El dilema de una apuesta católica

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Cuando era un muy joven seminarista, Mn. Joaquim Blanch, el sacerdote con el que compartí todo el periodo pastoral de mi formación en Tortosa, me enseñó algo que dejó en mí una huella indeleble. Él a su vez lo había aprendido del insigne padre Antonio Romañá, el jesuita del Observatorio del Ebro, que fue su director espiritual durante un largo periodo de tiempo. Es el principio del banco de tres patas que muchos jóvenes me han oído repetir multitud de veces. Y eso es: que un hombre para poder llegar a ser tal, tiene que construirse sobre tres puntales. El primero, ha de vivir de sus convicciones. El segundo, estas convicciones deben llevarle a hacer elecciones concretas. Y el tercero y no menos importante, estas elecciones deben llevarle a asumir las responsabilidades que de esas elecciones se derivan.
Este principio, por simple, pudiera parecernos superficial, pero realmente no lo es. Hoy en día se ha generalizado entre nosotros una visión pesimista de nuestra existencia católica. Los datos conocidos en estos últimos días de la situación religiosa en España no nos permiten ciertamente ser optimistas. Muchos añoran periodos de referencia en los que habría sido fácil ser cristiano. Pero esa nostalgia tiene su fundamento en un pasado quizás idealizado, o con la idea en la cabeza de la necesidad de que la Iglesia sea en nuestra sociedad no mayoritaria, sino hegemónica.
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P. Antonio Romañá Pujó, S.I.
Esta actitud, a mi entender, en el fondo no nace en corazones realmente apostólicos y misioneros, celosos por las almas; sino de espíritus acomodados que creían que la simple alianza con las fuerzas políticas dominantes, convertirían su situación personal y colectiva en algo mucho más cómodo y seguro. En una palabra, menos fatigoso, y por tanto menos arduo y exigente. Sucedió en el seno del episcopado español en aquel periodo hegemónico del PP, en el que muchos depositaron unas esperanzas casi mesiánicas. Y sucede de nuevo, ahora en nuestros lares, con la aglutinación de notable parte del clero y no pocos seglares, a las fuerzas independentistas dominantes. Parte del episcopado incluido: aparentemente mayoritaria. Deberíamos todos recordar y subrayar que esas apuestas siempre resultan, a la corta o a la larga, desfavorables si no perjudiciales para los intereses superiores de la Iglesia de Cristo. Y a veces un completo fracaso.
Dando por sentado eso, se nos presenta un dilema que muchos no es que no sepan resolver sino que no saben plantear o, cosa aún más suicida, no desean plantear. El planteamiento del dilema es éste: O los católicos nos adaptamos para sobrevivir asumiendo el riesgo de desaparecer diluidos en el modelo común y único de la sociedad hegemónica y sus valores y contravalores; o eso, o tomamos la resolución de la marginalidad, para en el fondo también desaparecer como minoritarios e insignificantes.
En el fondo se trata de elegir una de las dos formas de desaparecer; aunque es evidente el distinto nivel de decoro de cada una de estas dos fórmulas. En el primer caso, la opción es diluirnos en la negación radical del Evangelio. En el segundo, la opción es salir del confort de la disolución en el ambiente para convertirnos en signo de contradicción. Sicut erat in principio…
La pregunta la hemos de contestar sí o sí. Lo angustioso es no hacerlo, lo delirante es procrastinar la solución al dilema. En resumen se reduce a dilucidar claramente y expresar aún de manera más clara e inteligible para el gran público, una sola cuestión: ¿Cuál es la manera de ser católico en una sociedad que ya no lo es?
C:\Users\Francesc\Desktop\manifestacionprovida-obispos-720_560x280.jpgDe entrada establezcamos algunas distinciones en los principios de base. Cuando uno es partidario de la evangelización –y todo cristiano lo es, ya que está en la raíz de su fe-  por principio no se puede ser contrario a una “sociedad cristiana”. Si en efecto la evangelización condujese a una mayoría de la población a convertirse en cristiana, por su mismo peso la sociedad se convertiría en cristiana: más no a la manera de una imposición categórica desde las instancias de poder, sino desde la base. Pero no creo que el papel de los católicos sea buscar establecer una sociedad cristiana, ya que sería ilusorio que estableciéndola se pudiese consolidar la salvación cristiana. Creo que el cristianismo está ordinariamente destinado a vivir en un mundo que no comparte sus opciones fundamentales. No hay pues que entrar en el juego del dominio político. Hemos de vivir cristianamente en el mundo donde Dios nos ha situado, mundo secularizado donde ciertas leyes violentan  nuestras convicciones profundas y donde somos una minoría sin gran poder ni influencia. Y no parece ser que en el futuro próximo se revierta la situación. Sin embargo, ni el hecho de recordar que el poder corrompe y que de facto a lo largo de la historia los cristianos en tiempo de Cristiandad hemos cedido a la corrupción (evidencia ligada a la naturaleza humana pecadora) pueda llevarnos a condenar el principio por sí mismo. Por mucho peligro que exista en esa vertiente. Y aunque yo particularmente no lo defiendo, no se puede dogmatizar a favor ni en contra. Recordemos que el Concilio Vaticano II no condena el principio de un Estado cristiano, sólo le impone el respeto al derecho a la libertad religiosa (Dignitatis Humanae nº 6).  Esta distinción me sirve para subrayar la exigencia de no querer imponer nuestras normas por la fuerza o la presión. Pero sí establecer un dialogo destinado a la persuasión gracias al poder y la coherencia de la argumentación, que es sin duda uno de los objetivos de todo diálogo: que no hay que pretender eliminar, como hacen algunos.
