Domingo XXI del Tiempo Ordinario del Ciclo B
Reproducimos el Comentario al Evangelio Dominical realizado por el Papa Benedicto XVI en el Angelus del 26 de Agosto de 2012, que coincidió con el Domingo XXI del Tiempo Ordinario del Ciclo B
Los domingos pasados meditamos el discurso sobre el «pan de vida» que
Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm después de alimentar a
miles de personas con cinco panes y dos peces. Hoy, el Evangelio nos
presenta la reacción de los discípulos a ese discurso, una reacción que
Cristo mismo, de manera consciente, provocó. Ante todo, el evangelista
Juan —que se hallaba presente junto a los demás Apóstoles—, refiere que
«desde entonces muchos de sus discípulos se echaron atrás y no volvieron
a ir con él» (Jn 6, 66). ¿Por qué? Porque no creyeron en las
palabras de Jesús, que decía: Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el
que coma mi carne y beba mi sangre vivirá para siempre (cf. Jn 6,
51.54); ciertamente, palabras en ese momento difícilmente aceptables,
difícilmente comprensibles. Esta revelación —como he dicho— les
resultaba incomprensible, porque la entendían en sentido material,
mientras que en esas palabras se anunciaba el misterio pascual de Jesús,
en el que él se entregaría por la salvación del mundo: la nueva
presencia en la Sagrada Eucaristía.
Al ver que muchos de sus discípulos se iban, Jesús se dirigió a los Apóstoles diciendo: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn
6, 67). Como en otros casos, es Pedro quien responde en nombre de los
Doce: «Señor, ¿a quién iremos? —también nosotros podemos reflexionar: ¿a
quién iremos?— Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído
y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 68-69). Sobre
este pasaje tenemos un bellísimo comentario de san Agustín, que dice, en
una de sus predicaciones sobre el capítulo 6 de san Juan: «¿Veis cómo
Pedro, por gracia de Dios, por inspiración del Espíritu Santo, entendió?
¿Por qué entendió? Porque creyó. Tú tienes palabras de vida eterna. Tú nos das la vida eterna, ofreciéndonos tu cuerpo [resucitado] y tu sangre [a ti mismo]. Y nosotros hemos creído y conocido.
No dice: hemos conocido y después creído, sino: hemos creído y después
conocido. Hemos creído para poder conocer. En efecto, si hubiéramos
querido conocer antes de creer, no hubiéramos sido capaces ni de conocer
ni de creer. ¿Qué hemos creído y qué hemos conocido? Que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, es decir, que tú eres la vida eterna misma, y en la carne y en la sangre nos das lo que tú mismo eres» (Comentario al Evangelio de Juan, 27, 9). Así lo dijo san Agustín en una predicación a sus fieles.
Por último, Jesús sabía que incluso entre los doce Apóstoles había
uno que no creía: Judas. También Judas pudo haberse ido, como lo
hicieron muchos discípulos; es más, tal vez tendría que haberse ido si
hubiera sido honrado. En cambio, se quedó con Jesús. Se quedó no por fe,
no por amor, sino con la secreta intención de vengarse del Maestro.
¿Por qué? Porque Judas se sentía traicionado por Jesús, y decidió que a
su vez lo iba a traicionar. Judas era un zelote, y quería un Mesías
triunfante, que guiase una revuelta contra los romanos. Jesús había
defraudado esas expectativas. El problema es que Judas no se fue, y su
culpa más grave fue la falsedad, que es la marca del diablo. Por eso
Jesús dijo a los Doce: «Uno de vosotros es un diablo» (Jn 6, 70). Pidamos a la Virgen María que nos ayude a creer en Jesús, como san Pedro, y a ser siempre sinceros con él y con todos.
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gracias, muy hermosa homilía en estos tiempos tan duros.
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