada uno de ellos. Luego, tiene que haber un dolor de los pecados, donde se reconozca que se ha ofendido a Dios que tanto nos ama. A continuación ha de haber el propósito de no volver a pecar, que es una simple y sincera determinación de no volver a pecar por amor a Dios. Luego, decir los pecados de una manera concisa, concreta, clara, completa y número de veces. Finalmente, cumplir la penitencia, cuanto antes con humildad y dolor en desagravio, reparación y satisfacción de la culpa contraída al ofender a Dios. Ya se sabe que cuanto más grande se es, y Europa lo es, más grande son sus logros y sus pecados. Ha llegado el momento de expiarlos.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
Eliminar¿Juan XXIII sucesor de Alejandro V?
ResponderEliminar700 años nos contemplan.
¡Cuanto daño puede hacer una I!
se refiere a Juan XXIII antipapa, está hablando del cisma de occidente...
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