Y es que con el pretexto de que hay que aceptar nuestra situación, muchos  la juzgan buena e incluso la mejor posible. Es decir la auspician como la situación ideal. Creo que en lo más profundo de esta actitud existe un disenso sobre los principios de antropología cristiana que deberían ser la base de todo cristiano y el armazón de la acción evangelizadora. Una acción evangelizadora que no es únicamente un subrayado de convicciones y valores, sino compromiso colectivo en la sociedad: en la política, en la formación en valores, en la cultura, en la economía, en la educación. Y no sólo en una óptica espiritual.
La vida del cristiano ha de tener una vertiente orientada hacia los “no-cristianos”, introduciéndoles en el concepto de trascendencia y en la noción de la ley natural. En una palabra, en la búsqueda común de la verdad y en una aceptación común de algunas verdades elementales, especialmente en cuanto a la naturaleza del hombre y de la sociedad. Si no es así, estaremos condenados al individualismo radical o a la ética de Estado, o dicho en otras palabras, a la disolución de toda sociedad o al totalitarismo. Estos principios no son otra cosa que las enseñanzas de San Juan Pablo II y Benedicto XVI que nos alertan de la deriva de nuestras democracias relativistas. Hay que insistir en la necesidad de defender el concepto de ley natural para situarlo en el corazón de la política.
Todas estas consideraciones deberían ser suficientes para demostrar que el dilema sobre la actitud del creyente y de la Iglesia en una sociedad secularizada no es fácil de resolver. Sobre todo si esta sociedad no se contenta con no-ser cristiana ya, sino que quiere desmontar (de-construir)  etapa por etapa, toda la antropología clásica sobre la que se había construido nuestra civilización. Aunque por otra parte se constate cómo se agravan las desigualdades y se conculcan los derechos de los más débiles: hasta confiscarles su cultura, sus lugares de arraigo, sus horizontes de futuro (esto último especialmente en los jóvenes).
La Iglesia y cada agente de evangelización, deben desenmascarar la tendencia cada vez más totalitaria de las élites que, desconectadas de toda moral objetiva, confiscan la democracia e impone su visión controlando el funcionamiento de nuestros sistemas políticos, económicos y mediáticos. Hay que reaccionar constituyéndonos en contra-cultura disidente y sobreviviendo en conjuntos protegidos. De lo contrario, la Iglesia acabará siendo un gueto.
Es cierto que estamos lejos de los totalitarismos clásicos y que aún tenemos libertad para evangelizar; en una palabra, que nos beneficiamos de las libertades públicas. Bajo esta perspectiva es lícito preconizar ante todo la presencia en el mundo y el diálogo. Pero sin una muy potente formación de cuadros y de los agentes de evangelización, existe el peligro de una dilución del mensaje cristiano, de un relativismo en nombre del bien común y de acabar aceptando lo inaceptable. Que es lo que nos pasa hoy en día.
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Hay que promover “oasis espirituales” no para desertar de la política o rechazar de pleno la sociedad en que nos ha tocado vivir, sino para estar mejor armados en el mundo. El compromiso en la sociedad es necesario, junto con la apertura al dialogo: pero un diálogo que conduzca en verdad y sin compromisos al testimonio. Y precavidos contra la degradación intelectual y moral de nuestras sociedades occidentales y el mercantilismo mundializado. Sin que esto nos lleve a concluir que todo es malo en la modernidad, ni que haya que rechazarla en bloque.
El poder de nuestros adversarios no es invencible: son vulnerables.  La verdad conserva una fuerza intrínseca. No hay combate inútil ni perdido de entrada.  Pero estos combates sólo pueden ser llevados a cabo por hombres y mujeres, sólidos en su fe y bien formados. La necesidad de formación es al mismo tiempo un principio tan fundamental como descuidado y ausente. Tanto como la urgencia de establecer redes que refuercen los lazos de los creyentes en el seno de fuertes comunidades de donde puedan emerger hombres y mujeres capaces de ser levadura en la masa.
Nuestras sociedades, alejándose del cristianismo se han convertido en una especie de paganismo natural. Del hecho de que la Iglesia asuma todas las cuestiones que nos plantea el mundo en que vivimos - ansioso por exterminarnos -, depende el futuro del cristianismo en España y en Europa.  Y en su región más conflictiva, que es Cataluña, donde la opción mayoritaria es mimetizarse con el poder emergente. Admito que no existe una solución cristiana que haya que imponer a todos. Nos encontramos en un terreno que debe estar guiado por la virtud de la prudencia. Es normal y legítimo que encontremos diversos análisis respecto a esta cuestión. Pero no podemos obviarla.

