La Glosa Dominical de Gérminans

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¡HOY ES PASCUA!

¿Y es suficiente? Bueno, quizás está demasiado condensado, pero sí, éste es el corazón de la vida, de la fe, de la felicidad, de la Iglesia. Todo nace aquí y todo tiende hacia este día, como fuente y culmen. Para entender la Pascua nos pusimos en camino durante toda una Cuaresma, pero ahora dejémonos conducir por la Palabra de Dios.
El evangelio de hoy gira en torno a la ausencia de Jesús en el sepulcro, motivo de la carrera desesperada de María Magdalena, y la presencia de algunas huellas que asombran a algunos como a Pedro, o abren los ojos a otros como a Juan. Las vendas que hay en el sepulcro están en el suelo, vacías, razón por la cual el cuerpo que estaba dentro ya no está, pero no como quien se ha desprendido de ellas y después las ha doblado al estilo de una buena ama de casa que deja todo en orden. De la misma manera, el sudario que habían colocado en su cabeza está doblado aparte, en su sitio, como envolviendo a Aquel que ya no está. Es posible que pueda parecer una lectura intencionada, “dirigida”; pero ¿cómo se explica si no la reacción de los discípulos? Si hubiera salido por sí mismo, por ejemplo como resultado de una muerte aparente, ¿hubiera roto las vendas y las hubiera doblado de nuevo? Y si hubieran sido ladrones, ¿acaso no habrían sacado de en medio las vendas arrinconándolas? Pero es algo diferente lo que ven los discípulos.
Muchas veces he pensado, ¡si yo hubiera estado allí! Pero creo que siempre tengo ante mí esa escena: cada día delante de mí veo una aparente ausencia de Jesús allí donde querría encontrar una sobreabundante presencia de vendas de resurrección. El evangelio me dice que ellos quedan desconcertados porque aún no habían comprendido lo que la Escritura decía: que tenía que resucitar.
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Esta mañana, tanto vosotros como yo estamos entre Pedro y Juan. Entre Pedro que contempla y enmudece, y Juan que creyendo entiende lo que ya ha acontecido. Quizás Juan tuvo a su favor el hecho que su vocación nace de una invitación especial: ¡ven y lo verás! Quizás desde aquel momento había empezado a entrenarse para la escucha y el descubrimiento de Jesús y su obra. O quizá se había dejado interpelar un poco más profundamente respecto a sus compañeros, quizás… ¡Se lo preguntaremos en el cielo!
Ahora es a nosotros que nos toca escuchar este evangelio, esta hermosa noticia: a Jesús no lo ves porque no está entre los muertos. ¡Vive para siempre! Está vivo y bien vivo. Y obra, y perdona y sana como antes, y más que antes. Él es el que vive para siempre.
Aquí está toda la Pascua: Jesús por mi amor se ha fiado de mí y yo lo he rechazado. Lo he expulsado lejos de mí y lo he clavado en la cruz. Pero su amor ha vencido mi maldad con la dulzura, me ha desarmado interiormente porque me ha perdonado. No ha llevado cuentas de mis delitos. Bien al contrario.
Esto es morir por los pecados: no es pagar el saldo de un fruto robado en el inventario del paraíso terrestre. Al revés: es aceptar mi rechazo instigado por el enemigo que me asegura que no debo fiarme de Dios porque no me ama. Esto es consolidar la fidelidad hasta las raíces, hasta el fondo: porque Jesús es fiel al Padre ya que cumple su voluntad y fiel a mí porque no me abandona, no me deja de la mano.
Para poder hacer esto, Jesús se abandona totalmente a las manos del Padre. Y para poder enfatizar este aspecto, el verbo de la resurrección está en forma pasiva: ha sido resucitado (sobrentendiendo por el Padre) ya que de este modo me muestra la grandeza del corazón del Padre.
Mirando bien las vendas, descubro que los signos de la resurrección están dentro de mí porque ya he experimentado Su misericordia y Su fidelidad. Aunque después hago todo lo que puedo para sepultar y enterrar estos trazos de su amor en las tantas ausencias del tiempo, en la rutina, en las actividades. La habitual niebla de los pantanos.
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Una vez haya mirado y reconocido tales huellas, la palabra de Dios me quitará las orejeras que me impiden ver, comprender y creer. Y desde aquel momento mi entorno cambiará. En primer lugar Jesús no me resultará tan lejano; y aunque a veces no sé muy bien dónde, Él está vivo y cercano a mí. Es la fuente misma de mi vida y empiezo a comprender que he permanecido lejos de Él y aprendo a buscar y desear todo aquello que sabe a vida porque está iluminado de su luz nueva, porque he descubierto que el resto ya no me interesa.
Se cree en la Resurrección no a ciegas, apretando los dientes y cruzando los dedos, sino con los ojos bien abiertos y la mirada agradecida, porque en pequeñas migajas la hemos experimentado en su perdón.
Hoy es Pascua porque has entendido que su Amor y su Perdón no tienen límites. Porque has entendido que Él no se cansará nunca de darte la vida. Tanta como para superar la muerte.
Y no has de hacer nada. Sólo acoger, claro está, sin escabullirse como los apóstoles durante la Pasión: más bien decididos, cómo el hijo pródigo que regresa a la casa del Padre y es abrazado. Sólo recibir: en el fondo tampoco es tan difícil…
¡Buena Pascua y buena vida nueva con Jesús!
Mn. Francesc M. Espinar Comas
Párroco de Santa Coloma de Gramenet

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1 comentario

  1. No necesitaba Dios encarnarse, ni tampoco necesitaba del hombre. Dios crea por amor. Su paternidad brota de la sobreabundancia de su amor. Hay un amor fecundo que está en el origen, en el que existimos y nos movemos.

    Al crear Dios al hombre, su modelo es Cristo glorioso y resucitado. Todo lo que existe ha sido creado en, por y para Él (San Pablo). Estamos predestinados en Cristo que es decir que para nosotros hay un destino que es Cristo resucitado y glorioso. Todos estamos llamados al amor concreto que se llama Cristo.

    Todo el cosmos, está predestinado en Cristo. Ese fin para toda la creación, es anterior a nuestra existencia, es un don recibido de Dios. El cosmos tiene que resucitar y si existiera vida en Marte, también resucitará porque todo lo creado existe en Cristo.

    Pero en el origen, alguien pecó. El hombre podía pecar y pecó. El pecado me afecta a mí, porque la humanidad ha sido creada en un cuerpo. Esta predestinación en Cristo es infaliblemente eficaz, y no puede ser anulada por nada. La única barrera capaz de bloqueo es el rechazo de la libertad humana a aceptar las promesas y la vida de Dios.

    Como Dios es amor, se encarna y muere en la cruz, pero no por el pecado, muere por amor. “Y habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo”, (s Juan). El amor es el único móvil de las acciones de Dios. Aunque no hubiéramos pecado, Dios hubiera muerto en la cruz.

    No había otra expresión de amor límite y eligió morir en la cruz, también descender a los infiernos y sobre todo resucitar, porque si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe (s Pablo). La gracia nos aligera de las piedras del pecado original.

    El pecado es un desamor. Hasta que no descubra en mi vida concreta este amor, no habré entendido el amor, la Cuaresma. Solo el que se va de la casa, entiende el amor del padre y por eso vuelve, mientras el hijo mayor no ha entendido nada. Yo tengo un poco de los dos, del hermano y del hijo pródigo.

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