Comentario
al Evangelio dominical realizado por el Papa Benedicto XVI en
Castelgandolfo el 5 de agosto de 2012, coincidiendo con el domingo XVIII
del Tiempo Ordinario del Ciclo B.
En la liturgia de la Palabra de este domingo prosigue la lectura del
capítulo sexto del Evangelio de san Juan. Nos encontramos en la sinagoga
de Cafarnaúm donde Jesús está pronunciando su conocido discurso después
de la multiplicación de los panes. La gente había tratado de hacerlo
rey, pero Jesús se había retirado, primero al monte con Dios, con el
Padre, y luego a Cafarnaúm. Al no verlo, se había puesto a buscarlo,
había subido a las barcas para alcanzar la otra orilla del lago y por
fin lo había encontrado. Pero Jesús sabía bien el porqué de tanto
entusiasmo al seguirlo y lo dice también con claridad: «Me buscáis no
porque habéis visto signos (porque vuestro corazón quedó impresionado),
sino porque comisteis pan hasta saciaros» (v. 26). Jesús quiere ayudar a
la gente a ir más allá de la satisfacción inmediata de sus necesidades
materiales, por más importantes que sean. Quiere abrir a un horizonte de
la existencia que no sea simplemente el de las preocupaciones diarias
de comer, de vestir, de la carrera. Jesús habla de un alimento que no
perece, que es importante buscar y acoger. Afirma: «Trabajad no por el
alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida
eterna, el que os dará el Hijo del hombre» (v. 27).
La muchedumbre no comprende, cree que Jesús pide observar preceptos
para poder obtener la continuación de aquel milagro, y pregunta: «¿Qué
tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (v. 28). La
respuesta de Jesús es clara: «La obra de Dios es esta: que creáis en el
que él ha enviado» (v. 29). El centro de la existencia, lo que da
sentido y firme esperanza al camino de la vida, a menudo difícil, es la
fe en Jesús, el encuentro con Cristo. También nosotros preguntamos:
«¿Qué tenemos que hacer para alcanzar la vida eterna?». Y Jesús dice:
«Creed en mí». La fe es lo fundamental. Aquí no se trata de seguir una
idea, un proyecto, sino de encontrarse con Jesús como una Persona viva,
de dejarse conquistar totalmente por él y por su Evangelio. Jesús invita
a no quedarse en el horizonte puramente humano y a abrirse al horizonte
de Dios, al horizonte de la fe. Exige sólo una obra: acoger el plan de
Dios, es decir, «creer en el que él ha enviado» (cf. v. 29). Moisés
había dado a Israel el maná, el pan del cielo, con el que Dios mismo
había alimentado a su pueblo. Jesús no da algo, se da a sí mismo: él es
el «pan verdadero, bajado del cielo», él la Palabra viva del Padre; en
el encuentro con él encontramos al Dios vivo.«¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (v. 28)
pregunta la muchedumbre, dispuesta a actuar, para que el milagro del pan
continúe. Pero Jesús, verdadero pan de vida que sacia nuestra hambre de
sentido, de verdad, no se puede «ganar» con el trabajo humano; sólo
viene a nosotros como don del amor de Dios, como obra de Dios que es
preciso pedir y acoger.
Queridos amigos, en los días llenos de ocupaciones y de problemas,
pero también en los de descanso y distensión, el Señor nos invita a no
olvidar que, aunque es necesario preocuparnos por el pan material y
recuperar las fuerzas, más fundamental aún es hacer que crezca la
relación con él, reforzar nuestra fe en Aquel que es el «pan de vida»,
que colma nuestro deseo de verdad y de amor. Que la Virgen María, en el
día en que recordamos la dedicación de la basílica de Santa María la
Mayor en Roma, nos sostenga en nuestro camino de fe.
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