Mn. Francesc Espinar Comas

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10 comentarios

  1. Muy oportuna, mosén Francesc, sus reflexiones sobre el compromiso del cristiano en un mundo descreído y su insistencia en la ley natural. Por razones laborales trabé un ligerísimo contacto con el Padre Romañá. Fue, la gente no suele saberlo, el impulsor del primer observatorio del Teide, dejando al frente del mismo al alma mater del mismo, Francisco Sánchez, creador del extraordinario complejo que hoy constituye uno de los centros de investigación mejor dotados del mundo. Eran tiempos en que la Compañía no había abdicado del amor al estudio y la implicación en el ámbito científico. Romañá y el Padre Dou, un jesuita de Olot y catedrático de la Escuela de Caminos de Madrid, lideraban la presencia de la Iglesia en ese terreno. Esa presencia se ha diluido, salvo en remansos opusdeístas la mayoría de las veces. En mi tiempo de iniciación laboral la sede del Observatorio del Ebro se había trasladado a la Facultad de Físicas de la Universidad de Barcelona. No creo que exista ya.
    Pero su exposición apunta al quehacer más común y diario: el testimonio cristiano en el quehacer diario. En el foro público. Su apelación a la ley natural como terreno común donde habrían de converger creyentes y no creyentes es sumamente necesaria y actualísima. Actualísima porque acabamos de conocer la nota de los obispos vascos donde piden perdón por haber sido cómplices. ¿Complices de qué? De los asesinatos etarras. Ni más ni menos. Cómplices del derramamiento de sangre inocente. No aparecían así Setién, Uriarte, Pagola, Placer, no digamos Añoveros. Pero eran cómplices. Lo han reconocido los obispos al pedir perdón. ¿En qué sentido? En haber mentido al pueblo fiel con apelaciones a derechos inexistentes, a pueblos utópicos, a esencias étnicas falaces, a peculiaridades idiomáticas como signo de diferenciación. Mintieron a doble carrillo. Nadie levantó contrapuso la doctrina de la Iglesia con suficiente energía ante esas alimañas de maneras suaves y dientes rebosantes de sangre. Exactamente lo mismo que el arzobispo Pujol. Exactamente igual que Novell. Exactamente igual que esa caterva de curas, frailes, monjes y monjas que se parapetan en enunciados contrarios a la doctrina de la Iglesia, a la ley natural, al derecho de gentes.
    Es oportuno leer los comentarios de estos días sobre el paralelismo entre los lobos vascos mitrados –los cómplices—y los lobos domésticos mitrados. El paralelismo puede generalizarse: Pagola y los profesores de Vitoria con el decano de la facultad de teología de san Paciano y los profesores firmantes contra más de la mitad de la población: lobos. Pero ahora no silenciarán al pueblo fiel. Ya está reaccionando con la eliminación de la X. Pero, lo que es peor, con el abandono de la Iglesia en masa. Para mítines políticos cainitas ya está la televisión golpista, se dice.
    Cuesta exponer el mensaje cristiano cuando sus representantes promueven exactamente lo contrario. Cayendo de bruces en delitos. Hoy un periodista solvente invitaba al Fiscal a proceder contra los obispos aquellos, aunque declare luego que los crímenes han superado el plazo, han prescrito. Más que nada por darles un escarmiento. No se tardará mucho en enviar documentación al Fiscal por la cooperación necesaria de instituciones de la Iglesia en el golpe de estado. Una cooperación que persiste.

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  2. En toda la sociedad hay unas creencias hegemónicas. Cuando el cristianismo ha dejado de ser la creencia hegemónica en las sociedades occidentales, han pasado a serlo otras: relativismo, agnosticismo, democraticismo...

    Sin Estado católico no hay sociedad católica por mucho tiempo; España es el vivo ejemplo. Desde que el Estado dejó de ser confesional, la sociedad se ha ido secularizando a pasos agigantados. No existe un Estado ideológicamente neutral; en España, por ejemplo, la confesionalidad católica ha sido sustituida por la confesionalidad agnóstico-relativista, aunque no conste así en las leyes.

    Sin el apoyo de un Estado católico, los creyentes siempre seremos minoría. Una minoría más o menos dinámica, pero minoría.

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    1. Lucas 12,32.
      No temas, pequeño rebaño...

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  3. D. Francesc, por cierto, ya que en otras ocasiones ha abordado usted la relación de Pablo VI con la reforma litúrgica postconciliar, le copio el enlace a un reciente artículo de Sandro Magister que aborda la cuestión desde un punto de vista muy novedoso. No sé si lo habrá leído:

    http://magister.blogautore.espresso.repubblica.it/2018/04/19/paolo-vi-e-la-riforma-liturgica-la-approvo-ma-gli-piaceva-poco/

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    1. Qué lástima que no cite algún otro entendido en el tema, además de Sandro Magister!
      Los que hace años que le conocemos, sabemos cuáles son sus intenciones, sus dioses y sus demonios.

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  4. Muy interesante, Mosén, pero yo me guío por el gran Séneca: concordet sermo cum vita. Como no creo ser un indecente falsario y desleal, lo que predico y defiendo (justicia, caridad, trabajo honesto, etc.) procuro refrendarlo con mi ejemplo cotidiano. ¿Cree Vd. que el sermo presuntamente religioso del Sr. Junqueras, por poner sólo un caso, se halla en consonancia con el ejemplo de ilegalidades e intolerancias que ha dado? (y no entro siquiera en su vida familiar). Al menos uno esperaría de los osados que tuvieran la valentía y el honor de predicar su verdadero credo (debe oprimirse al que no piensa como yo, la tribu está por encima del individuo, cabe mentir constantemente por el bien de mi causa, etc.), para los demás comprobásemos que, en efecto, su vita se ajusta a su sermo. En toda Cataluña el único consecuente, creo, es el trabucaire Hilari Raguer.

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  5. Leí, por unos momentos, erróneamente:

    [Un hombre para ser hombre, debe de tener tres puntales:]

    El primero, ha de vivir de las convicciones de los demás.

    El segundo, estas convicciones deben llevarle a hacer elecciones populistas: alagar el oído de lo mundano y profano.

    Y el tercero y no menos importante, estas elecciones deben llevarle a no asumir nunca las responsabilidades que de esas elecciones se derivan, sino a generar líos y líos y líos... los responsables son los demás... o algo indeterminado o inespecífico...

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  6. Siguiendo una tradición de 3.000 años22 de abril de 2018, 23:20

    "Y en su región más conflictiva, que es Cataluña, donde la opción mayoritaria es mimetizarse con el poder emergente. Admito que no existe una solución cristiana que haya que imponer a todos. Nos encontramos en un terreno que debe estar guiado por la virtud de la prudencia. Es normal y legítimo que encontremos diversos análisis respecto a esta cuestión. Pero no podemos obviarla."

    Ja ja ja...

    Me acuerdo que un catedrático dijo -pero que los lectores no lo digan a nadie- que Cataluña era el lugar más español de España, y tanto era, que los catalanes estaban idos de tener su "Imperi" a mímesis del Imperio...

    La sociedad catalana hace lo mismo que en el siglo XVII, con este ejemplo del Qvixote, y lo mismo que pasó cuando los romanos, visigodos, moros y carolingios: mimetizarse.

    ¿Que Abdul dice Viva Mahoma? Sííí... ¿Que Godfred grita El Visigodo es el mejor? Yupi... ¿Que Casius afirma O Roma o el cuello cortado? Viva Roma... ¿Que Viva el Anarquismo? Aúpa... ¿Que Visca el Rei Carles i mori Isabel? Sea así... ¿Que Stalin ama Cataluña? Olé... ¿Que Viva Franco? Amén... ¿Que Viva Durruti y Mossén Cinto Verdaguer? Pues sí, hala... ¿Que Visca Catalunya, visca Pujol? Endavant... ¿Que In, inde, independència? Pues a bailar...

    El Senado al Emperador díjole: "¡Gran matanza de íberos tarraconenses has hecho! ¡Ello a Roma graves problemas conllevará!. Respondióle el Emperador: "¡Padres patricios y conscriptos, tranquilos! Que el íbero mediterráneo es de paso largo, memoria corta."

    Un ejemplo de L'enginyós cavaller Don Quixot de La Mancha. Sólo los villanos (los ruines, crueles y faltos de cultura), son del pensamiento veleta del Tanto vales cuanto tienes y del Viva quien vence:

    Sancho Panza, que lo escuchaba todo, dijo:

    —El rey es mi gallo: a Camacho me atengo.

    —En fin —dijo don Quijote—, bien se parece, Sancho, que eres villano y de aquellos que dicen: «¡VIVA QUIEN VENCE!».

    —No sé de los que soy —respondió Sancho—, pero bien sé que nunca de ollas de Basilio sacaré yo tan elegante espuma como es esta que he sacado de las de Camacho.

    Y enseñóle el caldero lleno de gansos y de gallinas, y, asiendo de una, comenzó a comer con mucho donaire y gana, y dijo:

    —¡A la barba de las habilidades de Basilio!, que TANTO VALES CUANTO TIENES, y tanto tienes cuanto vales. Dos linajes solos hay en el mundo, como decía una agüela mía, que son el tener y el no tener, aunque ella al del tener se atenía; y el día de hoy, mi señor don Quijote, antes se toma el pulso al haber que al saber: un asno cubierto de oro parece mejor que un caballo enalbardado. Así que vuelvo a decir que a Camacho me atengo, de cuyas ollas son abundantes espumas gansos y gallinas, liebres y conejos; y de las de Basilio serán, si viene a mano, y aunque no venga sino al pie, aguachirle.

    —¿Has acabado tu arenga, Sancho? —dijo don Quijote.

    —Habréla acabado —respondió Sancho—, porque veo que vuestra merced recibe pesadumbre con ella; que si esto no se pusiera de por medio, obra había cortada para tres días.

    —Plega a Dios, Sancho —replicó don Quijote—, que yo te vea mudo antes que me muera.

    Segunda parte, Capítulo XX

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  7. Cita del final del artículo: "Admito que no existe una solución cristiana que haya que imponer a todos". ---Pues respondo que este párrafo es sobrante, si que la propuesta (no imposición) cristiana es para TODOS. Pero de propuestas cristianas existen muchas en las diferentes confesiones: católicos, evangélicos, jehovistas, etc. SG.

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  8. Reativismo=totalitarismo.
    1. Si no hay moral objetiva, cada cual podrá obrar segús sus propios criterios morales.
    2. Como 1) lleva al caos y hace imposible la convivencia, se necesita un consenso moral.
    3. Puesto que no hay Dios ni moral objetiva, este consenso procederá de la opinión mayoritaria del pueblo.
    4. El pueblo se expresa mediante elecciones.
    5. Los candidatos elegidos forman el parlamento, que establecerá los principios morales.
    6. Los diputados se integran en partidos, cuyas líneas marcan exiguas minorías que imponen disciplina interna.
    7. El fundamento moral pasa a ser la decisión de uno o unos pocos que usarán la fuerza del Estado (leyes y la coerción para que se cumplan, medios de comunicación, sistema educativo) hasta conseguir un pensamiento único que cohesione la sociedad.
    8. Parece que el pensamiento único es consecuencia necesaria del relativismo para impedir la disolución social.
    9. El pensamiento único impuesto por el Estado define el totalitarismo.
    10. Luego el relativismo implica el totalitarismo.

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